Estas miniseries son la parte preliminar antes del segundo libro, espero les guste, por que me dolió mucho escribirlas.

1. Gilda.

"Tu guardián, yo tu lazarillo;

tu dueño, yo tu eterno amigo;

tu amparo, yo tu cabestrillo;

sin luz tus ojos, yo testigo."

-Tontos ponis, tonta Rainbow, quien los necesita-. Un grifo muy molesto volaba sobre los techos de la gran ciudad de Manehattan, parecía que había tenido un mal día. Gilda, la vieja amiga de Rainbow Dash regresaba a su hogar en la gran ciudad después de que su amiga le jugara algunas bromas, pero ella no las tomo del modo correcto.

Gilda revoloteo entre los edificios por un rato, solo para llegar a un grupo de edificios viejos, parecían abandonados, pero ella aterrizo hasta la entrada de uno de ellos, abrió la puerta y entro, parecía que nadie se lo impediría.

Al subir las escaleras, ella simplemente ignoro a un pequeño pony de color café y melena rubia, que a pesar de estar muy sucio, dejaba ver sus ojos amarillos brillante. El pequeño jugaba con un juguete que parecía un perro sin un ojo, igual de sucio que él.

Cuando entro a lo que parecía su cuarto, no había ni siquiera puerta, solo una entrada a un cuarto donde había un colchón; no había nada más en el cuarto, con excepción de una mesa con una foto sobre ella de Gilda y Rainbow.

Al ver la fotografía, Gilda simplemente la tiro al suelo con su cola mientras pasaba cerca de ella, estaba hermosamente decorada y enmarcada, pero al caer se rompió el vidrio que la protegía. Luego de eso simplemente se quedó dormida en el viejo colchón, parece que el viaje la había cansado demasiado.

A la mañana siguiente, Gilda se encontraba muy molesta y hambrienta, no es que los grifos estuvieran siempre de mal humor, pero el día anterior había tenido un día muy decepcionante. Al levantar la mirada hacia la entrada de su cuarto, hay se encontraba el joven pony amarillo, quien había dejado caer un pedazo de hotdog de zanahoria, tal parecía quería dárselo a Gilda, pero al ver que ella se percató de su presencia, simplemente salió corriendo.

Gilda se quedó en silencio con una cara un poco de desprecio, era la primera vez que veía a alguna criatura que se comportara igual, pero eso la tenía sin cuidado. Simplemente se levantó, se estiro y comió de un solo bocado el pedazo de hot dog. A Gilda no le gustaba mucho comer comida de ponis, pero ya que no tenía dinero eso era mejor que nada.

Luego de desayunar, Gilda pensó que encontraría al pequeño pony en la entrada del edificio, pero él no estaba ahí, pero no le importó mucho que digamos, era una grifo muy ocupada y no tenía tiempo para estar pensando en ponis desconocidos.

Gilda todos los días se aseguraba de asear sus plumas y su pelaje para que los demás ponis no se percataran de ella y la ignoraran como era costumbre en la gran ciudad. Cuando estuvo completamente aseada, se dirigió a la plaza central, era un lugar donde los turistas y residentes se encontraban para disfrutar del buen ambiente y la vista, pero no era esa la razón por la cual ella iba ahí.

-Hoye, fíjate por donde caminas-. Gilda le gritaba a un unicornio con el que choco, no porque no lo hubiera visto, simplemente ella había provocado que chocaran. –Tonto…-. Gilda decía esto mientras volaba hasta un árbol a ocultarse, solo para revisar la cartera que tenía en su cola. Ella había practicado mucho esta técnica para que no la descubrieran, aunque no encontró mucho en aquella vieja cartera.

Un poco decepcionada, Gilda al menos había obtenido un poco de dinero para comprar su almuerzo, tenía que arriesgarse un poco para conseguirlo, pues comida de grifo era algo que uno podía encontrar en la gran ciudad, pero a un gran precio. Gilda era carnívora por naturaleza, pero en la sociedad de los ponis, esto no es algo muy aceptable.

Al llegar a los barrios bajos, donde los ponys más raros se encuentran para comerciar con animales como comida, Gilda compro un pedazo de carne de cerdo, suficiente para quitarse el hambre, aunque luego de comprarlo lo devoro muy rápido, en verdad tenía hambre.

La tarde estaba cayendo, y Gilda simplemente se dirigió a su casa, aun con el recuerdo de su ex amiga regañándola.

-Que saben ellos…-. Gilda dejo caer una pequeña lágrima, que ella misma se limpió agitando su cabeza. –Quien los necesita-.

Gilda había llegado a la entrada de su edificio, solo para encontrar a un pequeño pony color café tirado en el suelo, cubierto de sangre, con cortadas y marcas de mordidas, gimiendo, casi en silencio.

Al reconocerlo, Gilda casi se desmaya, pero sabía que aquel pony no tenía familia, y nadie se haría cargo de él, por lo que voló lo más rápido que pudo con el niño entre sus garras. Al llegar hasta la ciudad, trato de pedir ayuda a un grupo de ponys que vestían de traje, y algunos otros que parecían simples turistas, pero ninguno le ayudo, de hecho no les importo que el pony estuviera cubierto de sangre, y algunos pensaron que ella lo había lastimado.

-¡¿Es que nadie va ayudarme?!-. Gilda estaba llorando, desesperada por que alguien la ayudara. De repente, sintió en su hombro un casco, al voltear solo miro a un pony encapuchado, aunque su tamaño era un poco más grande que el de los ponis normales. Gilda no soltaba al pequeño potrillo, ni siquiera cuando un aura mágica comenzaba a cubrir al niño, cerrando la mayoría de sus heridas.

-Debemos llevarlo a un hospital-. La vos era la de una dama, sonaba muy educada y propia, a tal grado que Gilda no dijo nada hasta que llegaron al hospital, esperaba que esta pony ayudara al pequeño. Cuando llegaron, la pony se quitó la capa, para revelar a la mismísima princesa Luna, quien le ordeno a los doctores que curaran lo más rápido posible a aquel niño.

Poco tiempo paso, y el doctor encargado salió a decirles a ambas que el potrillo estaba fuera de peligro, al parecer había sido atacado por perros hambrientos, cosa no muy rara en la gran ciudad.

-Te esforzaste mucho por ese pequeño-. La princesa Luna le hablo con una voz tan dulce que Gilda no pudo más que llorar, pues solo podía recordar el momento en que nadie quiso ayudarla.

-No fue justo, nadie quería… ayudarle…-. El llanto de Gilda proco que la princesa Luna la abrazara para consolara. Una vez mas calmada, Luna la miro y le dijo unas palabras que la confundieron un poco.

-¿Que harías si pudieras hacer pagar a quienes no te ayudaron?-. Gilda no entendió de inmediato la pregunta, pero fue hasta que unos ponis de color gris y alas de murciélago entraron seguidos de un grupo de ponis que Gilda pudo reconocer.

-Estos son los ponys que no te ayudaron, ahora bien, ¿qué debo hacerles para que paguen su negligencia?, podría dejarlos igual de lastimados que a ese pobre pequeño, o podría mandarlos a un calabozo hasta que supliquen por la ayuda que no recibieron… ¿tú que piensas?-. Esto se lo pregunto a Gilda, quien después de ver a aquellos ponis, tenía ganas de sacarles los ojos, pero al recordar la forma en que la habían tratado por ser como ella había sido, decidió mostrarles un poco de compasión.

-No hace falta, pero que paguen por la curación del pequeño, y por su vida también-. Luna sonrió ante semejante acto de compasión, por lo que sentencio que cada uno de aquellos ponis debería de pagar la curación y la educación del potrillo, lo que les causo una cara de miedo, que tuvo que desaparecer cuando la princesa les pregunto si tenían alguna objeción.

Una vez arreglado el asunto del potrillo, Gilda se había dispuesto a regresar a su casa a descansar, cuando algo la detuvo.

-¿Ya te vas? Esperaba que te hicieras cargo del pequeño, a menos que le tengas confianza a esos ponis-. Luna siempre había sido directa con cualquier asunto, y esta no era la excepción.

-Él ya está bien, ya no me necesita-. Gilda también era muy sincera, aunque le dolía un poco tener que dejarlo.

-Tal vez él no sea el único que te necesita-. Luna se le acercó para que pudieran hablar casi cara a cara. –Te eh observado por algún tiempo, no eres mala, solo cosas injustas, y a pesar de eso, dentro de ti sigues siendo amable con los demás-. Gilda no sabía que decir, era la primera vez que alguien se dirigía a ella de esa forma, era demasiado para un solo día.

-Eres muy especial, alguien como tú me sería muy útil… si me sigues, te aseguro que obtendrás el poder para cuidar a quien tú desees, a menos claro que quieras volver a tu casa en ruinas-. Luna observo el sol, debía de irse para que la noche comenzara, pero no sin antes dejarle algo muy especial a la joven grifo.

-Toma esto, si decides seguirme, solo apuntalo hacia la luna, y tu vida cambiara para siempre-. Dicho esto, la princesa desapareció en una explosión de luz, dejando algo confundida a Gilda. El objeto que le entrego era un broche con forma de espada miniatura con alas a los costados, parecía estar hecho de plata.

Al verlo, Gilda sentía que veía al pequeño, una vez más entre sus garras. Poco tiempo paso para que la noche llegara, Gilda aún estaba parada afuera del hospital, con el pequeño broche entre sus garras. Al ver que la luz de la luna la alcanzaba, miro hacia atrás, y luego nuevamente al broche, y lo apunto sin pensarlo hacia la luna. De la nada, Gilda había desaparecido del lugar, dejando a un pequeño pony que se había asomado por la ventana asustado por verla desaparecer.