(Prefacio) Despierta, Mi Pequeño Soldado


«Mi fuego se apaga... al menos di lo mejor de mi»

Aún recuerdo el fatídico día donde todo se fue a la mierda, ese maldito día donde las blancas nubes de una cálida mañana fueron usurpadas por las huestes que destruyeron mi hogar, a mi familia, mi futuro y el de toda la mi civilización.

Yo, un simple soldado de la Unión, no pudo hacer nada frente a la invasión sorpresa que sufrió mi mundo. Y para colmo, dejé todo atrás cuando corrí con el rabo entre las piernas en la primera nave que pude tomar. Había luchado por defenderlo, pero al final, fui una vergüenza.

La cosa no acabó allí, con mi hogar destruido, me embarque en la senda de la venganza como el resto de mis compañeros de armas, éramos paladines, y como tal, hicimos nuestro juramento. Años y años de guerra se nos vinieron encima como si de un tsunami se tratara. Primero, peleé con por la venganza, luego por mis compañeros… y cuando ya no quedaba nadie más por quien pelear… elegí pelear por mí mismo.

No recuerdo a cuantos de mis amigos perdí tan solo en la primera batalla. Ese fue el inicio del horrendo camino delante de mí, un comienzo que ni siquiera pudimos ganar, fue suerte que esos malditos nunca me encontraron entre el mar de cadáveres que una vez fue mi batallón, pero luego me di cuenta de que esa suerte no existía, suerte fue para aquellos que murieron en los primeros combates.

De esta manera viví toda la guerra. Descargando hasta la última bala de mi fusil, pistola, o cualquier arma que llegara a mis manos, con el mísero objetivo de intentar salir vivo de los infiernos en el que me metía, cada vez que me colocaba el casco, era la señal para volver a la lucha. Pero me daba igual. Cada bala que disparaba, era uno de mis compañeros cayendo, y con él, también perdía poco a poco mi felicidad, haciendo que me preguntara si fue lo mejor el haber sobrevivido a las primeras bombas que cayeron sobre mi hogar.

«Mi alma se desvanece... de la misma forma que mis esperanzas»

Nunca tuvimos oportunidad de ganar esa guerra. Cada segundo que viví en ella fue una eternidad, un sufrimiento que sólo matar a mis enemigos podía calmar brevemente. Al final, derrotados y desesperanzados, el enemigo nos exilió en un vil acto de misericordia, nos dio la oportunidad de correr mientras nos apuntaba cómodamente desde su posición triunfadora… para ellos siempre fuimos una presa que cazar, una hormiga más a la cual habían pisoteado.

Pero logramos escapar, todo aquel que tuvo una nave y un motor de salto pudo llegar al último enclave de nuestra facción, un sistema solar virgen de todo ser inteligente, aquello se convirtió en el último faro de esperanza para lo que quedaba de nuestra civilización. Allí pudimos respirar aliviados y lamer nuestras heridas como un animal moribundo, pero sabíamos que tarde o temprano nos encontrarían, y al llegar ese día nadie podría escapar, estábamos atrapados con una gran espada a centímetros de nuestro pecho y una montaña infranqueable en nuestra espalda. Aquella luz esperanzadora se convirtió en una trampa… una a la nosotros habíamos entrado voluntariamente.

Aun así, no nos dejamos doblegar en el abismo de la desesperación, y nos aferramos al delgado hilo de esperanza que encontramos en nuestra propia trampa. Allí fue donde las encontramos, las ruinas de los precursores: antiguos alienígenas que sabían que el ciclo en nuestra galaxia estaba llegando a su fin. Descubrir la verdad derrumbó nuestras almas, todos nuestros sacrificios y la propia guerra en general, habían sido en vano, que, en la escala de la propia existencia, nosotros no valíamos nada... al final, fuese cual fuese nuestro destino, todo desaparecería al ser devorado por el imparable enjambre proveniente del vacío.

Pero no nos rendimos, aunque para eso, tuviéramos que cambiar nuestra Causa.

Aun con todo en contra, logramos tocar la superficie del conocimiento precursor en las ruinas gracias a un aliado inesperado; aquellos de nuestra propia raza que una vez habían sido nuestros enemigos, nos dieron la llave de la salvación y la amistad que antaño se había perdido. Pero yo… yo ahí no era nada, los verdaderos héroes de esta historia no necesitaban a un don nadie como yo o el resto de nosotros, ¿Qué íbamos a hacer?, éramos simples soldados.

Gracias a la ayuda de nuestros nuevos aliados, logramos despertar a ''La entidad''. La última de las precursoras dormidas en las ruinas, teniendo en el proceso un no deseado enfrentamiento con ella, fácil pudo haber acabado con todo lo que quedaba de nuestra derrotada civilización.

Aun así, perdonó nuestras maltrechas vidas. Y gracias a su clemente sabiduría, nos dio las llaves para nuestra supervivencia, aquellas ruinas que encontramos no era sino un portal espacio-temporal precisamente para escapar del ciclo. Un regalo que los precursores habían dejado para lograr seguir sus pasos. Pero yo… yo seguía solo, aunque aún tenía fieles supervivientes a mi mando, solo podía observarlos como lo que eran, soldados. Aquello que una vez fue el mayor honor que un ciudadano podía alcanzar, se había vuelto sinónimo de quien sabía que era perderlo todo.

Con la chispa de la salvación en nuestras cabezas, y el ardiente fuego de la voluntad en nuestro corazón, dimos lo poco que nos quedaba y lo arrojamos al agujero del conejo blanco. Nos aferraríamos al hilo de esperanza, aguantaríamos, aunque nuestra carne se cortara por la presión de nuestras manos, daríamos todo para huir como los roedores en los cuales nos habíamos convertido.

Pero la vida no es justa... Nunca esperamos que nuestro gran día, aquel donde daríamos nuestro ''salto de fe'', fuera el día en el que nuestros enemigos aparecerían para exterminarnos tanto a nosotros como a quienes les habían traicionado, pero por primera vez en toda guerra, pudimos respirar tranquilos sabiendo que teníamos un guardián a nuestras espaldas. La entidad, como si de un ángel se tratara, nos protegió bajo sus alas mientras esperábamos ansiosos a que el portal hacia una nueva vida se abriera ante nosotros. Y nunca, nunca, sentí más miedo que cuando vimos lo que escondía el "combustible del Portal". La susodicha salvación, ósea las ruinas, tenían sellada a una, ¡solo a una!, de las criaturas del final que arrasaría la galaxia; Un devorador. Una criatura tan colosal se necesitó esconderla con el propio combustible del portal, ahí nos dimos cuenta de que el gigante gaseoso en ese sistema, era en realidad la fina capa del combustible que nos daría la posibilidad de vivir.

Aquella cosa, cuando despertó, nos hubiera tragado si nuestro ángel guardián no hubiera estado presente, lo sé, porque el enemigo, el cual nos superaba casi cien veces en tamaño y fuerza, fue consumido en menos de lo que duraron mis gritos de terror cuando esa cosa extendió sus millones de monstruosas extremidades en todas direcciones, maldigo el momento en el que se me ocurrió estar en el hangar con vista hacia la criatura, esa imagen, nunca la voy a olvidar.

«Pronto la inexistencia será mi lecho... siento como cada parte de mí se consume»

No recuerdo si pude terminar de gritar, pues al abrirse el portal, un gran destello blanco había inundado mi existencia dejándome donde estoy, en un limbo de infinita oscuridad, recordando hasta el más mínimo detalle de mi vida por lo que parece ser la eternidad, pero no todo fue malo, pude enfocarme en los buenos momentos de mi pasado, o las veces que sufrí tanto que quisiera haber estado muerto, aun así, no quisiera deshacerme de ninguno de esos recuerdos… espero, y solo espero, que esa pequeña luz que se acerca me deje conservarlos...

La luz… tan fina y pacifica… ella… ella me habla, su voz… es tan dulce y comprensiva, su hermosa figura alada brilla tanto como el sol de mi hogar…

Despierta, ya hemos llegado mi pequeño soldado, ellos no lo saben, pero te necesitan, la armonía necesita ser restaurada en este mundo. Ríe, se honesto, generoso, leal y sobretodo confía en tu propia bondad. Encuéntranos, y tendrás la oportunidad de volver con los tuyos... a tu hogar...

—¿Hogar?... ¡¿Aun puedo volver?! —Mi alma resonó de determinación, decidida a continuar existiendo, pero... seguía desvaneciéndose. —No… Ya no tengo hogar al cual volver…

Es todo, ya no quiero continuar. — Deténganse…

La blanca luz se tornaba oscura hasta alcanzar un azul profundo mientras giraba en círculos sobre mí. De ella, pude percibir otra voz, diferente, pero igual de tierna y comprensiva que la anterior, haciendo eco entre las ascuas de mi existencia.

—Tu momento ha llegado, te estaremos vigilando desde las estrellas, sí que no le temas a la noche, pues ella también es tu aliada.

Solo déjenme…Morir en paz.

Interrumpiendo su último aliento, otra voz resonó en el viento del vacío, acto seguido, todo quedó en la penumbra. —Ni a la amistad...

«La llama... se ha apagado… dejando frías brazas y cenizas»

Entre la oscuridad absoluta, entre el silencio más sombrío, han surgido tres débiles llamas; una rosa, una azul profundo, y una muy pequeña, color celeste.

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[Aquí comienza, "Vacío Arcano: El Destello de la Armonía"]

[Acto 1: La oculta penumbra del sol.]