Marinette al lado de Adrien, tartamudea, dice incoherencias, se sonroja y se vuelve completamente tímida. En cambio con Chat Noir, puede hablar con confianza.

Desde que se volvieron amigos, el minino ha notado esas diferencias. Por eso el gatito no entiende el cambio radical de actitud. No entiende como puede ser tan abierta, tan graciosa, cuando él, tiene su disfraz puesto y con su forma civil tan retraída.

Timidez.

Pensó en un principio, pero ella no era tímida. Bueno, no tanto. Así que la verdad no lo sabía. Lo único que sabía era que no quería que los demás conozcan a esta Marinette. No quería, porque sentía que todas las charlas, las sonrisas, sonrojos y risas que compartieron. Todo. Le pertenecian.

Egoísta.

Lo era y lo admitía. Pero le gustaba esta Marinette y lo que más le gustaba es que, él, solo la conociera.

— Sabes, eres diferente a lo que en un principio pensé.

Dijo, un día, apoyado en la baranda del balcón junto a Marinette. Ella frunció el ceño no entendiendo.

— ¿A qué te refieres?

— Bueno, te he estado observando y eres bastante retraída cuando estas con ese chico... Adrien —Tratando de no sonar tan sospechoso, aunque la curiosidad lo invadía por ese compartimiento reservado exclusivamente a él.

— Ah... —En señal de comprensión— Eso es porque... —Un débil rubor apareció— P-porque me gusta...

Los ojos de Chat se dilataron y la cara se volvió roja. Mientras Marinette veía sus manos que se movían inquietamente como si fuera lo más interesante del mundo.

Al rato, ella carraspeó claramente incomoda sin mirar al gatito, ya que no sabía cómo observarlo luego de lo dicho. Porque, después de todo, eso que dijo recién era algo que en realidad no iba a revelar. Al final de cuentas, había ocultado las fotos y todo lo que pudiera delatar que a ella le gustaba Adrien.

Pero tampoco encontraba una razón para seguir ocultándolo. Eran amigos y confiaba en él, aunque en este momento la vergüenza se había apoderado de todo su cuerpo.

— B-bueno, m-me tengo que ir... mañana me t-tengo que levantar temprano.

Balbuceo adquiriendo nerviosismo ante el incómodo silencio que se formó al confesar aquello. El felino solo pudo asentir en señal de entendimiento. Cuando pudo recuperarse de la sorpresa y al momento de que Marinette se marchó, un débil susurro se llevó las palabras como si fuera viento: Tú también me gustas.

Durante todo ese tiempo, se había enamorado de Marinette. De esta Marinette, la que actuaba diferente cuando estaba con su disfraz.