Ven A Buscarme.
Klein W. Stark les presenta humildemente esta nueva historia, espero que sea de su agrado, cualquier review es bien recibido.
Y como siempre antes de comenzar Frozen: una aventura congelada y algunos personajes de Disney no me pertenecen, los tome prestado con la mera intención de hacer una historia Elsa y Anna para ustedes.
Es la primera vez que hago un Elsa y Anna así que espero que sean buenos conmigo. trato lo mejor que puedo para hacer bien los trabajos para que sean de su agrado. Espero que les guste.
Capítulo 1
"Hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer de la caída, un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, de la búsqueda... Un encuentro" Fernando Sabino
—Pero, bueno, ¿qué demonios pasa ahora? —gritó Elsa Winter desde el vestidor.
Intentaba vestirse, pero en la última media hora había recibido tres llamadas de ventas por teléfono y una por equivocación. Al oír el timbre cruzó la casa a zancadas, dispuesta a saltar sobre el inocente que estuviera al otro lado de la puerta, y abrió bruscamente.
—¿Qué demonios haces aquí? — Sabía que aquella mujer se presentaría en su casa tarde o temprano.
—¿Siempre recibes a tus amantes tan groseramente?
—Tú no eres mi amante, Jessica — gruñó Elsa con rabia. «Es lo último que me faltaba ahora mismo.»
Jessica Rabbit y ella habían pasado un largo fin de semana en Aspen, entre sábanas de franela, hacía ya unos meses, pero no por eso podían considerarse «amantes», en opinión de Elsa. La relación se alargó unas semanas más, pero, cuando Jessica empezó a imponer exigencias y a adjudicarse derechos exclusivos sobre ella, Elsa cortó. Sin embargo, aquella breve aventura no iba a concluir tan fácilmente.
Jessica parpadeó con coquetería y la miró con su mejor sonrisa de niña buena.
—Eso tiene fácil remedio, Elsa. Sabes que estoy más que dispuesta a seguir donde lo dejamos. —Reforzó la oferta envolviendo a Elsa por completo en una lenta y acariciadora mirada, al tiempo que avanzaba un paso.
—Me encantaría seguir donde lo dejamos —dijo Elsa bloqueando la puerta—. Si mal no recuerdo, te estaba diciendo que todo lo que tuvieras que decirme se lo dijeras a mi abogado.
Nunca había tenido la intención de que el desacuerdo entre ellas terminara en manos de abogados, pero la imprevisible conducta de Jessica en los últimos meses la había obligado a actuar. Se debatió entre emociones contradictorias. No sabía si estaba tan furiosa porque aquella mujer se negaba a aceptar que todo había terminado entre ellas o, simplemente, porque estaba allí, de pie, en el porche de su casa. Se decidió por la segunda opción y le preguntó en tono exigente:
—¿Qué quieres, Jessica? Contempló con fría fascinación el cambio de actitud de Jessica, que en un instante pasó de utilizar su atractivo sexual como cebo a utilizarlo como arma. Era consciente de que, un día u otro, tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus aventuras sexuales. Había olido el peligro desde el momento en que la conoció, pero bastó una mirada a su espléndida anatomía para que toda precaución se la llevara el viento. Ese error no lo cometía nunca en cuestiones de negocios. En tres años, había trepado hasta la cumbre del mundo de las finanzas gracias a sus dotes para juzgar a las personas y calibrar los riesgos. En aquel momento se sintió idiota por no haber hecho caso a su instinto, y más idiota todavía porque aún la tentara tocar la llama que la quemaba.
Irritada, se obligó a apartar la mirada del escote que exhibía la provocativa blusa de Jessica e hizo memoria de la cantidad de veces que aquella pelirroja manipuladora la había llamado por teléfono. Jessica lo había intentado todo por volver a verla, desde coquetas insinuaciones sexuales hasta la súplica, y, últimamente, incluso amenazas descaradas, si seguía rechazándola. En aquel momento, el destello de Mérida que asomó a los ojos de Jessica puso de manifiesto que había sorprendido la lúbrica mirada de Elsa, y se creció.
—Sé lo que quieres, nena —le dijo, sonriendo sensualmente.
—No te engañes —replicó Elsa con frialdad—. No tienes ni idea de lo que quiero.
—Puede ser. Pero sé lo que no quieres. —Una mueca de desprecio socavó la belleza superficial del rostro de Jessica y sacó a la luz a una mujer capaz de chulear a su propia madre—. No quieres que todo el mundo sepa que eres bollera. Pero por trescientos mil dólares no tienen por qué saberlo.
Los años de autocontrol en la sala de juntas no le fallaron. Tenía el corazón acelerado y un torbellino de pensamientos en la cabeza, pero contestó a Jessica con la misma calma que habría mostrado si le hubiera pedido un poco de mantequilla.
—No te sigo.
—He dicho que trescientos mil dólares me harían desaparecer — repitió, en un tono cargado de sarcasmo. Evidentemente, creía que tenía a Elsa en un puño. Ya la había amenazado con denunciarla ante la junta directiva de Winter McKenzie, y Elsa le había advertido que a la junta le importaría un comino, porque todos los directivos sabían que era lesbiana. Pero la exigencia de dinero era una novedad totalmente inesperada.
Elsa respiró hondo varias veces antes de hablar. No le gustaban las amenazas, y menos si provenían de una mujer que no era más que una cara bonita.
—Eso sale a unos quinientos dólares el polvo, más o menos —dijo, con un atisbo de sonrisa—. No sé con quién has hablado, Jessica, pero no los vales, desengáñate.
Jessica la miró con una expresión furibunda y su rostro adquirió un color rojo oscuro, como si fuera a estallar.
—¡Cómo te atreves! Espera a que acabe contigo. ¿Qué pensarán de ti tus adorados peces gordos cuando les demuestre que te dedicas a cazar y seducir heterosexuales inocentes e indefensas? —La voz le hervía de odio—. Será un escándalo y te encontrarás en la calle sin nada.
Al cambiar la perspectiva del problema, una calma inquietante dominó a Elsa. En realidad, había sido Jessica la que se le había ofrecido a ella descaradamente, y no era ni por asomo una inocente y virginal lesbiana. Ahora, la cuestión dejó de ser personal y se convirtió en una negociación, terreno en el que se desenvolvía perfectamente.
—Permíteme adivinar a quién van a creer mis directivos. ¿A mí, la propietaria de la compañía, o a ti, una mujer que tontea a espaldas de su marido y que pretende extorsionarme?
—¡Te crees muy lista! —respondió Jessica con voz estridente—. Pues prepárate, porque has de saber que, aunque a tus amigos de la compañía no les importe que seas bollera a puerta cerrada, ya veremos lo que opinan cuando la prensa popular se cebe en tus sucios secretitos. Es de majaderos permitir que una mujer de tu posición se deje enviar mensajes pornográficos por correo electrónico, con fotos incluidas. Pueden caer en manos de cualquiera.
Elsa necesitó toda su voluntad para no reaccionar más que con un frío desprecio. ¿Acaso era posible que Jessica hubiera tenido acceso a su correo electrónico? Aquella idea la debilitó. Tenía una cuenta separada para la correspondencia profesional y jamás la dejaba abierta. Pero, cuando estuvieron en Aspen, había utilizado el portátil y era posible que no hubiera cerrado el buzón personal. Pensó en los cándidos mensajes que Jessica habría podido encontrar allí. Dos eran de la hija de un político que defendía los valores de la familia, una joven que no había salido del armario, y la prensa se cebaría con un escándalo así. Los había borrado hacía poco, pero, al parecer, ya era tarde.
Disimulando su preocupación con un tono de indiferencia descarada, dijo:
—Jessica, no me busques las cosquillas porque te comeré viva. Y ahora lárgate, o necesitarás a un abogado que te defienda de algo más que amenazas. —Cerró la puerta de golpe a un error muy grande—. ¡Dios! Jack me va a partir la cara por esto — dijo en voz alta, mientras iba por el pasillo a terminar de vestirse.
Enrollarse con Jessica había sido el mayor error de su vida, y Jack Frost, su abogado, le había dado la orden estricta de que no hablara con ella. Ahí estaba el problema: por lo visto, había perdido el control de sus acciones en lo referente a aquella peli roja explosiva y, sin duda, pagaría por ello. Se preguntó si Jessica tendría verdaderas intenciones de vender aquel cuento a la prensa sensacionalista. En tal caso, trescientos mil dólares quizá no fuera un precio muy elevado por silenciarlo todo. La hija del político era una jovencita encantadora que había hecho una tontería. No tenía que haberle enviado mensajes indiscretos, y así se lo había dicho ya. Habían quedado de acuerdo en borrar todos los mensajes que se habían intercambiado, pero Elsa se había descuidado un momento.
La pérdida de dinero no era gran cosa, pensó; no sería más que otra entrada en el talonario. Ya oía las carcajadas de Jack ante semejante idea. No sería más que el comienzo; los chantajistas nunca dejaban de pedir. Pero había que hacer algo. Todo era por su culpa y no podía consentir que una ex que no había salido del armario saliera en esas circunstancias, por no hablar de la sórdida publicidad que acarrearía, una publicidad que nadie necesitaba para nada, ni homosexuales ni heterosexuales.
Terminó de abrocharse los gemelos, se puso la chaqueta y se colocó el cuello y las solapas delante del espejo. La mujer que la miraba era una triunfadora idéntica a sí misma hasta en el último detalle, desde el nudo de la corbata de seda hasta la punta de los mocasines Bruno Magli. El impecable esmoquin Armani resaltaba su esbelto tipo y la hacía más alta de lo que era en realidad. Hacía poco que se había dejado un nuevo look con una trenza cayendole al lado izquierdo y con un fleco hacia atrás, según Randall, el peluquero, le sentaba de maravilla por el color rubio platinado que era de nacimiento.
Elsa no quería ser ni más ni menos que lo que era. A sus treinta y cuatro años, era presidenta de la junta directiva y directora general de Winter McKenzie, una compañía de fondos de capital riesgo que tenía millones de dólares invertidos en empresas y economías de todo el mundo. Hasta que se puso al frente de la compañía, hacía tres años, lo más importante de su vida había sido la siguiente gran aventura entre las sábanas. Llevaba coches de lujo, se permitía lo que ella misma llamaba «celebrar la vida», tenía amistades en todo el mundo y nunca le faltaba compañía femenina. Todo se había venido abajo a raíz de la muerte de su padre, cuando su tío tomó el mando y llevó la empresa a la bancarrota, prácticamente. Bella, su hermana menor, no tenía preparación ni interés suficientes para hacerse cargo del negocio; por ese motivo, Elsa se vio obligada a replantearse su alegre existencia y asumir la responsabilidad que le correspondía por derecho.
Junto con la responsabilidad llegaron el poder y la fama, dos cosas que acarreaban una reserva inacabable de mujeres atractivas y dispuestas a compartir la cama con ella. Elsa no sabía si les atraía ella o su dinero y, sinceramente, casi nunca le importaba. Siempre dejaba muy claro que no le interesaban la monogamia ni las relaciones estables, y cortaba las amarras tan pronto como notaba el primer tirón. Hasta el momento, nadie se había quejado. Siempre procuraba escoger como pareja a las mujeres que conocían su forma de pensar. «Entonces, ¿cómo he podido equivocarme tanto con ésa?»
—Tiene agallas, por intentar chantajearme y pretender que le suelte la pasta por un revolconcillo en la piltra —dijo en voz alta, y terminó de vestirse rápidamente ante el espejo—. Que me muera si le doy un céntimo a esa bruja.
Se peinó. Y, hablando de brujas, la gala benéfica de esa noche era lo que menos le apetecía en aquellos mometos. ¿Por qué no decía que no, simplemente?
—Sí, claro —le dijo desaprobadoramente la cara pálida del espejo.
Sin echar una mirada atrás, giró sobre sus talones, apagó la luz y salió por la puerta en dirección al garaje.
Tal como esperaba, el tráfico se inmovilizó a tres manzanas de su destino, el Lincoln Grand Hotel. El atasco puso una nota más de cólera en el mal humor que tenía. Las responsabilidades públicas que se derivaban de su cargo en Winter McKenzie se le hacían pesadas y a veces le parecían más sociales que propias de la gerencia. Eso pensaba de la celebración de esa noche. Sabía que la organización valoraba su presencia y Mérida, su mejor amiga, había insistido en que acudiera, y de paso formarían pareja, una estrategia que normalmente les resultaba muy útil: Elsa haría el paripé si Mérida quería marcharse temprano y su amiga siempre lo hacía cuando era ella quien se quería marchar.
Los coches siguieron avanzando a paso de tortuga, hasta que por fin pudo girar hacia su destino. Pasó las llaves al mozo y entró en el vestíbulo del histórico hotel buscando un trago fuerte. El aire estaba cargado de electricidad y la multitud que daba vueltas por el lugar le hizo rechinar los dientes. Era una auténtica maestra de la charla convencional, sobre todo en aquella clase de reuniones sociales, pero, con el mal humor que tenía, no iba a ser fácil hablar por hablar. Se recompuso, como preparándose para la batalla, y se acercó a un miembro de la junta.
Hola.!! Para que le doy vueltas al asunto, se los debo, por todas las personas que me comentaron y las han tenido paciencia conmigo, la que no he tenido conmigo misma.
Sinseramente no se si les gustará lo que estoy haciendo, espero que sí, sobre todo. Disfruten de la lectura, cualquier error pongalo a mi cuenta.
Que La Fuerza Los Acompañe...
