Esta es una muy humilde colección de textos que he escrito mientras hacía
los fics, además de sumarle cosas mías, cosas de otros y más que todo un
poco de imaginación. Espero los disfruten leyendo tanto como yo al
escribirlos. No olviden dejar reviews, es muy importante su opinión, de ser
posible lo más objetiva que puedan. No importa madrazos, tomates y demás
cosas que suelen utilizar los públicos hostiles. A mi modo de ver son los
mejores jueces.
NOCHE DE VERANO
Era una noche cálida, más que de costumbre. Revise mis bolsillos una y otra vez, no había nada. Nunca hubo nada. Una cerveza es lo único que tenía, y la noche seguía calurosa. - Vaya si estoy jodido – dije – no hay que hacer.
Vinieron muchos pensamientos, mucho licor y dos sombras muy conocidas. Eran Joseph y Jean-paul. Ellos eran mi conciencia pues yo nunca tuve una propia. - Epa, bebiendo de nuevo, Ru. - Siempre hay un motivo – respondí - Tu hígado agradecerá esto siempre. - Siempre hay un motivo – contesté.
Dos personas encontradas pero eran buenos chicos. El calor se hacía insoportable
- Tomaos una cerveza muchachos. - Claro que sí – respondió Joseph - Y vaya que lo necesitamos – agregó Jean-paul.
Nunca supe por qué estaban allí, solo que estaban. La amistad de ese par era fantástica y confusa. Eran como el agua y el aceite, mezclado por un catalizador común, yo.
Esa noche bebimos y hablamos de pendejadas, siempre lo hacíamos. Entonces fue cuando mi valentía, o tal vez, la sola gana de hacerlo me impulso a esa idea.
- Quiero morir – dije. Ellos nunca tomaron en serio todas mis ideas. - Y por qué llegas a semejante conclusión tan disparatada – dijo Jean-paul. Mi mirada siempre fija en la lata de cerveza, mientras meditaba lo que decían.
- Cual es el motivo – dijo Joseph - Quiero morir – eran las únicas palabras que brotaban entonces, de mi boca seca.
Y sin pensarlo más, me levanté de mi silla y fui adentro. Ellos seguían afuera, bebiendo y riendo; pero sus caras cambiaron cuando volví.
- Quiero morir – repetí cuando regresé y traía una cuerda en la mano. Subí a un viejo taburete y empecé a anudar la soga. Ellos aun pasmados por lo que ocurría, solo observaban con miradas dubitativas de si detenerme o no.
- Ahora me despido – dije mientras ponía la soga alrededor de mi cuello, aun sudado por el calor de aquella noche. Por fin hubo una reacción a la proeza que sería llevada a cabo
- No puedes hablar en serio – dijo Joseph - Es la hora de la libertad – conteste. Y de pronto, al momento de saltar, olvido lo más importante. Olvidé atar la cuerda al árbol. De repente un ruido, una caída, un dolor y luego solo silencio. Y sin previo aviso, una carcajada descomunal. Reímos y lloramos.
Volví a mi lugar, siempre maldiciendo, mientras ellos se atragantaban de licor y risas.
- Creo que algo ha fallado – dije - Eres un loco mierda – contestó Joseph - Es hora de dormir – dijo Jean-paul - Pero antes – dije – otra cerveza.
NOCHE DE VERANO
Era una noche cálida, más que de costumbre. Revise mis bolsillos una y otra vez, no había nada. Nunca hubo nada. Una cerveza es lo único que tenía, y la noche seguía calurosa. - Vaya si estoy jodido – dije – no hay que hacer.
Vinieron muchos pensamientos, mucho licor y dos sombras muy conocidas. Eran Joseph y Jean-paul. Ellos eran mi conciencia pues yo nunca tuve una propia. - Epa, bebiendo de nuevo, Ru. - Siempre hay un motivo – respondí - Tu hígado agradecerá esto siempre. - Siempre hay un motivo – contesté.
Dos personas encontradas pero eran buenos chicos. El calor se hacía insoportable
- Tomaos una cerveza muchachos. - Claro que sí – respondió Joseph - Y vaya que lo necesitamos – agregó Jean-paul.
Nunca supe por qué estaban allí, solo que estaban. La amistad de ese par era fantástica y confusa. Eran como el agua y el aceite, mezclado por un catalizador común, yo.
Esa noche bebimos y hablamos de pendejadas, siempre lo hacíamos. Entonces fue cuando mi valentía, o tal vez, la sola gana de hacerlo me impulso a esa idea.
- Quiero morir – dije. Ellos nunca tomaron en serio todas mis ideas. - Y por qué llegas a semejante conclusión tan disparatada – dijo Jean-paul. Mi mirada siempre fija en la lata de cerveza, mientras meditaba lo que decían.
- Cual es el motivo – dijo Joseph - Quiero morir – eran las únicas palabras que brotaban entonces, de mi boca seca.
Y sin pensarlo más, me levanté de mi silla y fui adentro. Ellos seguían afuera, bebiendo y riendo; pero sus caras cambiaron cuando volví.
- Quiero morir – repetí cuando regresé y traía una cuerda en la mano. Subí a un viejo taburete y empecé a anudar la soga. Ellos aun pasmados por lo que ocurría, solo observaban con miradas dubitativas de si detenerme o no.
- Ahora me despido – dije mientras ponía la soga alrededor de mi cuello, aun sudado por el calor de aquella noche. Por fin hubo una reacción a la proeza que sería llevada a cabo
- No puedes hablar en serio – dijo Joseph - Es la hora de la libertad – conteste. Y de pronto, al momento de saltar, olvido lo más importante. Olvidé atar la cuerda al árbol. De repente un ruido, una caída, un dolor y luego solo silencio. Y sin previo aviso, una carcajada descomunal. Reímos y lloramos.
Volví a mi lugar, siempre maldiciendo, mientras ellos se atragantaban de licor y risas.
- Creo que algo ha fallado – dije - Eres un loco mierda – contestó Joseph - Es hora de dormir – dijo Jean-paul - Pero antes – dije – otra cerveza.
