30/09/17

Este fic es un auto-obsequio por mí cumpleaños. Es de este tipo de historias que necesitaba en mi vida, así que dije: si yo lo necesito, ¿por qué sería la única? Alguien más como yo debe haber por aquí. Además, la historia (la idea principal de ella) tiene sus buenos meses de maduración. Lo que comenzó como algo breve acabó en esto, de lo que estoy muy orgullosa.

Ahora vamos con los temitas legales:

Disclaimer: Harry Potter no me pertenece; la trama del fic sí (eso implica las escenas de sexo gay subidas de tono). Además, el título de este fic corresponde a la canción del bebé Louis Tomlinson, y todos los títulos de los capítulos corresponderán a fragmentos de canciones de Harry Styles porque Larry es más real que mi vida.

Summary: La Guerra ha llegado a su fin. Voldemort ha sido vencido por quien ha sido profetizado a hacerlo. Lo inesperado son las acciones posteriores a la guerra, acciones que involucran al Omega Harry Potter y su decisión de conseguir que el Alfa Voldemort cumpla la Ley 103... con él.

Advertencias: Slash (relación homosexual). Omegaverse. MPreg. Universo alternativo (obviamente; no creo que en Harry Potter estén las categorías Alfa, Beta y Omega... O quizá nunca fueron especificadas). Personajes muertos y muerte de personaje. Voldemort tiene nariz y es jodidamente infartante; Harry es una criatura hermosa de la vida. Boda ciertamente forzada. Algunos estallidos de ira. Lemon/smut explícito (faltaba más).

¡Feliz cumpleaños a mí!

xoxo


Back to you


You stressed me up, you kill me

You drag me down, you fuck me up

We're on the ground, we're screaming

I don't know how to make it stop

I love it, I hate it, and I can't take it

But I keep on coming back to you

(Back to you - Louis Tomlinson ft. Bebe Rexha)


1

He's an angel

(Él es un ángel)

Inevitablemente, abrió los ojos.

Las luces lo cegaron como si fuera la primera vez que se hallaba bajo ellas. Las paredes, de piedra gris desnuda, parecían reflejar los escasos rayos mañaneros que se filtraban por los barrotes altos de la única ventana y medio de ventilación. Pero aquel no parecía ser el único modo de salida: en realidad, al final de la estrecha habitación –que contaba con un catre duro sobre el cual estaba recostado, y un cubo plástico cuya utilización decidió ignorar– se encontraba una puerta. Era una puerta mágica, pudo saberlo con sólo posar sus ojos en ella. No era muy alta, y tampoco era de piedra: era de una extraña plata, y su brillo irradiaba magia. No sólo estaba sellada por algún hechizo sellador, sino que, además, quizá estaba maldecida para evitar que la abriera nadie que no sea el creador de la maldición.

Voldemort se recostó suavemente en el catre, sintiendo mal gusto en la boca y zumbidos en los oídos. Todo su cuerpo dolía como si le hubieran dado una paliza, algo que no ocurría desde que era un niño. Su cabeza quemaba como si estuviera a punto de estallar, y mientras se volteaba, dispuesto a intentar salir de esa maldita celda, una suave mano se posó en su pierna.

Voldemort no se sobresaltó, porque claro, Voldemort nunca se sobresaltaba.

Los ojos rojos se levantaron, observando la menuda figura sentada a los pies de su catre. Era realmente pequeño, con los cabellos renegridos en todas direcciones, y una túnica negra que escondía un uniforme escolar: unos pantalones negros, un sweater gris, una camisa; pero no había corbata en su cuello, de forma que parecía más relajado.

Entonces, el crío volteó los ojos hacia él, tan verdes como los de su madre.

—Has despertado —susurró, sus cejas elevándose ligeramente en su frente—. Me alegro mucho.

Voldemort intentó lanzar una maldición no verbal y sin varita. No era una asesina, claro está. ¿Quién le había encerrado en aquella habitación con ese maldito crío? Por el amor de Merlín, ¿quién odiaría tanto a Harry Potter como para dejarlo a solas con él, que había buscado matarlo desde que supo su existencia? Pero de sus dedos no brotó ninguna luz, no brotó ningún hechizo, y pudo sentir el efecto de la maldición punzante contra su pecho, arrancándole el aire. Mucho tiempo había pasado desde que una maldición había sido dirigida directamente a él.

O tal vez, no tanto.

—No creo que sea algo agradable para ti lanzarme maldiciones —el mocoso Potter frunció ligeramente las cejas—. Es decir, tienes estas cosas… —se acercó y tomó la mano de Voldemort, alzándola y demostrándole una gruesa esposa en su muñeca. Era totalmente negra, y Voldemort la reconoció con una gota de sudor frío recorriéndole la nuca—. Creo que las conoces, ¿no es así, Voldemort? —la expresión en el rostro de Harry era de inocencia pura. Por más que aquel mago oscuro buscara algo en él, en sus ojos o en sus facciones, algo que le dijeran que él formaba parte de todo aquello, no era capaz de verlo. Potter era el Niño Dorado de Dumbledore, el mejor estudiante de Gryffindor; joder, debía ser impulsivo, capaz, arrogante, tonto. No aquella criatura de enormes ojos verdes que le observaban como si, con sólo su mirada, quisieran introducirse en su alma—. Son de tu fabricación. O por lo menos, de tu idea de fabricación. Ya han sido empleados en otros Mortífagos. Malfoy, por ejemplo, está condenado a usar unos idénticos. Puedo decirte lo mismo de los hermanos Lestrange, o de padre e hijo Nott…

Voldemort alzó una ceja, como retándole. "¿Qué me importa?", parecía decir, y por primera vez, el mocoso Potter sonrió angelicalmente.

—Voldemort —susurró su nombre con una extraña pasión. Su nombre tenía una maldición, recordó él; estaba prohibido. Pero el muchacho lo mencionaba como si fuera una palabra nueva que acababa de descubrir, y adoraba—. Dime, ¿cómo funcionan las Ataduras de magia? Lo cual considero es un nombre muy poco original.

Voldemort esbozó una mueca, prácticamente dándose cuenta de lo que el mocoso Potter quería: humillarlo. Después de todo, le estaba pagando con la misma moneda.

Las manos de Potter eran suaves cuando se posaron sobre su rostro. Entonces, sus dedos se clavaron bajo su barbilla, alzándole la cabeza.

—¿Cómo funcionan? —preguntó, sabiendo la respuesta, sin levantar la voz ni un ápice.

Voldemort respondió de la misma manera.

—Atan mágicamente al mago o bruja que las use con la persona que se las ha puesto.

—¿Puedes ser más específico? —Potter apretó con mayor dureza su rostro. Voldemort se dio cuenta que no podía usar magia contra él, pero podía empujarlo, de modo de sus manos se impulsaron sobre su pecho, apartándolo. Potter rió jovialmente—. Sé específico, Voldemort.

—Las Ataduras de Magia… —murmuró, con una paciencia fingida—, son exactamente eso, lo que su nombre dice. Las esposas deben ser colocadas por un mago o bruja a otro mago o bruja; de esta forma, los magos que han puesto las esposas podrán tener control sobre la magia de su… víctima.

Potter le hizo un movimiento con la mano, instándole a continuar.

—No se extingue su magia. Es imposible extinguir la magia en un mago —Voldemort hablaba con suavidad, con aquel encanto que le había caracterizado en sus días de escolar. De no parecer amenazante, de seguro encontraría un punto débil en todo ese embrollo, de seguro recordaría algo con respecto a la liberación de las Ataduras, y podría matar al mocoso Potter de una vez por todas—. Lo que hace quien coloca las esposas es manejar el control de la magia. Nivelarlo. Puede dejarte con la magia suficiente para que lances imperdonables sin varita, o dejarte con la magia en niveles tan bajos que incluso hasta hacer un Wingardium Leviosa con varita te será difícil.

Harry se llevó la mano a los labios, meditando. Acercó una pierna a su pecho, abrazándola, dejando la otra colgando. En cierta forma, Voldemort pensó que se trataba de un niño jugando a ser mayor.

Luego, cuando su sonrisa se extendió hacia él, Voldemort se sorprendió ligeramente porque esperaba ver, como en la boca de todo niño, algún hueco por la falta de un diente de leche. Pero Potter no era un niño. Había sido un bebé dieciséis años atrás, cuando intentó matarlo por primera vez y falló; había sido un niño seis años atrás, cuando intentó matarlo por segunda vez, y también falló. Había sido un niño cinco años atrás, tres años atrás, cuando intentó matarlo por tercera y cuarta vez. Y en todas las ocasiones, había fallado.

Nunca creyó que matar a un simple Omega sería tan difícil.

—Creo que es un invento maravilloso —susurró Potter, con admiración. La mirada horrorizada de Voldemort le arrancó una carcajada—. En realidad, tu magia suele ser maravillosa. Aterradora, pero maravillosa a la vez.

Voldemort frunció el ceño.

—¿Qué quieres, mocoso?

Harry juntó ambas piernas en su pecho. Los dobladillos del pantalón de sarga se subían, dejando ver parte de sus medias blancas y sus zapatos escolares. Notó que las medias estaban remendadas, y que los zapatos tampoco eran nuevos, lo cual fue una extraña sorpresa; ¿no se suponía que él era el Niño Mimado del Mundo Mágico? ¿Qué lo tenía absolutamente todo en bandeja de plata? Sus ojos se desviaron a las mangas de la túnica, que ahora le parecía unos talles más grandes que la propia, cuyas mangas estaban cosidas en el interior por haber sido más largas que sus manos. Su cabello estaba desprolijo y mal cortado, aunque tal vez eso estuviera en su herencia: recordaba vagamente que Charlus, Fleamont y James Potter no fueron ningunos modelos de cabellera masculina.

—¿Qué quiero? —Potter parecía hablar consigo mismo. Sus ojos estaban perdidos en un rincón de la celda, en alguna punta de piedra sobresaliente—. Es una gran pregunta. Una pregunta que, en mis diecisiete años de vida, jamás nadie me hizo.

Voldemort alzó ligeramente las cejas. Harry Potter se volteó hacia él con una expresión de nostalgia.

—Nunca nadie tuvo consideración en hablar conmigo y preguntarme qué quería hacer con mi vida. En dónde quería estar en diez años. Con quiénes quería formar amistad. Nadie me preguntó: "¿Qué quieres, Harry? ¿Quieres formar parte de una guerra, Harry? ¿Quieres matar al Señor Oscuro, Harry?" —entonces, el crío le sonrió suavemente, una suave mueca en los labios que no mostraba dientes ni felicidad. Mostraba un dolor tan intenso que las lágrimas ya se habían agotado—. Es bastante irónico que seas tú el primero que me lo pregunta.

Voldemort se acomodó contra la pared demasiado fría, sintiendo algo verdadero con lo que apoyarse. Harry Potter estaba herido. Harry Potter era manipulable. Probablemente, por alguna maldita razón que no recordaba, la puta Orden del Fénix le había atrapado y había dado a Harry Potter un ultimátum: matar al Señor Oscuro allí, sin testigos, sin el uso de su magia. Pero el mocoso Potter, como todo Gryffindor respetuoso de la ley, no soportaría en lo absoluto cargarse a alguien que estuviera indefenso.

Así que ahí estaba, dispuesto a matarlo.

No si él podía impedirlo.

—¿Y qué es lo que quieres? —insistió—. Yo podría dártelo. Te lo he dicho cuando estabas en primer año, Harry. No existe luz u oscuridad…

—Sólo existe poder —completó Harry—, y la gente que es demasiado débil para encontrarlo —Voldemort no fingió sorprenderse. En verdad lo estaba—. Lo recuerdo a la perfección. Aquella fue la última vez que vi a mis padres. Ya sabes, en el espejo de Oesed.

Voldemort asintió. Harry Potter, después de todo, era un sentimental.

—¿No te gustaría verlos de nuevo? —sugirió, con aquella voz que rebosaba de encanto—. Podríamos encontrarlos. Juntos. Ir hasta el otro lado y traerlos para ti.

Harry suspiró y negó con la cabeza. No lo estaba mirando a los ojos.

—No.

Voldemort enarcó una ceja.

—¿No?

—No es eso lo que quiero —Harry hundió su barbilla en las rodillas. Era pequeño, menudo, y aquella túnica ridículamente grande le hacía lucir como un crío de trece años en las túnicas de su padre. Pero Potter tenía diecisiete, y su padre estaba seis metros bajo tierra, ya prácticamente siendo sólo huesos.

—¿Qué es? —Voldemort se animó a moverse. Sabía que Potter podría atacarlo con su propia magia, aunque no tenía idea de cómo sabía aquello. Era una extraña sensación de deja-vú que no lo dejaba en paz—. Dímelo, Potter. Dime qué es lo que quieres. Yo lo conseguiré para ti.

Las manos de Voldemort se detuvieron suavemente en sus hombros. Potter no se inmutó, mucho menos cuando los dedos se pasaron por su cabello, como una caricia a contrapelo. Voldemort dejó de tocarle –ligeramente inexperto en el arte de confortar y atraer a su lado a servidumbre con caricias y no con palabras–, pero Potter seguía sin reaccionar. Perdido en su mente, con las gafas redondas en la punta de su nariz, las cejas ligeramente fruncidas.

Finalmente, alzó la cabeza.

—Hay algo que puedes darme.

Voldemort esbozó una sonrisa. Eso había sido fácil.

—¿Qué es, Harry? —se atrevió a usar su nombre en un susurro casi íntimo. Los ojos de Harry Potter se mantuvieron fijos en los suyos.

—A pesar de ser un mestizo, asumo que conocerás las reglas y leyes de los sangres pura —expresó Harry, vagamente. Voldemort fingió sentirse ofendido, poniendo los ojos en blanco y chasqueando la lengua, y una sutil risa escapó de los labios del muchacho. Voldemort la atrapó en sus oídos como si fuera maná—. Tengo entendido que tus mortífagos en especial conocen la Ley 103, aplicada por primera vez durante las Cruzadas Europeas muggles, y durante la época de los duelos por tierras en la Gran Bretaña Mágica.

La garganta de Voldemort se secó. La sonrisa se borró de su rostro.

La sonrisa en el rostro de Harry Potter se mantuvo intacta.

—Oh, sí —sus ojos se abrieron de forma enorme y exagerada, y la sonrisa se ensanchó en su rostro, marcando agradables hoyuelos en sus mejillas. Entonces, Voldemort pudo ver algo extraño en el Niño-Que-Vivió: observó la perturbación, la oscura sombra del sadismo, algo que conocía de primera mano—. Incluso desde aquellas épocas, la Ley 103 no ha cambiado. Se ha modificado, sí, y se ha mantenido en suspensión hasta los tiempos de guerra; pero me parece que no estás habituado a obedecer al Ministerio, ¿no, Voldemort? —las cejas alzadas en el rostro de Harry y su expresión de inocencia conseguían darle un matiz perturbador a sus palabras.

Voldemort esbozó una sonrisa cruel.

—Y, ¿qué te hace pensar que cumpliré con la Ley 103?

Harry Potter soltó un suspiro realmente profundo, como si realmente no quisiera ahondar en sus motivos.

—Me has preguntado lo que quiero, ¿verdad? —hablaba con aquella voz angelical—. Quiero que cumplas con la Ley 103. Pero no cualquier Omega al que hayas dejado huérfano, no porque no haya cientos en toda la comunidad mágica británica, sino porque seré egoísta y te diré: quiero que cumplas la Ley 103 conmigo.

Ante la expresión de perplejidad de Voldemort, Harry sonrió, levantándose suavemente de los pies del catre. Voldemort no fue capaz de atacarlo físicamente. En realidad, parecía haberse congelado en su sitio, como bajo un hechizo inmovilizador.

Harry Potter se acercó a la puerta que, tan pronto estuvo bajo sus dedos, se abrió haciéndose a un lado. Le dirigió una sonrisa demasiado dulce antes de marcharse y dejarle encerrado, a solas con sus pensamientos.


Sisisisi el nuevo niño tiene suspenso y lo amo.

Todos los capítulos estarán narrados desde la "perspectiva" de Voldemort; ¿por qué? Porque he visto y leído MUCHAS historias donde el Omega es quien está obligado a contraer matrimonio. Es el Omega, o el pasivo, o lo que fuera, que debe cumplir. Pero, ¿y si fuera a la inversa? Me gustaría saber sus opiniones, dudas, cuestiones... Todo lo que tengan por decir.

Muchas muchas muchas gracias por leer. Los amo mucho y, ¡tengan un hermoso día!