Este capítulo está dedicado a Melina. Muchas gracias por tu ayuda, cariño.


Otoño en primavera

Introducción

Hermes

Era domingo, y como sucedía todos los meses, Arnold estaba sentado en el salón principal de la mansión de los Redmond. Delante de él, luciendo bastante inexpresivo, estaba Alan. En medio de ambos, con malteadas en sus robóticas manos, estaba el sirviente parlante de la familia. Era una situación que se había vuelto familiar con el paso del tiempo. Ocurría con la exactitud de un reloj suizo: primero una invitación telefónica, luego una propuesta de diversión y, finalmente, una reunión en la que el abuelo y Sammy se iban por un lado y él y Alan, por otro. Quizá tenía que ver con la edad, era lógico que ellos tuvieran más cosas en común, algo sobre el corte generacional y todo eso. Arnold hubiese estado de acuerdo de no ser porque él y Alan, aunque se llevaban mucho mejor que la primera vez, todavía pasaban por esos largos (y casi infinitos) silencios incómodos.

Gerald le había dicho, cuando le contó, que probablemente se debía a la diferencia en clases sociales. Había puesto de ejemplo a Rhonda, solo personas muy peculiares (Nadine) parecían tenerle la suficiente paciencia para mantener una charla (principalmente unilateral) con ella. Era una cuestión entre chicos ricos y chicos de clase media, si no, ¿por qué no pasaban tiempo con Lorenzo, por ejemplo? Arnold no quería darle la razón, pero algo de razón tenía. Alan iba a una escuela privada que tenía actividades extravagantes como esgrima y equitación, mientras que la suya se limitaba a informar sobre las ferias ambulantes que pasaban por la ciudad de tanto en tanto. Era fácil agotar los temas en común y dado que no compartían hobbies, la conversación solía alcanzar un tiempo muerto. Eso y la personalidad de Alan, por supuesto.

Arnold todavía no lo conocía completamente, pero entendía ciertos matices de su comportamiento. Alan era un chico extraño. Quizá no extraño como Curly o Brainy, pero lo suficiente como para ponerlo ligeramente incómodo. No solía hablar mucho, siempre con la misma expresión desinteresada y como si la cortesía fuese una retribución por lo que Arnold había hecho por él. Arnold no quería pensar que su presencia era una imposición, pero tampoco se animaba a recalcar que sus acciones no necesitaban de ningún pago. No quería sacar el tema y no podía hablar del tema. Era una paradoja a la que se resignaba con paciencia y buen humor, aunque Alan alzara una ceja cuando hacía chistes para romper el silencio.

—Está buena, ¿de qué las están haciendo ahora? —Dijo mientras alzaba su malteada.

—Frutas exóticas, mi papá quiere probarlas él mismo, por seguridad, —explicó Alan sin darle mucha importancia, paseando su mirada por la pila de libros que tenía en una mesa, a su derecha.

—¿Por seguridad?

—Por si las frutas resultan venenosas…

—Ah, —Arnold dejó su vaso sobre la mesa—, ¿piensa vender malteadas exóticas?

—Aparentemente, —Alan sonrió de lado, todavía bastante distraído por los libros.

—Ya… —Arnold miró a su alrededor—, si quieres leer, puedes hacerlo, puedo entretenerme por mi cuenta. Tu casa tiene aparatos muy interesantes.

—¿Qué? Ah, no, no, solo estaba mirándolos. —Alan se acomodó en su lugar—, no sueles venir, podemos aprovechar para conversar.

—Claro…

—Sí…

Arnold se removió en su asiento. No estaba acostumbrado a la apatía. Podía lidiar con la sobrecarga de energía, con la felicidad absoluta, con la inseguridad, con la banalidad y con la rabia, pero tenía que ser una expresión. La no-expresión, la regularidad insensible o la cortesía calmada eran terrenos inexplorados. Por eso no lograba entenderse con Arnie. Alan era un poco como Arnie, parecía distraído mientras ponía atención. Arnold ya había desgastado todo el asunto con la fotografía en dos fines de semana y, la verdad, no se sentía con ganas de hablar de filtros, revelados o esas discusiones meramente técnicas en las que caían una vez que se acababa la del significado de las imágenes. Una vez se le ocurrió proponer una actividad en el gran jardín que se podía ver a través de la ventana, pero Alan declinó con tanta simpleza, que se le quitaron las ganas de hacer ejercicio.

—Y… ¿de qué son esos libros?

—Me los trajo mi papá. Conversábamos sobre la ficción y compró algunos, todavía no los he revisado, pero creo que todos son cuentos, ¿quieres que los veamos?

—¡Sí!... quiero decir, sí, claro, uh.

Alan arrugó el ceño, pero no dijo nada. Se acercó a la pila y le pasó el primero a Arnold.

—Hey, yo he leído este, —sonrió—, es de mi autora favorita: Agatha Caulfield.

—Hay varios, ha escrito bastante, ¿no? —Dijo Alan mientras revisaba el lomo de los demás libros—, ¿sobre qué escribe?

—Granjas, hadas, genios, muchas cosas, pero es realmente muy buena, parece como si realmente pudieras ver todo lo que describe.

—¿Ah sí?, ¿Cómo Dickens?

—¿Uh?, ah, sí… mmm… no realmente, —Arnold se rascó la cabeza—, no he leído mucho a Dickens, así que no podría hacer una comparación.

—¿El chico de la cabeza extraña y la mala vieja bruja? —Alan tomó uno de los libros y alzó una ceja—. El niño de la ilustración se parece mucho a ti.

—Ja… ¿tú crees?

—Su cabeza es igual a la tuya. —Alan señaló el dibujo con su índice—. Sospecho que hay una historia detrás de esto.

—Pues…

—Eres tú, ¿verdad?

—Yo no estaría tan seguro.

—Creo que es bastante impresionante que hayas logrado inspirar a una autora.

Arnold sonrió débilmente.

—Fue hace unos meses, teníamos que hacer un reporte sobre nuestro autor o autora favoritos…

Alan le sonrió, burlón, pero parecía bastante interesado en lo que estaba escuchando. No era silencio incómodo y ayudó a pasar esa tarde de domingo. Arnold decidió que no era tan mala idea después de todo, contarle a Alan un poco de las aventuras en las que acababa metiéndose con frecuencia. Quizá Gerald estaba equivocado y no se trataba de tener temas en común, sino de buscar temas en común, con el tiempo, con paciencia, de la manera en la que siempre lo había hecho con los demás, incluso con Arnie.


—Fue espantoso. Entendí que mi sensibilidad no alcanzaba para ser bailarín, —Alan comentó, sarcástico—, pero al menos saqué una A en teatro. En mi escuela te premian por intentarlo.

Arnold soltó una carcajada. Como siempre, estaba en otra de sus reuniones en la mansión de los Redmond. Desde que había tomado la resolución de compartir sus anécdotas con Alan, las cosas habían marchado mucho mejor. Todavía tenía que hablar más de lo necesario y Alan no siempre se reía en los momentos graciosos, pero era un interlocutor amable y honesto. Era suficiente para que se sintieran más en confianza el uno con el otro y para que Alan, también, comenzara a compartir un poco de sus propias experiencias.

—Todavía no puedo creer que tengas exclusivamente una clase de teatro, —comentó Arnold, una vez que se calmó—, nuestras presentaciones son menos estrictas en ese sentido.

—Pasó mucho tiempo en la escuela, deben justificar las horas de alguna manera. —Se encogió de hombros—, ¿has participado en muchas?

—No muchas, no, lo normal, —respondió mientras recordaba—, pero ha sido divertido.

—¿Alguna historia surreal que contar? —Hizo una pausa—. A veces creo que eres el último recurso para los casos perdidos.

—No es nada de eso, —hizo un ademán con la mano para quitarle importancia—, una vez Gerald y yo terminamos en el centro vestidos de frutas.

—¿En el centro como metáfora o en el centro-centro?

—En el centro-centro.

Alan abrió los ojos sorprendido y Arnold se animó.

—Teníamos que hacer la obra, —reprimió una risa—, "Los cuatro grupos alimenticios". A Gerald le tocó ir de fresa y a mí, de plátano.

—¿Los cuatro…? —Arrugó el ceño—. No la conozco.

—Es de la famosa dramaturga Helga G. Pataki.

—Es una de tus compañeras, ¿verdad?, ¿cuál es?, ¿Gerald es tu mejor amigo, cierto?

—Sí, Helga es la que usa dos coletas y un moño rosa, del mismo color de su vestido. Gerald es el del afro. —Arnold le había ido describiendo a sus amigos según las historias que comentaba y Alan ya estaba aprendiendo a reconocerlos por el nombre.

—Ya, entonces terminaron como frutas en el centro, ¿en serio es una obra famosa?

—Para nada, —Arnold se rió—, solo decidimos escaparnos porque era vergonzoso y porque Helga es… bueno, Helga es Helga. Fue una mala decisión, terminamos con dinero clandestino y nos persiguió una banda de delincuentes.

—¿Te importaría darme detalles?

—Helga me gritó porque estuve distraído en los ensayos y Gerald y ella nunca se han llevado bien. En el camino a la obra, Gerald sugirió que no detuviéramos el bus en la parada de la escuela, así que seguimos de largo…

—… hasta que terminara la ruta y volver en uno de los buses de la dirección contraria.

—¡Exacto!, pero no funcionó, llegamos a la base y ningún bus iba de regreso…

—Genial, —Alan soltó una carcajada—, ¿y cómo se les ocurrió seguir de largo?

—El viaje es el destino, viejo.

—¿Qué?

—No lo sé, Gerald lo oyó en una película.

Alan volvió a reírse y Arnold se animó a terminar su historia.


—¿Labios rojos? —Alan alzó una ceja y Arnold se preguntó si siete domingos eran suficientes para contar anécdotas vergonzosas o si quizá se le había pasado la mano.

—Sí, bueno… eso no es importante.

—Claro, lo importante es que nunca llegaste a descubrir quién era, ¿cierto?

—No, Helga se comió la última página. Tiene muy buena coordinación.

Alan se quedó callado un momento, pensativo, mientras movía con cuidado el lente de su cámara.

—¿No te molesta?

—¿Qué cosa?, realmente ya me di por vencido y creo que en todo caso…

—No, me refiero a Helga. En todas las historias que me has contado, siempre que se involucra ella, es porque está metiéndote en problemas.

—Eh… no, bueno, uh… —Arnold arrugó el ceño. Sí, Helga era muy fastidiosa, pero no había querido dar a entender que era mala. Quizá la manera en la que estaba narrando las historias, era el problema—. Helga es… Helga.

—Ya, —Alan rodó los ojos.

—¡No, espera!, espera… uh, no me expliqué bien. Helga se comporta así porque… uh… realmente no lo sé, pero ella es… es… —Arnold se dio cuenta de que era difícil resumir a su némesis de manera sencilla—, es… una buena persona. Es decir, no es amable, tiene mal carácter y tiene una forma muy singular de encontrar apodos, pero en el fondo es buena. Además, es muy inteligente y graciosa, cuando no está enojada… que no es muy frecuente, pero… eh… —Arnold miró a Alan y notó su expresión desconcertada—, ¿no tiene sentido nada de lo que digo, verdad?

—Ni un poco, —concedió el castaño—, pero entiendo la idea general. Helga Pataki no es mala.

—Sí, es decir, ¡no!, ¿no?... No es mala, sí, eso.

—Todavía no comprendo…

—Uh… es complicado, mira… es… ¡ya sé!, es como contigo y tu papá. No solían llevarse bien porque creían que no tenían nada en común, pero una vez que realmente buscaron, encontraron lo que necesitaban.

—Técnicamente, tú le mostraste las fotografías a mi papá.

—Sí, bueno, pero eso no quita que ambos desearan llevarse bien.

—Entonces, ¿deseas llevarte bien con Helga?

—No… ¡sí!, es decir, ese no es el punto… —Arnold suspiró—. A lo que me refiero es que ambos tenían una idea equivocada sobre el otro. Con Helga, por la forma en la que suele comportarse, las personas se hacen una idea equivocada.

—¿Ah sí? —Alan levantó la mirada de su cámara—. Entonces, ¿tú has visto cómo es ella de verdad?

—Sí, —Arnold tuvo la epifanía de una sensación extraña, mezcla de orgullo con satisfacción, como si el reconocimiento fuese un logro muy personal. Quizá la reticencia que sintió inmediatamente después se debiera a eso, a que lo consideraba suyo, suyo y de Helga. Sintió que siete domingos en realidad eran muy pocos para lo que estaba revelando y se tensó.

—¿Cómo es?

—Ella es…

Era… no era un secreto, pero pasaba en raras ocasiones, en momentos en los que Helga se permitía ser un poco más ella misma. Como si el cansancio de la rutina pudiera con sus barreras y le dijera "está bien, Arnold" y lo dejara entrar a un lugar al que nadie más entraba. Arnold se había ganado ese lugar. Era suyo y aunque no tenía problemas en compartirlo con Alan, se dio cuenta que tenía problemas en compartirlo.

—Ella es una buena persona.

Arnold sonrió tranquilo, sin intenciones de decirle más de lo que ya le había dicho. Alan lo miró un momento antes de cambiar de tema.


—Escuché que una de las niñas de tu escuela se tiró un gas en público.

Arnold se atoró con el emparedado que había estado comiendo, comenzó a toser y le dio un gran sorbo al vaso con agua que tenía a la derecha. Sammy les había enviado snacks con uno de los robots mayordomos y la idea del almuerzo hizo eco en el rugido de sus estómagos. El silencio había caído en el salón y el comentario de Alan lo había tomado desprevenido.

—¿D-de dónde escuchaste eso?

—De quién.

—¿Perdón?

—Lo escuché de alguien, no de un lugar.

—Ese no es el punto.

—Unos niños de mi escuela juegan en el parque Tina, siempre fotografío los eventos, lo escuché de los que fueron a mirar.

—¿Y-y qué te hace pensar que fue en mi escuela? —Arnold se golpeó el pecho para terminar de pasar.

—Pregunté.

—Ah… seguro deben haber oído mal, en mi escuela no ha pasado nada de eso, —hizo mucho énfasis. El asunto de Phoebe todavía era muy reciente y, aunque gracioso, no quería repetir el episodio. Phoebe se ponía muy intensa.

—También dijeron que un niño se hizo en los pantalones.

—Ja… qué imaginación.

—Pasan cosas interesantes en tu escuela.

—Ya te dije que no es mi escuela.

—Seguro.


—Yo creo que los sueños son premonitorios, pero de otra forma.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, los sueños suelen hacer referencia a lo que vivimos. Ya sabes, incluso las pesadillas están relacionadas con nuestras experiencias. Por lo tanto, son reflexiones que hacemos, pero de manera inconsciente. Son nuestros miedos, nuestras inseguridades o nuestros deseos.

—¿Qué?

Alan le dio un sorbo a su taza de té.

—Yo solía soñar que estaba solo en una isla, pero aprendía a volar y me iba.

—¿Escapabas?

—No, el mar era infinito, me daba miedo.

—¿Uh?

—Me sentía solo después de que mi madre murió, ya sabes que mi papá y yo no nos solíamos llevar bien. Sé que no quería estar solo, entonces en mi sueño escapaba del lugar donde me encontraba, pero como no sabía con quién hablarlo, no tenía un punto de llegada. —Lo miró—. El viaje es el destino.

Arnold se tensó.

—Entonces, ¿por qué serían premonitorios?

—Bueno, si yo quisiera tomar una fotografía ahora mismo, tendría que decidirlo y lo haría. Uno hace lo que desea hacer y si tus sueños te dan una pista de lo que quieres, terminarás realizándolo, ¿no te parece?

Arnold se horrorizó.

—¿Y no podría ser que te obsesionas con una idea que te ha impactado mucho y terminas soñando cosas increíbles?

—¿Qué?

—Por ejemplo, si te digo todo el día que tienes… eh… un chicle en el zapato y en la noche sueñas que te ahogas masticando un chicle, ¿qué tiene eso de premonitorio?

Alan arrugó el ceño.

—¿Has soñado con la muerte por asfixia?

—¡No! —Había soñado que se casaba con Helga, pero eso no lo iba a contar de ninguna manera.

—Bien, en ese caso… creo que tendrías que ser muy susceptible… y… eh… suena como pesadilla, así que diríamos que… no lo sé. Quizá solo fue un sueño sin importancia.

—¡Lo sabía!

—Luces muy contento.

—Lo estoy.

—Y algo desilusionado.

—¿Qué?

Alan soltó una carcajada seca.


Cuando Alan lo miró sin comprender, Arnold se dio cuenta que quizá estaba sintiéndose demasiado cómodo contando sus problemas personales. Se calló de inmediato y procuró no verse demasiado incómodo, aunque esa fuese una sensación recurrente. El asunto con Lila todavía era reciente y la decepción, más que el desamor, era lo que había provocado la divagación sobre lo real, lo irreal y la profundidad de un enamoramiento a los nueve años.

—A mí no me gusta ninguna chica, —dijo Alan, por fin—. No sé qué decirte.

—Está bien, —dijo apurado—, no es necesario, solo podemos cambiar de tema.

—Si así lo quieres, —asintió, pero su expresión pensativa le indicó a Arnold que tenía algo más que decirle—. Lo que te puedo decir es que cuando uno toma una fotografía solo puede ver el momento en el que se tomó. Supongo que enamorarse es parecido. Tienes una fotografía de esa persona y solo eso, hasta que comienzas a conocerla y te enteras si tu fotografía te engañó o te enseñó la verdad todo el tiempo.

—¿Nunca te ha gustado una chica?

—Me han gustado, para fotografiarlas, pero nunca he tenido la necesidad de invitar a ninguna al cine. —Se encogió de hombros.

—Supongo que esas cosas solo pasan…

—Anímate, Arnold, todavía podrán seguir siendo amigos y ahora ya la conoces mejor que antes, ¿no?

Arnold iba a contestar, cuando se dio cuenta que Alan estaba sonriendo, pero su expresión era burlona. Le sonrió de vuelta, más animado, comprendiendo que no se trataba de nada serio y que no había necesidad de volverlo más grave o más incómodo de lo que ya era.

—Y quizá tú te enamores de alguien.

—Quizá cuando me presentes a las chicas de tu escuela, —ironizó.

Cuando Sammy y Phil entraron al salón, ambos seguían riéndose.


La visita fue breve. Alan y Sammy cenaron en la casa de huéspedes y se acoplaron con facilidad a la dinámica extravagante que constituían los momentos familiares. Había sido una invitación apresurada, en medio de los planes de viajes y la esperanza de una aventura que seguramente llegaría pronto. La escuela había organizado un concurso de ensayos y el premio, para sorpresa de todos, era un viaje a lo desconocido. Arnold estaba seguro de que tendrían que ir a San Lorenzo y aunque le inquietaba saber los resultados, había decidido mantenerse optimista. Alan y Sammy habían escuchado todo con atención, felicitándolo por anticipado y diciéndole que no se pusiera nervioso, aunque era claro que lo estaba. Arnold agradecía la simpatía, era una forma de amabilidad que ayudaba a mantenerlo tranquilo.

—Oye Arnold, —Alan lo había llamado aparte—, espero que te vaya bien en tu viaje. No creo que importe mucho si es ahora o algo más tarde, pero creo que esto podría serte útil.

Alan sacó un paquete bastante pequeño de su bolsillo y se lo entregó.

—Tu abuelo habló con mi papá por teléfono, por eso sabía alguna de las cosas que nos han contado. Sé que las visitas en mi casa son incómodas y que no soy un buen anfitrión, pero quería que supieras que te considero un buen amigo.

—Eh, gracias Alan, no era necesario…

—Es una brújula normal, puedes perderla si no la necesitas y te servirá mientras la conserves. No sabía si ya tenías una, pero nunca he estado en la selva y en las películas siempre ponen hacen mucho énfasis en que se debe llevar una.

—Está bien, comprendo, gracias, —sonrió brevemente.

—Buen viaje, Arnold.

Alan volvió a su rutina y Arnold se enteró que había ganado un viaje a San Lorenzo. Fue una amistad breve, que se desarrolló en intervalos de inconveniencia y de la que ambos se hubiesen olvidado con facilidad de no ser por el invierno del 98.


Continuará...


Nota de la autora: Este fic está inspirado en el fanart de DontbeModest y en el título que la artista le dio: Arnold told me everything about you. Les dejo el link del dibujo, que a mi me encanta: : / / dontbemodest . deviantart art/Alan-and-Helga-546765131 (borren los espacios). En caso el link no aparezca como debe ser, porque a esta página se le da la gana de eliminar lo que se le da la gana, pueden buscarlo en los favoritos de mi devianart (Abelista) con el nombre de Alan and Helga. Pedí los permisos respectivos para usar la idea y ella muy amablemente me los dio. Lo que estoy haciendo aquí es explicar lo que yo interpreté del dibujo y la historia que finalmente le di a ese encuentro. Espero que les guste.

¡Un abrazo, retoñitos!

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