"Quería ser más lista, más importante que ella"
Mujer
Ahora.
No esperó. Se recogió los bajos del vestido y echó a correr. Había perdido los zapatos días atrás y no se había atrevido a trasformar otros, por miedo a que fueran capaces de seguirla. Corría y corría tanto como podía, aplastando las flores bajo sus pies mientras las ramas y el viento frío de Albania le cortaban la cara. Había de huir. No había tiempo. ¿Por qué no la detenía ya y acababa con todo?
Tendría que haber imaginado que le mandarían tras sus pasos. Tan predecible, tan previsible, y ella no…
Por fin algo se le enredó entre los tobillos y cayó. El pelo se azotó hacia delante, impidiéndole la visión. Hubo un destello de luz y su varita se perdió entre la maleza. Boca arriba, el ajustado corpiño le comprimía el pecho. Por encima de ella, la cara del Barón se contraía en una mueca de dolor.
-Helena…
-¡NO!
El aire desapareció de sus pulmones cuando el mundo perdió su horizontalidad. Él la había alzado y oprimía su brazo con rabia. Se juntaron las caras y apretaron los dientes.
-¡NO! – repitió levantando la barbilla – ¡No regresaré! Apártate de mí y no te atrevas a seguirme la pista de nuevo. ¡Suéltame!
Por qué no quieres comprender, maldita sea.
Entonces el Barón le agarró de la cabeza aferrando sus rizados cabellos, mirándola a los ojos. Helena se asustó por primera vez. Quiso chillar y morir allí mismo. Sintió la boca áspera de él presionando contra la suya, sin piedad, violándola. Le abrió los labios a la fuerza y el inferior se desgarró en una herida sangrante. Ella mordió, empujó, intentó zafarse. Nunca suplicó.
Lloraba cuando finalmente el Barón se apartó, sólo para desenvainar su espada y hundirla en la apretada tela del corpiño, justo encima del corazón.
-
Helena murió en sus brazos.
Murió con el cabello revuelto y de la comisura de su boca resbalándole sangre, que caía sobre el pecho y goteaba del borde de encaje del vestido. Murió ensartada en la espada que él mismo sostenía. Murió sin zapatos, y en ese momento le pareció algo muy importante; se preguntó si sentiría frío en los pies y fue como si la culpa y la pena lo devoraran por dentro.
En ese momento, el Barón también estaba muerto. Por alguna extraña razón su cuerpo seguía funcionando. Pero sólo eso.
El mundo dio una voltereta completa y aterrizó de vuelta a él. Le volvió el aire y la vida, y la suficiente cordura como para de un tirón arrancar la espada del cuerpo de Helena llevándose pellejos y tela. Ella ya no era ella – ella ya no sería ella nunca más – así que fue su cuerpo quien se cayó hacia atrás como el de una muñeca de trapo, en un bonito revuelo del vestido y de los cabellos rizados sobre el charco de sangre.
Le volvió la cordura necesaria como para girar la espada y atravesar su propio pecho. Sintió dolor. Terrible, insufrible, enloquecedor. Sus ojos se cegaron, sus pulmones se cerraron, el calor le cayó a los pies convirtiéndole en estatua de quebradizo hielo.
Después paz: y su cuerpo se desplomó junto al de ella.
-
El muchacho es increíblemente hermoso.
-Así que usted perteneció a Ravenclaw en vida, cuando era una mujer.
Tiene las mejillas tersas y las maneras casi dulces, contradiciendo la imagen que ella guarda de Slytherin.
La Dama Gris cierra los ojos, ladeando la cabeza.
-Así es.
Él observa su figura fascinado, y ella intuye algo más que curiosidad asomando al abismo de su mirada. A lo lejos, oye al fantasma del Barón Sanguinario arrastrar sus cadenas por el castillo. Y antes de que perciba el peligro, la voz del muchacho la envuelve en recuerdos, la abraza, la conduce dulce pero firmemente de vuelta al bosque y al frío de Albania, y ella se deja hacer.
Necesita contar su historia alguien. Y él parece interesado.
