DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen. Si fueran míos, la cosa no habría ido como fue…

SPOILERS: Este fic contiene spoliers. Si no has llegado a leer el Tomo 7 del Manga o ver el capítulo 25 del Anime, no lo leas… la verdad es demasiado dura para enterarse de esta manera.

Nota de Autora: Esta basado en una mezcla del Anime y del Manga, puesto que había cosas que salían en uno y en el otro no. Es un camino por la vida de L a través de un solo día.

Bueno, este fic nació a raíz del hecho del spoiler. Para mí fue algo tan terrible y doloroso, que no he podido parar hasta encontrar algo que liberé un poco el peso que quedó en mi corazón. Este fic es un regalo a todos los que nos sentimos como yo. Espero que os guste y entendáis el por qué de escribirlo.

LA DESPEDIDA

Capítulo Primero – Silencio

Ha amanecido hace horas, pero nada deja adivinar que detrás de esa oscuridad un sol lucha por salir. Le parece casi irreal sentirse como ese frío día de tormenta. Sentirse como ese sol, que quiere y no puede.

Una sombra oscura le cubre, como una amenaza que se cierne sobre él. Como si algo le dijese que no podrá ver el sol, que no saldrá más para él. Busca las piezas en su cerebro; las junta y no encajan. Puede oírlo en el aire, algo se le escapa.

Escucha el silencio; le grita al oído, tan fuerte y tan cerca que no entiende cómo no despierta a esa enorme ciudad que se cierne a sus pies. Sus propios latidos parecen campanas, repicando con fuerza. Se multiplican por mil, le llaman, gritan su nombre tan fuerte que parecen querer salirse de su pecho y echar a correr.

Algo va mal. Algo le duele en el pecho. Un vacío. Le duele donde sabe que no hay nada.

¿Como puede dolerme algo que no tengo?

Esa mañana despertó sobresaltado, su corazón galopaba velozmente. Lo sabe, lo siente, pero no quiere creerlo. Su mente da vueltas y busca la solución, pero no halla nada. Es como ese sol que está intentando abrirse paso entre las brumas, entre las sombras, entre esas nubes que amenazan tormenta. Él es el sol que busca una respuesta, busca lo que se le ha escapado y no lo encuentra.

Normalmente, su cerebro es una máquina de precisión, como un motor a punto para emprender la carrera de su vida. Funciona a la perfección, con las piezas engrasadas y preparadas para ponerse a dar vueltas y llevarle al triunfo. Pero hoy no. Hoy su cerebro no encaja, las piezas dan vueltas pero el motor no se mueve. Hoy es uno de esos días en los que nada va bien, en los que busca y no encuentra.

Su cerebro vuela a otros lugares, a otros momentos, vuela lejos de él, trayendo cosas que normalmente no podría recordar. Ve pasar su vida, ve momentos de hace tanto tiempo que le es difícil saber si son reales o es su imaginación que los ha creado.

Empieza a llover y el olor a lluvia le hace retroceder.

Tiene cinco años y va con sus padres, riendo y jugando dentro del coche. Fuera llueve. Un camión se acerca; su padre lo ve, dice que viene, que no puede evitar chocar; su madre grita su nombre y… silencio.

Sólo queda silencio. Puede ver la sangre, puede incluso olerla. Hace veinte años que pasó y aún puede oler la sangre de su madre manchándole el pelo. Huele espesa, huele amarga, huele a dolor y desesperación. Huele a media vida perdida y a perdón.

Sus ojos están abiertos y le mira. Los médicos le dicen que no mira a nadie, que ha muerto, pero él sabe que no es verdad. Su madre le mira y le pide perdón por irse, por no poder quedarse con él, por dejarle solo siendo tan pequeño.

Él agarra sus manos, la de los dos, y llora mientras se van. Llora y les dice que les quiere, que no le abandonen, que no podrá vivir sin ellos. Quiere gritar y grita, pero ninguna voz sale de su garganta. Sólo silencio. Silencio triste y vacío. Silencio de miedo y de ira, de odio y de amor, de perdón y de llanto. Es como el silencio que hay debajo del agua; un silencio pesado, incómodo; un silencio de gritos amortiguados; un silencio que duele y que le arrastra a un lugar oscuro. Un lugar donde no podrá oír nada, donde sólo tendrá ese silencio durante mucho tiempo. Silencio, oscuridad y soledad.

Los bomberos, policías y médicos le hablan, pero no les puede oír. Durante los meses siguientes no puede oír nada, sólo el grito de su madre antes de ser embestidos.

Veinte años no bastan para olvidar, no bastan para que el dolor termine; no bastan para que deje de oler la sangre, ni para que deje de oír sus gritos. Veinte años no son nada.

Los recuerda y sabe que han pasado casi como un sueño. Él no ha pasado por esos años, esos años han pasado por él. Él los ha sobrevolado, los ha caminado casi sin pisarlos; sin dejar huellas, sin dejar marcas, ni su olor.

Han pasado los años y todo sigue igual, sigue escuchando a su madre gritar. Sigue viendo ese camión llegar contra ellos. Hace cuentas. Sus padres tenían veinticinco años cuando murieron. Él tiene veinticinco años ahora. El destino es torpe y cruel. No quiere morir con veinticinco años. No quiere morir hoy. No quiere morir en una carretera arrollado por un camión que vio venir pero que no pudo controlar. No quiere morir sabiendo qué es lo que le matará pero sin entenderlo. No quiere morir solo en esa carretera donde sabe que nadie vendrá a buscarle. No quiere pensar que no habrá nadie dándole la mano mientras muere, nadie diciéndole que le quiere, nadie llorando cuando se haya ido.