Comunidad: 30vicios livejournal
Tabla de retos: Sorpresa.
Tema: 03. Cita a ciegas.
Notas: Situado en un Universo Semi-alterno.
Señales.
Kuroko siempre se ha considerado un hombre sensato, si bien sus amigos y familia insisten en que tiene un sentido del humor retorcido y quizás un tanto cruel. Desde que era pequeño, nunca le costó trabajo acatar las reglas; era un niño tranquilo, callado y al que siempre se le veía absorto tras las páginas de un libro. Y aunque el género y el tamaño de los volúmenes crecieron junto a él, ofreciéndole mil historias en las cuales sumergirse, él nunca cambió su temperamento. Reglas tales como: limpia tu habitación, guarda las cosas que hayas usado y siempre pide las cosas por favor, quedaron impregnadas en él a manera de hábitos, que conservaría hasta el día de su muerte.
Sin embargo, una tarde, en su habitual recorrido a casa por medio del subterráneo, una de esas reglas le pareció de lo más inverosímil. No hables con extraños, Tetsuya, ¿me escuchas? Podrían hacerte daño, le había dicho su abuela cuando tenía cinco años y Ogiwara Shigehiro lo había convencido de ir a jugar basketball al otro lado de la calle, lejos de la protección de su abuela. No hables con extraños y si uno te habla, dile a tu madre o dímelo a mí, sabes que aquí estoy cuando me necesites.
Sí, la abuela siempre había estado presente hasta el día su muerte, cuando él ya tenía dieciséis y ya no hacía falta hablar de extraños peligrosos que se llevan a los niños a sus camionetas para hacerles quién sabe qué. Así que no había nadie que lo que protegiera en ese momento, nadie a quien correr, con los ojos anegados en lágrimas, balbuceando sobre un hombre malo, que en realidad era él.
Debido a su bajo perfil, casi siempre pasaba desapercibido, no sólo en lugares concurridos como el subterráneo, sino también en fiestas, fotografías y eventos importantes, por lo que era imposible que alguien se le acercara, mucho más a su edad. ¿Quién querría raptar a un joven de 25 años, claramente lejos de su infancia, llena de los mimos de su abuela y un montón de libros? La respuesta era nadie; el interesado era él. El extraño era él, aunque no tenía intenciones de acercarse al objeto de su interés, avistado por casualidad al levantar la mirada del libro que leía.
Es bastante atractivo, pensó Kuroko, bajando los ojos hacia su lectura. Me pregunto cómo se llama. Era la primera vez que lo veía en esa ruta, pues al ser bastante metódico (aunque nunca como su viejo amigo Midorima), solía tomar el tren a la misma hora, abordar el mismo vagón y sentarse también en el mismo lugar. Además, estaba seguro de que alguien como él no podía pasar desapercibido en una multitud.
Él tenía el cabello rubio, natural a juzgar por su primera impresión y los ojos a juego, dorados como los rayos del sol, enmarcados por largas pestañas, de una forma tan peculiar que resultaba atractiva, pero también graciosa. Muchas otras ocupantes del vagón lo habían percibido, así que al menos la culpa de espiar no recaía únicamente en él. Seguramente las demás también se preguntaban por su nombre, de dónde venía y a dónde iba, tal vez si podían acompañarlo; Kuroko en cambio, se contentaba con verlo. Probablemente sería la única vez, porque Tokyo esa una ciudad grande y las personas desaparecen con rapidez.
¿En qué trabajará? No creo que pegue mucho en la decoración de un despacho de abogados o algo así, se ve un poco tonto, la verdad. Atractivo pero tonto, pensó de nuevo, alzando la vista y en ese momento, los ojos dorados que había estado admirando segundos atrás se posaron en él, como si hubiera leído sus pensamientos y se sintiera ofendido ante ellos (incluso hizo una mueca, aunque quizá Kuroko sólo se la había imaginado). En realidad, ¿qué importa? Jamás lo volveré a ver.
Era lo más lógico de suponer, por eso Kuroko no volvió a levantar la vista y se convenció de que la mirada que sentía sobre él era producto de su imaginación o quizá de una larga jornada de trabajo, con un montón de niños con demasiadas energías y siempre demandantes de atención.
¿Por qué habría de suponer que ese encuentro (aunque fue sólo de miradas) era especial?
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No pensó que era especial ni siquiera unas semanas después, cuando la presencia del rubio desconocido se convirtió en una constante en el vagón en el que iba, siempre a la misma hora y en el mismo lugar. Por supuesto, de vez en cuando se preguntaba por él, pues debía tener un horario similar al suyo para poder encontrarse todos los días a la misma hora, pero no llevaba mucho trabajando en lo que fuese que hiciera. A Kuroko no se le pasó por la mente que el joven rubio lo estuviera espiando o siguiendo, ni que tuviera un interés particular en él, aunque ya habían jugado a intercambiar miradas en más de una ocasión, pero tampoco hizo nada por detenerlo. Su vida era una rutina y no había razón para creer que un extraño fuera a destruir esos días de paz.
Y estaba en lo correcto. No fue un extraño lo que cambió su vida, fue el tiempo.
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Un mes después de que el rubio apareciera por su ruta, Kuroko tuvo un contratiempo que logró que se atrasara cinco minutos en su horario para tomar el tren y aunque pudoalcanzarlo a tiempo, ni siquiera su habilidad para pasar desapercibido le fue suficiente para colarse hacia el principio de la fila, por lo tanto, no consiguió sentarse y tuvo que conformarse con un lugar en un rincón, que le impedía leer o corregir las tareas de sus alumnos, cosas que solía hacer para matar el tiempo del transcurso.
En realidad, Kuroko no estaba pensando en el misterioso muchacho en especial cuando éste entró al vagón, dos estaciones después de la suya. Sólo fue cuando lo tuvo a escasos centímetros de él, que volvió a recordar su existencia y la extraña (atracción) curiosidad que le inspiraba. A él lo había empujado un mar de gente, de manera que no había espacio para la intimidad y Kuroko no estaba seguro de cómo sentirse al respecto.
—Lo siento mucho —le dijo el joven, cuando un nuevo pasajero se abrió camino hacia el vagón, empujándolo un poco más contra la pared que Kise ocupaba—. Es hora pico, ya sabes.
—No importa, está bien —respondió Kuroko, maravillado al darse cuenta de que, a pesar de haber jugado a mirarse durante el pasado mes, ambos podían fingir a la perfección ser extraños (que lo eran).
—¿No estoy aplastándote? Puedo moverme si quieres —A Kuroko le tomó un poco de tiempo procesar su pregunta, pues se había detenido a pensar en el matiz de su voz, un tanto diferente de la que imaginaba, aunque bastante agradable, con cierto toque infantil y un modo gracioso de pronunciar las palabras. Debe de ser un hábito que no se puede quitar, pensó, antes de responder—:
—No, está bien. Quédate... ahí.
—Está bien —dijo el otro, aunque lucía un tanto sorprendido por sus palabras y se rascó la mejilla para ocultar su verguenza. A fin de cuentas, el juego de miradas no había quedado olvidado. Y aun así, Kuroko trató de suprimirlo sacando su libro de la mochila que llevaba al hombro, en una serie de maniobras bastante complicadas, que resultaron futiles, porque en ese reducido espacio no podía leer.
—Parece que es imposible —dijo, tras tratar diversas posiciones, sin encontrar la adecuada para leer y olvidarse del joven frente a él, que olía a agua de colonia para después del afeitado.
—Sí, pero en la siguiente estación baja la mayoría de las personas, así que pronto podrás leer —parecía, sin embargo, un poco decepcionado ante tal hecho. Kuroko sólo asintió cortésmente y giró su cabeza para mirar por la ventana, hacia la oscuridad de los túneles que los envolvían, pero también en el reflejo del cristal estaba él.
Sin embargo, su predicción resultó ser cierta. Casi la mitad de los pasajeros abandonaron el vagón en la siguiente estación, dándoles espacio suficiente para separarse y a él, claro, para leer. Kuroko sabía que debía sentirse aliviado, nunca le había gustado que invadieran su espacio personal, lo que incluía claro está, sus pensamientos más íntimos, y aún así, cuando el otro hombre se separó de él, de manera que había al menos 40 centímetros entre ellos, sintió la necesidad de tomarlo por la corbata negra que usaba y halarlo una vez más hacia él.
Y al parecer él también sentía lo mismo, pues no dejaba de mirarlo de reojo, inclinándose quizá más de lo necesario en cada balanceo del tren. ¿De qué le servía a Kuroko su libro ahora? Aunque podía leerlo, las palabras resbalan sobre él y sus ojos seguían vagando hacia el rostro de su acompañante inesperado, al que al parecer no le importaban las apariencias y tampoco apartaba su vista de él.
Abuela, creo que estoy a punto de cometer un error, pensó Kuroko, con el tono que tiene un hombre recién curado de su adicción al ver una botella de vino. No debo hablar con extraños, pero creo que quiero hacer algo más que eso con él, y podía culpar a sus casi tres años de soledad, después de que Kagami Taiga, el chico con el que había estado saliendo en la universidad, se fuera a América persiguiendo una beca en basketball. Podía culpar a sus hormonas, a su educación, excenta del todo de castigos o reprimendas. Podía incluso culpar a Dios, pero el deseo estaba ahí y él también lo había detectado.
Se había inclinado nuevamente hacia él y estaba tan cerca que Kuroko podía ver sus pestañas, imposiblemente largas y oscuras como la noche. Sus ojos transmitían el mismo deseo, pero por lo demás resultaban impenetrables en la materia de su pasado, sus intenciones y por supuesto, su nombre.
—Escucha... —empezó a decir el rubio, tratando de ser lo más discreto posible frente a la multitud, haciendo pasar sus palabras por una charla normal entre amigos, a pesar de que no se conocían, ni siquiera en el más mínimo detalle de su nombre—. ¿Puedo tocarte?
Era la pregunta que sellaba el pacto y Kuroko dijo que sí.
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¿Qué clase de pacto selló? Kuroko no estaba seguro y realmente no estaba pensando (o eso se decía, para excusar la culpa que sentía todas las mañanas). Lo único que sabía era que esa tarde y todas las que le siguieron, Kise Ryouta (después le dijo su nombre, ya cuando se iba, en realidad) descendió del tren junto con él y terminaron en su apartamento, pero más específicamente en su cama.
Esto se repetía todos los días, salvo fines de semana, pero eso no los había llevado a conocerse mejor, al menos espiritualmente, porque en otros aspectos, Kuroko nunca se había sentido tanto como un libro abierto, con todas las páginas que contenían sus sensaciones, fantasías y deseos tan expuestas y tan fáciles de leer. Y aunque sentía culpa, se excusaba pensando que era una aventura sin importancia, que todos las tenían alguna vez y que en realidad, podía dejarlo cuando quisiera, lo cual no era pronto.
Kise estaba bastante bien, no sólo físicamente y en sus habilidades, aunque prácticamente era lo único que conocía de él, además de su nombre. Era una buena persona, Kuroko tenía ese presentimiento, aunque no estaba seguro de dónde se basaba para afirmarlo, si sólo lo veía bajo las luces amarillentas del metro y luego a través de la oscuridad de su habitación. Lo único extraño en él, era que siempre dejaba algo tras sus visitas: un pequeño diamante que hacía que Kuroko se preguntara una vez más en qué trabajaba y si no se estaba metiendo en grandes líos al aceptarlo junto a él, aunque fuesen unas cuantas horas.
Sólo una vez trató de descifrar el misterio tras los diamantes, del tamaño de la uña de su dedo meñique. Cuando llegó la hora de que Kise se marchara, tras haber pasado al menos tres horas en la cama, Kuroko lo siguió hasta el cuarto de baño, donde el rubio solía arreglarse para salir, pero no notó nada extraño. Ni paquetes que sobresalían de los bolsillos de sus pantalones o de su chaqueta, ni mucho menos algún portafolio que le hubiera pasado desapercibido en su rápida carrera hacia su departamento.
Sin embargo, el diamante apareció en su almohada sin falta esa noche también y Kuroko decidió dejarlo pasar como el misterio que era. No quería arruinar lo que fuera que tenían, no quería que se terminara por una tontería así.
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Pero tuvo que terminarse, al menos momentáneamente y nuevamente no fue decisión de ninguno de los implicados, sino de Midorima Shintaro, al que Kuroko acudía como su médico de cabecera y al que tuvo que contarle todo tras ver que sus resultados no salían del todo bien en una revisión de rutina.
—Creía que sabías que no era saludable —dijo Midorima, acomodándose los lentes desde detrás de su escritorio, lleno de objetos de la suerte de lo más variados, pero donde predominaban las ranas, todas con alguna variación del nombre de Kerosuke—. Hay otras opciones para obtener placer sexual además de la penetración, no puedes hacerlo todos los días y mucho menos varias veces. Y —dijo, acentuando el tono reprobatorio de su voz—, mucho menos con un extraño.
—Está bien, lo tengo claro, Midorima-kun —dijo Kuroko, aunque no estaba del todo seguro—. Pero dime una última cosa.
—¿Qué es? —preguntó Midorima, listo para echar mano de sus conocimientos en Medicina y su especialización en neurocirugía; incluso se acomodó mejor las gafas, lo que casi hizo a Kuroko reír, estropeando el momento.
—¿Le has dicho eso también a Akashi-kun? Porque dudo que ustedes dos se estén cuidando tan bien como me lo recomiendas.
Kuroko se puso de pie y salió del despacho antes de que Midorima saliera de su estupefacción y lo ahorcara, sin embargo, el de ojos verdes llegó a escuchar su risa, incluso a través de la puerta cerrada. Midorima le había arruinado la fiesta y él se lo había cobrado, aun así, eso no logró despejar las dudas en su mente, que se hicieron más pesadas e insistentes nada más llegó a su solitario departamento.
Tendrían que detenerse, al menos por un tiempo. Pero si eso era lo único que los unía, si eso era lo único que ellos eran, ¿valía la pena retomarlo después de un tiempo? ¿Estaría Kise de acuerdo? ¿Y por qué a él le preocupaba tanto el que lo estuviera? ¿Qué clase de relación tenían, después de todo? Kuroko no quería pensarlo, pero tampoco dejaba de darle vueltas. No se conocían muy bien, pero tampoco eran completamente extraños.
Kuroko incluso le había contado un poco de su vida y Kise había adivinado lo demás gracias a las visitas a su departamento. A veces hasta revisaba los cuadernos de los niños con los que Kuroko trabajaba, hojeándolos y señalando errores que después Kuroko corregía, o se quedaba mucho menos si era un día particularmente ocupado para el de ojos azules. Pero, en realidad, ¿qué era todo eso? ¿Se podía hablar de una relación o del futuro de una? ¿La quería Kise? ¿La quería él?
Al ser fin de semana, Kuroko durmió solo esa noche o al menos físicamente solo, porque Kise lo acompañó en sus pensamientos después de que cerró los ojos.
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El lunes siguiente volvió a ver a Kise y como siempre, terminaron en su departamento, aunque por razones bastante diferentes.
—Espera un momento, por favor —dijo Kuroko, cuando cerró la puerta tras de sí y de inmediato sintió los labios de Kise sobre los suyos, pidiéndole que lo dejara entrar—. Kise-kun, necesitamos hablar.
—¿Qué sucede, Kurokocchi? —A Kuroko no le gustaba nada ese apodo, pero en esos momentos era la menor de sus preocupaciones y lo dejó pasar.
—Sentémonos y te lo explicaré, no me tomará mucho tiempo —en realidad, apenas fueron cinco minutos: le habló sobre la visita al médico que tenía dos veces por año, los resultados de la exploración y la advertencia de Midorima, que los obligaba a detener sus actividades clandestinas al menos por un tiempo. Lo que Kuroko no expresó fue su miedo de que todo terminara y también el miedo que tenía por sentirse de esa manera, primero quería ver la reacción de Kise y dependiendo de eso, decidiría, aunque probablemente si decía que no, el resultado lo lastimaría.
No obstante, Kise guardó silencio. Kuroko ignoraba que él se sentía igual y que también debido a eso, esperaba que el otro resolviera la situación, cosa que al final Kuroko hizo.
—¿Qué piensas, Kise-kun? ¿Se ha terminado? ¿Era lo único que teníamos en común? Si así lo piensas, lo entenderé. Sólo quiero que me lo digas. Pero si quieres esperar... O incluso...
Sus palabras se desvanecieron en el aire. No quería plantear la otra posibilidad sin estar seguro y sin embargo, ya estaba implícita en sus palabras.
—Sí, me gustaría intentarlo —dijo Kise, tras algunos minutos de silencio.
—Pero si vamos a intentarlo... —aunque debía sentirse tranquilo, pues era la opción por la que él apostaba, Kuroko se sentía asustado, hacía mucho que no estaba en una relación y sobre todo una tan extraña—. Tenemos que conocernos mejor, Kise-kun. Mucho más allá de lo que hemos hecho. Ni siquiera sé en qué trabajas, de dónde eres... O de dónde sacas esos diamantes que dejas siempre que vienes, tengo tantos que he comenzado a sospechar que eres algún tipo de traficante o algo así.
Kise no pudo evitar reírse, aunque entendía la validez de sus palabras.
—No me lo creerías.
—Si no me lo dices, ni siquiera puedo hacer el intento.
—Es que es... Tan extraño, no me creerás, pero te lo diré de cualquier manera. Esos diamantes son míos, yo los cree, son mis lágrimas. De hecho, quizá no deberías de llamarlos diamantes, pues no provienen del grafito, pero eso servirá por el momento —al menos para él, porque Kuroko no estaba seguro de a dónde iba la conversación, pero la duda de que quizá había estado acostándose con un loco había asomado su fea cabeza en algún rincón de su mente. Kise, viendo esto, no pudo evitar reír una vez más, aunque en esta ocasión en un tono desesperado—. Y todavía queda la mejor parte, si es que eso te resultó difícil de creer. Soy el hijo de un semi-incubo y una humana, mi padre a su vez lo fue de un incubo y una humana. Él también puede hacer lo mismo que yo, pero en una proporción mayor, los genes no son tan fuertes en mí.
—¿Hacer lo mismo que tú? ¿A qué te refieres? ¿Acaso robaste los diamantes? —la historia es demasiado fantástica, aunque no inverosímil, pero sólo viene a añadir más dudas a la mente de Kuroko.
—No, ya te dije que son mías. Son mis lágrimas. Bueno, para ser más exacto, es la primera lágrima que lloro la que se convierte en diamante, las demás no. Sino, quizá sería millonario —Kise se echa a reír, pero su risa es forzada, distinta de la que Kuroko ha escuchado de vez en cuando contra su oído o cuyas vibraciones ha sentido a través de su piel.
—¿Lloras cuando estás conmigo? ¿Eres un pervertido o algo así? Eso es espeluznante.
—¿¡Eh!? ¡Qué malo eres Kurokocchi! Si lo hacía de felicidad. Por eso los dejé como un regalo para ti, porque aunque no lo creas, he llegado a quererte y vivía con la esperanza de que me plantearas esa pregunta que hiciste hace rato y a la cual ya sabes mi respuesta.
Kuroko, no muy seguro de cómo responder, dijo:
—Entonces, ¿eres alguna clase de vampiro? Ya sabes, ellos preguntan antes de entrar a una casa y luego beben toda la sangre de sus víctimas. ¿Cómo sé que no estás robándome algo...? ¿La vida, quizás?
—¡Claro que no! Los vampiros y los incubos son totalmente diferentes y además, ya te dije, dado que soy la segunda generación desde mi padre, mis genes están muy disminuidos. Si fuera puro, nunca habríamos salido de tu habitación; mi abuela se libró por poco de morir al ser atrapada por mi abuelo, pero dado que yo no soy así, soy bastante normal, aunque ambos sabemos que quizá mis apetitos se salen un poco de la norma.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo?
—No puedo probarlo, no de manera tangible. Tienes que creerme y también cuando digo que en realidad me interesas, Kurokocchi. Te quiero y quiero estar a tu lado, intentar tener una vida normal por una vez —Kise lo miró con los ojos llenos de desesperación, pero no hizo ademán de inclinarse hacia él, a pesar de que ambos compartían el mismo sofá y podía besarlo con tan sólo inclinarse unos cuantos centímetros.
—Esto lo cambia todo, Kise-kun.
—No cambia nada y lo sabes.
—Necesito pensarlo.
—Está bien.
—Entonces te veré luego.
—Está bien.
Kise no parecía muy feliz, pero de cualquier modo imitó a Kuroko cuando éste se levantó y también lo siguió hacia la salida, a una hora mucho más temprana que la usual y sintiéndose totalmente diferente que en todas sus visitas. Probablemente no llamaría y se decantaría por considerarlo un loco, pero estaba bien.
Al menos Kise había logrado abrirle su corazón a una persona.
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Kuroko trató de no pensar mucho en Kise una vez éste se fue. Tenía que calificar los deberes de sus alumnos y dedicarse a hacer una lista de sus gastos del mes, en la cual se incluía su visita a Midorima, que no rebajaba los precios ni siquiera por un viejo amigo de la preparatoria. Pero él sabía que todas eran excusas para no pensar en él. Para no creer en él, porque había una parte en él que sabía que todo era verdad, especialmente la parte de quererlo y querer intentar estar con él.
Quizá lo pensaría mejor durante el fin de semana, pero para eso faltaba mucho. Apenas era lunes y aunque el trabajo nunca se le acumulaba, se convenció de que tenía muchas cosas qué hacer para evitar darle más rodeos al asunto.
El sábado por la noche todavía no había tocado el tema. Se la pasó inclinado sobre su vieja y ya muchas veces re-leída novela de Natsume Soseki, "Kokoro" y cuando entró a su habitación, dispuesto a dormir, no esperaba encontrarse un recordatorio de él. Mucho menos una prueba tangible de que sus palabras eran ciertas y también de algún poder sobrenatural del que no le había contado.
Y es que sobre su cama, unidos a forma de collar que él nunca podría usar, estaban sus diamantes. Todos ellos, correspondientes a los días que se habían visto y quizás algunos cuantos más (seis) en los que no.
Fin del Capítulo.
