Dharma

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"…entonces, los lazos que han atado al corazón son desatados, las dudas de la mente desaparecen y la ley del karma no funciona más"
Brihadaranyaka Upanishad

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El viaje desde Himachal Pradesh a Uttar Pradesh era largo y agotador, en especial en esos años convulsos, pero Jamyang (1) era joven y fuerte aún a sus 35 años y al fin había alcanzado la sagrada Varanasí (2) y en poco tiempo más estaría en su destino, Sarnath (3), aún a unos kilómetros de la ciudad.

Había sido enviado por el propio Dalai Lama, refugiado ya por esa época en territorio hindú, al mítico lugar en que el Buda había dado su primer sermón. Aunque de los templos originales no quedaba mucho o estaban destinados a otras creencias, seguía siendo uno de los últimos monasterios budistas que se negaban a desaparecer de esas tierras que vieron nacer la doctrina: la India.

Se había demorado más de lo esperado en el trayecto y la temporada de lluvias casi le pisaba los talones. Tenía mucho trabajo diplomático por delante y poco tiempo para llevarlo a cabo, de modo que no fue hasta el tercer día ahí, que se topó con el niño.

Una vocecita infantil a sus espaldas que lo forzó a volverse un poco sorprendido, mientras estudiaba una antigua inscripción en una pared de los vestíbulos contigua a los aposentos de los ancianos, esperando para hablar con ellos por enésima vez. Era poco frecuente que los niños del monasterio deambularan a esa hora del anochecer por esa parte del edificio.

- Maestro, ¿naciste en el Tíbet, cierto?

Su sorpresa creció al ver que no era uno de chicos iniciados, sino uno diferente, que había visto sentado junto a uno de los monjes más ancianos esa misma mañana. Le había llamado mucho la atención lo concentrado que permanecía, escuchando la lección que el venerable daba en ese momento, el infantil rostro ensombrecido en un gesto serio, casi adusto.

Pero, por sobre todo, le había llamado la atención esa cabeza cubierta aún de una copiosa, y también inusual, cabellera dorada.

- Curiosa tu pregunta – rio quedamente. No creía verse tan distinto de los otros monjes, todos vestían los mismos mantos color azafrán, y estaba seguro que el chico no podía estar al tanto de la llegada de un forastero -. ¿Por qué la haces?

- ¿Por qué debo tener un motivo para querer aclarar una duda?

El Lama pestañeó, asombrado no sólo por el tono de la respuesta, bastante impropio dentro de la disciplina de un monasterio, sino también por la serenidad en la voz y la claridad en la expresión, poco frecuente en un niño tan pequeño, pero, de todos modos, no tuvo claro por qué no le regañó con dureza (cómo habría sido lo normal), si no, por el contrario, le habló con suavidad.

- En efecto nací en el Tíbet – respondió con un dejo de tristeza aunque sonreía plácidamente -. Pero, junto con otros, lo abandoné hace algún tiempo y ahora resido en este país, la India.

- El niño inclinó la cabeza hacia un lado, comprendiendo al parecer.

Había preguntado a los demás monjes, intrigado, quién era ese chico y por qué se le permitía conservar su cabellera, a lo que le respondieron que no sabían mucho de él y que no le habían cortado el cabello por disposición de los ancianos. Nada más.

Averiguó, también, que llevaba un par de años ahí, que se le permitía ir y venir bastante a su antojo y que, incluso, se le asignó un lugar para dormir junto a los maestros, no con los novatos. De nuevo, todo por disposición de los ancianos.

Sobre los padres del pequeño no logró averiguar gran cosa; la mayor parte de lo que se hablaba de ellos era sólo rumores. Nadie conocía su verdadero origen ni su casta, aunque la mayoría pensaba (con mucha lógica, de paso) que uno de los padres debía de ser, forzosamente, un extranjero, pero lo cierto es que, cuando lo encontraron siendo un bebé aún muy pequeño a la entrada del monasterio, sólo traía un papel con una palabra y una fecha indicada como la de su nacimiento, escritas con letra muy pulcra:

Shakyamuni, nacido el 8vo día de la quincena brillante de Bhâdrapada (4).

¿Era el nombre del pequeño? En la India era común que los niños llevaran nombres de dioses o santos, para guiar al niño a una vida correcta, pero Shakyamuni (5) no era para nada habitual; de hecho, ese niño era el primero que conocía con ese nombre de Gautama. ¿Pertenecía, de algún modo, al antiguo clan Shakya?

De todos modos, los monjes no lo llamaban así, pues el día a día había acortado el nombre hasta dejarlo en Shaka.

La vocecita infantil cortó el hilo de sus pensamientos.

- ¿Por qué y para qué he nacido?

Se demoró varios segundos en digerir lo que había salido de los labios del pequeño, pues la pregunta había surgido sorpresivamente y lo había tomado desprevenido. Y nuevamente estaba sorprendido. Muy sorprendido.

Tardó otros segundos más en ordenar sus pensamientos para darle una respuesta, pero lo que le llegaba a la mente le parecía demasiado complejo para un niño. Jamyang se debatió otros momentos más entre darle la respuesta que consideraba como la correcta o limitarse a algo que un niño pudiera entender.

- Has nacido para… cumplir con tu rol en la vida – respondió al cabo, amablemente, inclinándose al fin por la respuesta que creyó sería suficiente para un niño tan pequeño el cual, además, aunque debatiera con los mayores, evidentemente aún no había sido iniciado.

Eso decía esa brillante cabellera rubia que ya crecía más allá de los hombros.

Shaka lo miró insistentemente, el tierno rostro contraído en un mohín de seriedad y extrañeza, pero al cabo, inclinó la cabecita y se quedó mirando el suelo fijamente.

El hombre atribuyó el silencio a que el chico asimilaba la respuesta, lo que le daría la razón sobre que había respondido lo adecuado. Pero, en realidad, por la mente del pequeño Shaka pasaban cosas un poco distintas.

El niño se preguntaba a sí mismo por qué se había acercado a aquel forastero, aunque tenía la excusa de que, a pesar de vivir desde que tenía uso de razón en ese monasterio y rodeado de monjes budistas, jamás había visto a un auténtico Lama (6) y eso incitaba su natural curiosidad infantil.

Era eso, que viniera de ese país enclavado en las montañas, lo que llamaba fuertemente su atención, y unido a su avidez por comprender lo que lo rodeaba, eran motivos más que suficientes para que el chico, que jamás había sido tímido, le hablara sin rodeos.

Shaka sentía que había algo en ese hombre que le resonaba, algo que murmuraba sobre encuentros, sobre retornos. Lo sentía como una presión a la altura de su corazoncito, quitándole ligeramente la respiración. ¿Eran respuestas a sus innumerables dudas? Eso pensaba en un principio mientras lo contemplaba deambular frente a las habitaciones de los ancianos, pero el intento no había dado buenos resultados. No era respuestas a sus preguntas lo que debía buscar en él.

¿Quizá era porque aquel hombre podía ver lo que otros no? O quizá era porque los Lamas venían de allá, de las montañas.

Del Himalaya. Allá dónde las banderas de oración flamean al viento, o eso le habían dicho.

¿O recordaba?

Al ver que el tiempo pasaba y niño no replicaba nada, el monje se dispuso a retornar la espera y la lectura de las inscripciones. Ya se había girado completamente cuando esa vocecita chillona, y un poco desagradable, lo hizo detenerse y volver a fijar toda su atención en él, ahora sí genuinamente sorprendido.

- Creía que había nacido para seguir la enseñanza del Dharma y no volver a nacer más.

Contuvo la exclamación de sorpresa.

No recordaba haber tenido ese conocimiento cuando era un novato recién ingresado al monasterio de Drepung. Los primeros meses había estado más preocupado de sobrevivir a la dura disciplina (que solía ser muy brutal) que a comprender lo que los maestros decían. Y eso que, por ese entonces, ya era un par de años mayor que el pequeño Shaka.

Ambos se contemplaron largamente. El adulto se sintió algo extraño al ser examinado con tanta atención por esos ojos azules, tan poco frecuentes en un monasterio.

Definitivamente no esperaba ese comentario en un niño de seis años.

Pero la primera impresión se borró y al cabo volvió a calmarse. Sonrió dulcemente al tiempo que posaba una mano en esa cabecita dorada.

- Sí, Shaka sí. A eso venimos: a descubrir cómo salir del ciclo de reencarnaciones, dejar el Karma atrás y encontrar la liberación.

El pequeño asintió, al tiempo que se acariciaba el mentón con un pulgar en otro gesto de concentración muy poco usual en un niño.

- Está bien… – dijo al final, quedamente.

Se volvió lentamente, desprendiéndose del gesto cariñoso, y se alejó por el pasillo rumbo a la sala dedicada a la veneración, a cuyo costado estaban las grandes estatuas de Buda y que a esa hora ya estaba casi completamente sumida en tinieblas.

Jamyang lo siguió con la vista mientras se alejaba, pensando en que no esperaba encontrar un niño como él alguna vez. Así eran aquellos que se convertirían en Dalai Lama, en Budas y los niños que eran reclamados por Occidente una vez cada varios cientos de años, aunque eso último no era más que una leyenda…

Pero, quizá ése…

Su tercer ojo se estremeció y de pronto tuvo la certeza de que esos niños que partían a Occidente para convertirse en guerreros, no eran una leyenda. Y comprendió por qué los ancianos no habían atado a Shaka a ninguna de las reglas de los monasterios. El chico jamás sería un monje.

Su destino era absolutamente diferente.

- ¡Shaka! ¿A dónde vas?

A dónde siempre voy – respondió serenamente, volviéndose para mirarlo a medias.

- ¿A la Stupa? Pero, Shaka, estará a oscuras a esta hora.

- No importa.

- ¿Por qué vas ahí?

- Porque prefiero las respuestas que me da él.

¿Él? ¿Se refería a…?

Decidió detenerse y dejarlo ir. El lama lo miró perderse en las sombras de las naves laterales de la enorme sala. No dijo nada, no hizo nada, porque nada había que hacer ni decir.

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ooOoo

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Inspirado en el cuento "El Dharma", recopilado en el libro "Antología de Cuentos de la India y el Tíbet" de Ramiro Calle.

(1) Jamyang significa "Voz Gentil" y es el nombre tibetano del Bodhisattva Manjushri. Me pareció un nombre adecuado para el Lama que tiene la suerte de conocer a Shaka de niño y en un momento tan crucial de su vida. Y, no, no es el futuro maestro de Shaka.

(2) No sabía si usar el nombre como Varanasí o Benarés. Después de dar muchas vueltas, diría que ésa es la ciudad que más se parece a lo que se ve en el recuerdo de Shaka siendo niño.

(3) El Templo es una versión bastante libre del verdadero Templo de Sarnath, que queda a unos 10 kilómetros de Benarés.

(4) Fue lo más cercano que conseguí para expresar de manera tradicional hindú la fecha de nacimiento de Shaka, el 19 de septiembre, suponiendo, además, que nació el año 1970 (no hay certeza de los años de nacimiento de nadie en Saint Seiya). Las fechas en la India se suelen expresar en función de si es la semana con luz de luna o sin luz de luna del mes. Si alguien sabe hacerlo bien, se agradece la corrección ^^

(5) El nombre Shaka probablemente deriva de Shakyamuni, uno de los nombres con el que se refieren a Siddhartha Gautama, el Buda histórico, "apodo" que, a su vez, deriva de "Shakyas", el nombre del clan al que pertenecía. Se traduce como "Sabio de los Shakyas".

(6) El budismo tibetano o lamaísmo, es sólo una de las tantas ramas en que se divide el budismo en sí. Es la rama principal de los países enclavados en el Himalaya (Tíbet, Bután, etc.) y en la parte de la India que limita con esa zona (Ladakh, Sikkim). Paradójicamente, el budismo para la época en que, en teoría, se desarrollan los hechos de Saint Seiya, ya estaba prácticamente desaparecido de la mayor parte de la India, aunque Varanasí era y sigue siendo sagrada tanto para el propio Budismo, como para el Hinduismo y el Jainismo. La mayor parte de lo que conozco del budismo, de su estructura, cómo funcionan sus templos, la disciplina y todos esos detalles prácticos, corresponde al budismo tibetano y encontré poco material sobre el funcionamiento de un monasterio budista en la India misma en torno a 1970, de modo que, supongo, lo que describo está lleno de errores e imprecisiones.