Para mis amigas Albertfans:

Me han solicitado escribir para el príncipe de la colina y aunque mi corazón es Terrytano, tenía esta historia guardada con personajes de mi autoría la cual analizándola, creo que le va bien a su rubio, esta trama nació para Albert, no podía ser otro.

Espero que les guste, va con el más sincero cariño, no importa a cuál de los dos bandos pertenezcamos, nos une un mismo amor, el de Candy.

Wendy Grandchester

Róbame el corazón

Capítulo 1


Hay quienes no tienen nada y hay a quienes la vida parece dárselo todo. Albert Andrew era muy afortunado, no solo había nacido con buena estrella, en buena cuna, sino que tenía a la mujer más bella del universo caminando de blanco hacia el altar, mirándolo con sus preciosos ojos aguados y una sonrisa a flor de piel.

—Sí, acepto.—Miró a su esposa entre lágrimas. En la vida se había visto un hombre más enamorado. Adoraba a su esposa. Pocos hombres lloraban en el altar, pocos soñaban con ese día.

Eran una pareja tan hermosa que despertaban suspiros y envidia. Habían sobrevivido el romance de la preparatoria y la incertidumbre de una carrera universitaria, rompiendo el mito de que la novia del estudiante jamás será la esposa del profesional.

—Bueno, y si de sacar los trapitos sucios al sol se trata, recuerdo que mi hija me contó que Albert le pidió matrimonio la noche del PROM y le propuso huir juntos para casarse en Las Vegas.—contó la madre de la novia.

—¿Se arrepintieron más adelante?—preguntó uno de los invitados.

—No, ¡qué va! Puse una denuncia como que estaba desaparecida y en media hora los encontró la policía en una gasolinera.—se escucharon las risas y los recién casados sonrieron con nostalgia.

—Hoy en día agradezco que mi suegra haya hecho eso, íbamos a tirar por la borda nuestro futuro.—alzó su copa.

—Cariño, ya es hora.—le avisó su suegra.

El guapísimo rubio, alto, elegante, de ojos celestes tan cálidos y fascinantes de los que no podías escapar con facilidad, sacó el DVD que conmemoraba el día de su boda. Se le veía más delgado y ojeroso. Tenía treinta años, pero con cada paso que daba era como si le pesara cada uno de ellos.

—Te despedimos de este mundo terrenal, esperamos que encuentres paz en tu eterna morada con el señor. Siempre te recordaremos como una hija ejemplar, bondadosa, madre abnegada, gran esposa y compañera. Que el señor te tenga en su gloria.

Cuando el ataúd fue depositado en el fúnebre agujero, Albert entendió que era el final, el adiós definitivo. Que jamás regresaría y su llanto, aunque silencioso, era desgarrador. Su pequeña hija de cuatro años arrojó una rosa blanca, sonriendo, corrió hacia él, inocente de toda desgracia.

—Abre esas cortinas, niña. Deja que entre la luz.—la enfermera cincuentona llegó con los medicamentos y la bandeja del desayuno.

—Tengo que acostumbrarme a la oscuridad, ya no puedo encariñarme mucho con este mundo. ¡Es una broma! Relájate mujer, no pienso morirme aún.

Le sonrió la rubia de veintiún años, mostrando unos mechones rosados y un piercing de argolla en la nariz, aunque preciosa, aquellos candentes ojos verdes lucían apagados, estaba débil y delgada.

—Deberías asearte ya. Y peinar esas hilachas que llamas cabello. El doctor vendrá a verte a las once.

—¿El mismo de la otra vez?—preguntó con ilusión.

—Por supuesto, es tu doctor designado.

—Oh, como desearía ser famosa y tener una estilista personal que me acompañe a todas partes. ¿Cree que deba razurarme las piernas?—la enfermera puso los ojos en blanco.

—Te advierto que el doctor Grandchester está casado.

—¿Y? ¿El que yo sea una pobre moribunda no me hace buena contrincante? Además no soy celosa…

—Tú no, pero su mujer sí.

—Vale. Lo admiraré de lejos. Aunque me ha coqueteado también, sabe.

—No me digas.—hizo un mohín mientras la ayudaba a levantarse de la cama.

—Me dijo, soy malo para recordar los nombres, así que eres la pecosa del pelo loco.

—Pues si hoy día confunden la sinceridad con coqueteo…

—¿Y así pretende usted que yo sea optimista?

Se metió al baño, el frío del cuarto del hospital le calaba los huesos, por lo que puso el agua lo más caliente que pudiera soportar. Al salir de la ducha, notó que el espejo se había empañado, le pasó la mano y se contempló. Sin duda no estaba en su mejor momento, su delgadez era notoria, hacía que sus ojos se vieran aún más grandes. Sonrió como si fuera un día normal, pero en seguida esa sonrisa se apagó, dando paso a un par de lágrimas amargas que con rabia secó y se enjuagó la cara.

Se puso su mejor pijama, una que mostraba todos los súperheroes de Marvel, muy a su estilo alocado. Se peinó haciéndose dos trenzas francesas. Sintió a alguien en la habitación, así que se asomó por el umbral de la puerta del baño.

—¿Me buscabas, guapo?—preguntó al doctor con su radiante sonrisa.

—Estaba asustado, no había ni un solo rastro de tus pecas.

—Son las únicas que no me abandonan, las tengo amenazadas, sabe.—se sentó en la cama.

El doctor, guapísimo castaño de ojos azules intensos haló una silla de rueditas y se sentó frente a ella, con distancia prudente.

—Tengo buenas noticias para ti, Candace.

—Bueno, si recordó mi nombre han de ser buenísimas.

—¿Cómo te sientes?—Candy abrió los ojos un poco desorientada.

—Ahora que lo veo a usted, muy bien…—respondió con la voz pesada al doctor.

—Fue todo un éxito. Te irás pronto de aquí.

—¿Ya me está echando?

—Para nada, eres mi paciente favorita.

—Y la más sexy, ¿o no?

—No lo sé, pero la más loca sí.

—Gracias.—le sonrió y se quedó mirándolo. De verdad era tan guapo, aún con esos lentes y esa sonrisa blanquísima.

—Ahora pórtate bien, sé una niña buena.—la señaló con el bolígrafo, fingiendo severidad.

—Oiga, doc…

—¿Sí?

—Si algún día se divorcia… ya sabe…—le guiñó un ojo.

—Lo tendré en cuenta.—le devolvió el guiño.

Extrañaba su apartamento, justo debajo tenía una tienda de historietas. Era la oveja negra de la familia, aunque le dolía a veces su profunda soledad, le daba alivio no tener que vivir con nadie que no fuese sí misma. Había perdido a su madre por la misma condición hacía diez años y nunca supo mucho de su padre, excepto que siempre pagó al día su manutención y hace un par de años la añadió en su seguro médico familiar, pero la relación entre ellos era nula.

Encendió el contestador automático. Estaba abarrotado de mensajes con pedidos de camisetas personalizadas que ella misma hacía. Al menos tendría algún dinero asegurado para las facturas acumuladas.

Era una tarde preciosa y nunca había podido estar tranquila tanto tiempo. Era una buena excusa para abrir la tienda. Era épico el lugar, la revistas de historietas aparecían desde las más remotas ediciones. Figurillas de diversos personajes, cuadros, bisutería, el mundo del cómic.

Se vistió con un jean ajustado, raído, correa metálica y sus botas converse, una camiseta de Hulk y su alocada y abundante cabellera estaba recogida en un peinado adorablemente desaliñado. Se maquilló para darse un poco de vida, pera hacer notar salud.

—Buenas tardes.—Entró un hombre de veinticinco años aproximadamente, tatuado por todas partes, plugs en las orejas, de vestimenta algo excéntrica, aunque se reconocía que era guapo.

—Neal… dichosos los ojos que te ven…—se puso tensa y su mirada se nubló.

—Lo mismo digo. Pensé que… sin ofender… que te habías muerto.—agarró una figurrilla del Joker.

—Ya ves que no. Si no vas a comprarme nada, no estés manoseando mi mercancía.

—Todavía tienes rencor… el pasado es el pasado, caramelo.—le acarició suave el mentón, pero ella solo sentía escalofríos.

—Por favor, deja de llamarme así.

—Se te ve sexy…—acarició con su dedo índice la cicatriz en el pecho, mostrando una uña pintada de negro.—podrías hacerte un tatuaje que la cubra, si quieres… conozco un tipo que…

El sonido de la campana al entrar alguien en la puerta interrumpió al joven quien varios segundos después decidió marcharse.

—Buenas tardes, señor, ¿busca algo en particular?—mostró una sonrisa amplia, una que barrió con cada indicio de dolor traído por la nostalgia.

—La verdad no lo sé, mi hija insistió en que entráramos.

El rubio mostró una sonrisa tensa, mientras miraba todo a su alrededor con desconcierto y evidente desaprobación.

—Hola, pequeña, ¿te gustan los súperheroes?—salió del mostrador y se acercó a la niña.

—Tu cabello es gracioso.—la niña se rió.

—Savannah…—reprendió a la niña.

—Me gusta Mario. Y Yoshi… y la Princesa Peach.—dijo con emoción la hermosa niña rubia también, pasando por alto el regaño.

—Es tu día de suerte. Mira a quién tengo aquí.—intentó bajar a un peluche de Yoshi de un estante, Albert viendo su lucha, terminó por bajarlo él.

—Gracias.—expresó Candy y miró bien al hombre que vestía de traje, muy guapo y elegante, pero demasiado serio, pensó.

—¿Cuánto es?—al parecer, a Albert le urgía salir de ahí.

—También quiero una camiseta de estas…—Savannah señaló una camiseta de la princesa Peach.

—Esas camisetas no son de tu talla, cielo. ¿Cuánto es?—volvió a dirigirse a Candy y señaló el peluche.

—Oh, las camisetas las preparo por encargo… si me deja su información puedo preparar una a su medida…

—¿Tú las haces?—preguntó la niña.

—Yo misma.

Por complacer a su hija, Albert dejó la información e incluso dejó paga la camiseta. No le cayó bien la joven, tal vez la sintió muy confianzuda o tal vez solo fue su apariencia…

—Su camiseta estará lista en tres días. Ha sido un placer.—ella le tendió la mano, en el dorso de su muñeca había tatuada una pequeña cruz con un nombre. Estrechó su mano y por educación mostró algo de simpatía.

Tuvo un par de clientes más luego de ellos, pero no fue el mejor día, justo cuando iba a cerrar tuvo otra visita inoportuna.

—Señor Martin, ¡qué sorpresa!

—Hola, Candy. Me alegra que estés bien…

—Gracias.

—Supongo que sabes por qué estoy aquí…

—No…

—¿No recibiste ningún aviso?

—No… digo, no lo sé, tengo mucha correspondencia atrasada…

—Tienes que desalojar cuanto antes.

—Pero… yo puedo ponerme al día, justo acabo de dejar un depósito…

—Tienes un atraso de seis meses… tu depósito fue denegado.—el licenciado le devolvió el cheque.

Subió a su casa llorando, maldiciendo todo, pateando las cosas hasta que finalmente se tiró en la cama a seguir llorando. Iba a perder su tienda, sus clientes… comenzó a llorar también por cosas pasadas. Recordó a la niña que había visitado la tienda y las lágrimas le quemaron las mejillas, preguntándose cómo pudo haber sido la suya…

Espera, espera… ¿vas a tenerlo?—Neal exhaló el humo de su cigarrillo.

Lo estuve pensando… y sí, me hace ilusión, ¿a ti no?

Ilusión, ilusión, dices… ¿En qué mundo vives, cariño? ¿Tienes idea de lo que cuesta un niño? ¿Con qué piensas mantenerlo?

Tengo un trabajo, no es mucho, pero si tú consigues que te aumenten a tiempo completo el tuyo creo que podríamos…

Aterriza, aterriza, bombón. ¿Me ves como padre?—se señaló a sí mismo.

Tienes razón, no se me había ocurrido pensar en eso…—tomó su bolso y se marchó del mediocre apartamento de Neal.

Tenía cinco meses de gestación, su hija nacería para la navidad o a comienzos del nuevo año. Tenía dieciocho años y ese pequeño pedacito de ser era lo único que tenía. Iba a llamarla Samantha, como su fallecida madre.

Dos semanas más tarde se realizó otra ecografía. Su bebé estaba muerta.

Desalojó el apartamento y se llevó toda la mercancía de su tienda, la cual guardó en un almancén rentado y se estaba hospedando en un motelucho mientras buscaba otro apartamento y un nuevo empleo. Encontró varios anuncios en internet, centró su atención en uno.

Se solicita niñera con experiencia

Sus deberes incluyen:

· Llevar y recoger niña a la escuela

· Preparación de alimentos

· Limpieza general del hogar

Requisitos:

· Mayor de edad

· Licencia de conducir vigente

· Auto en buenas condiciones

· Certificado libre de antecedentes penales

· Dispuesta a pernoctar

Salario a discutirse

Candy guardó el anuncio para llamar al día siguiente y programar una entrevista.

—"Salario a discutirse"… de seguro es un tacaño. Pernoctar… ¿y eso qué diablos es? se preguntó luego de bloquear la pantalla de su celular y quedarse dormida.

A las siete de la mañanana ya se había bañado, pero no tenía idea de qué ponerse para la entrevista. Lo más decente que encontró fue un vestido casual negro que por fortuna quedaba sobre las rodillas, se puso unas botas también negras, no muy apropiadas, pero no tenía mucho de donde escoger cuando la mayoría de sus cosas estaban guardadas. Recogió su cabello en una trenza y untilizó un maquillaje suave.

Al caminar hasta el estacionamiento, se rió recordando "auto en buenas condiciones" mientra metía la llave en su viejo y descolorido Toyota que rugía como león herido antes de arrancar.

Llegó con facilidad al bonito vecindario de casas de dos niveles, doble garaje y hermosos jardines. Su destartalado auto era un insulto comparado con los que veía estacionados ahí. Varios vecinos curiosos salieron a ver de quién se trataba, seguro pensando que se trataba de algún ratero. Se metieron a sus casas tan pronto vieron bajarse a la joven, delgada y menuda rubia.

Se paró ante la puerta de la casa y tocó el timbre. Se le cayó la mandíbula cuando vio a Albert nuevamente.

—Señor Andrew…—tragó hondo.

—Señorita White… no sabía que hacía entregas a domicilio…—ambos lucieron desconcertados.

—¿Entregas?

—¡Hola! ¿trajiste mi camiseta!—Savannah se abrió paso entre su papá.

—¡Oh! Tu camiseta… sí… ya la tengo hecha, solo que no pude… no me fue posible llamar para…—Candy había olvidado por completo ese asunto.

—¿Vino hasta acá para disculparse por la camiseta?—su expresión era incrédula, aunque al menos en ese momento llevaba una vestimenta más casual.

—No… yo vine para la entrevista… usted puso un anuncio…

—¿Viniste a solicitar el puesto de niñera?—la miró de arriba abajo, poniendo particular interés en su pelo, sus piercings y algunos tatuajes pequeños que se dejaban ver.

—Sí… ¿Ya consiguió a alguien?

—Eh…

—Todavía no ha venido nadie.—se entrometió la niña y Albert carraspeó.

—Cielo, ¿por qué no te vas a jugar con Héctor?

La niña se fue corriendo y detrás suyo apareció un perro ladrando contento y moviendo el rabo.

—Señorita White…—Albert se aclaró la garganta y se pasó la mano por el pelo mientras trataba de encontrar las palabras exactas para rechazarla.

—¿Sí?

—Verá que no quiero ofenderla, usted se ve buena persona… pero no me parece que sea buena influencia para mi hija, ¿entiende?—a ella se le hizo un nudo en la garganta y le costó un mundo formar una sonrisa.

—Entiendo. Discúlpeme por haberle hecho perder el tiempo.

—No se preocupe. Espere… ya que perdió el viaje, permítame al menos pagarle la gasolina…—rebuscó su billetera en el bolsillo trasero del jean y sacó un billete de veinte dólares.

Ella negó con la cabeza y se fue, dejándolo con la mano estirada.

Continuará…


¡Hola!

Espero que les haya gustado. Aclaro que no me he pasado al otro bando, jajajaja. Esta es una trama que tenía guardada en mi biblioteca personal, analizando lo que había escrito, para llevarla al Candymundo, no sentí a Terry en el personaje de "Jason" (nombre original que le di al protagonista) y ya que algunas Albertfans que me han apoyado en mis fics me han solicitado escribir de él, decidí compartirles esta trama que encontré acorde con Albert.

Este probablemente sea el primero y ultimo fic que haga para el Rubio porque yo amo a mi castaño, pero va con todo el cariño para esas chicas que aunque no son Terrytanas me han brindado su tiempo y su apoyo.

A mis seguidoras territanas si me leen:

Traten de disfrutar esta historia sin tomar en cuenta quién la protagoniza, sino el mensaje de la misma, dejen que al menos temporalmente el Rubio les robe el corazón jejejeje.

Las quiero, Candylovers!

P.D. Durante la semana estaré actualizando los fics que tanto han esperado.

Wendy Grandchester