FUERZAS IRRESISTIBLES
La oscuridad lo envolvía todo. Dos personas, sigilosas, avanzaban en silencio, ocultos entre las sombras. En las manos llevaban sus varias como única protección. Era todo lo que necesitaban.
El primero le hizo una seña a su compañero y se desplegaron, tomando posiciones cada uno en una esquina diferente del callejón donde habían llegado.
Irrumpieron de golpe tomando por sorpresa a los dos hombres que torturaban a una mujer de mediana edad. Una niña de unos tres años lloraba abrazando un pequeño oso de peluche. Manaba sangre de su frente, manchando su rostro y vestido.
Los conjuros volaron. Los dos magos contrarrestaron con facilidad comprendiendo que se estaban enfrentando tan solo con aprendices.
Las luces de los hechizos que estallaban a su alrededor se apagaron al caer el último de los atacantes. Todo quedó en silencio.
Ron Weasley sacudió el polvo de la túnica oscura que llevaba. Estaba aburrido de sofocar pequeños ataques provocados por idiotas que aspiraban ser el nuevo Señor Oscuro, muerto hacía ya, varios años.
"Ron" – la voz de Harry lo sacó de sus pensamientos. Caminó hasta donde estaba agachado su amigo.
Este se dio vuelta llevando la niña en brazos. Estaba muerta.
"Que rayos p.". – comenzó a decir pero Harry lo interrumpió.
"Un Aveda Kedavra... no se puede hacer nada mas por ella."
Ron murmuró una maldición por lo bajo. Odiaba esto. Estaba cansado. Observó como Harry se acercaba a la mujer caída y le ayudaba a ponerse de pie. Corrió a ayudar ofreciéndose como segundo apoyo. Aquella les dirigió una mirada agradecida y miró a la pequeña a quien creía dormida. Hizo un gesto pidiendo cargarla.
"señora... "– vaciló Harry mirando a Ron por encima de la mujer unos instantes. Había que comunicarle la noticia.
"La niña... ella está.." – pero un grito de comprensión evitó que el pelirrojo tuviera que decir tan terribles palabras.
Quitándole la niña de los brazos, la señora la abrazó sollozando. Ambos se apartaron un poco para darle intimidad.
Permanecieron allí unos quince minutos. Luego volvieron a acercarse a ella y con delicadeza le quitaron a su hija para que pudiera ponerse de pie. Parecía a punto de perder el conocimiento.
Su nombre era Dinella Anderson y había estado paseando con su pequeña hija Maya cuando dos mortífagos las habían acorralado en un callejón y torturado.
"Gracias" – balbuceó. Harry y Ron tan solo asintieron. No se sentían héroes, la muerte de Maya les había afectado.
Acompañaron a la señora Anderson hasta San Mungo donde la atenderían y se harían cargo del cuerpo que Harry había llevado en brazos. A eso de las tres de la mañana volvieron a su pequeño despacho en el piso tercero. Había sido una noche tranquila. Había días peores, donde tenían que enfrentarse a veteranos seguidores de Voldemort que intentaban tomar el lugar que su señor caído había dejado.
Se sirvió una taza de café ya bastante frío y unas galletas. No tendría tiempo para nada mas. Sobre el escritorio había una parva de papeles que rellenar. Luego podría irse a su casa.
Terminó a las seis. Medio dormido cogió el teléfono y llamó a Hermione. Sabía que estaría levantada, incluso cabía la posibilidad de que no se hubiera acostado en toda la noche. Con mucho trabajo de por medio, la joven no descansaba en su afán por que todo saliera perfecto.
El teléfono sonó varias veces antes de que ella atendiera.
"diga? "– la calmada voz de ella lo hizo sonreír. Nada afectaba la tranquilidad de sus maneras. Era fría, elegante, organizada. El polo opuesto. Debía ser por eso que se llevaban tan bien.
"Hola, soy yo" – saludó él con voz cansada.
Era viernes por la noche y no se veían desde el martes. Llevaban siete años viviendo de aquella manera, ya estaban acostumbrados a verse poco. Los trabajos de ambos absorbían la mayoría de su tiempo.
Ron, tras un largo entrenamiento en compañía de su siempre mejor amigo Harry Potter, había logrado finalmente convertirse en Auror. Si bien era algo que le encantaba, a veces deseaba pasar mas tiempo en casa con su mujer. Hermione por su parte trabajaba en el Ministerio tiempo completo y horas extras.
Aun estaban enamorados uno del otro. El matrimonio quizás funcionaba porque no tenían tiempo de aburrirse el uno del otro... de hecho no tenían tiempo para nada.
No tenían hijos, si bien cada tanto hablaban de ello jamás habían llegado a una decisión. Ron a menudo insistía, pero Hermione no estaba dispuesta a dejar su trabajo por cambiar pañales y cuidar de un bebé. No estaba lista para eso todavía.
"como va todo? "– preguntó el pelirrojo ansiando por alargar la conversación todo lo posible.
Desde hacía dos años Hermione había convencido al Ministerio de elaborar un proyecto en defensa de los elfos domésticos. Si bien las autoridades mas altas del lugar no creían llegar a nada con el asunto le dejaban hacer mientras que cumpliera con todas sus obligaciones. Hermione era demasiado valiosa como para arriesgarse a perderla por una simple idea.
"va avanzando..." – respondió ella. Ron notó el entusiasmo en la voz de su esposa – "aunque me han dicho que deberíamos buscar otro nombre para la plataforma" – frunció el ceño al escuchar las risas de Ron. Conocía muy bien la opinión que tenían Harry y él de P.E.D.D.O.
"Me alegro por ti" – respondió con la voz entrecortada – "has comido algo?"
"Hace un rato Meredith me ha traído un sándwich pero todavía tengo hambre."
"En el camino puedo pasar por una pizza" – dijo él. Generalmente Ron era el encargado de cocinar. Hermione bromeaba diciendo que ella era una de esas mujeres modernas que no se encargaban de la casa ni cocinaban.
"De acuerdo" – sonrió – "nos veremos en un rato. Ahora debo colgar o no terminaré a tiempo."
"Adios"
Se moría de ganas de verla. Hermione siempre lograba que olvidara las tragedias que estaba acostumbrado a ver continuamente. Estaba harto de la violencia y crueldad que debía enfrentar a diario.
Llegó al pequeño departamento casi una hora después. Harry lo había acompañado y aunque Ron insistió en que subiera a saludar a su amiga, él había declinado la oferta sabien que la pareja estaría impaciente por estar a solas.
Estaba dispuesto a pasar un fin de semana relajante. No tenía que volver hasta el lunes siguiente.
Al entrar oyó música suave. Dejó la pizza en la mesa del comedor y se asomó a su habitación, pero no la encontró. El rumor del agua le indicó que estaba en la ducha.
Cuando ella le vio sonrió y cerrando el grifo agarró una toalla. Ron la atrajo hacia sí y la besó.
Diez minutos mas tarde estaban en la cama con la caja de pizza en el medio. Estaban demasiado cansados como para formalidades o buenas maneras. Hablaron de sus respectivos trabajos. La mirada de Ron se ensombreció un instante cuando se enteró que Hermione volaría a Francia el domingo y no volvería hasta el martes. Pero intentó borrar de su rostro la evidencia de que la noticia lo había molestado. Ambos respetaban trabajos y horarios del otro y no era momento para arruinar la velada con una escena.
Al terminar de comer ella se levantó para dejar la caja vacía en la basura y los vasos en el fregadero. Luego volvió con él. Observó a Ron atentamente, notando las profundas ojeras y la expresión de cansancio.
"te eché de menos" – le susurró rodeándole con los brazos para besarle.
Al día siguiente Ron despertó tarde. Hermione se había levantado unas horas antes para leer unos papeles y preparar la maleta.
"que haremos hoy?" – preguntó luego de saludarla.
La observó admirado. Su mujer rebosaba elegancia. Ya casi nada quedaba de aquella niñita de once años y cabellos alborotados que los amenazaba con delatarlos ante la profesora Mc Gonagall a él y a Harry si no respetaban las normas. Siempre estaba arreglada como para salir aunque la verdad era que ni poniéndose una remera vieja y un short desteñido anularían su porte. Ron en cambio siempre parecía recién levantado. Tenía un aire desaliñado, usaba ropa arrugada y unos zapatos gastados que le resultaban cómodos. La mayoría del tiempo no tenía tiempo para arreglarse o pensar que ponerse.
"podríamos ir a caminar un rato, o ir al cine" – dijo ella – "pero recuerda que debo pasar por el Ministerio a recoger unos papeles que necesito leer antes de irme a Francia."
"No puedes leerlos en el avión?" – preguntó él intentando no parecer desilusionado.
"Lo siento cariño, pero es demasiado lo que me queda."
Un rato mas tarde se encontraban paseando por Londres.
