ADVERTENCIA: Arcediano muy grosero, se recomienda discreción
-

-Tum- Tum- Tum- Tum-

Las campanas resuenan. Se escuchan en todo París. Hacen vibrar los cristales de las ventanas anunciando el inicio de la misa matutina.

Los habitantes del París del siglo XV comienzan sus actividades en cuanto escuchan las primeras campanadas.

-Tum- Tum- Tum- Tum-

Los feligreses se dirigen a la gran catedral de donde provienen las campanadas. Madres que llevan a sus niños de la mano, hombres que desean una bendición para iniciar sus labores y finalmente niños pobres que esperan a que termine la misa para poder pedir una limosna para tener que comer.

Sin embargo, hoy los niños están más interesados en dos hombres disfrazados de arlequín que se encuentran en la plaza frente a la impotente Notre Dame.

-Acérquense, mes enfants -dijo un hombre de largo cabello rubio y ojos azules que sujetaba una rosa roja- ¿Escuchan las campanas? ¿Escuchan como las más grandes resuenan como si fueran truenos mientras que las pequeñas arrullan con su canto?

Los niños que pasaban se acercaban al grupo de los que ya se encontraban sentados en el suelo prestándole atención al francés y asintiendo con la cabeza.

-Pues hon hon hon~ ellas no suenan solas- dijo con una sonrisa

-¿Ah no? Vee~- le preguntó el chico que estaba a su lado. Su cabello castaño hacia juego con sus ojos. Un rulo ondulado se movía cada que hablaba.

-Non, mon ami…-le respondió el ojiazul mirando el majestuoso campanario- Allá arriba vive el misterioso campanero… Pero… ¿quién es?

-¿Quién? Vee~-preguntó de nuevo el italiano

-¿Qué es él?-se cuestionó el francés mirando a los niños

-¿Qué? Vee~-volvió a preguntar el castaño esperando una respuesta muy sonriente

-Y todos nos preguntamos, ¿Cómo es que llegó allá?-comentó Francis con una sonrisa ignorando al italiano

-¿Cómo? Vee~-cuestionó su compañero

-¡Silencio Feli! –dijo el ojiazul tapándole la boca a su acompañante-Pues bien, Francis lo sabe todo y ahora les diré lo que pasó…

El francés comenzó a relatar una historia acerca de cómo algunos gitanos trataban de huir hacia París. Sin embargo fueron emboscados por la guardia de París.

Ante ellos apareció, montado en su caballo y con un semblante muy frío, el juez Antonio Fernández Carriedo. Sus ojos verdes miraban a los gitanos con desprecio mientras el aire de la noche despeinaba su cabello castaño.

-Hemos encontrado a estos gitanos tratando de entrar ilegalmente a París, señor-le anunció uno de los guardias.

-Llévenselos… -dijo el español fríamente.

Los guardias les estaban colocando unas esposas en las muñecas cuando la única gitana del logró escapar. Antonio agitó las cuerdas de su caballo y comenzó la persecución.

La gitana apretaba con fuerza un bulto contra su pecho mientras corría sin parar hacía la catedral de Notre Dame con el juez pisándole los talones.

Cuando ella llegó a la puerta principal, se puso a gritar y a golpearla pidiendo asilo, pero nadie respondió. Trató de huir de nuevo pero Antonio la interceptó y trató de quitarle al bulto, sin embargo, en el forcejeo, la gitana cayó sobre los escalones muriendo al instante.

-Veamos que ocultabas, gitana…-murmuró el castaño desenvolviendo el bulto para descubrir que era un bebé- ¡Oh por Dios! Pero… ¡¿esas cosas horrorosas son sus cejas?!...

El español buscó la manera de deshacerse del bebé y se dirigió al pozo que estaba frente a la catedral. Levantó al bebé dispuesto a arrojarlo cuando de pronto…

-¡Ni se te ocurra, bastardo!-gritó el arcediano. Su cabello castaño se movía mientras caminaba furioso hacia el juez. Un rulo castaño se movía con el viento frío.

-¡Romano! –Exclamó Antonio- ¡Este es un demonio, lo enviaré de regreso al infierno, que es donde pertenece!

-¡Bastardo! ¡Mira lo que has hecho! –le reclamó el italiano señalando a la mujer en las escaleras de la catedral- ¡Mataste a una mujer inocente, idiota!

-No fue mi culpa, se resbaló-se excusó el ojiverde mirando el cadáver

-¡Y ahora quieres matar a su hijo, bastardo!-continuó gritándole el arcediano-¡No podrás esconder la verdad a Notre Dame!

-Pero…- el juez comenzó a sentirse mal- pero…

-Has derramado sangre inocente a los pies de la catedral… ¡no tendrás perdón, bastardo! –Exclamó el italiano apuntándole con su dedo-

El español sintió miedo al escuchar las palabras del joven, quizás él tenía razón…

Miró la catedral, todos los santos lo miraban con rencor, desprecio, esas miradas carcomían su alma y su conciencia. No quería terminar en el infierno, debía hacer algo para reparar su error.

-¿Qué debo hacer, Romano?-le preguntó finalmente

-¡Cría al niño como si fuera tuyo, maldita sea!-exclamó el italiano molesto

-Muy bien, pero que viva aquí contigo…-cedió el español

- ¡Si claro, idiota!-Romano cruzó los brazos- ¿Dónde?

-Donde sea… -la mirada esmeralda del castaño se dirigió a lo alto de la catedral- En el campanario, ahí nadie lo verá.

El italiano fulminó con la mirada al español murmurando maldiciones mientras el juez, pensativo miraba al bebé

-Quizás todo es plan de Dios…-se dijo Antonio a sí mismo acariciando las espesas cejas del ser que se encontraba en sus brazos- Oh pequeña criatura, me pregunto si llegará a serme útil algún día…

Y así fue como el hijo de la gitana terminó en el campanario donde creció y estuvo aislado del mundo por muchos años. Su única compañía era el juez y claro las campanas que aprendió a tocar.

Así fue como apareció el misterioso campanero de Notre Dame. Muchos en el pueblo se preguntaban quien sería, otros inventaban historias acerca de este misterioso personaje, unos más simplemente se preguntaban si tenía algún nombre ya que todos lo conocían como el campanero de Notre Dame.

Sin embargo, en la manta donde venía envuelto en esa trágica noche cuando quedó huérfano, se encontraba bordado un nombre:

Arthur Kirkland…