Hola! Aqui va mi primer intento de hacer algo que no sea un one-shot. Dado que amo la Navidad, decidi hacer que mis santitos adorados tambien la festejaran. Espero terminar de publicarlo alrededor de las fiestas. Ojala les guste!
Disclaimer: Nada de Saint Seiya me pertenece.
Un Cuento De Navidad
Capítulo I: Una historia para oír antes de dormir
Era una fría noche de invierno, y en aquella zona solitaria de Siberia, en medio de la nieve, apenas podía distinguirse una pequeña cabaña a lo lejos. La luz que provenía de su única ventana era como un farol en la oscuridad nocturna, y los copos de nieve brillaban cuando pasaban por delante suyo. Esa noche en particular, a través de esa ventana, podía verse una chimenea, donde el fuego era la única fuente de luz y calor, una mesa con algunos platos, y un joven sentado en un sillón frente a la chimenéa, con un libro en su mano. No podría decirse si el libro era o no atrapante, pero su lector no estaba muy interesado. Después de leer por enésima vez la misma oración, y darse cuenta de que no había cambiado de página en al menos veinte minutos, decidió resignarse al hecho de que no podría concentrarse, por lo que dejó el libro en una mesita adyacente y comenzó a pasearse por el pequeño estar de la cabaña. Su rostro y la forma en que pasaba sus manos por su largo cabello denotaban preocupación.
- ¿En donde se metieron? – pensó en voz alta.
Sabía lo que le dirían sus amigos si lo vieran en este momento. No dudaba en que Aldebarán, Aioria y Milo se hubieran reído de él si supieran de su preocupación. Casi podía escuchar la voz burlona de Milo en su cabeza, diciéndole "Ay, Camus, te has convertido en mamá oso." Bueno, que el Escorpio dijera lo que quisiese. Él no tenía discípulos, así que no sabía lo que era tener otros a su cuidado.
Aunque se mostrara frío e indiferente ante el mundo, Camus de Acuario de verdad quería a esos pequeños, que no pasaban de los diez años, y el hecho de que ya fuera casi la madrugada y todavía no llegaran del entrenamiento que les había encomendado lo tenía bastante alterado.
- Los voy a matar. Cuando lleguen juro que los mato. – decía mientras se paseaba por la cabaña – no saldrán de su habitación en meses. Su entrenamiento será pura teoría. Los voy a matar. ¿Dónde demonios se habrán metido?
Camus estaba a punto de buscar un abrigo y salir él mismo a buscarlos en la tormenta, pero se detuvo. Era un maestro, no un hermano o un padre. Si los había dejado para que practiquen por si solos, eso debían hacer. Si no podían sobrevivir, entonces no servían para Santos de Athena. Debían ser duros y fríos como los hielos eternos, y esa descripción también debía incluirlo a él. "Deja las emociones de lado, Camus" se dijo.
Ya estaba con el saco puesto y llegando a la puerta cuando escuchó dos voces infantiles que se acercaban.
Dejó su abrigo, y esperó a que entraran, preparándose para dirigirles su mejor mirada gélida, aunque por dentro era todo alivio. Sin embargo, el Acuario esperó en vano, porque los niños no entraban. Intentó escuchar lo que decían.
- Nos va a asesinar, Hyoga. No podemos entrar con esto.
-¡No exageres, Isaac! Ya verás como le va a gustar.
-¿Se te congelaron las neuronas o que? Cuando el Maestro lo vea, así de rápido y nos echa. Perderemos nuestro entrenamiento, viviremos como renegados y…
- ¡Ay por favor Isaac, no seas dramático! Ayúdame, ¿quieres? Pesa mucho.
El pequeño Hyoga estaba a punto de golpear la puerta cuando Camus la abrió desde adentro. ¡Cual sería su sorpresa al ver a los dos pequeños, sosteniendo entre los dos lo que parecía ser un árbol! Acaso… ¿era un pino?
- Niños…
La reacción de los dos pequeños, al ver a su Maestro, fue de lo más dispar. Hyoga le sonrió, como si fuera normal llegar a esas horas de la noche, mientras el rostro de Isaac reflejaba puro terror.
-Maestro Camus, perdónenos por llegar a esta hora. No quisimos preocuparlo, pero entrenamos hasta muy tarde y después…
-¡Mire, Maestro! – interrumpió el pequeño rubio a su compañero - ¡Trajimos un árbol de Navidad!
Con que eso era. Un árbol de Navidad. El joven los miró seriamente durante unos segundos, y luego los entró a la cabaña, dejando el árbol afuera. Cerró la puerta tras ellos y luego de atemorizarlos con la mirada un poco más, comenzó su interrogatorio.
- ¿Se dan cuenta la hora que es, Hyoga, Isaac? Si no me equivoco les di una orden, muy específica, de que estuvieran aquí para la cena.
- Pero, Maestro…
- Nada de "peros", Hyoga. Cuando doy órdenes espero que las cumplan. Soy su maestro y es así de sencillo – continuó secamente – Ustedes están bajo mi responsabilidad, y si les digo que regresen temprano, deben hacerlo.
- Maestro… - comenzó Isaac con los ojos llorosos.
- ¡Solo queríamos un árbol de Navidad! – dijo Hyoga, para luego romper en llanto - ¿Acaso no vamos a celebrar la Navidad, Maestro?
Camus sintió una punzada en su interior. Recordaba esas mismas palabras, pero en la boca de otro niño. Un niño que había sido algo más joven que Hyoga, pero en los demás aspectos muy parecido…
El joven Santo Dorado se arrodilló hasta quedar al nivel de su discípulo.
- Hyoga, somos Santos de Athena. La Navidad no pertenece a nuestras creencias, no la festejamos.
- Pero usted mismo dijo que los Santos podían ser de cualquier religión o país – le dijo Isaac.
- Si, es cierto. Pero mientras permanecemos en la Orden acatamos las reglas del Santuario.
-¿Y en el Santuario tampoco se festeja?
- Generalmente no, niños.
- Pero, nosotros no estamos ahora en el Santuario, Maestro – dijo Hyoga entre lagrimas, secándose los ojos con sus manos – ¿no podemos, al menos, quedarnos con el árbol? ¡No le diremos a nadie, lo prometemos!
-¡Si, lo prometemos! – agregó el niño de cabellos verdes.
Camus los consideró un momento. Después de todo, solo era un árbol…
- Está bien – dijo al fin – podemos quedarnos con el árbol.
-¡SI! – gritaron los aprendices, y comenzaron a saltar.
- Pero no olviden – continuó, y los pequeños se detuvieron – que están castigados, por haber llegado tarde. Perdieron la hora de la cena, así que ahora se irán a dormir sin comer. Y mañana los quiero despiertos a primera hora ¿entendido?
-¡Si, señor!
Mientras los jóvenes aprendices se preparaban para dormir, Camus se ocupó de entrar el árbol y colocarlo en un rincón de la sala. Al menos sus discípulos habían sido lo suficientemente inteligentes como para traer uno pequeño. Sonrió levemente al acomodarlo en la sala. Toda la situación le traía recuerdos, algunos alegres, y otros no tanto. La Navidad… al menos, por una vez…
Los días pasaron normalmente en Siberia. Los aspirantes a Santos entrenaban duramente bajo la supervisión de su Maestro, y cada día el Santo del ánfora veía como evolucionaban en el manejo de sus cosmos. Isaac sin duda corría con ventaja, pero la determinación en los ojos de Hyoga daba a entender que pronto lo alcanzaría. Por su parte, Camus no los perdía de vista desde el incidente con el pino. Sin embargo, por alguna misteriosa razón, todos los días aparecía algún adorno nuevo en ese árbol navideño. Adornos bastante humildes y, en algunos casos, en mal estado, pero cada vez había más. El joven dorado no sabía como hacían sus alumnos para rebuscárselas y conseguir esos objetos, pero había decidido callar. Después de todo, le daba un toque alegre al sencillo hogar que compartían.
La noche del 23 de diciembre, después de un arduo entrenamiento, Hyoga e Isaac se preparaban para dormir. Camus, que no tenía sueño, se ocupaba escribiendo una carta para el Santuario con su último informe. Ya tenía otra cerrada, con su mejor amigo como destinatario y estaba a punto de terminar la segunda misiva cuando escucho una voz que lo llamaba.
- Maestro…
- ¿Qué ocurre, Isaac? – respondió Camus desde su silla.
- Creo que Hyoga tiene fiebre…
Camus suspiró y se levantó de su silla, para dirigirse a la habitación que compartían sus aprendices. En efecto, la temperatura del más pequeño estaba algo elevada, por lo que se dirigió a la cocina a buscar alguna medicina que le sirviera.
- Maestro…
- ¿Qué, Isaac?
- Si está en la cocina, ¿podría traerme algo de agua?, es que tengo mucha sed…
"Paciencia, Athena" pidió a los cielos, y llevó la medicina junto con el agua. Luego de usar su cosmos para aliviar un poco al jovencito de cabellos amarillos, se volvió hacia la puerta cuando ambos lo llamaron.
- Maestro…
- ¿Si?
- ¿Podría contarnos un cuento? – le pidió Hyoga.
Esto era el colmo, pensó Camus.
- ¿Acaso no están grandes ya para oír cuentos antes de dormir?
- No – le respondieron ambos al mismo tiempo.
Acuario rió para sus adentros. Los dos lo miraban con ojos bien abiertos, esperando su respuesta. Hyoga empezó a toser, y Camus sabía que lo hacía para que le diera lástima y contara una historia. No tenía ganas, pero su alternativa era, estaba seguro, tener que despertarse después cada dos horas con las toses fingidas del niño, y quien sabe que dolencia más podrían inventar.
- No se me ninguna – mintió.
- Alguna debe saber, Maestro – comenzó Isaac – cuéntenos alguna con batallas.
- ¡No! Una con monstruos.
-¡Una con sangre!
-¡Una con zombies carnívoros!
- Todos los zombies son carnívoros, Hyoga tonto.
- ¿Tu has visto alguno, Isaac? – le dijo el otro, sacándole la lengua.
- Te veo mucho mejor, Hyoga – observó su Maestro.
-¿Qué?, no, *cof* *cof* me duele…
-¡Ya se! – dijo Isaac emocionado - ¡cuéntenos una historia de Navidad!
-¡Si, una historia de Navidad! – lo siguió Hyoga.
"Parece que están muy entusiasmados con las festividades," pensó Camus. Lo único que quería era irse a dormir. Pensó en contar una historia rápida, pero a decir verdad, no se sabía ninguna. Hasta que algo hizo "clic" en su cabeza.
- Bien, les contaré una historia de Navidad – dijo el Santo de Acuario al fin. – Esta historia ocurrió hace muchos años en un… - se detuvo a pensar – un orfanato.
- ¿Cómo el orfanato donde yo vivía? – preguntó Hyoga.
- Exacto. Bueno, así empieza esta historia:
"Hace muchos años, en un orfanato, vivían muchos niños. Tres de ellos eran los mayores, los que siempre cuidaban del resto, y eran jóvenes muy buenos. Después había tres un poco menores, bastante revoltosos. Y por último, estaban los más pequeños, seis niños que venían de diferentes partes del mundo. Todos estos niños se querían mucho, y estaban a cargo del Director del orfanato, un hombre bondadoso y sabio que siempre cuidaba de ellos. Uno de los niños más pequeños era un chiquillo francés…
- ¡Como usted, maestro!
- Si, como yo.
"Ese niño había nacido en una familia cristiana, que amaba celebrar la Navidad todos los años, y esos momentos eran algunos de los pocos recuerdos de sus padres que le quedaban. Por eso, fue una sorpresa para él ver como el mes de Diciembre transcurría y nadie colocaba adornos en el orfanato, ni árboles, ni guirnaldas. Hasta que un día, se dirigió al Director, y le preguntó:
- ¿Acaso no vamos a celebrar la Navidad, Gran Maestro?"
