Argumento: Itachi es un ángel sin misión que vive atrapado en el Infierno. Su cometido es vigilar las puertas del pozo sin fondo. Pasa sus días rodeado de una infinita oscuridad, y lo que más desea es volver a volar libre por la Tierra. Pero su dueño hace siglos que no le reclama. Cuando por fin vuelve a oír la llamada es para servir a una nueva dueña, una preciosa mujer a la que ha observado desde la distancia muchas veces, una mujer que siempre le ha cautivado.
Sakura se muestra muy sorprendida cuando un imponente ángel de alas negras aparece en su ciudad, París, y le asegura que ella le ha llamado al llevar a cabo un simple hechizo de venganza. ¡Se trata del ángel de la muerte!
Cuando Itachi le ofrece su ayuda para vengarse de un ex novio que la engañaba, ella no puede resistir la tentación de aceptarla, pero ¿podrá resistirse a él?
¿Puede un ángel tan oscuro como Itachi enamorarse de una mujer mortal como ella?
Oscura, apasionada y erótica, «Ángel Justiciero» es una historia de intenso deseo y de profundo amor prohibido que conseguirá acelerarte el corazón.
Aclaraciones: Como ya saben los personajes no son míos (lastimosamente ) son del gran Kishimoto-sensei. La trama tampoco es mía, es del libro Felicity Heaton (quien desconozco su autor o autora). Yo únicamente me hago responsable de la traducción y la adaptación.
Habrá ligeros cambios por no decir muchos en los personajes (ya sean físicos como de actitud).
Disfruten la lectura y prometo alsar el siguiente capítulo tan pronto como me libere un momento de la U.
Capítulo I
Las imágenes que se proyectaban en la luminosa piscina brillaban ante los ojos de Itachi a la velocidad de la luz, pero él era capaz de distinguirlas todas con claridad. Podía concentrarse en cada una de las escenas que aparecían y detenerse un momento para entender lo que estaba ocurriendo en ellas.
Llevaba toda la eternidad observando a los mortales; él había visto cómo cambiaba el mundo y cómo los humanos se iban olvidando de su especie. Ya nadie creía en los ángeles. Y ya hacía muchos siglos que su dueño no le pedía que abandonara el pozo sin fondo del Infierno. Sin embargo, Itachi seguía esperando su llamada con fe y paciencia.
Él cumplía con su deber a pesar de saber que muchos de los ángeles que le rodeaban elegían vivir sus vidas sin escuchar las órdenes de nadie. Muchos de sus compañeros guerreros se habían ablandado y se habían enamorado de mujeres mortales, y en esos casos su lealtad flaqueaba y sus responsabilidades pagaban las consecuencias del amor que sentían por sus parejas. A él jamás le ocurriría tal cosa porque no le interesaban los mortales.
Su oscura mirada azul se paseó por la plateada piscina para observar la historia que se registraba en ella y de vez en cuando se detenía en las imágenes que le interesaban: guerra, muerte, sangre. Aquello nunca cambiaba. Algún día su dueño le llamaría y la Tierra conocería el verdadero significado de la palabra «destrucción». La piscina proyectó un haz de pálida luz sobre Itachi cuando se agachó junto a ella. Apoyó los codos sobre las rodillas y dejó colgar las manos por delante de su cuerpo. Los grabados en oro que decoraban las grebas que le protegían las espinillas y los avambrazos que lucía sobre los antebrazos atraían la luz procedente de la piscina y brillaban en la oscuridad.
Itachi suspiró, desplegó sus poderosas alas de plumas negras y se puso de pie. Se estiró y el peto de su armadura se elevó cuando levantó los brazos. Entonces se quedó mirando la infinita oscuridad que se extendía sobre su cabeza. Los fuegos del Infierno ardían a sus espaldas. El humo llenaba toda la caverna y su deseo de ir a la Tierra aumentó. Hacía ya una eternidad desde la última vez que había abandonado el pozo y tuvo la oportunidad de desplegar sus alas y respirar el aire fresco que soplaba contra su rostro al volar. Se moría por volver a sobrevolar las ciudades sin que nadie le viera, sin que nadie supiera que él estaba allí. Quería volver a hablar con los ángeles que vivían en la Tierra y vigilaban a los mortales. Deseaba con todas sus fuerzas escapar de los asfixiantes fuegos del Infierno.
Itachi estaba a punto de darse la vuelta y volver a la entrada del pozo cuando una imagen de la piscina llamó la atención de sus ojos azules. Frunció el ceño y volvió a ponerse en cuclillas. Los largos mechones de su pelo negro se descolgaron hacia adelante cuando se inclinó sobre la piscina para observar la imagen que se había quedado congelada ante sus ojos. Una mujer. Últimamente la veía a menudo. Le gustaba pasear sola por el parque y, a veces, con expresión de preocupación; como si llevara un gran peso en el corazón. ¿En qué estaría pensando?
El parque no era el único lugar donde la había visto. También la había descubierto indirectamente en medio de una multitud o en alguna escena que le había interesado, y cada vez su mirada la seguía hasta que desaparecía de su vista.
La chica se detuvo y observó la torre Eiffel, de espaldas a los ojos de Itachi. Una suave brisa mecía su corto vestido rojo y su larga melena rosa. Itachi no necesitaba ver su cara para saberque era ella. Ningún otro mortal lo cautivaba como ella.
Las rosas de un jardín enmarcaban la imagen y oscurecían una buena parte de las piernas de la chica. Él inclinó la cabeza a un lado y la recorrió con su mirada. Nunca la había visto vestida de aquella forma. Estaba acostumbrado a verla con muchas capas de ropa, con las piernas siempre tapadas y con un grueso abrigo negro que se ceñía a su esbelta figura. Las estaciones habían pasado tan rápido que no se había dado cuenta de que ya era verano en la Tierra. La imagen cambió y mostró toda la envergadura de la torre Eiffel. Itachi quería volver a ver a la mujer, pero entonces se fijó en el cielo que se extendía por encima de la torre.
Tendió el brazo en dirección a la piscina desesperado por tocar aquel cielo y por sentir el reflejo de los rayos del sol sobre sus alas. La imagen desapareció y en su lugar aparecieron otras en las que no tenía ningún interés. Era verano. Se puso de pie y se imaginó cómo sería poder surcar aquel cielo azul. Imaginó toda la ciudad de París a sus pies. Nunca había estado en la capital francesa, pero la conocía muy bien por las imágenes que tantas veces había visto en aquella piscina. ¿Qué sentiría si pudiera ver una ciudad como aquella?
¿Y si pudiera ver a aquella mujer en carne y hueso?
Itachi se esforzó por olvidar aquella idea y se recordó que él no tenía ningún interés por las mujeres mortales. Pero si no tenía interés, ¿por qué se le paraba el corazón cada vez que veía a aquella chica?
Volvió a mirar la piscina pero apartó la mirada en seguida. Su deber era obedecer a su dueño. Debía quedarse allí cuidando de aquel pozo sin fondo y sufriendo los ácidos fuegos del Infierno hasta que su dueño le reclamara.
Se rió.
Nadie le iba a llamar. Él estaba destinado a pasar el resto de la eternidad atrapado en su propio infierno. Una oscura maldición escapó de entre sus labios y en la distancia se oyó un ruido tan poderoso como el trueno. Una familiar sensación empezó a apoderarse de él: la certeza de que alguien decía su nombre. Itachi escuchó e intentó oír la voz de su dueño porque sabía que era él quien le estaba llamando. Pero no era muy clara.
Sentía la llamada, pero no era capaz de distinguir con claridad el lugar del que procedía. Cogió su espada, se abrochó la funda a la cintura y no esperó a volver a escuchar la llamada. Aquélla era su oportunidad de escapar del Infierno y no la iba a desaprovechar. Su dueño le estaba llamando desde algún lugar. Por fin volvía a tener una misión.
Desplegó las alas, las batió una única vez y se impulsó hacia arriba. El viento que provocó al levantar el vuelo removió el oscuro humo que se cernía sobre él y se elevó cada vez más hasta que alcanzó el techo de su prisión. Tendió el brazo para tocarlo. La negra roca se abrió ante él y voló hacia arriba. Cuando vio una grieta de cielo azul a lo lejos aceleró. Pasó a gran velocidad junto a cientos de metros de roca y, finalmente, salió libre al aire fresco. Se impulsó con fuerza hacia arriba batiendo con furia sus alas negras contra el cálido viento, y no dejó de hacerlo hasta que alcanzó las nubes.
Itachi se quedó suspendido allí. Paseó sus ojos azules por el mundo que se extendía bajo sus pies mientras el frío viento azotaba su larga melena negra. La Tierra era tan bonita como la recordaba, o incluso más. Las ciudades que habían construido los mortales le fascinaban.
Descendió en busca de su misión e intentó escuchar la llamada de su dueño. ¿Qué querría que hiciera esta vez? Itachi haría cualquier cosa por su dueño. Ya había destruido muchas ciudades en su nombre y arrastrado a muchísimos pecadores hasta el pozo sin fondo que custodiaba. En una ocasión incluso tuvo que pelear contra el mismísimo Diablo, y le venció.
Frunció el ceño cuando vio la ciudad.
París.
Deseaba con todas sus fuerzas ir a la torre Eiffel y buscar a la mujer mortal, pero peleó contra su deseo y sobrevoló la ciudad intentando encontrar a su dueño. Ahora la llamada era más débil y resultaba difícil de localizar. Aquel sonido le quemaba por dentro con una intensidad implacable y le obligaba a continuar con su búsqueda. Sin embargo, Itachi había empezado a preguntarse si se quedaría allí buscando para siempre y si aquello no sería más que una broma cruel por haber maldecido.
El Diablo sería capaz de hacer una cosa tan despreciable. Tenía una voz muy potente y el poder suficiente como para hacerlo. Siempre le había prometido a Itachi que pagaría por las muchas veces que le había vuelto a llevar hasta el Infierno.
Descendió un poco más y se deslizó por el cálido aire sin ningún esfuerzo; estaba disfrutando del cosquilleo que sentía en sus plumas oscuras y en su piel. Dobló una esquina y sobrevoló una pequeña calle. Pasó justo por encima de las cabezas de los mortales y provocó una corriente de aire a su paso. Itachi sonreía al oírlos exclamar y al ver cómo se agarraban la ropa para que no se les volara. No era muy correcto que se regodeara en el infantil placer que aquello le provocaba, pero lo cierto era que todos los ángeles acostumbraban a abusar del poder de su invisibilidad.
Batió las alas con fuerza y volvió a impulsarse hacia arriba. Aterrizó en lo alto de un tejado de un antiguo edificio de piedra blanca y recorrió la ciudad con los ojos en dirección a la torre Eiffel. Esta, rodeada de una zona de exuberante vegetación verde que crecía en su base, destacaba claramente en el perfil de la ciudad. Estaba a punto de volar hacia allí cuando volvió a tener la sensación de que alguien le llamaba por su nombre.
Itachi se concentró y frunció el ceño mientras intentaba distinguir la dirección de la que procedía la llamada. Sus ojos se volvieron a posar sobre la torre Eiffel. ¿De allí?
Corrió hasta el borde del edificio y se dejó caer. Espero hasta que estuvo cerca de las baldosas del suelo para desplegar las alas, batirlas y cruzar la plaza a escasos centímetros del pavimento. Avanzó esquivando a la gente hasta que llegó a una extensión de hierba. Delante se hallaba el Sena y detrás de él se alzaba la torre Eiffel. Voló en línea recta con la intención de cruzar el río, pero se detuvo de golpe al oír de nuevo la llamada a sus espaldas.
Observó a las personas que tenía debajo. ¿Estaría su dueño llamándole desde allí, rodeado de tanta gente?
Su dueño tenía muchas apariencias. Itachi escudriñó a los mortales con la mirada deteniéndose en cada uno de los rostros apenas un segundo. Ninguno de ellos tenía una apariencia que pudiera atribuir a su dueño.
Esta vez la llamada fue más clara y la sintió latir en su corazón. Su mirada se dirigió hacia la dirección de la que procedía y abrió los ojos de par en par.
¿Ella?
Una mortal pelirrosa estaba de pie junto a una de las fuentes que había debajo de él; estaba de espaldas a Itachi, y la cálida brisa jugaba con la corta falda de su vestido rojo oscuro. Los chorros de agua de la fuente alcanzaban una gran altura y el viento se llevaba algunas gotas de agua que se estrellaban contra la piel del ángel cuando soplaba en su dirección.
Itachi frunció el ceño.
Aquello tenía que ser cosa del Diablo.
Él la había estado mirando, había maldecido y entonces ella le había llamado. Era ridículo. Ningún mortal tenía el poder de llamar a un ángel, y él no había tenido otro dueño desde que empezó la eternidad y los ángeles habían hecho un pacto con él.
Itachi descendió con mucha cautela y se acercó a ella. Se quedó suspendido a escasos metros de su cabeza. ¿Le había llamado ella?
La chica se puso la mano en la cara. Él no podía ver lo que estaba haciendo. Los hombros de la chica empezaron a moverse arriba y abajo y a él le recorrió una oleada de dolor y furia. Ella estaba triste.
Aterrizó sobre el puente. Se quedó detrás de ella y la siguió a una distancia prudencial mientras iba cambiando su apariencia poco a poco. Sus alas se negaban a desaparecer y tuvo que dar varios pasos hasta que por fin estuvo seguro de que los mortales no podrían verlas y que contaba con todo su glamour. Se cambió de ropa: sustituyó su armadura por un elegante traje negro, una camisa del mismo color y una corbata azul marino; luego se recogió su larga melena negra en una cola de caballo. Finalmente dejó de utilizar la fuerza que le hacía invisible a los ojos de los mortales y se acercó tranquilamente a ella. Cogió un pañuelo azul del bolsillo de su americana, se colocó tras ella y vaciló sólo un segundo antes de tocarle el hombro.
—¿Estás bien? —preguntó en francés esperando que fuera el lenguaje correcto y las palabras adecuadas. Hacía muchísimo tiempo que no hablaba con nadie y, a pesar de conocer lenguas modernas, jamás las había utilizado.
Ella se volvió a tapar la cara. Su larga melena rosada caía por delante de su rostro y él no podía verla. Cuando se volvió para mirarle estaba sonriendo. Sus ojos de color jade se posaron sobre el pañuelo que le ofrecía, pero en seguida se deslizaron por su brazo, siguieron por su pecho, y acabaron deteniéndose en su cara. Era mucho más guapa en persona; tenía unos rasgos muy dulces y unos ojos redondos. Parecía un auténtico ángel. Itachi no se había dado cuenta de que era mucho más bajita que él. Le sacaba por lo menos una cabeza; toda ella, era una mujer menuda.
En cuanto le miró a los ojos su expresión cambió. Su mano se detuvo a escasos centímetros del pañuelo y el horror se adueñó de su rostro.
—Aléjate de mí. —Su francés destilaba un agudo pánico. Salió corriendo en dirección al puente.
Itachi frunció el ceño, observó el pañuelo y fue tras ella. La mujer miró hacia atrás por encima de su hombro y aceleró el paso. A él le resultó muy fácil salvar la distancia que había entre ellos. Sus pasos eran mucho más largos que los de la chica y las pequeñas sandalias con tacón que llevaba ella no estaban precisamente diseñadas para escapar.
—¡Déjame en paz!
¿Por qué estaba escapando?
La gente estaba empezando a mirarlos y se murmuraban cosas los unos a los otros. Aquella chica estaba montando una auténtica escena y él no estaba muy seguro del motivo.
—¡Aléjate de mí! —Ella se volvió para mirarle a la cara y luego siguió andando con un profundo terror brillando en sus ojos. Su mirada se oscureció cuando frunció el ceño y entonces, como si de una maldición de tratara, murmuró—: Abaddon.
Hacía muchos años que no oía aquel nombre.
Ella sabía que era un ángel.
¿Cómo? ¿Acaso había fallado la eficacia de su glamour? Hacía milenios que utilizaba aquella apariencia. Observó a los mortales que los rodeaban. Ninguno de ellos parecía tener miedo. Si supieran que era un ángel habrían reaccionando igual que ella. La gente correría gritando que se acercaba el apocalipsis y que había llegado el fin del mundo. Y en ese caso él tendría un grave problema con su dueño.
Recordó cómo le había llamado. ¿Acaso aquella chica podía ver a través del glamour? ¿Es que
ella era diferente a los demás mortales?
—No quiero morir —murmuró ella en voz baja al tiempo que miraba temerosa en su dirección.
Aquello no estaba saliendo como él esperaba. Se suponía que aquella chica no debía ser capaz de darse cuenta de que él era un ángel. Se suponía que tendría que haber aceptado el pañuelo que él le había ofrecido con tanta amabilidad para que se secara las lágrimas. Luego tendría que haberle dicho lo que le sucedía y así él podría haber averiguado lo que estaba haciendo allí y si había alguien que le estaba tomando el pelo.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la chica. Se cruzó de brazos y a él le pareció tan pequeña y frágil que le dieron ganas de abrazarla y hacer todo cuanto pudiera por aliviar su sufrimiento. Fuera cual fuese el dolor que le había provocado el llanto, seguía castigando su corazón con fuerza y continuaba atormentándola. Itachi podía sentirlo. Tenía una especie de conexión con ella que le daba acceso a sus sentimientos. Aquélla era la causa de que supiera que ella le necesitaba y de que debieran encontrarse allí justo aquel día. Aquello era absurdo.
Un mortal no podía llamarle. Ellos no poseían la voz.
Había estado solo demasiado tiempo y debía de estar soñando todo aquello. Estaba viendo cosas que deseaba que sucedieran y no pensaba con claridad.
Sólo había una manera de averiguar si ella le había llamado de alguna forma. Él hubiera preferido descubrirlo mediante una conversación relajada, pero dadas las circunstancias había que aplicar un enfoque mucho más directo.
Se acercó a ella y la chica volvió a retroceder sujetándose ambas manos como si con aquel gesto pudiera detenerlo en caso de que él quisiera llegar hasta ella.
—Por favor —susurró al tiempo que sacudía la cabeza sin dejar de llorar.
—Déjala en paz —dijo un fornido hombre a sus espaldas.
Itachi perdió la paciencia, levantó la mano e hizo un gesto en dirección a las personas que se habían reunido alrededor de ellos.
—Aquí no hay nada que ver.
Las curiosas personas que se habían acercado cambiaron la expresión del rostro y empezaron a moverse como si de una sola persona se tratara. Regresaron a sus vidas y le dejaron a solas con aquella mujer mortal como si de repente no estuvieran allí.
—Oh, Dios, me vas a matar.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué dices eso?
—Eso es lo que tú haces. —Su tono de voz estaba teñido de acusación y de un ligero toque de valentía.
¿Valentía ante la muerte?
Hacía sólo un momento estaba huyendo de él, y ahora parecía estar dispuesta a pelear.
—Hace mucho tiempo que ya no hago eso. —Suspiró él. Su pasado jamás le abandonaría. Nadie parecía olvidar que hubiera pasado algunos siglos siendo el ángel de la muerte. Todo el mundo daba por hecho que seguía ocupándose de llevarse el último aliento de los mortales. Sin embargo, aquello seguía siendo mucho mejor que el otro rumor que corría por ahí y, según el cual, él era el Diablo—. Ahora hay toda una flota de ángeles que se ocupan de eso.
Ella no parecía creerle. Le temblaban las manos.
—Yo no pedí mis poderes. Por favor, no me lleves allí.
—¿Adónde? —Se le estaba volviendo a acabar la paciencia y parecía ser incapaz de preguntarle lo que necesitaba saber. Se centró en lo que ella acababa de decir.
¿Poderes?
—Tú procedes de los fuegos del Infierno. Yo no quiero ir allí. No he hecho nada malo.
Itachi miró a sus espaldas. Lo único que podía ver era París. Contempló el final del puente de piedra sobre aquel río turbio y la ciudad que se extendía a continuación.
—Tienes un don. —La volvió a mirar a los ojos, a aquellos ojos color jade. Ella asintió. ¿Era así como había conseguido llamarle? Itachi asintió y observó las fuentes que descansaban al otro lado del puente que había tras él. Luego la miró de nuevo—. ¿Qué estabas haciendo allí?
Ella miró tras él, parpadeó varias veces y luego arqueó las cejas.
—En realidad, no hacía nada. Contemplar la vida, supongo, y darme cuenta de lo asquerosa que es.
—¿No pediste nada?
Itachi se acercó más a ella y esta vez la chica no reculó. Seguía mirando fijamente la fuente con los ojos abiertos de par en par. De repente las lágrimas aparecieron sobre sus oscuras pestañas. El miedo había desaparecido y ahora sólo volvía a sentir dolor. Entrelazó las manos sobre su pecho y entonces Itachi pudo sentir cómo el dolor crecía en su interior y se apoderaba de todo su ser.
—Venganza —susurró al mismo tiempo que le miraba—. Pedí venganza contra un bastardo que me ha engañado.
¿Engaño? ¿Un pecador?
Ella había pedido venganza, él la había escuchado y se había sentido obligado a responder y aceptar la misión. No podía hacerlo. Si aceptaba esa misión rompería la relación que le unía a su dueño.
Itachi la observó y estudió su exótica belleza. Ella le había llamado y él había acudido a su llamada. Ahora ella era su dueña. Él había aceptado la misión y el contrato que le vinculaba a ella en el preciso momento que abandonó el Infierno.
Aquello le iba a causar muchos problemas.
Sin embargo, hacía mucho tiempo que no pisaba la Tierra, y aunque los ángeles que vigilaban a los mortales ahora toleraban los viejos pecados y sólo los tenían en consideración cuando la persona moría en lugar de hacérselo pagar en vida, él seguía odiando algunos de esos pecados.
En particular, la infidelidad.
—¿De verdad has venido a matarme?
Itachi sonrió y las mejillas de la chica se tiñeron de un ligero rubor.
—Tú me has llamado y yo he acudido a ti. No he venido a quitarte la vida, sino a aliviar tu sufrimiento.
La chica tragó saliva y por un momento pareció que fuera a negar su sufrimiento. Itachi se acercó a ella y le tocó la cara. Su piel era cálida y suave, y el contacto le provocó una agradable sensación. Le acarició la mejilla, le puso los dedos bajo la barbilla y le levantó la cara hasta que consiguió que ella le mirara a los ojos.
—No sé lo que te ha hecho ese hombre, pero le haré pagar por ello. Sin embargo, ningún
hombre merece esas lágrimas. Tu corazón se recompondrá en seguida y pronto volverás a amar. Los ojos color jade de la chica buscaron los de Itachi. Él la miró fijamente y sintió una extraña calidez que se deslizaba desde su mano hasta el punto exacto en el que las yemas de sus dedos tocaban la piel de aquella chica. Luego aquella sensación le recorrió todo el cuerpo para acabar posándose en su pecho, donde ardió y agitó unos sentimientos que hacía mucho tiempo que había olvidado.
—Yo te daré la venganza que buscas.
Aquellas palabras parecieron distantes a sus propios oídos a pesar de brotar de sus labios. Se había perdido en sus ojos y en su cálida mirada.
¿Lo que veía en ella era gratitud?, ¿O era otra cosa?
—¿Eres una diosa? —susurró él intentando seguir concentrado en sus pensamientos y en su misión.
Ella negó con la cabeza al tiempo que movía los dedos y se humedecía los labios. Él cometió el error de mirarlos y perderse en la suave punta rosa de su lengua que se deslizaba sobre ellos. De repente la deseó. Itachi apartó la mano del rostro de aquella chica sorprendido de la intensidad de ese anhelo que había sentido y de lo inesperada que había resultado aquella sensación.
—Soy una bruja —dijo ella encogiendo ligeramente los hombros.
Itachi la miró fijamente. ¿Estaba cometiendo un terrible error al ayudarla? Una parte de él le aconsejaba que se alejara de ella antes de que fuera tarde.
Pero no podía.
Ella le había hechizado.
Y él ya era su esclavo.
Glamour:
Todo ángel tiene glamour, una especie de capacidad innata que les permite seducir a los humanos mientras viven camuflados entre nosotros. Observa tu alrededor, puede que conozcas a alguien encantador con cierto lado oculto que te provoca una fascinación extraña, y que quizás, sea uno de ellos...
Tadaaa! Así culmina el primer cap. AHORA! Necesitaré que me ayuden a elegir al "ex-novio". No me decido entre Sasuke o Sasori, les amaría eternamente si me dan su opinión en los RR ya sea acerca del drama como de la votación para el desdichado "ex"
...¿Qué creen que haga el sex-apple de Itachi? ¿Ayudará nuestro ángel justiciero a la bruja de exótica belleza? Averiguelo en el siguiente capítulo(0)/
Me dan un RR?
