Hola, este es el comienzo de un nuevo fic, es una idea que me gustaría desarrollar, pero aún no tengo claro a dónde quiero llegar con él ni si habrá alguna pareja en especial. Es la primera vez que subo alguna historia sin tener claro el final que quiero. Si tienen alguna sugerencia o comentario me encantaría saber. Gracias por leer.

Avatar, el último maestro aire y sus personajes no me pertenecen, esta historia sí.

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Polo Sur

-¡Pingüino! –Gritó Aang comenzando a correr hacia el grupo de animales que caminaba torpemente, que logró divisar apenas acabó de bajar de Appa. Katara lo siguió gritándole que esperara por ella.

El resto del grupo se apresuró a entrar en una de las tiendas hechas de cuero de la Tribu de Agua del Sur y buscar ropa más adecuada para el lugar en el que se encontraban, desde hace kilómetros las mantas que habían comprado en el último pueblo en tierra firme que pudieron visitar, ya no eran suficientes para mantenerse cálidos. Durante el camino Zuko fue una pieza importante para que Suki y Toph sobrevivieran al viaje, no estaban acostumbradas al frío del polo, por lo que cada una se sentó a un lado del maestro fuego para reconfortarse con el agradable calor que él desprendía. Aun así el intenso frío les hizo preguntarse en variadas ocasiones si ese loco viaje valía la pena y es que no estaban ahí más que por las insistencias del Avatar. Él estaba agradecido inmensamente de sus amigos y la ayuda que ellos le habían brindado así que intentaba pensar en cómo poder pasar más tiempo juntos y generar así más hermosos recuerdos y momentos divertidos a pesar de las ocupadas vidas que algunos de ellos llevaban ahora que la guerra había terminado. En realidad fue Katara la que le dio la idea sin querer un día que le preguntó a Toph algo sobre la ciudad de Omashu, entonces se dio cuenta que ella nunca había visitado esa ciudad con ellos, aún no la conocían cuando hicieron esos dos viajes a la ciudad. Fue cuando Aang notó lo mucho que habían viajado Sokka, Katara y él solos y que sus nuevos amigos no tenían ni idea de todo lo que habían visto y descubierto del mundo en esos lejanos días. Entonces tomó la decisión, harían un viaje todos juntos para mostrarles todo lo divertido que habían vivido y así recordar los pasos que los llevaron hasta esa paz que ahora tanto disfrutaban. Revivirían el camino que el destino los llevó a recorrer desde el principio. Y ese era el principio de toda la historia: el Polo Sur. Sin embargo, la parte más difícil fue convencerlos a todos, comenzó por los que sabía que lo apoyarían más fácilmente, contó de forma rápida con la participación de Sokka y Katara, quienes morían por una excusa para volver a casa. Luego venían los casos más complicados, Toph se negó rotundamente, su academia apenas estaba consiguiendo levantarse y no podía dejar solos a sus estudiantes inútiles y debiluchos, menos por tanto tiempo, es decir, Aang le estaba ofreciendo un viaje por todo el mundo. Fueron varios días los que Aang se presentó diariamente en la academia Beifong, cada día con un nuevo argumento para persuadirla, pero de nada le sirvió. Como no conseguía nada con ella, decidió pasar al último de sus amigos, si lograba convencer a Zuko, Toph no sería problema, después de todo era el más ocupado y quien más razones tenía para rechazar el viaje. Viajó entonces a la Nación del Fuego sabiendo que si lograba conseguir un sí del Señor del Fuego también contaría con la presencia de Suki, pues ella continuaba trabajando como guardia en el palacio y no podría dejarlo a menos que Zuko lo dejara también. Aang no quería un no por respuesta, así que se hizo acompañar por Katara y Sokka para que lo ayudaran a convencer al maestro fuego. Entre todos bombardearon al Señor del Fuego con súplicas e invitaciones para que aceptara viajar con ellos, a Sokka se le ocurrió convencer primero a Suki para que ella también intentara persuadirlo. Sin embargo, él no aceptó hasta que la idea llegó a oídos de Iroh, quien le pidió que aceptara hacer el viaje, pues necesitaba unas vacaciones de las presiones de gobernar la Nación del Fuego. Se arregló todo para que Iroh quedara a cargo de la nación hasta que Zuko volviera de sus largas vacaciones. Mientras los preparativos para el viaje del Señor del Fuego se llevaban a cabo, Aang volvió a la academia de metal control para terminar de convencer a Toph, quien, para su sorpresa, lo estaba esperando con su equipaje listo.

-¡Si no me voy de aquí los mataré a todos! –Fue la explicación que le dio mientras subía al bisonte volador, aunque no era más que una mentira, sabía que Aang volvería una última vez para convencerla y la verdad es que extrañaba mucho los días en que era completamente libre viajando con sus amigos, por lo que dejó a cargo de la academia a sus mejores estudiantes y se permitió unas largas vacaciones.

Regresaron al palacio real de la Nación del Fuego y cuestión de días su travesía había comenzado.

-¡Primera parada, el Polo Sur! –Les avisó Aang entusiasmado tomando las riendas de Appa y dándole la señal para comenzar a volar.

Les tomó un par de semanas llegar hasta el Polo Sur, sólo se detenían para dormir y cuando Appa necesitaba descansar. Era extraño poder estar así sólo por diversión y no para entrenar a Aang, salvar sus vidas y al mundo. Los primeros días fueron relajados, se pusieron al corriente de sus actividades y bromeaban alegremente, pero luego estar viajando tanto tiempo comenzó a irritarlos ¿Qué tan lejos podría estar el Polo Sur? ¿Cuándo conseguirían una comida decente? Estaban hartos de estar sentados todo el día y de no poder moverse libremente, se habían acostumbrado demasiado bien a sus nuevas vidas sedentarias y calmadas, volver a vivir como nómadas les pareció más difícil que la primera vez. Por suerte pronto comenzaron a ver hielo y sus preocupaciones se volcaron en las bajas temperaturas, se mantuvieron todos juntos para conservar el calor y Momo no se despegaba de los brazos de Zuko. Aterrizar por fin fue un alivio inmenso.

Mientras Aang y Katara se perdieron en la nieve, los demás se vistieron con pieles y abrigos azules, típicos de las Tribus Agua. Sokka les presentó a la tribu, que había crecido en número gracias al retorno de los hombres que habían estado luchando en la guerra y al arribo de hombres y mujeres de la tribu hermana del Polo Norte. Aunque todos ellos estaban al tanto de las acciones del actual Señor del Fuego, algunos no pudieron disimular su temor al identificar su cicatriz, la última vez que pisó el Polo Sur no hizo más amenazar y aterrorizar a la gente y aún no podían olvidarlo. Recordar todo eso avergonzó a Zuko, mas el alegre recibimiento del padre de Sokka y Katara lo hizo sentir un poco mejor.

Ese día todos fueron a dormir temprano y habrían continuado durante días si no los hubiese despertado un enérgico Avatar visitándolos tienda por tienda.

La primera actividad a la que les guío fue a deslizarse por la nieve sobre pingüinos, caminaron por las vastas tierras cubiertas de blanca y fría nieve hasta que encontraron un gran grupo de pingüinos. Toph, que estaba furiosa por verse obligada a llevar puestas gruesas botas de cuero de animal, abrigadora ropa demasiado esponjosa para su gusto y estar rodeada de esa molesta nieve que le impedía saber dónde demonios estaba, se negó a subirse a un pingüino. Fue un problema para los demás que ella se negara, no podían dejarla sola en la nieve sabiendo que no podía ver nada ahí. Entonces Zuko se ofreció para quedarse con ella, no le apetecía deslizarle en la espalda de un animal tan pequeño. Los demás corrieron emocionados por atrapar un pingüino mientras ellos continuaron caminando en busca de algún lugar para sentarse. Desde su llegada Toph necesitaba que alguien la ayudara a caminar, pues en se lugar ella estaba completamente ciega y eso no hacía más que fastidiarla, se sentía completamente inútil.

-Creo que no lo pensé muy bien al aceptar este viaje –Comentó la maestra tierra al encontrar un trozo de hielo sobre el que descansar.

-Yo tampoco –Respondió Zuko dirigiendo su mirada hasta las columnas de humo que se levantaban desde la tribu, a lo lejos.

Toph le preguntó por qué lo decía mientras se sorprendía al sentir a Momo llegando hasta sus brazos buscando calor, ya se había aburrido de molestar a los pingüinos.

Zuko suspiró y le contó sobre la primera vez que vio a Aang, el día en que el Avatar regresó después de cien años de ausencia y después de dos arduos años de ir en su búsqueda. Le habló sobre cómo siguió su rastro y encontró la tribu, cómo desarmó a Sokka y amenazó a toda la tribu, que no eran más que un par de mujeres y unos niños pequeños, por eso ahora muchos lo miraban de reojo, con miedo y lo evitaban como si en cualquier momento les fuera a arrojar fuego otra vez.

-¿Te das cuenta de todo lo que me pierdo por estas cosas? –Se quejó Toph levantado sus pies y apuntando sus botas -¡No tenía idea que te tenían miedo! Me siento como una tonta.

Zuko desvió su mirada hasta ella.

-No tienes que saber siempre cómo se sienten los demás.

-¡Claro que sí! ¿O tú no ves sus expresiones siempre? Es lo mismo.

-No es lo mismo –Continuó Zuko- yo puedo ver sus expresiones, pero no tiene que ser lo que realmente sienten, pueden mentir. Tú no nos dejas mentir –Le lanzó a modo de queja por todas las veces que ella los descubría en sus mentiras y los dejaba en ridículo.

-No seas llorón, Chispita –Dijo Toph sonriendo –Además también pueden mentirme a mí, tu hermana lo hizo.

Hubo un profundo silencio al recordar a Azula.

Después de unos minutos decidieron caminar aunque no tuvieran un lugar al que llegar, Zuko no quería volver a la tribu aún y no sabían dónde estaban sus amigos, pero el trasero se les estaba congelando sentados sobre hielo. Fueron inventando juegos y apuestas, que Zuko siempre perdía, mientras paseaban despreocupadamente por ese extenso paisaje blanco y azul de viento gélido, donde el sol apenas aportaba con un par de rayos dorados que iluminaban la nieve. Se quejaron juntos del Polo Sur durante todo su paseo, de la comida extremadamente salada, de las ridículas temperaturas, de la molesta nieve, de lo aburrido que era y reían creyendo descubrir cómo les fue tan fácil a Sokka y Katara dejar su hogar.

-Y odio el color azul, a nadie le queda bien –Sumó una queja Zuko mientras enfilaba el rumbo devuelta a la tribu cargando a Toph en su espalda, producto de una de las apuestas que perdió.

-¿Qué es color azul? –Quiso saber la maestra tierra escuchando el batir de las alas de Momo sobre su cabeza.

-Toda la ropa que nos prestaron es azul, el agua es azul, el cielo es azul –Le contó Zuko llegando a la tribu –Ya llegamos.

-¿Te están mirando feo?

-Algo –Zuko pasó la mirada por las personas que los veían llegar, no reconoció a nadie, pero aun así se sentía avergonzado y arrepentido, suponía que debía al menos recordar a uno de esos niños, a una sola de esas mujeres que había estado dispuesto a matar si no le entregaban al Avatar.

-Yo puedo golpearlos por ti –Se ofreció Toph –Pero vas a tener que sostenerlos, porque no sé dónde diablos están.

Zuko se rió y los condujo hasta sus tiendas, donde se encontraron con Suki, quien se sorprendió al verlos y corrió hasta ellos.

-¿Dónde estaban? Creímos que se habían perdido, Aang salió a buscarlos con Appa.

Esperaron a Aang y a los dos hermanos sentados cerca de una fogata, cuando llegaron y se recuperaron del susto se dispusieron a comer y luego a dormir, las horas de luz son pocas en el Polo Sur.

El día siguiente cayó sobre ellos una ventisca, lo que experimentaron Suki y Toph por primera vez, nunca antes habían visto o sentido nevar. Jugaron arrojándose nieve unos a otros, aunque Toph luego de lanzar un par de proyectiles se retiró a su tienda a dormir, si no podía golpear a alguien el juego no tenía gracia.

Sokka y Katara estaban realmente felices de poder volver a casa y presenciar la recuperación de su tribu y la nueva alegría y esperanza que todos parecían haber encontrado después de años de tristeza, dolor y pérdidas. Y era aún mejor si podían compartirlo con sus amigos y su padre. Por otro lado, para Zuko no todo era tan agradable, recordaba constantemente las reprochables acciones que había cometido en ese lugar, el daño que causó, y aunque Aang, Katara, Sokka y Hakkoda lo habían perdonado, aún había temor en el resto de esa gente, aún creían que era peligroso y odiaba sentirse rechazado otra vez.

Una estrellada noche, toda la tribu se reunió en una gran construcción de nieve que los maestros agua de la tribu hermana habían ayudado a levantar y, alrededor de una gran fogata encendida por Aang, disfrutaron de un banquete en honor de los invitados. La abuela de Sokka y Katara se levantó y agradeció al Avatar y a sus amigos por haber recuperado la paz y haber traído el equilibrio al mundo, palabras que fueron fuertemente aplaudidas por los habitantes de la tribu. También relató cómo sus nietos encontraron al niño atrapado en el iceberg, dando comienzo, sin saberlo, al fin de la guerra de cien años. Luego de recordar los primeros avistamientos del Avatar después de tanto tiempo en ese preciso lugar, se dio paso a las antiguas leyendas y mitos tradicionales de las Tribus de Agua, escucharon emocionantes historias hasta bien entrada la noche hasta que decidieron que era hora de descansar para todos.

-Esas historias… no son reales ¿verdad? –Le comentó Aang a Sokka mientras caminaba hasta su tienda con sus amigos.

-Claro que sí, yo mismo vi una vez al gran pez-lobo comerse toda una familia de focas morsa–Aseguró el joven guerrero intentando asustar a su amigo.

-Sokka, no lo asustes –Lo reprendió Katara, quien llevaba a Toph del brazo para ayudarla a caminar en la nieve–No le creas, Aang, sólo son viejas historias.

-Claro que no le creo –Dijo el Avatar intentando sonar convincente.

-Hasta yo puedo ver que tienes miedo, pies ligeros –Se burló Toph.

Aunque Aang le aseguró que no estaba asustado, en su tienda la lámpara de aceite brilló toda la noche.

Al día siguiente, luego de desayunar les dijo que aún les quedaba un lugar que visitar. Los condujo hasta el antiguo barco de la armada de fuego encallada en el hielo, en el que Aang, mucho tiempo atrás, accionó una trampa que le dio a Zuko su ubicación. A nadie le gustó esa parte del viaje, excepto a Toph, que estaba encantada de poder pisar metal firme, aunque fuera un lúgubre pedazo de un horrible pasado. Caminaron a través de los roídos y oxidados pasillos, oyendo resonar sus pasos en la imponente estructura de metal. Katara y Aang revivían las memorias de la primera aventura que vivieron juntos. Aunque Sokka quería llevarse un par de armas que encontró en una de las habitaciones, Suki lo convenció para dejarlo todo en su lugar, ese barco era una reliquia y era mejor conservarlo así.

-Quizás deba enviar un barco para que se lleven esta cosa de aquí –Propuso Zuko examinando un viejo y carcomido mapa colgado en uno de los mástiles. Durante años se ocupó de retirar cada pequeña cosa que le recordara al mundo lo vil y despiadada que había sido la Nación del Fuego durante cien años.

-¿Lo dices en serio? –Le preguntó Katara soltando la mano de Aang para acercarse hasta él.

Zuko, quien había hablado para sí mismo se sorprendió de haber sido escuchado.

-No quiero que esto le recuerde siempre a la Tribu del Agua que la Nación del Fuego es un enemigo al que temer.

Sonriendo, Katara los arrastró a todos hasta la tribu y le contó la idea de Zuko a su padre, quien rápidamente reunió a toda la tribu y les comunicó las intenciones del Señor del Fuego. Zuko aprovechó el momento para tomar valor y hablar ofreciéndoles su ayuda y su amistad, disculpándose por los lamentables hechos del pasado, prometiendo ser una nueva persona, alguien que quería construir un nuevo mundo de paz junto al Avatar, junto a todos. Desde ese momento la gente de la tribu comenzó a hablar tímidamente con Zuko, a tratarlo tan cálidamente como a los demás y supo que todo estaba bien, que podía ser aceptado, que podía redimirse y aportar grandes cosas a los nuevos tiempos.

-Y no tuve que golpear a nadie –Le comentó más tarde a Toph con una sonrisa.

-Es una forma de hacerlo –Respondió ella alzando sus hombros.

Antes de pensar en continuar con el viaje, Sokka no podía dejar pasar la oportunidad de mostrarle a su padre lo bueno que era dirigiendo embarcaciones, así que pidió un barco prestado, subió a bordo a todos sus amigos y los arrojó a las peligrosas corrientes de esas gélidas aguas, gritándoles instrucciones a todos y mostrándoles el camino correcto. El único percance sucedió cuando Toph no pudo sujetar una cuerda porque estaba muy ocupada vomitando a causa del mareo y Suki debió encargase de su tarea también.

Al cabo de una semana decidieron que ya era hora de partir al siguiente lugar en la lista de ese largo viaje por el mundo. Se despidieron de todos en la tribu, especialmente de Hakkoda, empacaron sus cosas y despegaron hacia su próximo destino, agradecidos de la oportunidad que Aang les dio de visitar ese increíble lugar e igualmente agradecidos de poder dejarlo.