Primero que nada, gracias a todo el que lea.

Se aprecia un montón cualquier crítica o sugerencia.


Capítulo 1

Otro día normal de trabajo. Mientras miro el cielo de Seattle, la familiar sensación de disgusto se filtra en mi conciencia. Mis días se están mezclando sin distinción, y necesito alguna clase de diversión. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los constantes confines de mi oficina, estoy inquieto. No debería sentirme de esta manera, no después de severas competencias con Jake Vallory. Pero lo hago.

—Un partido esta semana, Kuso. —Sonríe con arrogancia, sabiendo que su victoria en el campo está asegurada.

—Mañana. —Murmuro, despachando a Jake mientras que está de pié en la entrada de mi oficina.

Lo miro con el ceño fruncido y él se gira y se va. Sus palabras de despedida frotan sal en mis heridas porque a pesar de mis heroicos intentos esta mañana en el gimnasio, mi entrenador personal había pateado mi trasero. Vallory es el único que puede derrotarme, y ahora quiere otra libra de carne humana en el campo. Detesto ese juego, pero los negocios se dan mejor en los espacios abiertos, tengo que soportar sus lecciones también ahí… y aunque odio admitirlo, Vallory de alguna manera mejora mi forma de juego.

La triste realidad es que la única cosa que tiene mi interés últimamente es ha sido mi decisión de enviar dos buques de carga a Sudán. Lo que me recuerda; se supone que Marucho debe regresar con los números y la logística. ¿Qué diablos lo detiene? Con la intención de averiguar a qué está jugando, le echo un vistazo a mi agenda y alcanzo el teléfono.

¡Oh, Cristo! Tengo que aguantar una entrevista con la persistente Señorita Gehabich de la revista estudiantil WSU ¿Por qué demonios accedí? Detesto las entrevistas, preguntas vanas tras más vanas, mal informadas, idiotas, vacías. El teléfono zumba.

—Sí — Ataco a Mylene como si ella tuviese la culpa. Al menos puedo ocuparme de esta pequeña entrevista.

—Vienen a entrevistarlo, Señor Kuso.

—Está bien. Dígale que entre. —Murmuro sabiendo que sueno como un adolescente malhumorado pero sin que me importe una mierda.

Bueno, bueno… la señorita Gehabich. Conozco a su abuelo, el dueño de Industrias Gehabich. Hemos hecho negocios, parece un operario astuto y una buena persona. Esta entrevista es un favor para él, uno del que quiero sacar provecho cuando me convenga. Y tengo que admitir que estoy vagamente interesado en su hija, interesado por ver si la manzana ha caído lejos del árbol.

Una conmoción en la puerta me pone de pié de un salto. Mientras un remolino de pelo celeste largo, extremidades pálidas, y ropa azul entra de cabeza en mi oficina. Pongo mis ojos en blanco y contengo mi enfado natural hacia tal torpeza mientras me apresuro hasta la chica que ha caído sobre sus manos y sus rodillas sobre el suelo. Juntando sus delgados hombros, la ayudo a ponerse de pié.

Claros, brillantes y apenados ojos de color verde encuentran los míos poniendo fin a mis preocupaciones. Son unos extraordinarios ojos color esmeralda pálidos e inocentes, y por un feo momento, creo que puede ver a través de mí. Me siento… expuesto. La idea es desconcertante. Ella es pequeña, con un dulce rostro que ahora se ruboriza, de un inocente rosa pálido. Me pregunto brevemente si toda su piel es tan… perfecta, y cómo se vería rosa y caliente con un azote. Joder. Detengo mis descarriados pensamientos, alarmado por su dirección. ¿En qué diablos estás pensando Kuso? Esta chica es demasiado joven. Ella jadea y casi pongo de nuevo mis ojos en blanco. Sí, sí nena es sólo una cara, belleza superficial. Se disipa mi hostilidad, admirando la mirada de esos grandes y verdes ojos.

Hora del show Kuso, vamos a divertirnos.

—Señorita Gehabich. —Le digo en cuanto se incorpora. —Soy Daniel Kuso. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?

Ahí está de nuevo el rubor. Al mando de nuevo, la analizo. Es muy atractiva, de una manera torpe, pequeña, pálida, con una melena apenas agarrada por una goma para el pelo. Sí, es atractiva. Extiendo mi mano, y ella tartamudea el inicio de una mortificada disculpa mientras pone su pequeña mano en la mía. Su piel está tan fría y suave, pero su apretón de manos es sorprendentemente firme.

—La Srta. Gehabich no ha podido venir, se encuentra descompuesta, así que me envió a mí. Espero que no le moleste Sr. Kuso. —Su voz es calmada con una vacilante musicalidad, y parpadea de forma irregular, largas pestañas revoloteando ante esos grandes ojos verdes.

Incapaz de mantener la diversión en mi voz recordando su menos que elegante entrada a mi oficina, le pregunto quién es.

—Runo Misaki. Estoy estudiando literatura inglesa con Alice, um... la Srta. Gehabich. En la Universidad Estatal.

¿Una nerviosa, del tipo tímido, aficionada por los libros, eh? Lo parece. Terriblemente vestida, ocultando su pequeño cuerpo debajo de un suéter sin forma y una falda recta color negro. Cristo. ¿No tiene sentido de la moda en absoluto? Mira nerviosamente alrededor de mi oficina, a todas partes menos a mí, lo noto con divertida ironía.

¿Cómo puede ser esta chica una periodista? No tiene siquiera un hueso firme en su cuerpo. Es toda encantadoramente nerviosa, mansa, suave… sumisa. Agito mi cabeza, asombrado por la dirección que mis inapropiados pensamientos están tomando. Murmurando una trivialidad, le pido que se siente, luego noto su perspicaz valoración hacia las pinturas de mi oficina. Antes de que pueda detenerme, me encuentro explicándolas.

—Un artista local.

—Son asombrosas. Elevan lo ordinario hasta lo extraordinario. —Dice soñadoramente perdida en el exquisito y fino arte de mis pinturas. Su perfil es delicado, nariz respingona, labios suaves y carnosos, y en sus palabras ha reflejado mis pensamientos. Lo ordinario hasta lo extraordinario. Es una observación inteligente. La Sta. Misaki es brillante.

Murmuro mi concordancia y veo ese rubor aparecer lentamente de nuevo en su piel. Mientras me siento justo en frente de ella, trato de reprimir mis pensamientos.

Busca una arrugada hoja de papel y una grabadora en su gran bolso. ¿Una grabadora? ¿No funcionaban esas con cintas? Cristo… es toda torpe, dejando caer la maldita cosa dos veces en mi mesa para café Bauhaus. Obviamente nunca ha hecho esto antes, pero por alguna razón que no puedo comprender, lo encuentro divertido. Normalmente esta clase de torpeza me irrita hasta la mierda, pero ahora escondo mi sonrisa tras mi dedo índice y resisto la necesidad de acomodarla por ella.

Mientras se pone más nerviosa, se me ocurre que podría mejorar la velocidad de sus movimientos con la ayuda de una fusta. Hábilmente utilizada puede hacer que los más asustadizos se arrodillen. La errante idea me hace moverme en mi silla. Ella me mira de reojo y muerde su labio inferior. ¡Que me jodan! ¿Cómo no noté esa boca antes?

—Lo... lo lamento, Señor. No estoy acostumbrada a esto.

Eso seguro, nena. -Mi pensamiento es irónico.- Pero en este momento me importa un rábano, porque no puedo alejar mis ojos de tu boca.

— Tómese todo el tiempo que necesite, Srta. Misaki. —Y necesito otro momento para ordenar mis descarriados pensamientos. Kuso… para esto ahora.

—¿Le molesta si grabo sus respuestas?—pregunta, su rostro está cándido y expectante.

Quiero reír. Oh, gracias Cristo.

—Después de que se ha tomado tanto trabajo con esa grabadora, ¿me pregunta ahora?—Ella parpadea, sus ojos grandes y perdidos por un instante, y siento una desconocida punzada de culpa. Deja de ser un mierda, Kuso. —No, no me importa.—Murmuro, sin querer ser responsable de esa expresión.

— ¿Alice, quiero decir, la Srta. Gehabich, le explicó para qué era la entrevista?

—Sí. Para que aparezca en la publicación de la graduación del periódico escolar. Como seré yo quien entregue los diplomas en la ceremonia de graduación este año.—¿Por qué diablos acepté hacer eso? No lo sé. Sam de relaciones públicas me dijo que era un honor, y el departamento de medio ambiente de ciencia de Vancouver necesitaba la publicidad con el fin de atraer financiación adicional para igualar la concesión que les he dado.

La Señorita Misaki parpadea, todos esos grandes ojos verdes una vez más, como si mis palabras fueran una sorpresa y mierda, ¡luce desaprobatoria! ¿No ha hecho ningún trabajo a fondo para esta entrevista? Debería saber eso. La idea enfría mi sangre. No es placentera, no lo que esperaba de ella o de cualquiera al que le confiriese mi tiempo.

—Bien. Tengo algunas preguntas, Sr. Kuso. —Pone un mechón de su pelo detrás de su oreja, distrayendo mi enfado.

—Pensé que las tendría. —Murmuro secamente. Hagamos que se retuerza. Complacientemente lo hace, luego se recompone, sentándose derecha y elevando sus pequeños hombros. Inclinándose presiona el botón de la grabadora, y frunce el ceño cuando baja la mirada a sus arrugadas notas.

—Usted es muy joven para haber acumulado un imperio así. ¿A qué le debe su éxito?—

Oh, ¡Cristo! Seguramente puede hacerlo mejor que esto. Qué mierda de pregunta tan aburrida. Saco de nuevo mi usual respuesta sobre tener personas excepcionales trabando conmigo por todo Estados Unidos. Gente en la que confío, en la medida en la que no confío en nadie, pago bien, bla, bla, bla… pero señorita Misaki, la simple respuesta es, soy un jodido genio en lo que hago. Para mí es como tumbar un tronco. Comprando empresas en crisis y con mal manejo y arreglándolas, o si están en serio en quiebra, despojando sus bienes y vendiéndolos al mejor postor. Es una simple cuestión de saber la diferencia entre esas dos, y siempre se reduce a las personas a cargo. Para triunfar en los negocios se necesitan buenas personas, y puedo juzgar a una persona, mejor que la mayoría.

—Quizá sólo tiene suerte. —Dice en voz baja.

¿Suerte? Un escalofrío de enojo corre por mí. ¿Suerte? No hay ni una mierda de suerte envuelta en esto, sta. Misaki. Luce humilde y tranquila, pero ¿esta pregunta? Nunca nadie me ha preguntado si tuve suerte. Trabajo duro, acercar la gente a mí, vigilarlos de cerca, tratar de adivinar si hace falta; y si no están a la altura alejarlos sin piedad. Eso es lo que hago, y lo hago bien. ¡No tiene nada que ver con la suerte! Bueno… a la mierda eso. Haciendo alarde de mi conocimiento, le cito las palabras de mi empresario americano favorito.

—Suena como un controlador. —Dice, y está perfectamente seria.

¿Qué demonios? Quizás esos cándidos ojos puedan ver a través de mí. Control es mi segundo nombre. La fulmino con la mirada.

—Oh, practico el control en todas las cosas, Srta. Misaki. —

Y me gustaría ejercerlo sobre usted, aquí y ahora.

Sus ojos se abren más. Ese atractivo rubor se extiende por su rostro una vez más, y muerde de nuevo su labio. Divago tratando de alejar mi concentración de su boca.

—Además, se adquiere un inmenso poder asegurándote a ti mismo que naciste para controlar las cosas.

—¿Usted siente que tiene un inmenso poder?— Pregunta en un tono suave, pero alza una delicada ceja, revelando la censura de sus ojos. Mi enojo crece. ¿Está deliberadamente tratando de incitarme? ¿Son sus preguntas, su actitud, o el hecho de que la encuentro atractiva es lo que me encabrona?

Soy jefe de al menos cuarenta mil personas, Srta. Misaki. Eso me da un cierto sentido de responsabilidad... poder, si así lo prefiere. Si decidiera ya no estar interesado en el negocio de las telecomunicaciones y vendiera todo, mínimo, veinte mil personas lucharían para poder hacer los pagos de su hipoteca después de aproximadamente un mes.

Su boca cae abierta. Eso me gusta más. ¡Mámalo! Señorita Misaki. Siento mi equilibrio retornar.

— ¿Y no tiene un comité ante el que responder?

—Soy el dueño de mi compañía. No tengo que responder ante nadie. —Respondo bruscamente. Debería saberlo. Alzo una ceja cuestionante.

— ¿Tiene intereses fuera de su trabajo? —Continúa rápidamente, correctamente midiendo mi reacción. Sabe que estoy enojado, y por alguna inexplicable razón esto me complace enormemente.

—Tengo intereses variados, Srta. Misaki. Muy variados. —Sonrío.

Imágenes de ella en una variedad de posiciones en mi cuarto de juegos pasan por mi mente: encadenada a la cruz, brazos y piernas extendidas en el poste, extendida sobre el banco de azotes. ¡Jodido infierno! ¿Hacia dónde va esto? Y he aquí, el rubor de nuevo. Es como un mecanismo de defensa. Cálmate Kuso.

—Pero si trabaja con tanto esfuerzo, ¿qué hace para relajarse?

—¿Relajarme? —Sonrío, esas palabras saliendo de su boca inteligente suenan extrañas. Además ¿cuánto tiempo tengo para relajarme? ¿No tiene alguna idea del número de empresas que controlo? Pero me mira con esos ingenuos ojos verdes, y para mi sorpresa me encuentro a mí mismo considerando su pregunta. ¿Qué hago para calmarme? Navegar, volar, coger… probar los límites de pequeñas chicas como ella, y llevarlas al infierno… El pensamiento me hace moverme en mi asiento, pero le contesto suavemente, omitiendo mis dos actividades favoritas.

—Usted invierte en el sector manufacturero. ¿Por qué en ese específicamente?

Su pregunta me arrastra rudamente al presente.

—Me gusta construir cosas. Me gusta saber cómo funcionan, qué hace que se muevan, cómo montarlas y desmontarlas. Y adoro los barcos, ¿qué puedo decir?—Ellos distribuyen comida alrededor del planeta… tomando bienes de quienes los tienen para los que no, y así otra vez. ¿Qué no debería gustarme?

—Eso suena como su corazón hablando en lugar de la lógica y los hechos.

¿Corazón? ¿Yo? Oh no, bebé. Mi corazón fue atacado salvajemente más allá del reconocimiento hace mucho tiempo.

—Posiblemente. Aunque hay gente que diría que no tengo corazón.

— ¿Por qué dirían eso?

—Porque me conocen bien. —Le doy una sonrisa irónica. De hecho, nadie me conoce tan bien, tal vez Elena. Me pregunto qué haría la Sta. Misaki. La chica es una masa de contradicciones: tímida, inquieta, obviamente brillante y excitante como el infierno. Sí, está bien, lo admito. Ella es una pequeña pieza atractiva…

Recita la siguiente pregunta de memoria.

— ¿Dirían sus amigos que es fácil conocerlo?

—Soy una persona muy privada, Srta. Misaki. Hago mucho para proteger mi privacidad. No suelo dar entrevistas, por ejemplo. — Haciendo lo que hago, viviendo la vida que he elegido, necesito mi privacidad.

— ¿Por qué estuvo de acuerdo en aceptar ésta?

—Porque soy benefactor de la Universidad, y a pesar de muchos intentos, no pude conseguir que la señorita Gehabich me dejara en paz. Acosó y acosó a mi agente, y admiro esa clase de tenacidad. —Pero me alegro que seas tú quien se presentó y no ella.

—También invierte en tecnologías de cultivo. ¿Por qué está interesado en esta área?

—El dinero no se puede comer, Srta. Misaki. Hay demasiada gente en este planeta que no tiene suficiente para comer. —La miro con la cara impasible.

—Eso suena muy filantrópico. ¿Es algo por lo que se siente apasionado? ¿Alimentar a los pobres del mundo? —Me considera con una expresión excéntrica como si fuera una clase de rompecabezas para ella, pero no hay manera de que quiera a esos ojos celestiales mirar dentro de mi alma oscura. Eso no es un área abierta a discusión. Nunca.

—Es un negocio astuto. —Me encojo, fingiendo aburrimiento, e imagino coger su boca inteligente para distraerme de todos mis pensamientos sobre el hambre. Sí, esa boca necesita educación. Ahora ese pensamiento está apareciendo y me dejo imaginarla sobre sus rodillas ante mí.

— ¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste? —Recita de memoria otra vez.

—No tengo una filosofía como tal. Quizá un principio que me guía… de Carnegie: "El hombre que adquiere la habilidad de asumir plena posesión de su mente puede tomar posesión de todo lo demás a lo que tiene derecho." Soy muy singular, peculiar, muy tenaz. Me gusta el control… de mí mismo y de los que me rodean.

— ¿Así que quiere poseer cosas?—Sus ojos se agrandan.

Sí, nena. Tú, en primer lugar.

Quiero merecer poseerlas, pero sí, en pocas palabras, lo hago.

—Parece usted el paradigma del consumidor. —Su voz tiene un matiz de desaprobación, enfureciéndome de nuevo. Suena como una chica rica que tuvo todo lo que quería, pero cuando miro más de cerca a su ropa, está vestida en Wal-Mart, o posiblemente la Vieja Marina, sé que no lo es. No ha crecido en una casa próspera.

Realmente podría cuidarte.

Mierda. ¿De dónde mierda vino eso? Aunque ahora que lo considero, necesito una nueva Sumisa. Ha pasado, qué ¿dos meses desde Aika? Y aquí estoy, salivando por una chica. Intento una sonrisa y estoy de acuerdo con ella. Nada mal con la consumición… después de todo, manejo todo lo que queda de la economía americana.

—Usted fue un niño adoptado. ¿Hasta qué punto cree que eso ha influido en su manera de ser?

¿Qué mierda tiene que ver eso con el precio del aceite? Le frunzo el ceño. Qué pregunta ridícula. Si hubiera estado con la puta adicta al crack, probablemente habría muerto. La dejo plantada sin una respuesta, tratando de mantener el nivel de mi voz, pero ella me empuja, exigiendo saber cuántos años tenía cuando fui adoptado. ¡Cállala, Kuso!

—Todo el mundo lo sabe, señorita Misaki. —Mi voz es ártica. Ella debería saber esta mierda. Ahora parece arrepentida. Bien.

—Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo.

—Eso no es una pregunta —Escupo.

Se sonroja de nuevo y muerde ese maldito labio. Pero tiene la gracia de disculparse.

— ¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo?

¿Qué mierda quiere con mi familia?

—Tengo una familia. Un hermano, una hermana y dos padres cariñosos. No estoy interesado en extender mi familia más allá de eso.

— ¿Es usted gay, señor Kuso?

¿Qué? ¡Qué mierda! ¡No puedo creer que ella haya dicho eso en voz alta! La pregunta no pronunciada que mi propia familia no se atreve a preguntar, para mi entretenimiento. ¡Cómo se atreve ella! Tengo que luchar con el impulso de arrastrarla de su asiento, inclinarla sobre mi rodilla y azotarla hasta sacar toda esa mierda de ella; luego follarla sobre mi escritorio con sus manos atadas fuerte detrás de su espalda. Eso contestaría su pregunta. ¿Cuán frustrante es esta mujer? Tomo una respiración honda y tranquilizante. Para mi placer vengativo, ella parece sumamente avergonzada, por su propia pregunta.

—No, Runo, no soy gay. —Levanto mis cejas pero mantengo mi expresión impasible. Runo. Es un nombre encantador. Me gusta la forma en que mi lengua lo envuelve.

—Le pido disculpas. Está… bueno… está aquí escrito. —Con nervios coloca su pelo detrás de su oreja.

No conoce ni sus propias preguntas. Tal vez no son de ella. Le pregunto y se pone pálida. Mierda, ella es realmente atractiva, en una forma sobreindicada. Incluso llegaría a decir que es hermosa.

—Bueno… no. Alice… la señorita Gehabich… me ha pasado la lista de preguntas.

— ¿Son compañeras de la revista de la facultad?

—No. Sólo es mi compañera.

No es asombroso que esté en todas partes. Rasco mi barbilla, debatiendo si darle un mal momento.

— ¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista? —Pregunto y soy recompensado con su mirada de sumisa: ojos grandes y nerviosos por mi reacción. Me gusta el efecto que tengo en ella.

—Me lo ha pedido ella. No se encuentra bien. —Dice suavemente.

—Esto explica muchas cosas.

Hay un golpe en la puerta y aparece Mylene.

—Señor Kuso, perdone que lo interrumpa, pero su próxima reunión es dentro de dos minutos.

—No hemos terminado aquí, Mylene. Cancele mi próxima reunión, por favor.

Mylene asiente, mirándome boquiabierta. La miro. ¡Fuera! ¡Ahora! Estoy ocupado con la pequeña Señorita Misaki aquí. Mylene se sonroja pero se recupera pronto.

—Muy bien, señor Kuso. —Dice, y girando sobre sus talones, nos deja.

Vuelvo mi atención hacia la intrigante y frustrante criatura en mí sofá.

— ¿Por dónde íbamos, señorita Misaki?

—No quisiera interrumpir sus obligaciones.

Oh no, nena. Es mi turno ahora. Quiero saber si hay algún secreto que descubrir detrás de esos ojos hermosos.

—Quiero saber de usted. Creo que es lo justo. —Mientras me inclino hacia atrás y presiono mis dedos contra mis labios, sus ojos se mueven rápido hacia mi boca y traga. Oh, sí… el efecto usual. Y es gratificante saber que no es completamente inconsciente de mis encantos.

—No hay mucho que saber. —Dice, regresando su rubor. La estoy intimidando. Bien.

— ¿Qué planes tiene después de graduarse?

Ella se encoge.

—No he hecho planes, señor Kuso. Tengo que aprobar los exámenes finales, por ahora sólo estoy concentrándome en eso.

—Aquí tenemos un excelente programa de prácticas. —Joder. ¿Qué me poseyó para decir eso? Estoy rompiendo la regla de oro: nunca jamás tengas sexo con el personal. Pero, Kuso, no estás cogiendo con esta chica. Ella luce sorprendida y sus dientes se hunden de nuevo en su labio. ¿Por qué eso es tan excitante?

—Oh. Lo tendré en cuenta —Masculla. Después, a último momento dice: — Aunque no creo que pueda encajar aquí.

¿Por qué diablos no? ¿Qué está mal con mi compañía?

— ¿Por qué lo dice? —Pregunto.

—Bueno, es obvio, ¿no?

—Para mí no. —Su respuesta me confunde.

Está nerviosa de nuevo cuando se estira por la mini grabadora. Mierda, se está yendo. Mentalmente, recorro mis horarios para esta tarde… no hay nada que me entretenga.

— ¿Le gustaría que le enseñara el edificio?

—Seguro que está muy ocupado, señor Kuso, y yo tengo un largo camino.

— ¿Vuelve en coche a Vancouver? —Miro a través de la ventana. Es un infierno de viaje y está lloviendo, pero no puedo prohibírselo. El pensamiento me irrita. —Bueno, mejor conduzca con cuidado. —Mi voz es más severa de lo que me propongo.

Ella juega con la mini grabadora. Ella quiere salir de mi oficina y, por alguna razón que no puedo explicar, no quiero que se vaya.

— ¿Me ha preguntado todo lo que necesita? —Agrego en un claro intento de prolongar su estadía.

—Sí, señor. —Dice lentamente.

Su respuesta me deja anonadado, la forma en que suenan esas palabras, saliendo de esa boca inteligente, y brevemente imagino a esa boca a mi disposición y llamado.

—Gracias por la entrevista, señor Kuso.

—Ha sido un placer. —Respondo sinceramente, porque no he estado fascinado por alguien en mucho tiempo. El pensamiento es inquietante.

Ella se para y extiendo mi mano, impaciente por tocarla.

—Hasta la próxima, señorita Misaki. —Mi voz es baja y ella ubica su pequeña mano en la mía. Sí, quiero azotar y joder a esta chica en mi cuarto de juegos. Tenerla atada y esperando… necesitándome, confiando en mí. Trago. Eso no va a pasar, Kuso.

—Señor Kuso. —Ella asiente y retira su mano rápido… demasiado rápido.

Mierda, no puedo dejar que se vaya así. Es obvio que está desesperada por irse. La irritación e inspiración me golpean simultáneamente cuando la veo fuera.

—Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señorita Misaki.

Ella se ruboriza entrando, su deliciosa sombra rosada.

—Muy amable, señor Kuso. —Escupe.

¡La señorita Misaki tiene dientes! Sonrío detrás de ella cuando sale y la sigo en su caminar. Tanto Mylene como Mira levantan la mirada con sorpresa. Sí, sí. Sólo estoy viendo a la chica irse.

— ¿Ha traído abrigo?Pregunto.

—Chaqueta.

Le frunzo el ceño a Mira quien inmediatamente salta para recuperar su abrigo. Tomándolo, la miro para que se vaya. Jesús, Mira es molesta… girando a mi alrededor todo el tiempo.

Hmm. El abrigo es de Wal-Mart. La señorita Misaki debería estar mejor vestida.

Lo sostengo para ella y lo coloco sobre sus hombros delgados, toco la piel de la base de su cuello. Ella se queda quieta ante el contacto y palidece. Ella está afectada por mí. ¡Sí! El saberlo es inmensamente placentero. Caminando hacia el ascensor, presiono el botón para llamarlo mientras ella está parada inquieta a mí lado.

Oh, yo puedo calmar tus nervios, nena.

La puerta se abre y ella se escurre adentro, luego se gira para enfrentarme.

—Runo. —Murmuro, diciendo adiós.

—Daniel. —Susurra ella. Y las puertas del ascensor se cierran, dejando a mi nombre colgado en el aire, sonando extraño, desconocido, pero atractivo como el infierno.

Bueno, jódanme. ¿Qué era eso?

Necesito saber más sobre esta chica.

—Mylene. —Escupo de regreso a mí oficina. —Ponme a Anubias en línea, ahora.

Mientras me siento en el escritorio y espero la llamada, miro las pinturas en la pared de mi oficina, y las palabras de la señorita Misaki regresan a mí: "Elevan lo ordinario hasta lo extraordinario." Fácilmente podría haberse estado describiendo a sí misma.

Mi teléfono suena.

—Anubias está en línea para usted.

—Comunícalo.

—Sí, señor.

—Necesito una investigación a fondo, Anubias.


Hasta acá el primer capítulo. Gracias.

A partir del segundo capítulo, corre por cuenta propia.