Shingeki no Kyojin y sus personajes son propiedad de Hajime Isayama
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Historias de un beso
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Hange & Moblit
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– ¡Por favor, deténgase! – El eco de su voz resonó por los pasillos de los cuarteles de la Legión. Sin embargo, no recibió respuesta alguna.
Moblit aceleró el paso, con pleno conocimiento de que lo había escuchado. Que en todo ese tiempo, desde que ella le informó que pasaría toda la noche investigando los titanes que habían capturado el día anterior, había escuchado sus advertencias con total claridad.
Y le preocupaba. ¿Cómo no estarlo? ¡Son titanes! Y Hange, su Líder de escuadrón, solía ser muy arrebatada e irresponsable cuando se trataba de los titanes. Aún se le contraía el estómago de sólo recordar el momento en que ella se acercó con absoluto desplante hacia aquellas criaturas por primera vez y una de estas la atacó rápidamente… afortunadamente él alcanzó a reaccionar a tiempo y empujarla, alejándola del espécimen y salvándola por un pelo.
Estaba consciente de que no era el guardaespaldas, ni el niñero de la inquieta Líder de Escuadrón, aunque muchos de sus camaradas de burlaran de él por ello. Es que nadie entendía que el sentimiento de protección hacia ella, sumado su constante estado de estrés, le hacía imposible no preocuparse por su integridad física constantemente.
Pero para su mala fortuna, ella jamás hacía caso. Y nunca lo haría.
– ¡Líder de escuadrón Hange, no vaya! – Insistió una vez más, mientras ella salía hacia los jardines del cuartel rumbo al sector donde estaban sus amadas adquisiciones titánicas.
Fue en ese momento en que Hange se detuvo repentinamente y se giró hacia donde él se encontraba. Moblit frenó en seco y quedó frente a ella.
La mirada de Hange era neutral, no había nada que pudiera vislumbrar su sentir. Moblit se sintió intimidado, pero no lo suficiente como para no evitar lo que él imaginaba una posible desgracia. No podía concebir la idea de que Hange fuera devorada por esos temibles titanes.
– Sé que esto es importante para su investigación y cuenta con todo mi apoyo…– Empezó a explicarse, bajo la atenta mirada de la mujer- Pero no es seguro que esté sola con esos titanes de noche ¿Y si ocurre un accidente?
Hange siguió sin formular alguna frase. Moblit continuó.
– Se que no me hará caso, pero no importa– Sonrió levemente– Yo siempre estaré pendiente de que nada malo suceda...
Hange lo miró sin expresión alguna. Moblit siempre era así, preocupado, ansioso, estresado, pensó… y ella era un alma libre, una incomprendida que no podía quedarse de brazos cruzados sin investigar, sin resolver sus inquietudes.
¿Cómo demostrarle que estaba equivocado? Que sabía muy bien lo que iba a hacer, que conocía los riesgos perfectamente y estaba dispuesta a pasarlos por alto porque tenía un claro objetivo que cumpliría a toda costa.
Si se hubiese tratado de otro oficial él que la estuviera correteando y persuadiendo a no hacer su trabajo, ya lo hubiese mandado volar hace mucho tiempo. Pero Moblit era Moblit, su compañero que sólo le ha demostrado lealtad y preocupación hacia ella.
Ambos eran tan distintos, pero a la vez eran tan cercanos, que se le hacía imposible enojarse con él.
– ¿Hange? – Soltó Moblit, rompiendo el incómodo silencio que se había formado entre los dos. Era raro, ella solía ser bastante expresiva para defender sus posturas.
Sin responder, Hange se acercó a él. Bastaron solo dos pasos para acortar la distancia entre ambos y sin esperar más, tomó su rostro con ambas manos y lo besó.
Fue un beso suave, tierno, que no duró mucho tiempo, pero aquello no lo hizo menos especial para ninguno de los dos.
Moblit aun seguía paralizado cuando sus labios se separaron. Al abrir los ojos y encontrarse con ella, Hange lo miraba sonriente con las mejillas sonrojadas.
– Debo trabajar, Moblit – Habló ella por fin con voz dulce – ¡Mis titanes me esperan!
Soltó una risita suave, antes de salir corriendo hacia el exterior del cuartel. Esta vez, Moblit no la siguió, ni siquiera le gritó rogándole que no se expusiera.
Cuando volvió en sí, sonrió soltando un suspiro profundo y dándose vuelta, se dirigió hacia el interior de los cuarteles, en dirección opuesta a donde se había dirigido Hange.
Esa noche Moblit no la seguiría. Más adelante lo volvería hacer, porque era innato en él cuidarla. Porque protegerla era una promesa que él se había hecho con sí mismo. Mientras avanzaba, sintió su estómago contraer, como le era habitual al pensar en Hange.
Pero sabía que esta vez, no era por sus aprensiones hacia ella. Esta vez la razón era otra y muy distinta: Era el efecto que ese beso espontáneo tuvo sobre él.
