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EL MURO DEL LEÓN

"Este fic participa en el reto 'Títulos de drabbles' del foro Alas Negras, Palabras Negras".

Personajes de George R. R Martín

Por: Gaiasole

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Capítulo I: Nada más simple (#4)

—Jaime Lannister, –se alcanzó a escuchar la voz vacilante de uno de los hombres que había tenido el mal juicio de intentar robarlo a él y a Brienne.

"Matarreyes…" se alzó el coro de voces, Jaime ignoró sus lamentos, de todas formas ya se veían bastante humillados al ser amarrados por la enorme mujer rubia que lo miraba con duda en su mirada celeste. Tal parecía que ella a veces olvidaba sus faltas ocurridas en el pasado, sobre todo ahora que era un aliado para rescatar a Sansa Stark.

Él prefería verse a sí mismo como un tiranicida, porque eso era Aerys, un tirano no un rey. El trono de hierro lo había tenido a él, antes de existir Joffrey. No entendía porque de repente todos parecían olvidar el pasado, cada uno había padecido la locura del rey, pero cuando fue su mano la que derramo la sangre de ese Targaryen una extraña fidelidad a la casa de los dragones parecía haberse levantado.

Ahora corrían rumores acerca de la niña que había conseguido escapar a los pueblos libres, pero ya no era más una chiquilla, ahora se decía que era la madre de dragones. La que probablemente regresaría a exigir la vida de Jaime. Una extraña condena para alguien que había rescatados a cientos de un pirómano. Pero claro, los "héroes" siempre morían de forma misteriosa. Por ejemplo Rhaegar, muerto a manos de un ebrio, aunque lo más heroico en su vida había sido escapar con la loba.

Y ahí estaba él mismo, partiendo a un lugar para rescatar a otra loba, a la esposa de su hermano menor. Sólo esperaba no seguir el mismo camino que el príncipe dragón, el tiempo jugaba de forma misteriosa contra él. Un león buscando un lobo. Algo blanco se posó de pronto en ese chisme de oro que no le servía para prácticamente nada. Copos de nieve empezaban a decorar aquel paraje engañoso.

—¡Por favor, por favor no nos dejen aquí! Los caminantes blancos vendrán por nosotros cuando nuestro cuerpo se congelé.

Jaime escuchó los sollozos del hombre, su compañera de viaje ahora estaba más vacilante al escuchar al hombre. Tal vez por eso no se nombraba caballero a las mujeres, tenían un corazón más endeble. Una lástima que en ponientes fuera el firme hierro el regente real.

—Debemos continuar –le indicó.

Ella empezó a seguirle. Conforme se dio el avancé de sus pasos alcanzaron a escuchar una última frase de esos hombre. Nada más simple, que una frase… El invierno se acerca.