Alguien a quién no esperaba
Capítulo 2
Dura y cruda realidad:
EUGENE POV:
No lo podía creer, creí que era un sueño, que todo esto no existía y que pronto me despertaría.
No estaba preparado para esto, en realidad nunca lo estuve, ya que nunca creí que llegaría el momento.
En ese preciso instante, Rapunzel corre hacía mí pero no nota nada bueno, ya que en su mirada había confusión.
¿Eugene que sucede?- me pregunta con esa tierna preocupación.
Nada solamente me tengo que ir, lo lamento no puedo estar más tiempo aquí, no puedo. - Le respondí con un gran dolor en mi pecho.
Estaba a punto de irme hasta que…
¡Eugene espera, por favor no te vayas, déjame explicarte todo!- imploró la misteriosa mujer.
Me iba a ir de todos modos, pero Rapunzel con esa mirada que me derrite el alma, me imploró ella también que me quedara.
A regañadientes asentí, me quedé en la gran sala junto a mi mujer y mis suegros, ya que todos necesitaban una explicación.
En ese momento, el Rey se pone de pie pidiendo por favor que nos sentáramos, y empezáramos a explicarnos.
Majestad si sería usted tan amable, me permitiría explicarme primero, tengo mucho que explicar. - Cuestionó de nuevo la mujer.
Como no, me parece una excelente idea, señora…?- respondió mi suegro con cierta duda.
Oh lo lamento mucho, con todo lo sucedido no tuve tiempo de presentarme, soy la señora Isabele Quintana de Fitzherbert.
Luego de esa presentación, todos quedaron en silencio, para luego dirigir todas sus miradas confusas hacía mí.
Mis sospechas eran ciertas, era quién pensé que era, pero lo único que no llegaba a comprender era que hace aquí.
Disculpe señora Isabela, ¿Podría usted explicarnos que parentesco tiene usted con mi esposo?- Pregunta mi bella esposa.
Ese era el momento al que yo más le temía, ya que en ese momento, se aclararían todas mis dudas y sospechas.
Todos estaban esperando la respuesta a de la señora Isabele, pero antes de antes de contestar, se aclaró la garganta y me observaban con dulzura y amor.
Yo… yo soy su madre – confesó.
Toda la sala quedó en absoluto silencio y perplejidad, ni ellos mismos sabían que decir, ante esta confesión.
Pero yo no necesite más razones…
Al escuchar esas cuatro palabras, se me encogió el corazón y se me lleno de orgullo, pero el dolor era inmenso.
Lo suficiente como para dirigirme a la puerta, y salir inmediatamente de ahí, como alma que lleva el diablo.
Llegué a mi habitación, al comprobar que nadie me seguía, cerré la puerta con pestillo y me apoyé con ambas manos en la cabeza.
Definitivamente no estaba listo para esto, no estaba preparado, para encontrar a alguien a quién no esperaba.
