¿Qué llama al Conde del Milenio? ¿Un alma pura con deseos desesperados por la persona que ha perdido o solo alguien que desea mucho al difunto? ¿Es diferente el demonio creado, el akuma, si el alma encadenada no siente lastima por quien la invoco? ¿Existe algún humano al que el Conde no desee ayudar? ¿Qué sus deseos sean demasiado sucios? ¿Si el akuma no siente dolor por el alma de quien lo invoco?
"¿Es tan difícil de creer?
He tenido todo lo que he querido o deseado. He aprendido trucos, maniobras, estrategias, y en el miserable pueblo en el que vivo mi nombre no es indiferente para nadie; amado, respirado, temido, admirado u odiado. Nunca indiferencia.
Lo recuerdo a la perfección. Aquella tarde en particular, el sol caldeaba las calles y el ambiente era sofocante, pero no había menos gente transitando. Por entre la multitud me tope con la hija del director de la Oficina de Correos, la joven apenas si me prestó atención, solo me saludo y su día continuo como hubiera sido con o sin mí.
Me fue difícil dejar de verla o cautivarme con ella. Pero me fue aun más difícil de creer el hecho de no haberla visto antes. Su cabello, sus ojos, su piel, todo en ella era embriagante, deseable.
Me tomo un par de días acostumbrarme a la idea de haberla encontrado, la quería y me propuse tenerla. He de admitir que acercarme a ella me fue más difícil de lo que pensé. Suspicaz o perspicaz, irreverente o como prefiera llamarlo, ella encontraba alguna manera de dejarme sin palabras o en ridículo. Y con esa perspicacia no le tomo mucho tiempo más notar que estaba acostumbrado a cumplir con mis caprichos, sin excepción.
En un trágico y lamentable accidente su padre murió. Realmente triste al considerar que quedo improvista casi por completo de renta alguna, la poca que tenía apenas si le alcanzaba para vivir el día. Luego, y en extrañas circunstancias su prometido desapareció sin dejar rastro. Ofrecí mi ayuda, aun no entiendo porque no acepto.
Después de un tiempo, dejo de ser contratada y nadie requería de su ayuda. Lista para dejar el condado el tren al que abordaría descarrilo antes de llegar a la estación, una triste coincidencia.
Yo la amaba, la deseaba, con ella todo habría sido perfecto, estaría completo. Por las noches, pensar en su figura, sus ojos, sus manos, me hacía temblar.
No caía, no sucumbía, causaba asco en ella. No cedí ni dude. La quería para mí. Seria para mí.
Pero, como gracia y obra del destino, casi como si Dios estuviera de mi lado, cayó enferma, nadie podía cuidarla y decidí acogerla en mi humilde hogar. En su terrible estado solo los mejores tratamientos que me procure en proporcionarle la llevaron a mejorar. Y cuando estuvo suficientemente bien como para ponerse de pie su insistencia en marcharse me hería.
Recuerdo mis palabras, cada silaba. "Me debes la vida, sin mí, hubieras muerto". Sus ojos se llenaron de lágrimas, el innecesario honor, su orgullo, la condenaron a mí.
La noche en que finalmente seria mía llego luego de que estuvo perfectamente bien, no podía de la excitación, estaba ansioso, desesperado. Espié antes de entrar a la habitación, su cuerpo blanco, virgen, perfecto, el movimiento de su respiración me hacía temblar, me esperaba, como una condena a muerte. Pero bastaron unos minutos de descuido para acabar con mi felicidad, cuando entre al cuarto solo vi sangre, su sangre y en la cama parecía dormir. Su pecho manchado de rojo y su rostro con una expresión de libertad."
Pasaron unos segundos.
El conde permanecía sonriente.
- ¿Aun quieres ayudarme a traer de vuelta a mi amada? ¿Aun si ella no quisiera volver? –pregunto el joven al pie del altar junto al sarcófago.
- Siempre que lo desees con todo tu corazón.
El joven lanzo una carcajada.
- Con mi corazón, alma y cuerpo. Todo porque sea mía.
