El escándalo de la taliomida y la muerte de Sister Evangelina habían consumido los ánimos de todos. Parecía que crecían no sólo los problemas sino también el vacio de alguien muy importante que faltaba. Por eso cuando la propuesta del viaje a África llegó, la mayoría aceptó de inmediato, esperanzados en que el cambio de aires los beneficiaría. Y por eso estaban allí, viajando en un tortuoso tren rumbo a la nada. Frente a ella viajaban Trixie y Sister Winifred. Ambas charlaban animadamente, como si el calor no les hiciera mella. Pensó que el viaje les haría muy bien a ambas; Trixie podría sobrellevar mejor la lucha consigo misma y el alcohol, y Sister Winifred templaría su fe, que en ocasiones había utilizado para juzgar demasiado rápido a los demás.

Miró por la ventana a la extensa llanura que el sol del mediodía quemaba, y luego miró hacia donde no quería mirar. Dos asientos más adelante, Shelagh dormía en brazos del Dr. Turner. Dos meses habían pasado y parecían dos años. Dos meses desde que la discusión sobre la píldora las había distanciado más que cuando Shelagh dejó la Orden. Por primera vez, la grieta entre la ciencia y la Iglesia las ponía en lugares enfrentados. Pero es que no podía creer que Shelagh no viera las consecuencias. ¿Tan rápido había olvidado la formación que recibió en la Orden? ¿O es que estaba demasiado ciega por su marido? Pensar en aquello la enojaba muchísimo porque era en esos momentos cuando más extrañaba a Sister Bernadette, su mano derecha y futura sucesora, aquella en la siempre podía confiar. Era extraño que fueran la misma persona y a la vez, dos opuestos.

Al fin el tren se detuvo en una pequeña estación atestada de gente. Pronto se apearon y Sister Julienne puso toda su esperanza en que el sol de África quemaría también las heridas.