Bueno, pues acabo de leer el libro de El Fantasma de la Ópera, así como de ver la película (una de tantas), y me he animado a hacer un fic de ello. Ah, un favor más, que lean mis demás fics y les dejen review. Ahora sí, doy inicio.
A PHANTOM LEGACY
CAPÍTULO 1
EL ENCUENTRO CON UN ÁNGEL
Disclaimer: El libro de El Fantasma de la Ópera no es mío, así como no me pertenecen ninguno de sus personajes. Son propiedad de Gastón Leroux por ser su obra original.
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Ha pasado más de año y medio desde el incidente que hizo que la Ópera Popular cerrara por completo sus puertas. Ya nadie asiste a ese lugar. Todos atemorizados de que el fantasma regrese, no han asistido para nada. Christine en el balcón de su casa, su nueva casa como la esposa del vizconde de Chagny, pensando en todas las cosas que han pasado en su vida. Desde la muerte de su padre, hasta su encuentro con su Ángel de Música, y la revelación de este como el Fantasma de la Ópera, el que aterró a todos, e incluso mató a varia gente. Ahora, está muerto.
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En lo que alguna vez fue la gran Ópera Popular, aún quedaba una vela encendida. Alguien había encendido una vela. ¿Quién pudo ser? El lugar está desierto, a excepción de una persona. En la soledad del lugar, se escucha el sonar de un violín, con una tonada melancólica. ¡Es él! ¡Es el Ángel de Música! A fin de cuentas no murió. Era otro de sus trucos. Posiblemente, antes de que todo el lugar se llenara de agua, pudo abrir otra compuerta, y así poder escapar de una muerte segura. Claro, un fantasma no puede morir.
Erik, el Fantasma, estaba donde siempre se había escondido del mundo. Tocando su violín magistralmente, mientras lágrimas rodaban por sus mejillas. La máscara que siempre cargaba impedía que alguien, si es que aún podía haber alguien en la Ópera, pudiera ver sus ojos llorosos por culpa del desamor. ¿De qué servía tocar ahora? La música siempre le curaba el alma, pero ahora, sin nadie a su lado, sin nadie a quien observar, sin Christine, nada valía la pena, ni siquiera su amada música. Si no tenía a Christine, nada valía la pena. ¿Por qué abrió la puerta secreta y escapó? ¿Por qué no murió de una vez? Al terminar de tocar, dio un prolongado paseo por la Ópera. Todo en silencio. Todo en sombras. Ni un alma a la vista. Estaba solo, como siempre lo había estado.
Pasó por los palcos, por todos los asientos, se paró en el escenario, y miró el estrado de los músicos. Paseó tras las bambalinas, con una extraña esperanza por encontrar a alguien. Era inútil. Nunca nadie iba a regresar a ese lugar. Nunca más iba a platicar con nadie (porque, aunque era inimaginable, había tenido la oportunidad de conversar breve y escasamente con Madame Giry), nunca más iba a ver a nadie, nunca más iba a cantar con nadie. O eso pensaba.
Se escucharon los pasos apresurados. ¿Alguien en la Ópera? ¡Imposible! Rápidamente, como sombra, Erik se escondió tras una puerta secreta que estaba cerca de las bambalinas, la misma donde se había llevado a la señorita Daae. Observó desmesuradamente al intruso de la Ópera. Se sorprendió al ver a una joven, de no más de 19 años, entrar corriendo, para después sentarse en el escenario y llorar tristemente. La chica se sentó y empezó a llorar sin consuelo alguno. Erik no daba crédito a lo que sus ojos miraban. La bella chica, de cabellos color oro, de tez blanca como nieve, sentada en aquel sucio escenario, sola.
Erik se condujo rápido hacia el palco 5, donde siempre solía observar a la actual señora de Chagny. Al estar en aquel sitio, pudo ver mejor a aquella rubia que lo tenía embelesado con tan singular belleza. Era algo que no se podía creer. Otra vez podía caer enamorado, pero eso significaría que otra vez podría ser desilusionado. Como sin saber qué hacer exactamente, Erik fue hacia sus aposentos, esperando que la joven albina no se fuera de donde estaba. Al llegar a su guarida, empezó a tocar una sinfonía en el órgano. La música se fue hacia todas partes del lugar, incluso la muchacha pudo escucharla. La tonada era dulce, alegre, y logró quitarle la amargura.
-¿Quién anda ahí?-preguntó la joven, mientras limpiaba sus lágrimas y se reponía.
La canción siguió sonando. La joven caminaba hacia donde provenía la música. Encontró al fin un camerino, que en la puerta traía el apellido Daae. Al entrar, se topó con un espejo. De pronto, cuando la música cesó, una figura se vio en el cristal. No sólo era el de la rubia, había otra figura. Un hombre alto, de buen porte, vestido elegantemente y con una máscara en el rostro. El espejo se abrió.
La chica no creía lo que pasaba. Por la impresión, no sólo de la aparición fantasmal, sino de la apertura del espejo, y por todo un día sin comer nada, terminó por desmayarse. Erik observó el cuerpo delgado de aquella joven desplomarse, y fue apresurado hacia donde ella, para atenderla y llevarla a su escondite.
-¿Se encuentra bien, señorita?-preguntó el hombre mientras la chica rubia despertaba lentamente.
-¿Quién eres tú?-preguntó la muchacha al poder ver al fin al hombre de máscara frente a ella.
-Me llamo Erik, y vivo aquí. ¿Y usted quién es?
-Lévesque, Christine Lévesque.
CONTINUARÁ…
