FANFIC DE DOS CAPÍTULOS.
Participó en el quinesob de julio de 2009
Resumen: Sirius/James. En el Goldener Stern, pase lo que pase, la función debe continuar.
Advertencia: slash.
Dedicatoria: A todas mis amistades; a las que siempre están ahí y a las que pasan para compartir una sonrisa en los días nublados. ¡Feliz día del Amigo!
Pero, principalmente, este fic va para Caro (también conocida como nuestra querida emo!Lyn del Argentum_Alley). Gracias por darme la patada que necesitaba para escribir algo así. Espero puedas disfrutar el paseo tanto como yo :D
Agradecimientos: A la mejor beta del mundo, mi adorada Saiph. No sé si alguna vez podré pagarte todas las veces que te has quedado hasta tarde para revisarme algo. Gracias, preciosa, eres mi mayor soporte.
Nota de autor: Este fanfic ha sido escrito para un Amigo Invisible realizado entre cuatro amigas en una tarde con mucho tiempo libre, y tiene, en sí mismo, bastante historia. Cuando iba por la página siete, un problema con la computadora (y con la estupidez de la autora) causaron que perdiera todo y estuve por abandonarlo, pero el título con su mensaje subliminal me hicieron continuarlo. Armada de cabezonería y de amistades que me apoyaron en cada momento, que escucharon mis quejas, que me alcanzaron un pañuelo para que me sonara la nariz y limpiara las lágrimas y me dieron un sermón sobre siempre guardar todo con respaldo, comencé la ardua tarea de re-escribir. Este fic es el producto de ese impulso, de esa bronca conmigo misma y de esa gratitud para con la gente que no me dejó fallar.
Por eso, más que nunca, esto está dedicado a ustedes, chicas. A ustedes que me apoyaron, quienes me acompañaron cuando las necesité, que me dijeron que me querían leer, que me dieron una mano y me sacaron de la autocompasión. Gracias por estar ahí, por recordarme que la función… la función siempre debe continuar ;)
• La función debe continuar •
James corría entre los actores que estaban preparándose para el estreno mensual en el Goldener Stern. Iba de un lado a otro, con su varita en mano, solucionando los últimos desperfectos que siempre aparecían. Al pasar entre las actrices que estaban terminando de maquillarse, las que no lo habían visto llegar en la mañana lo saludaron al pasar, y James respondió el gesto con la mano, regalándoles una brillante sonrisa. Faltaba media hora para la función del primer viernes del mes, la función más importante de todo Septiembre, y, por lo tanto, la adrenalina estaba a flor de piel.
Intentando que todo estuviera perfecto, James se mezclaba entre los actores solucionando cada problema que se pudiera presentar con dedicación y prisa, porque cada dos minutos miraba el reloj, ansioso por el momento en el cual se levantara el telón.
James amaba el teatro, lo amaba de una forma que le llenaba el pecho y le producía cosquillas en el estómago como si cada momento previo a la función fuera una carrera en pos de atrapar algo. Era una adrenalina maravillosa y completamente adictiva, casi como una droga. Su padre decía que esa pasión era algo que llevaba en la sangre puesto que el teatro Goldener Stern había sido el negocio de los Potter desde siempre. Quizás fuera eso, que el teatro fuera su hogar y que la gente que se movía tras bambalinas fuera su familia, o quizás simplemente fuera el gusto que James tenía por la adrenalina y las emociones fuertes. El teatro era eso; era fuerza y pasión, era el correr de un lado a otro entre vestuarios de vistosos colores y maquillajes exagerados. Teatro era el calor de detrás de escena, un calor que en el más frío de los inviernos hacía que todos anduvieran sudando la gota gorda por las prisas de tener todo perfecto justo a tiempo.
El teatro era tantas cosas para James; era una fuerza que le latía justo sobre el pecho, y allí todo era rápido, todo era vida y no había tiempo para errores en escena. Aquello era como una prueba constante y algo nuevo cada día, era el paraíso para un alma tan inquieta como la de James Potter.
La voz de su amiga Alice lo llamó mientras corría para darle alcance. Ella había comenzado en el Goldener Stern a los ocho años, como la niña que se perdía en una de las tantas obras que habían pasado por el escenario de los Potter.
—¡James, espera, tengo que preguntarte algo! —Lo detuvo la actriz con una latente preocupación en su rostro redondeado. Alice estaba vestida de veela y su cabello, normalmente castaño, había sido hechizado para verse rubio como los seres mágicos que representaba.
—¿Qué pasa, Alice? —preguntó James sin dejar de caminar y obligando a la chica a seguirle el paso.
Ella lo siguió, recogiendo un poco su vestido con las manos porque había tanto movimiento en el vestuario que sería demasiado fácil que se le enganchara y dañara.
—¿Sirius estará listo para salir a escena? —preguntó Alice con una ansiedad que no podía disimular. Ella abría la obra en una escena con Sirius, y él todavía no había dado siquiera señales de vida.
—Estará en escena —dijo James, y justo en ese momento se escuchó el grito de su padre, haciéndolo recordar por qué estaba tan apurado. Alejándose de Alice, le guiñó un ojo antes de perderla de vista por girar en una esquina—. ¡Estará en escena aunque tenga que llevarlo a crucios hasta tus pies, guapa! ¡No te preocupes!
Alice suspiró, intentando creer en las palabras de su amigo, pero algo dentro suyo seguía muy ansioso. Era la primera vez que le tocaba abrir la obra y no tenía idea de cómo iba a reaccionar el público en un día de estreno.
El Goldener Stern era el hogar y mundo de James, dentro de él hacía su antojo, pero el "manda más" real del teatro seguía siendo su padre, y Charlus ordenaba y mantenía todo funcionando con mano de acero. Al pasar junto a unas actrices que ensayaban sus papeles, James les deseó "mucha merde, chicas", y ellas le correspondieron el saludo. Crecer en el Goldener Stern había sido una experiencia extraordinaria. Rodeado continuamente de más magia de la que cualquier niño hijo de magos pudiera imaginar, James no cambiaría su modo de vida por nada.
Cuando se volvió a escuchar el llamado de su padre, James se apresuró a ir. Salió de los vestidores hacia uno de los costados del escenario —uno que se encontraba fuera de la vista de los espectadores— donde se escondía una escalera que lo llevaba a la parte superior del teatro, allí, desde una gran tarima, se manejaban tantos los efectos especiales como la iluminación. Sus botas sonaron en el metal de la escalera conforme iba trepando por ella. Para apurar el paso, subió las tiras que conformaban los peldaños de dos en dos hasta llegar arriba.
En aquella oculta tarima sobre el escenario —la cual los actores llamaban "La Pandora" porque nadie sabía qué podía salir de allí. Incluso, se bromeaba con que de "La Pandora" saldrían las desgracias de la humanidad— estaban Peter Pettigrew y su padre Charlus platicando. También había un largo mesón sobre el cual estaban preparadas grandes cantidades de viales con pociones, cajas con diferentes polvos, hojas de árboles y todo lo necesario para los efectos especiales. Diferentes tipos y tamaños de lámparas que funcionaban con magia descansaban también sobre el gran mesón, y, más al fondo de "La Pandora", se podían ver baúles y cajas apiladas conteniendo lo utilizado en otras obras del Goldener Stern.
Por sobre sus cabezas estaban las cuerdas que sostenían el telón, y su padre estaba revisando todo lo que Peter tenía listo para los efectos de la noche. Peter era un amigo y había sido compañero de colegio de James. Ambos cursaron en la escuela de mitad de la calle y eran prácticamente inseparables desde que los cinco años. Cuando Peter cumplió la edad suficiente para hacer magia por sí mismo, comenzó a trabajar en el Goldener Stern haciendo lo mismo que James: correr de un lado a otro tratando de emparchar los baches y dejar todo a punto de caramelo para deleitar a la audiencia. En el último tiempo, Peter se había destacado en el detrás de bambalinas haciéndose cargo de los efectos especiales y de conseguir las pociones necesarias para los mismos. Ahora se encargaba de eso de forma fija. "La Pandora" era su responsabilidad y, aunque siempre James estaba dándole una mano, prácticamente hacía todos los efectos él.
—¿Qué es lo que necesita, mi director? —dijo James a su padre, hablándole con algo de humor y haciéndole un saludo militar que Charlus no vio por estar tachando en su inseparable anotador las cosas que Peter había preparado para que estuvieran todas en orden.
—¿Está Alice lista en el papel de la veela? —preguntó Charlus sin desviar la mirada del camino que iba de su anotador al gran mesón lleno de instrumentos y de regreso.
—Lista y nerviosa, como siempre.
—¿Y Frank, Edgar y Benjy?
James hizo recuento mental de lo preguntado por su padre.
—Más que listos y repasando sus diálogos como posesos.
Charlus asintió bastante complacido con la respuesta recibida. James sabía que si su padre prácticamente no preguntaba por el resto del elenco era porque a los Potter, en todos sus años de dueños del Goldener Stern, nunca el elenco femenino les había causado problemas. Las actrices eran siempre profesionales hasta el punto de lo irracional, y James sabía que eso se debía a Madame McGonagall y las exigencias de sus ensayos. Madame McGonagall era una antigua actriz del Goldener Stern que se había quedado como socia y coreógrafa. Se encargaba de las chicas recién llegadas y las preparaba para funcionar con tanta precisión como un reloj mecánico.
—Felicitaciones, Peter. Todo está en orden —dijo Charlus, dejando la conversación con James por unos segundos—. ¿Solucionaste ese tema que se nos presentó en el ensayo con la decapitación de Alice?
Peter buscó la mirada de James antes de responderle al dueño del teatro. James asintió. Algunas veces a su amigo le faltaba algo de seguridad en sí mismo, pero si había un problema que solucionar, sin importar el esfuerzo que eso requiriera, Peter era sin duda la persona para el trabajo; realmente tenía talento para los efectos especiales. James estaba seguro que, si alguna vez Peter decidía montar un show en la calle para hacerle creer algo a la gente, nadie dudaría de lo que sus ojos veían.
—Está solucionado —dijo Peter luego de recibir la aprobación de James—. Con Jimmy ya lo hablamos con Alice y estamos listos.
Charlus finalmente levantó la vista de su anotador para mirar a Peter. Lo conocía desde que James lo traía a jugar entre los asientos del teatro durante los ensayos. Prácticamente era tan hijo suyo como cualquiera que hubiera crecido bajo el techo del Goldener Stern.
—Espero que me sorprendas con esta, Pet —dijo Charlus, dándole un voto de confianza que a Peter le supo a gloria puesto que el padre de James ni siquiera preguntó cómo había solucionado el problema. Parte de ver crecer a las personas, en la filosofía que Charlus Potter tenía sobre la vida, era el ser conciente de cuándo es el momento apropiado para empezar a verlas como adultos—. Tengo ganas de que la gente salga gritando de terror.
Peter agradeció el gesto de Charlus con ligera timidez, pero con gran auto confianza. El clímax de la obra tendría unos efectos que dejarían a todos patidifusos.
—¿Algo más, papá? —preguntó James, sabiendo que se lo necesitaba abajo porque, como siempre pasaba, él era el caballito de batalla de todo el teatro. Donde faltaba algo o alguien, él iba a cubrir el puesto; donde algo se rompía, era su varita la primera que debía aparecer para solucionar las cosas. James hacía todo y sabía que algún día el Goldener Stern sería completamente suyo, así que hacía su papel de corcho tapa agujeros en aquella barca con mucho placer.
Charlus negó, pero cuando James estaba por volver a bajar para regresar a los camerinos, la voz de su padre le hizo la pregunta que realmente no quería escuchar.
—Espera, ¿está Sirius listo?
Había una sola cosa mala en crecer en un ambiente como el del teatro y tener un padre como Charlus Potter, y era que James nunca jamás había podido mentirle y obtener cierta credibilidad. Acostumbrado a dirigir y producir, y habiendo también crecido en el Goldener Stern, Charlus no era de los que compraran una mentira barata.
James no tenía secretos para con él.
Bueno, quizás sí tuviera alguno que otro secreto, como esa hermosa pelirroja que estuvo un tiempo iluminando su escenario con su maravillosa interpretación de la vida, esa con piel de porcelana y la mirada más verde que existiera sobre la tierra. A James todavía se le llenaba el estómago de mariposas al pensar en el nombre de Lily Evans. Una completa lástima que ella se hubiera ido a Paris en busca de convertirse en una real prima donna. Una verdadera lástima que aquel hermoso petirrojo, como solía llamarla Madame McGonagall, hubiera volado lejos del alcance de James justo cuando él estaba comenzando a tenderle la trampa apropiada. Aunque algo dentro del pecho de James le decía que ni ese secreto había podido guardarle a su padre y que, si quería dejar de ser como un libro abierto a sus ojos, tenía que empezar a tomar unas clases de actuación, y unas clases muy intensivas.
—¿Sirius? —preguntó, como queriendo hacer tiempo para ver qué diablos se le ocurría para cubrir a su amigo. Sin darse cuenta, comenzó a denotar su nerviosismo al pasarse la mano por el cabello, desacomodándolo mucho más de lo habitual, y luego cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro. Estaba jodido—. ¿Qué Sirius?
Charlus lo miró y, si las miradas mataran, James supo que su padre no hubiera tenido ningún pudor en asesinarlo. Conociendo tanto a su hijo como a su primer actor, Charlus se decidió por cambiar la pregunta:
—¿Por qué Sirius no está listo todavía y por qué estás tú...?—Pero antes de que Charlus pudiera terminar de reformular su pregunta añadiendo una muy poco santa amenaza para su único hijo, se escuchó el llamado de Madame McGonagall desde abajo.
—¡Charly, baja que te necesitamos! —La mujer, con su túnica verde y luciendo su sombrero de cuadrillé, nunca hizo tan feliz a James con alguna de sus apariciones. Charlus observó a su hijo, diciéndole solo con la mirada que más le valía tener a todos los actores listos y en escena en media hora, y bajó para ver en qué podía ayudar a Madame McGonagall.
James soltó el aire que sin darse cuenta había estado conteniendo.
—Merlín, eso estuvo bien cerca —murmuró y Peter se le acercó.
—¿Qué tan jodidos estamos? —preguntó Peter en un susurro, como temiendo que el jefe escuchara lo que decían y hacerse con una bronca que prefería evitar de cualquier manera.
James se llevó nuevamente la mano a la cabeza, jalando un poco de su cabello a causa del nerviosismo.
—Hasta el cuello. Sirius aún no ha llegado.
—Ouch, estamos muertos —gimoteó Peter bajando la vista, preguntándose cómo irían a hacer si Sirius no llegaba a tiempo para cuando el telón se levantara. ¿Acaso James tendría que remplazarlo? ¿Quién más se sabía los diálogos del protagonista?
El cómo había conseguido Sirius el papel principal en casi todas las obras del Goldener Stern era sabido por todos. Él había comenzado como Peter o como James hacía unos años. Primo del hijo del dueño, cuando escapó de la casa de su madre, consiguió trabajo en el Goldener Stern de "soluciona problemas". Al poco tiempo se hizo gran amigo de James y Peter, y los tres solían andar por todas partes en los días del estreno, haciendo del antiguo edificio del teatro tanto su patio de juego como su reinado.
—Tranquilo —dijo James, tomando aire para tranquilizarse a sí mismo y poder plantear bien las cosas—, no es para perder la razón. Sirius estará cuando el telón se levante aunque tenga que traerlo de las pelotas.
Peter asintió tragando saliva y James le hizo una señal con el pulgar hacia arriba para indicarle que todo estaría bien mientras volvía a desaparecer hacia el escenario bajando por la escalerita del costado. Peter volvió a mirar sus materiales de trabajo: todos organizados y listos para comenzar con los efectos... Si Sirius no llegaba para la hora en la cual el telón debía levantarse, quizás pudiera hacer algo de tiempo de ser necesario. Aunque, bueno, eso dependía de cuántos problemas quisiera tener James con su padre, porque él mismo no iba a declarar un acto de tal magnitud como propio.
En los vestidores, la ansiedad iba in crescendo. En una de las esquinas, el joven escritor de la obra, Remus Lupin, ayudaba a algunos de los actores a repasar por última vez sus líneas y fruncía el seño con cierta molestia cuando Edgar Bones le preguntaba cosas de última hora que debería haberle preguntado hacía semanas, al comienzo de los ensayos.
—¿No es un poco tarde para que quieras saber la motivación de tu personaje? —Escuchó James que preguntaba Remus, intentando ocultar su propio nerviosismo en el tono de su voz. James sonrió. Edgar solamente debía estarse divirtiendo a costa del nuevo escritor del Goldener Stern.
Remus parecía tan profesional muchas veces que las personas de su edad disfrutaban simplemente molestándolo para sacarlo de sus casillas. James se llevaba muy bien con él porque, aunque habían estudiado en lugares diferentes, Remus tenía su misma edad y era una persona muy fácil de tratar. Charlus, como director del Goldener Stern, le decía a James que cuidara de Remus, que posiblemente habían encontrado un escritor que les pudiera servir por mucho tiempo.
En el mundo mágico, como no existían lo que los muggles llamaban "cines", el centro de entretenimiento por excelencia era el teatro. El de los Potter distaba mucho de parecerse al resto de los teatros que se encontraban del otro lado del Caldero Chorreante, en el mundo exterior. El Goldener Stern era un teatro que estrenaba una obra por mes y que continuamente estaba necesitando de escritores y de nuevos actores. La idea del teatro que tenían los Potter era de algo siempre joven, siempre cambiante y dinámico que se mantuviera en el tiempo como un nexo entre las nuevas generaciones y aquel maravilloso y atrayente arte que todos ellos llevaban en la sangre.
El Goldener Stern estaba ubicado al final de la calle y tenía la fachada pintada de un vistoso color púrpura. Las fotos de las marquesinas les guiñaban el ojo a las chicas que pasaban meditabundas, necesitando de algo que les subiera el ánimo, y el teatro estaba siempre abierto para recibir a quien quisiera. Libre de todas las pretensiones de los teatros del exterior, el Goldener Stern era una brisa de aire fresco donde los actores jóvenes se probaban y luego buscaban ascender posiciones dentro y fuera del mismo. Charlus Potter tenía la misma filosofía de su padre y la del padre de su padre, porque no creía nunca en atar a los actores al teatro. "El teatro está para hacernos crecer", solía decirle a James cuando llegaba un actorcito nuevo, sin nombre ni experiencia, deseoso de adquirirla dentro del Goldener Stern.
Del Goldener Stern habían salido grandes estrellas de renombre, grandes guionistas y profesionales de la actuación, pero Charlus nunca les pidió que se ataran al teatro. Era parte del juego el poder llegar sin nada qué perder y todo por ganar. Dejando el alma en escena era fácil ver porqué el Goldener era una empresa familiar a la cual James quería dedicarle su vida y su pasión. Dentro de aquellas paredes se respiraba cuento y magia, se respiraban historias fantásticas que hasta a los crecidos con magia les helaban la sangre o les calentaban el alma a fuego lento.
Normalmente, el Goldener Stern tenía cinco funciones rotativas y todos los meses un nuevo estreno. Lo que para un teatro común del mundo muggle era imposible de hacer con solamente una compañía de actores, el Goldener Stern lo hacía habitualmente con un elenco de veintitrés personas en escena y un total de casi cuarenta trabajadores entre los cuales se contaban los mismos Potter, que siempre estaban dispuestos a cubrir el puesto que fuera con tal de sacar la función adelante.
Pasando entre los actores, intentando no ser notado, James fue a los percheros para tomar el traje de Sirius, decidido a irlo a buscar y cumplir con su palabra de llevarlo a escena arrastrando por las pelotas. Le preocupaba un poco que su madre, quien se encargaba del maquillaje y el vestuario, notara su presencia e hiciera preguntas que lo obligaran a volver a pasar por el tedioso momento de intentar mentirles a sus progenitores. No había caso, James siempre había sido de los descarados que preferían la cruda verdad a una mentira. ¿Por qué sus padres no podían ser como él y simplemente aceptar que, faltando menos de veinte minutos para el estreno y con los boletos agotados desde hacia días, el actor principal no se encontraba en el establecimiento? Hubiera sido interesante ver de qué color se ponía su padre al enterarse de que Sirius ni había llegado, pero no era interesante el castigo que James sabía que se llevaría por eso; después de todo, tener a los actores listos y en su lugar era parte de su propio papel.
Antes de lograr deslizarse fuera de los vestidores con el traje de Sirius sobre el brazo, Alice lo detuvo nuevamente.
—James, ¡Sirius sigue sin aparecer! —dijo la chica a modo de enfrentamiento. Se notaba que cada vez se estaba poniendo más nerviosa. Alice era muy valiente en el escenario; cuando salía a escena, era tan segura como precisa en sus diálogos y representaciones, pero detrás de bambalinas, era un simple dolor de huevos para James, que vivía intentando calmarla.
James esperaba que pronto se echara novio y descubriera que un polvo antes de subir a escena era siempre tan buen relajante como la mejor de las pociones.
—Qué estará en escena, Alice, deja de preocuparte —Sin saber bien cómo escapar de las preguntas de la chica, James vio la salida perfecta a pocos pasos de distancia—. ¡Frank! ¡Alice quiere que repases con ella la escena que tienen juntos!
Con la maestría que da haber crecido en un ambiente así, James logró deshacerse de Alice antes de que esta le diera el golpe en la cabeza que se merecía por ponerla en tan comprometedora situación. Alice y Frank Longbottom llevaban tanto tiempo tonteando entre ellos como James detrás de escena. Eran la no-pareja que llenaba todos los cotilleos en el Goldener Stern. El único problema era que Alice siempre estaba esperando y Frank nunca encontraba las líneas perfectas para decirle que la quería.
James esperaba que esos dos se acostaran pronto. Quizás eso relajara a Alice antes de subir al escenario.
Con una sonrisa en el rostro al pensar que había hecho su buena acción del día, James logró escabullirse hacia la salida del camerino con el traje doblado sobre el brazo.
La puerta lo llevó directo al callejón de atrás del Goldener Stern.
Al salir al exterior, el frío de la noche Londinense golpeó a James en el rostro y en el cuello, obligándolo a cerrarse un poco las solapas del traje marrón que tan despreocupadamente llevaba en el interior. Afuera todo estaba ennegrecido por la desaparición del sol y hacía frío, mucho frío. Faltaba la luz y el calor del interior de tal manera que James nuevamente volvió a preguntarse dónde realmente transcurría la vida. ¿Transcurría ahí, en el grisáceo y frío Londres, entre la llovizna y la humedad del callejón, o en su teatro, donde todo era expectativa, adrenalina y color?
Los Potter siempre habían vivido por y para el teatro, y James sabía que él no sería quien rompiera la tradición. Lucharía para proteger su amado modo de vida, su forma de ver las cosas y a las personas que consideraba su familia, porque desde las jóvenes actrices que le pedían que reparara alguna parte del vestuario, junto con las miradas de Madame McGonagall al final del día cuando se la veía complacida por lo bien que había salido una función, pasando por las bromas con Peter, las charlas con Remus y la increíble complicidad con Sirius, era lo que hacía de a la forma de vivir de James.
Faltando solamente veinte minutos para que el telón se levantara, y siendo que los espectadores ya debían estar ocupando sus localidades, James rogó porque su presentimiento de dónde podía encontrarse el actor principal estuviera acertado. Después de todo, no tenía tiempo de peinar medio Londres en la búsqueda de alguien que resultaría imposible encontrar si no quería ser encontrado.
Caminando hacia el borde del pequeño callejón que se formaba entre el Goldener Stern y el edificio contiguo, James encontró la escalera que lo conduciría al techo y comenzó a subir por ella. El edificio del Goldener Stern era antiguo y había sido reformado en muchísimas ocasiones, algunas veces hasta dejarlo irreconocible, porque el teatro de los Potter era absoluta novedad. Un teatro fresco y en continuo y eterno cambio.
James debió echarse el traje de Sirius al hombro porque necesitaba agarrarse bien de los peldaños para escalar. El viento soplaba más fuerte arriba y la humedad del ambiente volvía todo mucho más resbaladizo de lo que la prudencia exigiría.
Actualmente, el Goldener Stern tenía un estilo interno y externo perteneciente al movimiento art nouveau. Una arquitectura con curvas de importante valor decorativo y diversidad de materiales. Las escaleras y los pasadizos llenaban cada curva y cada recta, y James las conocía como la palma de su mano porque, desde que había aprendido a caminar, se había encomendado a la difícil pero satisfactoria misión de conocer su teatro como nadie. Se conocía cada recoveco, cada chisme e historia.
El pintar el teatro de púrpura había sido un capricho del abuelo de James tras perder una apuesta con Charlus. El pasadizo que conectaba el escenario con el sótano solamente se abría si sabías que era necesario pisar cuatro veces fuerte y una suave con la punta del pie. La lámpara del segundo palco —ese que siempre alquilaba alguna familia mágica de nivel económico elevado y de pocas ganas de juntarse con el resto del público— era en realidad un intercomunicador que permitía que todo lo dicho dentro de ese palco pudiera oírse desde el armario de limpieza del cuarto piso.
James conocía cada segmento de su teatro y conocía a sus actores. Por eso fue que, al llegar finalmente al techo y poder poner ambos pies en suelo firme, no le sorprendió encontrarse a Sirius Black recargado contra el lado interno de la marquesina, con un cigarrillo encendido en los labios y las luces de los carteles iluminándolo con cierto dramatismo.
James estuvo por saludar a Sirius con un "¿Qué diablos estás haciendo aquí, grandísimo imbécil?", pero algo lo hizo fruncir el seño y aminorar la marcha. Dio dos pasos, el suelo estaba algo mojado por la humedad en el ambiente, y sus pisadas sonaron como si caminara sobre rocío. A causa del ruido, Sirius se giró y su mirada se encontró con la de James.
—Hey —dijo James a modo de saludo, queriendo romper el silencio.
—Hey —respondió Sirius, todavía con el cigarrillo entre los labios, luego de un momento de duda, como si James fuera un espejismo y no quisiera hablar con él para no demostrar demencia. Tomó el cigarrillo entre sus dedos y se quedó mirándolo, soltando lentamente el humo en el frío de la noche.
—¿Pasa algo? —preguntó James, olvidando por un momento que estaban con el tiempo acotado. Había una cosa extraña en la forma en la cual Sirius lo miraba; profundo y con algo que no lograba leer en sus ojos.
—No —respondió Sirius, quizás demasiado rápido, aclarándose la garganta porque parecía no haber hablado en bastante tiempo—. Por cierto, ¿qué hora es?
Cierto, la hora. James recordó mirar el reloj y se olvidó de todo lo demás. Si Sirius estaba ocultando algo, pues que lo siguiera escondiendo. Más adelante lo averiguaría, de momento era más importante ponerse manos a la obra que el tiempo apremiaba.
—Si no estás abajo y vestido en cinco minutos —respondió, dándole un golpecito a su reloj antes de volver a bajarse la manga de su chaqueta—, será la hora que aparecerá en tu partida de defunción. Así que prisa, vamos. Mueve el culo, hombre.
Sirius no respondió su pulla como normalmente lo hacía, y se limitó a darle una última calada a su cigarrillo para luego tirarlo al piso y aplastarlo con la punta de su bota, sin dejar de mirarlo de una manera particular. James alzó una ceja desconcertado.
Sirius había comenzado en el teatro a los quince años, después de escapar de su casa por una pelea con su madre que cerca estuvo de acabar en violencia mágica. Aunque de eso habían pasado solamente cuatro años, James se sentía ligado a Sirius como si fueran hermanos; compartían los mismos gustos, el mismo lenguaje y sentían lo mismo por el Goldener Stern.
Un día, James había escuchado a Madame McGonagall decirle a su padre —cuando ella pensaba que nadie la oía— que Sirius tenía estrella para el teatro. Sirius era drama y comedia, tragedia y farsa, todo al mismo tiempo, y cuando estaba sobre el escenario era pasión y fuerza conjugadas para lograr atrapar a la audiencia como lo haría la tela de una araña.
Bien, Sirius podía tener estrella para el teatro y James podía compartir esa idea, pero si no comenzaba a ponerse su traje justo en ese momento, él prometía estrellarlo rápidamente, no importaba si algo no estaba bien.
—Sé que soy guapo —dijo James, cruzándose de brazos al ver que Sirius seguía observándolo ensimismado en lugar de estarse contagiando de la ansiedad que él mismo sentía por el poco tiempo que les quedaba—, pero no es para que te me quedes viendo y no comiences a cambiarte.
Sirius lo miró unos segundos más, con algo indescifrable en el gris de sus ojos y sacudió la cabeza, como deseando aclararse las ideas.
—¿Tanta prisa tienes por verme desnudo, James? —preguntó Black, reaccionando al fin. Su voz no sonó como siempre, pero James no supo decir qué era lo diferente.
Aun así, Potter no se mosqueó para nada, no había tiempo para jueguitos.
—Tengo prisa por ver el culo que tendré que patear si no te cambias rápido, Black.
Sirius finalmente sonrió y le regresó nuevamente el traje que James había subido para que lo sostuviera.
—Te faltan cien años para patearme el culo a mí —replicó. Pero, al ser conciente del poco tiempo que faltaba para el estreno y la prisa que llevaba James, empezó a desabrocharse la camisa. Si James no hubiera sido igual de despreocupado que Sirius, por ahí se hubiera dado cuenta de que su amigo estaba a punto de cambiarse sobre el techo del Goldener Stern... pero el edificio era alto y las marquesinas cubrirían la escena. Además, si alguien veía a Sirius desnudo sobre el techo del teatro, ¿qué mejor publicidad que esa? Podría haber argumentado el mismo Black.
James se acercó para ayudarlo y, cuando tenía la camisa desabrochada hasta la mitad, lo hizo sacársela por sobre la cabeza sin terminar con los últimos botones.
—Vamos, vamos. Moviendo el culo que no hay tiempo —lo apuró, dándole la camisa del traje que debía vestir para la obra. Una prenda de un intenso bermellón con detalles en dorado.
El viento helado de la noche sopló, y Sirius se pasó la camisa del traje por sobre la cabeza sin terminar de desabrocharla.
James sonrió divertido cuando Sirius terminó con el cinturón, desabrochó sus pantalones y bajó el cierre de los mismos. Sacó el pantalón del vestuario de la percha con la cual había llevado todo el paquete de ropa y, esperando a que Sirius terminara de quitarse los zapatos para terminar de desnudarse, se lo alejó.
—Debería vengarme por el que me hicieras subir a buscarte hasta acá arriba—dijo, sabiendo que Sirius debía estarse congelando.
Black solo alzó una ceja.
—Sabes que podría bajar a actuar así —amenazó Sirius, conciente de que su amigo bromeaba con absolutamente todo, con todo menos con lo que pasaba en y sobre el escenario.
Por su parte, James decidió no dejarse manipular con tanta facilidad y se encogió de hombros.
—Si haces eso, le darás suficiente material a Madame McGonagall para sus noches de soledad.
Sirius simplemente rodó los ojos y le arrebató a James los pantalones de las manos, comenzando a ponérselos. La falta de contestación hizo que James volviera a preguntarse qué había pasado... Sirius no era de dejarle la última palabra cuando discutía con él. Sirius no era de dejarle la última palabra a nadie en ninguna circunstancia a decir verdad.
—¿Por qué has llegado tarde? —preguntó, mientras su amigo se terminaba de subir la ropa y quitaba el cinto de sus otros pantalones para utilizarlo en los del vestuario.
El silencio inicial de Sirius fue extraño. James, aún atrapado por la optimista energía que se sentía dentro del teatro, se esperó una rápida respuesta como las que Sirius estaba habituado a dar: quizás un "fue culpa de una morena" o "es que esa rubia merecía más tiempo", como eran las explicaciones más simples y razonables para todos los retrasos de su amigo. Siempre una chica, siempre algún lío de faldas, y por eso mismo el teatro también le gustaba mucho a Sirius. Una vez James lo escuchó decir que actuar era como hacerle el amor a toda la audiencia al mismo tiempo —bueno, Sirius posiblemente había usado "follarse a toda la audiencia", pero James no podía evitar cambiar la expresión para que otras mentes no tan Siriucianas la comprendieran.
En la penumbrosa oscuridad del techo del Goldener Stern —donde realmente no había buena iluminación, solo el reflejo de las marquesinas encendidas— era difícil ver si el traje estaba perfectamente puesto, así que James dejó en el suelo el resto de la utilería y se acercó a su amigo para ir revisando pedazo por pedazo. Sirius se quedó instintivamente quieto mientras James le terminaba de acomodar el cuello de la camisa y después pasaba las manos por su pecho revisando, más por el tacto que por la vista, que todos los botones estuvieran en su respectivo ojal.
Cuando James llevó las manos más abajo, terminando con la camisa y revisando que el resto del vestuario estuviera bien colocado, le sorprendió que Sirius desapareciera la distancia que los separaba. Fue extraño, James se quedó con los ojos abiertos y las manos atrapadas entre ambos, justo sobre la entrepierna de su amigo, dentro de un improvisado abrazo. De no haber sido tomado tan por sorpresa, posiblemente James hubiera preguntado su tan habitual "¿Qué diablos?".
Estático, sintiendo su corazón acelerarse sin saber la razón, James se dejó atrapar por ese confuso acercamiento. Sirius apoyó la cabeza sobre su hombro y lo acercó todo lo posible; lo envolvía una energía extraña. Sirius siempre tenía energía, siempre parecía más vivo que todos, como si cada segundo pudiera ser el último. Algo dentro del pecho de James se comprimió cuando el abrazo se volvió todavía más sentido. Sirius se aferró a él como si no lo hubiera visto en años, como si hubiera muerto y lo encontrara en el más allá, y la respiración de James se comprimió un poco por todo el sentimiento que esa simple acción transmitía.
—¿Sirius? —llamó, con la voz algo quebrada y sin saber por qué razón lo embargaba esa contagiosa y melancólica emoción. Solo sabía que Sirius era el culpable, que él transmitía emociones como el aire lo hacía con el olor a lluvia antes de la tormenta—. ¿Qué pasa, tarado? —preguntó, intentando relajar la situación —. ¿Nos caímos de la cama queriendo afecto?
Un poco en tentativa, James consiguió liberar sus manos y corresponder el abrazo. De no conocer a su amigo como lo hacía, hubiera jurado que eso contra su cuello era una extraña humedad.
—Mierda, hombre ¿qué es lo que...? —Y no pudo terminar su pregunta porque Sirius rompía el abrazo para verlo a los ojos a esa nula distancia. En su mirada había calidez y tormenta, pero James no tuvo mucho tiempo para perderse en ella porque Sirius estaba volviendo a alejarse.
Si James no conseguía rápidamente una explicación, iba a empezar a volverse loco. Y faltaban menos de diez minutos para el comienzo de la obra y contando para el comienzo; quizás volverse loco no fuera tan mala opción.
Sin saber si moverse o no, y sin saber cómo hacerlo, James se quedó mirando al lugar donde antes había estado su amigo de pie. Cuando finalmente reaccionó, notó que Sirius se dirigía hacia la escalera.
—¡Vamos, James! —Escuchó que él lo llamaba, pero algo no terminaba de encajar. Sirius era un actor genial y todo con él podía ser una obra, pero lo de recién, aquel abrazo, aquella mirada, eso no era actuación. ¿Qué le ocurría?
James recogió las cosas de utilería y la ropa que Sirius había dejado rápidamente y se dirigió a la escalera, justo cuando su amigo comenzaba a bajar.
—Espera —lo detuvo, de pie junto a la escalera de emergencias, con Sirius descendiendo por ella—… ¿Qué fue eso? ¿Qué ha pasado?
Sirius lo miró con algo similar a la ternura y luego bromeó, como no podía ser de otra forma con él.
—Solo quería asegurarme de haber caído del lado correcto.
¿Caer? ¿De dónde? ¿De la cama como James había bromeado? Cada segundo, Potter entendía menos.
—¿Caer? —James se quedó con más dudas que respuestas, pero Sirius ya bajaba por la escalera y, si querían estar para cuando el telón se levantara, él debía también apresurarse—. ¿Qué mierda te fumaste esta vez?
Continuará…
Gracias por leer y por comentar. ¡Nos leemos pronto con el segundo y último capítulo!
