Disclaimer: Los personajes, lugares y línea de tiempo de Harry Potter pertenecen a J.K Rowling.
Prólogo
Noviembre, 1981
Primera hora de la mañana, el sol aún no salía por entre las colinas que rodeaban Azkaban, y el personal de servicio aparte de los dementores lucía un poco aturdido pero listo para cumplir con su trabajo. Ella era la primera visita del día y no estaba segura de que la recibieran, pero iba dispuesta a ser recibida, a pelear por ello si se oponían por alguna regla incongruente. Estaban en plena guerra civil, muchos le habían aconsejado que no se acercara a la cárcel mágica, por lo peligroso que era y por su propia salud mental, pero ella no escuchó. Nunca los escuchó.
A la mañana siguiente haría otra visita: el lugar en donde Sirius había escogido enterrar a sus padres. En el mejor de los casos el mismo prisionero al que iba a visitar le diría cuál cementerio había escogido en esa misión a la que no pudo ir, demasiado destrozada como para hacerlo. Era el momento de enfrentarlo, lo sabía, y en el peor de los casos, bueno, no sabía lo que pasaría en el peor de los casos, probablemente se echaría a llorar y no tendría el valor de mirarlo a la cara y preguntarle una cosa como esa con todo lo que había sucedido la noche de Halloween.
Todo se dio, no obstante, como si estuviera dispuesto a suceder: la dejaron pasar, llegó a su celda, contempló su miseria y la miró directamente en sus ojos. Ver a Sirius le provocó un fuerte remezón en su interior, uno que asoció al haberlo extrañado tanto, pero eso era algo que no podía admitir en voz alta esos últimos días, no era correcto de ninguna manera extrañar a un asesino traidor que debería estar odiando con toda su alma por quitarle a sus amigos y llevarse todo el amor que pudo dar esos últimos años.
Si tan solo pudiera creerle a los tabloides, al profeta y a los miembros de la orden, a su propio bando, pero no podía.
Charlaron. Él era él, ella era ella. Él había vuelto a llamarla por su apellido con una mueca estoica mientras lamentaba su suerte cada tanto. Decía que había nacido para ello, para la desgracia, como el personaje más triste del libro más tedioso y desafortunado. Ella no sabía si reír o llorar, después de todo, él se lo había dicho muchas veces pero solo ahora comenzaba a creer que podía ser verdad, que su vida era un cúmulo de tragedias formadas en un círculo vicioso que no acabaría jamás.
— No les crees, ¿Verdad? —dijo él, luego de muchas trivialidades en el diálogo. Ella levantó la mirada, que en ese momento tenía puesta en una de sus botas, manchada con lodo, y tragó sonoramente, negando insistentemente con la cabeza.
— Cuéntame, por favor —le pidió, una súplica que le recordaba que él aún podía confiar en ella. Y accedió a decirle todo lo que había sucedido la fatídica noche en la que James y Lily Potter fueron asesinados por Lord Voldemort, siendo él el sucio traidor que los delató, le cortó el dedo al pequeño Pettigrew, mató a unos cuantos Muggles, a un mago y se echó a reír desaforadamente cuando lo tuvieron rodeado.
Según la gente.
Cuando el prisionero finalizó el relato, ella estaba apegada a los barrotes de su celda, sin importarle la barrera mágica que los separaba, creyendo que así estaría más cerca de él. Los guardias llegaron a sacarla, había pasado una hora y ni siquiera se habían dado cuenta. No creía que pudiera volver otra vez. Los ojos se le llenaron de lágrimas y él no pudo más que mantener distancia, con los puños cerrados, queriendo tocar con sus sucias manos esas mejillas morenas una última vez, pero la barrera mágica que los separaba no le permitiría tocarla, y las palabras ya sobraban.
Ahora solo quedaba decirle adiós y esta vez para siempre.
— Yo… —balbuceó ella cuando los guardias se acercaban a sacarla debido a su reticencia a retirarse voluntariamente. Lucía desesperada—. Yo jamás les creí, Sirius, te creo a ti. Todo va a estar bien, ¿Sabes? Sí, todo va a estar bien, te lo prometo… —musitó, insistiendo en buscar los ojos del prisionero, que no le creía de vuelta pero le ofrecía una sonrisa resignada, llena de ánimo, pero no para él, sino que para ella. Quería que se animara un poco al verlo sonreír.
No se lo dijo, pero valoró tanto que le creyera. Ahora no había nada más que hacer. Su corazón aún dolía cuando pensaba en sus mejores amigos, en el traidor, en Voldemort, en ella, en no volver a verla nunca más.
— Sirius —escuchó su nombre. La miró durante unos segundos y no pudo soportarlo, nunca le gustó verla llorar y de un momento a otro lloraba, lloraba a mares—. Dime dónde están, ¿Dónde están mis padres enterrados? ¿Por qué no me dejan saberlo, Sirius? Si es que esta es la última vez que nos veremos en la vida, solo dime.
Lo había olvidado. La orden nunca quiso decirle porque ella, en el momento en que fueron enterrados, impulsivamente hubiera ido a buscarlos, a despedirse de ellos en paz, arriesgando su vida por ello, pero ahora ¿Quién era él para privarle eso?
A ella le hubiera dado todo lo que pidiera, todo.
Y le dijo, porque él fue el encargado de hacer que los McKinnon tuvieran un entierro decente en su momento, hace ya tres meses.
— Gracias —los guardias se la llevaron de los brazos como si fuera una amenaza y Sirius detestó verlos ponerle las manos encima, pero ella estaba comenzando a oponer resistencia y no podían permitir que se desatara otro alboroto en la celda del asesino más aclamado de los últimos tiempos en la prisión mágica.
Sirius dio un par de pasos y con cuidado apoyó sus manos en los fríos barrotes, en los mismos que ella había tocado y a los cuales se aferró durante su relato. Sería una mentira decir que sentía algo de ella con hacer eso, pero la desesperación le hizo tocarlos de todos modos, pensando.
— Marlene —susurró y cerró los ojos como si se rindiera a rezar.
Años más tarde se daría cuenta de que ese había sido el momento más importante de su vida. Ese fue el último momento en el que le vio respirar, vivir, darle algo de su vida a través de la barrera que los separaba, dándole lo que todos esos amigos que le voltearon la espalda nunca le dieron. Al día siguiente, Marlene McKinnon se reencontraría con su familia en el cementerio en el cual él los dejó, pero una emboscada que involucró cinco mortífagos acabó mal. La orden no alcanzó a llegar a tiempo pues también los atacaron, y ella perdió la vida luchando.
Sola.
Claro que eso no lo sabía en ese entonces, privado de libertad y conocimiento, pero lo sabría, y más tarde que temprano. Desde ese día pasó doce años recluido en planes de escape, venganza y muchas memorias, todas las que pudo conseguir de un tiempo más feliz que ese, y volvió mil veces al inicio, a todos esos días en los que ella estuvo.
Eso, al menos, le permitió vivir entre seres que se empeñaban en arrebatarle el alma, la felicidad, y a ella.
¡Hola!,
me esforzaré por no dejar notas al pie de cada capítulo a no ser que sea estrictamente necesario, como esta. Primero, esta es una historia que subí hace mucho pero la estoy editando para mejorarla, aún no está completa pero voy camino a ello.
Para quien comience a leerla, dejo estos datos que sirven para entender el contexto en donde todo va a suceder:
1) Marlene y su familia son asesinados por mortífagos que no son identificados en el año 1981 —no hay mes exacto.
2) Sirius es ingresado a Azkaban en Octubre de 1981 por el delito del asesinato de varios muggles en la vía pública y, supuestamente, el de Peter Pettigrew, de quien solo quedó un dedo.
3) En algunas páginas se dice que Marlene es rubia (como morena, en otras) por lo que no encuentro que exista información fidedigna que compruebe su apariencia —espero que J.K algún día revele más sobre ella—; por esto, no la retraté como rubia sino como me la imagino en mi cabeza y así la verán en las descripciones.
4) La historia se radicará entre 1979 y 1981 (por eso su título)
Me encantaría saber sus opiniones, así que cualquier comentario, positivo o negativo, es bien recibido.
Saludos.
