Disclaimer: Hay una gran autora que se encargó de darnos una obra maravillosa, claro, no soy yo, sino Suzanne Collins. ¡Viva ella! Nada es mío, lamentablemente. Sólo me entretengo :)
Summary: Si tan solo los propósitos de año nuevo fueran fáciles de cumplirse.
Rating: K+
Genre: (Supuestamente) Humor
Llevar la cuenta
Madge observó con incredulidad el indicador de las calorías perdidas y dejó escapar un gemido ahogado maldiciendo en sus adentros.
—¡Veinte! —farfulló perdiendo el paso en la cinta. Comprobó que nadie estuviera mirándole.
La vida era injusta. ¡Eso no era ni siquiera un jodido caramelo!
¡Sus glúteos todavía tendrían los residuos del delicioso pavo de Navidad!
A ese paso nunca llegaría a bajar todo el peso adquirido durante las celebraciones decembrinas. Claro que no lo haría. Sabía que no debió hacer esa visita a su familia materna, no. Su abuela Donnie era una cocinera demasiado experimentada y sus suculentos platillos eran una tentación para todos.
Y se había resistido lo suficiente durante los primeros días.
¡Pero no! A su abuela se le ocurrió formar parte de la moda de los cupcakes y le preparó unos con un glaseado de fresas que le hicieron salivar hasta tenerlos en su boca.
Los devoró lamentándose por el futuro, jurándose que las demás comidas las racionaría… pero después de eso llegó el pavo, preparado por su madre, que desde años atrás no se había acercado a la cocina por sus constantes migrañas. Emocionada, no había podido decir que no. Los ojos de su madre habían brillado tanto que se había sentido bien durante el momento.
¡Pero ahora su cadera y glúteos lo resentían!
—Madge, deja de ser tan dramática —se reprendió en voz baja extendiendo su mano para coger su toalla. —Y superficial.
No sabía qué le había llevado a suscribirse al gimnasio a dos calles de su departamento. Estaba perfectamente bien saliendo durante las mañanas a correr.
Bueno, algunas mañanas.
Mejor dicho, las mañanas que corría hasta la panadería de los Mellark a comprar unos bollos rellenos de fresa.
Bajó la cabeza rendida, continuando con su caminata. Debía cumplir su propósito de año nuevo de ver por su salud, no podía continuar ingiriendo tantos azúcares sin tener una buena rutina de ejercicio.
Y sabía que por su cuenta no iba a hacerlo.
Recibir las facturas del gimnasio le obligaría a presentarse, no iba a botar ese dinero a la basura —no cuando el primer mes lo había pagado por adelantado, gracias a Peeta quiero-tu-bien Mellark. Pensándolo mejor, por lo menos el primer mes asistiría, cancelaría su suscripción y volvería a casa.
Pero después le remordería la conciencia cuando uno o dos de sus jeans volvieran a quedarle demasiado ajustados. No era muy rolliza, pero tampoco lo que se consideraba muy delgada. Estaba bien con su silueta, pero cada día había más enfermedades relacionadas a la mala dieta y debía tomar precauciones.
¡Oh, tonta Prim! La hermana menor de su vecina iba a volverla loca con tanta información que le daba. Cada día llegaba de su facultad con un dato nuevo que quería compartir con su hermana y ella, y cuando la mención de los trastornos metabólicos había llegado —combinados a enfermedades vasculares—, nada había vuelto a ser lo mismo. Por lo menos no para ella, a Katniss le importó muy poco que alguien le dijera qué hacer —incluso cuando se trató de su pequeño patito—, no iba a dejar de comer los bollos de queso de Peeta.
Jadeó y cerró los ojos para respirar profundamente. Al abrirlos miró la pantallita para checar las calorías…
—Hija de…
¡Cuarenta! Apenas y podía seguir caminando, no comprendía cómo llevaba diez días haciendo lo mismo y no se acostumbraba.
¡Era una tortura!
Incluso podía jurar que sus dedos dolían cuando quería enseñar a sus alumnos durante sus clases de música. Sentía calambres al interpretar en el piano, o cuando sostenía el arco del violín.
Debía dejar eso. La rutina del instructor era demasiado dura para un alma tan débil como la de ella.
Se apartó un poco de cabellos pegados a su frente y decidió que llegaría a las cincuenta. No era de las que se rendía tan fácilmente, ¡esa máquina no iba a ganarle! Todavía debía subirse a la bicicleta para concluir ese día y debía prepararse mentalmente.
Determinada, enfocó sus ojos azules en la pantalla. —Cuarenta y nueve, cincuenta. ¡Bien hecho, Madge! —se felicitó presionando el pequeño botón para ir donde su bolso y buscar la botella de agua.
Por lo menos la tirantez de sus músculos había disminuido un poco, porque el primer día había estado tan agotada que no pudo ni moverse medio metro antes de que sus piernas se doblaran como las de un bebito. Y ni qué decir de la mañana siguiente, no había podido levantarse de la cama y, de no ser sábado, se habría arrastrado hasta el baño para poder prepararse para el colegio.
El ejercicio no era lo suyo.
Mucho menos cuando la transpiración era tan incómoda y desagradable que lo único que deseaba era darse una ducha y untarse ese jabón con aromático olor a lavanda.
No entendía cómo algunos disfrutaban pasar el tiempo metidos en el gimnasio. Ella no.
Enderezó su cuerpo y dio un pequeño sorbo a la botella, sin excederse, sino después le pesaría el estómago y no llegaría a hacer otra cosa.
Evitó mirar el espejo en la pared, no tenía la necesidad de verse todo el tiempo, mucho menos cuando vería las curvas de más adquiridas por los pastelillos de la abuela Donnie. Además, sentía animadversión hacia la herencia de parte de su padre de las pronunciadas curvas de las Undersee, se había ganado las miradas de los hombres incluso antes de llenar por completo su primer sostén.
Frunció el ceño cuando inevitablemente su visión se desvió a su reflejo, como no había lavado el día anterior, había tenido que usar un top muy ajustado y pantaloncillos cortos que realzaban su trasero dejando muy poco a la imaginación.
Afortunadamente su hora habitual en el gimnasio era cuando menos concurrido se encontraba y no se veía obligada a compartir el sitio con demasiados hombres que le dirigieran miradas interesadas.
Atraía a los patanes por su aspecto. Una rubia, de ojos azules, con curvas, era imán para sexo sin compromiso, según Johanna Mason, una de las vecinas de su edificio. Con su racha de relaciones serias comenzaba a creerlo.
Recogió su bolso y cambió de sitio, dirigiéndose a las bicicletas, si se le hacía tarde saldría cuando más gente estuviera arribando, y prefería evitarse esa molestia.
Se subió al asiento, colocó sus pies en los pedales y comenzó.
Definitivamente era una tortura. Sus piernas reclamaban con cada subir y bajar, sentía una opresión desagradable en sus rodillas, y lo único que quería era largarse a su casa para sentarse frente al televisor sin moverse, disfrutando de un rico yogurt de fresas mientras pasaban las repeticiones de los capítulos de sus series, antes de los estrenos de las nuevas temporadas en febrero.
Cerró los ojos entonando en su cabeza una de sus canciones favoritas, había olvidado su reproductor en casa y debía encontrar la manera de entretenerse mientras seguía pedaleando.
Movió su cabeza con soltura sin cantar y abrió los ojos para mirar la pantalla.
—¡Hey! —exclamó al encontrar unos orbes grises frente a ella. Su corazón latió con rapidez por el susto, pero sus ojos recorrieron el rostro del tipo frente a ella. Era de piel aceitunada y tenía una sonrisa de lado que le daba atractivo, junto a sus cabellos negros despeinados.
¿De dónde había salido que fue tan silencioso?
—Eh, ¿hola? —dijo bajando la mirada para ver la pantalla, quince calorías. En verdad era patética para hacer ejercicio. Pero al devolver la vista al frente tuvo la oportunidad de darle un recorrido al pelinegro. Tenía un abdomen trabajado, no demasiado, pero sus oblicuos se marcaban en la camiseta sport gris que portaba.
—Quizá si dejaras de mirar tanto no pensarías que avanza muy lento, princesa —comentó él cruzándose de brazos, haciéndole notar sus bíceps, no muy pronunciados, pero sí fuertes. Su voz era gruesa y varonil, y su manzana había sido más notoria al hablar.
Tragó saliva antes de arrugar su entrecejo al verlo sonreír con arrogancia. ¿Estaba flirteando con ella? Si eso era, necesitaba mejorar.
Era apuesto, pero seguramente otro de los hombres que sólo se acercaban por su aspecto. Se preguntó por qué a ella le ocurría eso, ese hombre entraba en la categoría de los que le gustaban —los rubios o castaños no eran lo suyo— y de no haber tenido curvas no se habría acercado.
—¿Y a ti te importa porque… —emitió con sequedad enarcando una ceja. Su madre se avergonzaría de su falta de modales, pero todo lo que había aprendido de joven lo perdía cada vez que alguien se le acercaba con una actitud petulante como la de él.
Aunque podía ser educada con las personas que se lo merecían, claro.
Él soltó una carcajada. —Parece que alguien muerde. —Descarado, pretendía burlarse de ella.
—Y que alguien no sabe lo que es la privacidad —devolvió al notar que la cercanía entre ellos era cada vez mayor. No comprendía cómo, siendo que tenían la bicicleta separándoles.
Él se encogió de hombros sin darle importancia y dio un paso atrás, sonriendo divertido.
—Entonces, ¿cuánto tiempo llevas en el gimnasio? —interrogó él mirándola a los ojos. Vaya, eso era nuevo, hacer contacto visual le era difícil, por lo menos cuando la persona en cuestión decidía que todo su interés radicaba en sus pechos.
—Diez días —respondió con tranquilidad y él asintió con una mirada pensativa.
—No lo parece —murmuró para sí, pero de cualquier manera lo escuchó. —Con razón no te había visto antes, yo llego a esta hora comúnmente, pero el trabajo me retuvo y tuve que cambiar el horario.
—Parece que estaremos viéndonos más seguido —musitó con sarcasmo y los ojos de él brillaron con malicia.
—¿Te molesta? Porque a mí no, ya estoy cansado de sólo convivir con Clove, Gloss, Marvel y Cato, no son especialmente amigables. —Madge rió en voz baja, en su primer día el último de los cuatro se había acercado a ella invitador —provocando que se ganara el odio de Clove—, y después de rechazarlo se la pasaba evitándolo como la peste. Daba miedo.
—Pobre de ti, ¿por qué no cambiaste de horario? —interrogó soltando el manubrio y haciendo un gesto de obviedad con la mano, moviendo su cabeza al mismo tiempo.
—Lo pensé, pero ahora me he convencido de lo contrario.
"Tienes que estar bromeando", pensó debatiéndose si sentirse feliz o decepcionada de que él fuera a estar cada vez que llegara al gimnasio. Lo tendría que ver ejercitándose y se sentiría tentada a continuar asistiendo.
—Qué bien por ti—. Sonrió como lo hizo en todas las cenas de negocios de su padre, si él era muy perspicaz podría notar la falsedad, si no, caería como todos los otros.
Él volvió a reír agitando su cabeza. —A todo esto, Gale Hawthorne. —Extendió su mano y ella no pudo evitar darle la suya.
No mentiría diciendo que él no era guapo, y si tenía la posibilidad de darle la mano no la desaprovecharía. Por lo menos su mirada todavía no había bajado a su busto, así que debía sumarle algunos puntos.
—Madge Undersee. —Su mano se sintió cálida, pero un poco áspera, lo cual significaba que trabajaba con ella. Él silbó.
—¿Eres Madge Undersee? —Lo miró anonadada. —Soy el mejor amigo de Katniss —explicó él riendo de alguna broma privada.
—¿Así que tú eres quien seduce a las mujeres en El Escorial? —cuestionó apartando su mano de la suya, dándose cuenta que había transcurrido más tiempo del necesario, pero se había sentido bien con el firme apretón que él le había dado. El Escorial era un bar conocido en la ciudad, Katniss le había dicho que su mejor amigo era conocido por ir a ese lugar para divertirse. Ella no había mencionado nunca el nombre de dicho amigo, ahora que lo analizaba con detenimiento.
—¿Eso dice ella de mí? —Su gruesa voz sonó enfadada y ella se hizo la desentendida secando con su toalla el sudor de su frente.
—No exactamente, pero sigo sin comprender por qué te acercaste a mí, Hawthorne. —Cambió de tema tan inesperadamente que lo tomó desprevenido. Él asintió y talló sus ojos con su mano derecha.
—Si te digo que quería invitarte a salir no funcionará, ¿o sí?
Se rió divertida porque repentinamente sonó tímido, y Gale frunció el ceño dando un suspiro. —Quizá para la próxima, Gale —ofreció amistosamente, lo que provocó en él una verdadera sonrisa. Las otras no le habían parecido sinceras.
Gale asintió y ajustó el bolso negro que nunca se dio cuenta llevaba sobre su hombro.
—Bien, checa ahora la pantalla. Nos vemos, Madge. —Él se alejó tan rápido que no tuvo tiempo de despedirse apropiadamente. Siguió sus instrucciones y parpadeó asombrada por los dígitos en la pantalla.
Ciento veinte calorías.
¡Hola!, ¿cómo están?
Para aquellos que ya han leído algo mío, sé que debería preocuparme por lo que no tengo completo, pero no puedo. Por lo menos con los drabbles que tengo guardados no estoy convencida de que deba publicarlos en mi fic xD, así que hasta entonces no lo actualizaré.
Punto aparte. Tenía tiempo sin hacer Gadge, así que he decidido que en mis tiempos libres haré algún OS, viñeta o drabble de ellos dos y los publicaré aquí, si tengo la inspiración para hacerlo, se aceptan sugerencias también. A mi parecer hay muy poco Gadge en español jejje. No tendrán continuidad a menos que se me ocurra dárselas, pero lo especificaré :3
Sobre este, me sentí un poco solidaria por quienes llegan por primera vez al gimnasio. Al principio, duele.
Espero que les guste y no tener tantos errorcitos :), sino con gusto los corrijo si me los hacen saber.
Tengan un bonito día y hasta la próxima. Cuídense mucho.
Hoe:)
