Un inicio es un comienzo, incluso si la historia aún no está escrita.
La prisión de Azkaban estaba especialmente ruidosa esa noche. Los presos gritaban, aclamando venganza, esbozando hechizos que no funcionarían sin varitas y creando pócimas en el aire sin ningún ingrediente. Los truenos y relámpagos acompañaban los gritos de los encarcelados, mientras aurores hacían sus guardias paseando entre reja y reja, golpeando las manos que se atrevían a salir para arañar con sus largas y asquerosas uñas amarillas.
Una celda hacía más ruido que las demás. Estaba en la sección de alta prioridad y seguridad, era pequeña pero alrededor no había muchas celdas, porque la prisionera tenía que estar en soledad y confinamiento. Era una de las más peligrosas en toda Azkaban, protegida continuamente por dementores que no descasaban ningún segundo para hacerle su tortura más prolongada. La celda protegía a un seguidor fiel del Que-No-Debía-Ser-Nombrado: Bellatrix Lestrange.
Todos los días y las noches se le escuchaba gritar y maldecir. Escupía a los guardias y maldecía a los dementores cuando se acercaban a su invisible pared, pero esta noche sus gritos no incluían palabras, solo un grito prolongado lleno de sufrimiento. Se retorcía en el sucio suelo de su celda, con la espalda arqueada y las manos arañando el suelo rompiendo sus largas uñas.
Un médico la vigilaba tras los barrotes, al igual que diez aurores hacían guardia con sus varitas preparadas. La mujer estaba a punto de dar a luz y aunque se trataba de una mortifaga, no podían dejar que la criatura fuera asesinada por su madre en cuanto naciera. Un trueno callo unos segundos el grito de la mujer y fue entonces cuando la muralla invisible que impedía cualquier tipo de escape se levantó y el medimago entro con cinco aurores detrás.
—Ahora necesito que puje. — le ordenó el medimago usando su varita para colocar unas sábanas bajo las piernas desnudas de la mortifaga.
— ¡No me toques sangre sucia! — se escuchaba que chillaba Bellatrix entre gemidos.
—Le pido que puje, y su sufrimiento se detendrá.
Tenían que actuar rápido, porque ningún bebe podría estar mucho tiempo con los dementores alrededor, incluso con los 5 patronus de los aurores fuera de la celda. La señora Lestrange quería replicar, pero una contracción más la hizo gritar y arquear la espalda unos 10 centímetros sobre el suelo. La lluvia afuera caía en torrentes, y los rayos no se apiadaban de la labor del medimago, que con solo su varita trataba de llevar a cabo el parto, ya que ningún otro mago de San mungo había aceptado ir a peligrosa misión.
Finalmente los gritos de Bellatrix parecieron terminar, con uno largo y agónico. Su cuerpo cayo al sucio y frío piso de la celda mientras el medimago tomaba al bebé en brazos, la envolvía rápidamente en una toalla y se la pasaba a uno de los aurores. La bebe era morena con poco cabello negro pegado a su frente por la sangre de su madre. El medimago notó un par de ojos castaños y vivos antes de entregarla.
—Misión completada, Doctor Chernobyl. — felicitó unos de los aurores.
— ¡Me temo que aún no termina! — gritó el mago para hacerse oír sobre los truenos y la lluvia.
Tal y como lo sospechaba había un segundo bebe. La mujer lo notó enseguida y una nueva contracción la golpeo. Sudaba y sus negros cabellos se pegaban a su frente como las algas se pegaban a los nadadores. Un nuevo alarido subió desde la garganta de la pobre mujer y con eso su energía se vio agotada. Todo su cuerpo sufrió una convulsión y desmayó.
El medimago tomó a la segunda niña, que al igual que su hermana tenía el cabello negro y tez morena, pero a diferencia de su hermana está tenía los ojos cerrados y parecía dormitar. Como por arte de magia, la tormenta se detuvo. La envolvió en una toalla al igual que a la primera y se la entregó a otro de los aurores. Los despidió con un gesto en la cabeza y estos salieron apresurados, sus destinos eran diferentes, el medimago había advertido ya el nacimiento de gemelos y habían preparado el nuevo hogar de cada niña.
La primera sería enviada a una rica familia mágica que ansiaban tener una bebe, y querían asegurarse que la sangre fuera completamente pura. La segunda, sería mandada a un orfanato muggle, en el que sería adoptada en el tiempo y crecería para enterarse que era una hechicera. Por el momento al medimago no le importaba el destino de las gemelas Lestrange, solo le importaba la mujer que yacía sobre suciedad respirando suavemente.
— ¡Ennervate! — conjuro apuntando a la mujer.
Esta se despabilo de su sueño, y los ojos adormilados poco a poco comenzaron a entender lo que sucedía. Cuando se inclinó con las manos al frente para ahorcar al medimago uno de los aurores hizo aparecer unas cadenas que se amarraron a sus muñecas y la hicieron detenerse para retorcerse de dolor.
— ¡Sucios! ¡Inmundas sangres sucias y desperdicios de la sangre! ¡Cómo se atreven a estar en mi presencia! ¡De tocarme incluso!
— ¡Bellatrix Lestrange! — habló imperioso uno de los tres restantes aurores dentro de la celda. — Su crimen le impedirá saber de sus hijas. Nunca podrá verlas y ni siquiera sabrá que existen.
—Obliviate. — murmuró el doctor agitando su varita y entonces la bruja quedo completamente en silencio.
Los aurores escoltaron al medimago fuera de la celda, y cuando la hechicera recobro el sentido no había nadie alrededor y la seguridad y calor que los patronus le habían estado acobijando desapareció. Chilló cuando los dementores se acercaron a su celda pero ningún recuerdo de sus anteriores nueve meses quedaba en su memoria.
Once años pasaron tras esa noche de tormenta en la prisión más escalofriante del mundo mágico. Las dos niñas fueron enviadas a los lugares que se proponían desde un inicio, ambas sin ningún conocimiento de su madre o de su hermana. Los únicos que conocían la verdad entre ellas eran los aurores y el medimago de esa noche en la torre, pero ninguno de ellos iba a revelar el secreto, nadie podría nunca enterarse que pertenecían a la mortifaga más temible de la comunidad mágico.
La primera gemela que nació fue adoptada por la familia Borage, una familia de excelencia que vivían gracias a la riqueza que uno de sus antepasados había creado al escribir el libro "Elaboración de pociones avanzadas", libro con el cual cada año la familia continuaba acumulando riquezas. Incluso si deseaban dejar de trabajar podrían hacerlo, porque el libro nunca llegaría a volverse viejo. Era fundamental para todo aquel que deseaba aprender pociones.
La niña fue llamada Evangeline. Creció como una princesa debería hacerlo, con sirvientes bajo sus órdenes y caprichos cumplidos al segundo. La palabra "no" era inaceptable para la pequeña, que gracias a sus padres había conseguido casa cosa que quisiera, desde una muñeca hasta una escoba nimbus 2000 con la cual aprendió a volar (con el entrenamiento de un ex jugador de los Chudley cannons).
Evangeline Borage era una niña de cabellos rizados y gruesos, con mirada vivaz y palabras fuertes. No decía nada sin haberlo pensado antes, y cada vez que hablaba un oído tenía que escuchar, y naturalmente muchas bocas se abrían cuando hablaba, porque para ser alguien que no hablaba mucho decía mucho. Sus palabras siempre sonaban inteligentes, e incluso cuando no tenía razón (que sucedía rara vez), tenía razón.
Hay algo en Evangeline, que si le preguntarás a sus primos podrías escuchar repetidamente, y es que tiene un aura intimidante, unos ojos calculadores y palabras frías que usa cuando se dirigía a la familia menos importante. Sus padres no sabían cómo, pero de alguna forma reconocía a una persona importante cuando la veía, dejaba atrás su faceta oscura y se presentaba con amabilidad y naturalidad. No sabían por qué pero les recordaba mucho a ciertos conocidos de una antigua y ancestral familia.
El día que una lechuza golpeo la ventana de la mansión Borage, Evangeline saltó de alegría y por primera vez sus padres notaron una autentica sonrisa de felicidad. La niña corrió para tomar la carta que el ave tenía, y solo después que la leyó completa miro a sus padres, como solía hacer cuando tenía algo importante que decir y anunció.
—Iré al callejón Diagon en el transcurso de la semana, tengo los galeones suficientes para comprar el material para iniciar mi curso en Hogwarts.
— ¡Mi pequeña ira a Hogwarts! — chilló la madre asfixiando a su hija en un abrazo, del cual pudo zafarse rápido.
—No me despeines. ¿Por qué tanta emoción? Era obvio que entraría al colegio, estoy destinada a estar en la misma casa que mis padres.
—Pero al fin podrás relacionarte con niños de tu edad. Todos tus primos son mayores, necesitas hacer amigos.
—Claro amigos. – bufó y se echó a reír, con su característico tono burlón que había perfeccionado con el paso de los años.
Lo que en verdad deseaba, era tener nuevos súbditos.
La segunda niña había sido mandada a un orfanato muggle, en el cual solo vivió los primeros meses de su vida, para ser adoptada por una mujer viuda con una pequeña casa en Londres. Si la mujer no tenía muchas cosas no se debía a que era pobre, su salario como maestra le brindaba una economía suficiente. Era maestra de astronomía en la universidad de Londres, y por esa razón su única hija había tomado el nombre de una constelación: Eridanus.
A diferencia de su hermana, Eridanus no tuvo todo lo que deseaba a manos llenas, solo lo más necesario. Era una aficionada por los libros científicos y de poesía, lo cuales podía pasar horas leyendo mientras su madre enseñaba en la universidad. Como cualquier persona muggle curso el preescolar y la primaria. Si algo se podía decir que a la niña le sobraba eran amigos. A donde fuera que iba creaba una nueva amistad, tantas personas la conocían que en su cumpleaños onceavo tuvieron que comprar un pastel de tres pisos para dar a todos los invitados.
Cualquiera que hablará de Eridanus diría que no le temía a nada. Le gustaban las aventuras, y a menudos jugaba a ser un caballero, con una espada en mano y un peligroso dragón enfrente. Por más que su madre deseaba que pretendiera ser la princesa ella deseaba ser la heroína pues citando sus palabras: ‹‹Las princesas siempre están fuera de la verdadera acción, solo están ahí llorando en sus torres. Yo quiero la acción, los peligros y las aventuras. ››.
Eridanus era un niña tierna le miraras por donde le miraras, pero su lado travieso se le escapaba en ocasiones, sobre todo cuando se trataba de jugar una broma a algún amigo, era ingeniosa y sabía cómo lograr que nadie la atrapara. Pero cuando lo hacían se responsabilizaba de sus actos y se disculpaba con sincera honestidad.
Le gustaba hablar, tanto que incluso su madre tenía que callarla en ocasiones porque empezaba a marearla. Hablaba con la naturalidad de una niña, sus temas eran triviales y no tenían mucho contenido, con excepción a las veces que hablaba sobre sus libros y podía contarte toda una historia completa si no la parabas. Tiene ojos grandes y de color avellana, normalmente ocultos por las hojas de sus libros, y su cabello descansaba lacio sobre sus hombros de un color oscuro como la noche misma.
Un día llego a su puerta una mujer vestida de verde, con un sombrero en punta, con una mirada severa tras unos anteojos cuadrados y una carta en la mano derecha. La mujer dijo llamarse McGonagall y le contó a Eridanus su verdadero ser, anunciándole de esa forma que en realidad era una bruja y que tenía un lugar en el colegio de magia y hechicería, Hogwarts.
—El cual, debo decir, es el mejor en toda la comunidad mágica. – aseguro la profesora de dicho colegio.
Después de miradas inseguras y mucha charla, Aurora, la madre de Eridanus se convenció realmente que la magia existía. La niña había aceptado desde un inicio las palabras de la mujer, no solo porque era la cosa más maravillosa y emocionante que había escuchado, sino porque con el paso de los años se iba descubriéndose un poco. Algunas ocasiones eran cosas con poca importancia, como un objeto que se mueve un par de centímetros, y otras veces veía y sentía como los objetos levitaban cuando les pedía que lo hicieran.
— ¡Seré la protagonista de mi propia historia, mamá! — exclamo después que la profesora partiera tras dar todas las indicaciones sobre el nuevo curso.
Aunque a Aurora le doliera ver partir a su hija todo un año, se sintió feliz, pues de esa forma su hija por fin se sentiría especial y podría vivir todas las aventuras que tanto deseaba.
Cuando los meses transcurrieron y el expreso a Hogwarts partía las gemelas abandonaron Londres hacía su nuevo colegio. Las despedidas de cada una fueron diferentes. Mientras que Eridanus se despidió con un fuerte abrazo repleto de lágrimas y promesas de cartas, la despedida de Evangeline fue fría y sin muchas palabras por su parte, más un "los veré en navidad" breve y distante.
Eridanus camino golpeando sus rodillas con su baúl mientras buscaba un compartimiento vacío en la locomotora, incluso si era buena haciendo amistades era bastante tímida y no sabía muy bien cómo hablarle a algún hechicero. Entonces vio que en un compartimiento estaba una señora con un carrito de dulces, y alcanzo a ver que solo dos niños ocupaban el lugar. Aclarándose la garganta se acercó.
— ¿Disculpa, puedo sentarme aquí? Los otros lugares están repletos.
—Por supuesto, entra. — invito un chico de anteojos redondos.
Eridanus entro agachando la cabeza, colocó su baúl y se sentó frente a los chicos. El de anteojos vestía una ropa muy grande para él, y el otro, un chico pelirrojo, vestía con una ropa gastada. Ella les sonrió tímidamente, pues de todas las personas que había visto eran ellos los que lucían más amables y normales, como ella que llevaba una falda rosa y una blusa de tirantes amarilla. El chico de anteojos compró todo el carrito de dulces y le pidió a Eridanus que comiera lo que deseara.
— ¿Enserio? Gracias, pero la verdad no estoy segura, escuche que algunos dulces son peligrosos.
—No lo son. — afirmo el pelirrojo. — Quizá solo las ranas de chocolate, porque se pueden escapar, o las grajeas porque algunos sabores son muy extraños. Como a mi hermano Fred, le salió una vez cerrilla de gigante.
Los tres se echaron a reír y entonces Eridanus acepto una caja de grajeas. La primera sabía a sorbete de limón.
—Por cierto. Mi nombre es Eridanus Grodley, pueden decirme Eri. Soy nueva, en todo esto.
— ¿Eres hija de muggles? — pregunto el pelirrojo y ella asintió con timidez, McGonagall e había explicado la palabra. — ¡Qué bien! Aquí mi amigo también ha vivido con muggles toda su vida. Yo soy Ron Weasley, y él es Harry Potter.
—Un placer. — saludo Eridanus.
Y al igual que en muchas ocasiones anteriores, supuso que había hecho nuevos amigos.
Mientras tanto, en otro compartimiento del expreso, muy lejos de donde Eridanus se encontraba, estaba Evangeline Borage hablando con personas que conocía de antes como Blaise Zaibini o Marcus Flint. La chica ocupaba todo un asiento con las piernas extendidas y los brazos bajo su cabeza mientras escuchaba la charla entre los chicos. El mayor les contaba acerca de las mazmorras y la casa de Slytherin, la cual todos en el compartimiento aspiraban.
—Por supuesto que quedaré en Slytherin, ¿acaso hay una casa mejor que esa?
—Por fortuna solo la gente importante está en esa casa, sería una verdadera molestia que permitieran entrar a personas como Susan Bones que se le nota claramente que es una Hufflepuff. — exclamó un chico rubio y algunas risas lo acompañaron.
— ¿Y te crees suficiente importante para ir a Slytherin? – interrumpió Evangeline sin siquiera apartar su vista del techo.
— ¡Por supuesto! ¿Quién te crees para hablar así de mí?
Quienes conocían a la chica se habían quedado callados, incluso el mayor Flint, pues muchas veces habían sido víctimas de la ira de la pequeña Borage. Esperaban algún grito por parte de la niña de cabello rizado, pero en vez de eso les sorprendió escuchar la risa fría y cruel, mientras ella se sentaba y clavaba sus ojos en el rubio.
— ¿Quién soy? ¿Quién eres tú?
Al chico se le subieron los colores al rostro, pero fue capaz de contestar, presentándose como Draco Malfoy.
— ¿Malfoy? – pensó ella confundida. —No pareces un Malfoy.
— ¡Cómo te atreves a decir eso!
—Es solo que conozco algunos Malfoy, y tienen más presencia que tú.
Un chico se atraganto con la risa y recibió una mirada fulminante por parte del Malfoy.
— ¿Te parece gracioso, Goyle? Incluso una babosa tiene más presencia que tú.
Esta vez el resto de los chicos se rieron exceptuando Evangeline, quien inclino la cabeza para ver mejor a Draco Malfoy. Conocía a su padre, Lucius Malfoy, un hombre que a primera instancia le pareció poderoso e inteligente, pero que con el paso del tiempo le fue pareciendo más bien un hombre débil e insignificante. Pero su hijo, tal vez fuera lo contrario.
—Soy Evangeline Borage. Puedes decirme Eva. — se presentó ante sorpresa de todos inclinándose hacia el rubio extendiendo su brazo derecho.
—Un placer. — murmuró el chico estrechándola, pero sin sonreír al igual que ella. No le tenía confianza.
Ella pensó que podía tener un sirviente interesante esa vez.
Lo que paso después está de más contar, la llegada a Hogwarts fue rápida y las amistades y alianzas se forjaron mientras permanecían en el tren. El viaje en bote fue igual de rápido, y mientras se iban acercando las gemelas tuvieron distintas opiniones del castillo de Hogwarts, mientras a una le parecía maravilloso y místico a otro le pareció extraño e intimidante.
La profesora McGonagall los guio hacía el gran comedor, donde los alumnos de Hogwarts los observaron entrar en una fila, algunos temblando como Eri y otros caminando altivamente como Eva. Frente a ellos se alzaba una mesa larga con todos los profesores del colegio, y enfrente un taburete con un viejo sombrero, que empezó a cantar. Eri estaba tan nerviosa que apenas presto atención a la canción.
–Cuando mencione sus nombres, quiero que pasen y se pongan el sombreo. Este los asignara su casa. — explicó la profesora McGonagall desenrollando un largo pergamino.
— ¿Así de fácil? — se quejó Ron a un lado de Eri que había estado diciendo lo que sus hermanos le habían dicho de la selección. Eri le sonrió y volvió su atención al frente.
—Abbott Hannah — llamó la profesora.
Una chica rubia con cara sonrojada subió al taburete y fue mandada a Hufflepuff. Algunos otros pasaron también y entonces la profesora llamó a una de las gemelas,
—Borage, Evangeline.
Seguida por algunos susurros por parte de la mesa de las serpientes Evangeline subió y se sentó bajo el sombrero seleccionador. Su mirada estaba sobre la mesa de Slytherin, y a diferencia de todos sus precursores no se sobresaltó cuando la gutural voz del sombrero le hablo.
—Hace bastante que no veía una mente así, sádica pero brillante, calculadora y eficaz, eres muy especial pequeña. — le dijo el sombrero dentro de su mente.
—No vine a que un sombrero me diga lo que ya se. — contestó de la misma forma silenciosa que él.
—Confiada y orgullosa, pero no puedo decir que sean cumplidos, sabes que no todas las cosas son lo que parecen, y tú no lo eres. Pero ya sabes a que casa perteneces, ¿no es así?
—Slytherin naturalmente. — murmuró la joven en voz baja.
—Naturalmente. — le contestó el sombrero. — ¡Slytherin! – gritó para que todos lo escucharan y así Eva bajo del taburete y fue a sentarse a la mesa verde, donde Marcus Flint la recibía con aplausos.
Entonces la profesora continúo llamando a personas. Eridanus pudo ver entre ellos a una chica apellidada Granger, que había durado mucho bajo el sombrero y finalmente había sido enviada a Gryffindor, la misma que los había regañado antes en el expreso. Ahora Eridanus estaba segura que quería ir a Gryffindor, después de defenderse junto a Harry y Ron sabía que la casa de los valientes era a la que pertenecía.
—Grodley, Eridanus.
Con paso firme avanzó hasta el taburete. Saludo a la profesora con una sonrisa y se puso el sombrero sobre la cabeza. El primer impacto no fue tan temible como esperaba, pues escuchaba un "ah" por parte del sombrero.
—Otra más. Tú sí que eres un reto Eridanus, sí, todo está en tu cabeza. Tu sangre te llama a una casa, pero parece que te has decidido ya por una diferente.
— ¿Mi sangre? – preguntó confundida en voz baja.
—Oh sí, todos tus antepasados estuvieron en Slytherin, ¿no lo sabías? Incluso tu madre, y que una gran Slytherin, ahí harías un buen papel, si, tienes todo lo necesario.
—Mi madre es muggle.
—Hablo de tu verdadera madre.
Eridanus sabía que era adoptada, pero no le impedía molestarse un poco por el comentario del sombrero. Gruñó por lo bajo y pidió ser enviada a Gryffindor.
—Sí, veo que tu corazón pertenece allá, eres aventurera y valiente, opaca a tus otras cualidades. Por eso tú vas a… ¡Gryffindor!
Con un suspiro de alivio bajo del taburete y fue a sentarse junto a la chica Granger y unos gemelos pelirrojos, que se presentaron como Fred y George. La cena transcurrió y solo dos personas en la mesa de profesores pudieron notar la similitud entre la leona y la serpiente.
