Disclaimer: El Potterverso no me pertenece. Es de Jotaká y yo sólo lo tomo prestado un rato.

Este fic participa para el reto especial "Primero de septiembre" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Para mi primera participación, elegí a Septimus Weasley porque... porque merece amor y punto. He dicho.

Ranas de chocolate

—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó asomándose al compartimento. Un chico de su edad, pálido y de ojos grandes le devolvió una mirada desapasionada antes de encogerse de hombros—. Vale, gracias.

Septimus entró y se sentó. Era un chico larguirucho para su edad y las piernas le quedaban atrapadas entre los dos asientos. El niño pálido lo miró de reojo y volvió su atención al libro delgadito con dibujos que tenía en la mano.

El tren empezó a andar y durante el primer rato, ninguno de los dos chicos dijo nada. Septimus estaba muy concentrado mirando hacia afuera. Era primera vez que hacía un viaje tan largo y estaba entusiasmado. Palpó la bolsita con monedas que su madre le había dado para comprar algo de comida en el tren. Septimus sabía que sus padres no solían tener demasiado dinero y que dándole esas monedas, su madre estaba privándose de algo para ella. Pero también sabía que era importante para su madre que aceptara esas monedas.

—¿Algo del carrito, queridos?

El chico miró a la señora que llevaba golosinas. Era viejísima; más que la abuela. El otro chico estaba mirando el carrito con una expresión fascinada.

—Dos ranas de chocolate, por favor —dijo tras contar las monedas que tenía. La anciana le pasó las cajitas y siguió su recorrido por el tren.

—¿Quieres una? —le preguntó Septimus a su compañero. El otro asintió y recibió la caja que le tendía amigablemente. Apenas la abrió, la rana de chocolate saltó en su cara, ante la mirada sorprendida del muchacho.

Septimus no pudo evitar soltar una carcajada al ver la expresión del chico, pero rápidamente se dio cuenta de que para él no era tan gracioso. Septimus se paró y tomó la rana de la cara de su compañero. Con cuidado la depositó en la cajita que le devolvió a su compañero.

—A veces hacen eso —comentó—. ¿Nunca habías comido una?

—No —admitió el otro chico, agachando la cabeza—. Mis padres no son magos.

—Oh —dijo Septimus un instante después—. ¡Eso es genial!

El otro niño sólo sonrió.


No puedo evitar ver a Septimus como un chico amigable y simpático. No sé, es superior a mis fuerzas. Espero que les haya gustado, porque a mí me gustó mucho escribirla.

¡Hasta la próxima!

Muselina