¡¡HOLA MINNA-SAN!!! Aquí Shiomei presentándose con otra historia. Esta vez es un universo alternativo; la verdad nunca he intentado hacer uno antes de este así que les pido encarecidamente que sean comprensivos conmigo, ¡onegai! *Shiomei pone ojitos de cachorro triste *

Espero con muchas ansias sus comentarios y sugerencias, así que les agradecería que me escriban un review haciéndome saber si es que debo continuar este fic o no.

Para todos aquellos que leen Prueba de Fuego, no se preocupen que pienso subir pronto otro capítulo.


BASTA DE ESTO ¡¡¡ VAMOS AL FIC !!!

DEDICATORIA:

Este fic está dedicado a Patricia-chan y Buffy-chan, que son las personitas que siempre me dan muchísimos ánimos para seguir con Prueba de Fuego. Chicas, espero que este fic también les guste. ¡¡¡ Está hecho con todo cariño especialmente para ustedes!!!

DISCLAIMER:

Yo confieso ante ustedes hermanos que he pecado de obra, palabra... eh… disculpen, creo que me desubiqué. Lo que tengo que confesar realmente es que Rurouni Kenshin y los derechos de este magnífico anime no me pertenecen. Después de todo soy pobre, así que no me demanden que me falta mucho para acabar la universidad, ser abogada y así poder defenderme sin que me cueste. T_T

"Más fácilmente se aprende lo que por partes se propone".

SÉNECA

EL FRAUDE

Prólogo

Cabellera rojiza y muy larga; exóticos y expresivos ojos color ámbar y una extraña cicatriz en forma de cruz en la mejilla izquierda son los rasgos que lo hacen peculiar físicamente. No muy alto, de mirada penetrante, contextura delgada y de buen porte, son las características que sumadas a las anteriores lo hacen inconfundible entre los círculos más exquisitos y reconocidos de la sociedad alemana.

Su nombre: Kenshin Himura.

Siempre fue un profesional reconocido, de aquellos que no necesitan preocuparse por su horario de entrada ni por llegar a fin de mes a las justas. Era más que famoso y en todos los centros laborales en los que trabajó se distinguió por el tino y la sagacidad que siempre tuvo, invariablemente, para resolver cualquier tipo de problema financiero con suma presión y presteza. Desde sus primeros ciclos de estudios en la facultad de Economía de una de las más prestigiosas universidades alemanas, sus profesores veían en él a un excelente prospecto de profesional. Siendo esta la impresión que de su persona estaba generalizada, no le fue difícil ingresar a los círculos más altos y reservados de la plana estudiantil, y no requirió tampoco mayor esfuerzo para, eventualmente, llegar a liderarlos.


Era el estudiante modelo: Inteligente, participativo, atento y perspicaz y lo suficientemente astuto como para conservar durante los seis años de estudios en la Universidad el lugar preponderante que le correspondía entre los alumnos, y sobre todo el especial aprecio, siempre conveniente, de los catedráticos. Ya que, como dicen, todo gran esfuerzo siempre requiere un sacrificio mayor, el suyo fue dejar de lado los pasatiempos comunes de todo joven universitario para dedicarse a forjar el futuro que aspiraba a tener. Priorizó los libros a los juegos de póquer; prefirió perder fines de semana en la playa o en una cafetería tomando un capuchino con los amigos mientras charlaban de la última película en cartelera, a pasar el día encerrado en una biblioteca hurgando en los recovecos más recónditos de El Capital de Marx y textos como esos. Caminar bajo la lluvia y el frío de vuelta a la Ciudad Universitaria con cinco libros más bajo el brazo, cortesía de la no muy amigable bibliotecaria, en vez de ir a bailar o pasear en las noches en que las cuatro paredes de su habitación se hacían más y más insoportables era el precio que tenía que pagar por el bien de un futuro brillante. Pensar en un relación seria, que no pasara de besos furtivos y encuentros a media noche en casa de las compañeras que sin ningún reparo se le ofrecían a diario, era simplemente imposible.


Ocupó siempre el tercio superior de su promoción y decían por ahí que era el mejor de todos. Sin causar asombro, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en el sobresaliente economista que todos esperaban que fuera. Un día recibió el diploma de graduado con honores, parabienes y felicitaciones por doquier y, al otro, cartas de las empresas más importantes de la nación que lo invitaban a formar parte de su directorio, le aseguraban un contrato indefinido con sueldos nada desestimables. La fama estudiantil se trasladó en poco tiempo a una más amplia que abarcaba todo el sector empresarial. La renombrada habilidad de Himura de hacer que las ganancias de cualquier empresa que asesoraba prosperaran increíblemente, además de lograr que las acciones de sus representados subieran de manera extraordinaria en la Bolsa de Valores generando en los dividendos una estabilidad muy favorable, lo hacía una de las personas más respetadas y envidiadas del entorno.


Era conocido en el ámbito financiero como Battousai. La analogía entre la leyenda japonesa y el joven y destacado economista no podría haber sido más justa. Respondía a su ascendencia oriental y a su carácter aparentemente tranquilo pero que en el fondo era indomable. Nadie se cruzaba en el camino de Himura y salía ileso. Con simples manejos de "rutina" una empresa podía colapsar sin posibilidad de recuperación. Siguiendo una regla de correspondencia elemental es más que predecible saber que mientras más empresarios le confiaban el direccionamiento de sus negocios a Battousai, más poder tenía y, por ende, más remunerado era. A sus veintiún años de edad era ya dueño de una millonaria fortuna que iba en veloz aumento y, además, era el jefe de un estudio de asesores financieros que recientemente había formado.

Himura siempre estuvo convencido de que la economía se daba en todo en la vida, no había excepción alguna a los procedimientos matemáticos y a las ciencias en general. No era de extrañar que pensara que los mismos seres humanos podían ser resumidos a simples nociones económicas.

 "Todos empezamos como materia prima, decía, hay quienes se quedan así sin más, sin ser manufacturados; permaneciendo en un estado primigenio, no teniendo utilidad alguna. De esos está plagado este mundo"  "Otros muchos llegan a ser insumos, es decir, se desarrollan hasta cierto punto y hay quienes esto les parece el cúlmen de sus ambiciones. Se quedan estancados ahí, no siendo parte de los peores pero tampoco de los mejores. A la vez que estos usan a los de abajo, son usados por sus superiores para fines mayores; aunque avanzaron algo más que simple materia bruta, no son todavía perfectos, es más, ni se acercan a lo ideal. Han recorrido la mitad del camino y les falta la otra que es una mucho más difícil. La mayoría que alguna vez tuvo aspiraciones se queda aquí"  "Mas hay otros que son muy escasos pero que son quienes se convierten en el producto final, en el ideal materializado. Pocos seres humanos llegan a ser lo que alguna vez soñaron, siendo realistas, muy pocos llegamos a ser lo que queremos. Solo unos cuantos tuvimos y tenemos la capacidad de lograr lo que aspiramos sin que nada nos detenga; nadie nos ordena porque simplemente nosotros somos los que ordenamos al mundo. De ahí que solo un grupo contado de gente tenga las riendas del mundo. El poder está reservado para los sobresalientes, para aquellos que llegaron alto y que no están dispuestos a caer. El poder o la capacidad de decisión sobre los demás está solo reservado para esos pocos que tienen la capacidad de ser la perfección personificada".


A los veinte y tres años, llevaba dos años de casado con Tomoe Yukishiro. Una joven y bella muchacha, hija del Primer Ministro y proveniente una de las familias con más abolengo del país. Contrajeron matrimonio poco tiempo después de conocerse y su boda fue todo un suceso en la república. Si el nombre Kenshin Himura estaba asociado a dinero y poder hasta antes del matrimonio, después de unirse a una Yukishiro no solo tenía poderío sino que de igual modo tradición. Su red de influencias se hizo aún más grande. Todavía se puede recordar las primeras planas de todos los diarios: "Prestigioso economista Kenshin Himura anuncia próximas nupcias con Tomoe Yukishiro, primogénita del Premier de la República". La boda con una mujer de la aristocracia alemana fue un logro más para su larga gama de condecoraciones. Se conocieron en una reunión organizada por el dueño de una de las empresas que él manejaba en ese tiempo bajo el cargo de asesor financiero; mientras departía con otros colegas del medio, Himura plantó la vista en una joven de ojos color ébano profundo, de labios tan rojos como el carmín y piel tan blanca y pálida como el marfil. El anfitrión de la fiesta que era por coincidencia el Premier de la República la introdujo como su hija mayor que recién había cumplido los dieciocho años.

Kenshin Himura vio en ella la más placentera forma de cumplir con sus cometidos y no se detuvo hasta lograr casarse con ella y formar un vínculo muy ventajoso con su padre. Aunque el amor no fuera algo necesario para sus planes, era inevitable enamorarse de la bella y tímida joven. Aunque para personas como él el amor no era pieza fundamental sino complementaria de una relación, con el tiempo llego a amar a esa mujer de una forma que nunca antes había llegado a hacer.  El rumbo inalterable del tiempo siguió y pasaron los meses y estos se hicieron años. Su relación se llenó de una prematura rutina y terminó por empañar la felicidad de la joven pareja. Kenshin pasaba casi todo el día encerrado dentro de una oficina y no gustaba de ir a eventos sociales, quizá, por la costumbre que arrastró desde la universidad de preferir la soledad de su cuarto mientras estudiaba antes de disfrutar los goces y desenfrenos clásicos de la juventud.


Tomoe, por el contrario, creció siempre entre fiestas y celebraciones. Estaba acostumbrada a una vida de lujos, que por supuesto tampoco le faltó con Kenshin, y de diversión pueril. Con Himura su vida se tornó aburrida y aislada creando una zanja irreparable entre los dos; como resultado, las discrepancias no se hicieron esperar. Mientras ella se quejaba de la monotonía de su relación que se limitaba a verse todos los días, dormir en la misma cama y esporádicamente hacer el amor, claro si es que había tiempo y él se sentía con ánimos, él argüía que ella obtenía todo lo que deseaba y que al menos debería darle paz en retribución. Sin mayor entendimiento el tiempo prosiguió su curso.

Tras haber vivido con un hombre de decisión como Kenshin todo este tiempo paulatinamente se convirtió en una mujer de armas tomar y decidió enfrentar a su esposo para exigirle más consideración y que por una vez en su vida pensara en el bienestar de los demás antes que en el suyo y en el del imperio económico que buscaba construir. Kenshin, por su cuenta, la mayoría de veces hizo caso omiso a las peticiones y cuando accedía era porque odiaba que Tomoe le hiciera escenas o ver en sus hermosos ojos negros remanentes de un llanto mal ocultado. Después de todo y pese a su comportamiento, Kenshin la amaba con toda su alma. No soportaba verla sufrir y es por eso que empezó a actuar el papel de esposo ideal. Acudía a las fiestas y eventos sociales con cierta regularidad y hasta consentía que ella hiciera reuniones en su casa sin poner ninguna objeción. Tomoe no tenía un ápice de tonta y se dio cuenta de que a Kenshin no le agradaba esa vida en lo absoluto y que si la acompañaba era por ella y por no dejar que su imagen se viera mancillada al nunca aparecer junto a ella. Él estaba cada vez menos en casa y eludía aquellas fiestas con pretextos muy mal improvisados siempre que podía. Simplemente no era el ambiente en que le gustaba desenvolverse, su vida estaba en juntas de directorios y detrás de un escritorio trabajando incesablemente. Tomoe nunca más lo volvió a obligar a acompañarla en sus actividades sociales y ella misma se fue alejando de aquella vida social que de una u otra forma llenaba sus horas de soledad.

Contrario a cualquier especulación, ella también lo quería, aunque de un modo distinto, y no deseaba hacer su vida más miserable de lo que ya era junto a ella. Empezaron a hacer su vida por separado por acuerdo tácito. Hasta cierto punto ellos consideraban que era lo mejor para ambas partes ya que deseaban vivir en armonía, aunque fuera una hecha de verdades a medias, falsas sonrisas y respuestas corteses a preguntas triviales. Aunque ellos no se separaron legalmente, sí se desentendieron uno del otro en el plano personal y emocional. Con el tiempo crearon una relación de dos facetas cada vez más antagónicas: una era la de los jóvenes esposos felizmente casados que aparecían en la página social de los periódicos tomados de la mano y sonriendo, y la otra, que era la miserablemente real, la de una pareja cuyas diferencias cada día se hacían más profundas creando cismas irreparables.


Tomoe y Kenshin llevaban una relación más diplomática que marital. La monotonía de su relación y la carencia de calidez entre ellos eran dos factores decisivos, pero el primordial fue que ambos tenían intereses distintos; no se parecían en casi nada, no compartían mucho en común y lo peor era que no se conocían casi nada y lo poco que habían llegado a aprender el uno del otro no era compatible con los gustos del otro. De ahí su infelicidad y la ficción muy bien montada de su matrimonio que se basada en respetar el contrato que firmaron al casarse, por evitar un escándalo y principalmente porque no eran capaces de encarar la realidad del fracaso de su unión.

De pronto, Tomoe Himura dejó de ir aún menos a eventos sociales y se sumergió en el anonimato de la noche a la mañana. No aparecía más haciendo campañas de caridad para inválidos u organizando fiestas a las que acudía el jet set de Alemania. Esta situación continuó hasta perderse entre los recuerdos fútiles de la gente, saliendo a relucir de vez en cuando en reuniones en las que la ausencia de la bella señora Himura surgía como tema de conversación entre dos coñac dobles y el tema político del día.  Todo esto llegó a su fin cuando un día de invierno su nombre reapareció en la prensa en letras negras y muy grandes en señal de luto. La noticia de su muerte condolió a muchos alemanes y se convirtió en la comidilla de los salones más exquisitos y, por contraste, más podridos de Berlín.

Las verdaderas razones del presunto accidente siempre fueron un misterio. La policía en su informe declaró que la causa de la muerte de Tomoe Himura fue el desbarranco que sufrió mientras manejaba en una vía de alta velocidad. Al parecer se disponía a salir de Berlín, ciudad en la que residían, ya que llevaba dos maletas repletas de objetos personales. El destino que pensaba tomar nunca nadie lo supo al igual que el detalle de las maletas. Aquel día llovía a torrentes y aparentemente al doblar una curva el carro patinó debido a la mala condición de la pista y cayó hacia el vacío. Una ambulancia recogió el cuerpo de Tomoe a cierta distancia de donde se encontraba su auto volcado y que gracias a la lluvia no había explotado aún. Tenía signos vitales pero se encontraba en un estado muy serio. Su cuerpo había recibido serios daños al salir disparada por una de las puertas mientras el carro rodaba dando vueltas de campana por la pendiente pedregosa donde se la encontró después. También tenía contusiones y hemorragias internas imposibles de detener o curar. No había posibilidad alguna de que sobreviviera. Kenshin Himura llegó al hospital lo más rápido que le fue posible dejando de lado citas, entrevistas y reuniones importantes, y pudo estar a su lado justo antes de que expirara.

Los comentarios y las suspicacias de la gente malintencionada que inexorablemente siempre surgen fueron cesando conforme el tiempo pasaba, pero el recuerdo de Tomoe y el peso de la culpa por su muerte seguían en el corazón de Kenshin acribillándolo cada vez que recordaba a su esposa. Tenía impreso en la memoria el cuarto al que entró corriendo en su desesperación por ganarle a la muerte un segundo más; rememoraba el exacto aroma del lugar, aquella mezcla del perfume de ciruelos blancos que le era característico y el olor a medicinas del hospital. No pasó mucho tiempo y pudo verla por fin. Allí estaba ella,  recostada en una cama de hospital de ricos y rodeada de personas a las que él suponía médicos. Dormía conectada a innumerables máquinas que solo hacían que su sufrimiento se prolongara en este mundo. Apenas pudo tener fuerza para abrir sus ojos y sonreír aquella única franca sonrisa que le dedicó por primera y última vez. Levantó una de sus manos y acarició su cicatriz en forma de rayo suavemente, con una ternura infinita que nunca antes mostró. Gastó su último esfuerzo rasgando con una de sus uñas otra línea que formó con aquella vieja cicatriz una X imborrable en su rostro como recordatorio permanente de la culpa que cargaba encima.


"Está bien así, Kenshin. Sé feliz por mí, yo lo soy ahora"- fue lo último que dijo antes de cerrar los ojos y morir.

Ahora, diez años después, Kenshin Himura seguía viviendo el infierno interior que conoció desde que Tomoe murió con aquella sonrisa en el rostro aquel invierno infausto, pero esta vez lo hacía en otro lugar y en otras condiciones. Las pesadillas y recuerdos lo asaltaban siempre por las noches dejándolo solo en medio de una densa oscuridad llamada culpabilidad, una de la que le era imposible escapar a pesar de los intentos. Pocos días después del deceso, para aplacar un tanto su dolor, decidió alejarse de todo aquello que le reprochaba su muerte. Dejo atrás la vida frívola que el dinero le había otorgado y por la cual había sacrificado muchos años de su vida y los de su mujer. Abandonó aquellas falsas amistades que lo rodeaban adulándolo por conveniencia, y abandonó sus costumbres de millonario empecinado en vivir rodeado de dinero, dinero y más dinero para empezar de cero una vida nueva, una que esperaba al menos lo ayudara a soportar el peso de la muerte de su esposa en su conciencia. Se fue sin mirar atrás al lugar donde nació y el que no visitaba desde que salió de la casa de su padre adoptivo tras un choque ideológico. Había comprendido que el bienestar económico no valía nada a comparación de todo lo que se perdió, y que por más esfuerzo que hiciera por minimizar su pena no lo lograría jamás. Entendió que los sentimientos no pueden ser simplificados por ciencia alguna, así como el alma humana no puede ser entendida por ninguna teoría generalizadora; y pudo experimentar la imposibilidad de comprar la paz que tanto necesitaba, ni siquiera con todo el dinero del mundo sería posible. Se sintió vacío y la mentira en la que vivió durante tanto tiempo apareció tal cual era frente a él: el simple resultado de su egoísmo y de su ambición desmedida. Cambió de convicciones y decidió cambiar de vida también. Aunque sabía que sería imposible cumplir el deseo de Tomoe, al menos haría lo posible por dejar la vida que llevó hasta entonces. Esto condujo a un cambio radical en su persona y en su corazón. Por todo esto y más decidió volver a Japón.

Continuará...



Notas finales:

Arigato Gozaimasu por leer mi fic Minna-san. Gomenasai si es que Kenshin y Tomoe están muy fuera de carácter, recuerden que es un fic AU así que por favor sigan la secuencia de la historia. Con respecto a los otros personajes, ellos ya aparecerán a partir del siguiente capítulo.

Y la pregunta oficial: ¿Qué te pareció? ¡Aprieta el botoncito de ahí abajo y házmelo saber!

Arigato nuevamente,


Shiomei