El suelo, empapado en sangre, aguardaba a los nuevos habitantes de aquel estrecho valle. Cientos de Gorros Rojos saltaron desde los riscos circundantes y comenzaron a luchar entre ellos por los mejores agujeros. Cientos de cuerpos se extendían durante leguas hasta el final del desfiladero, donde las montañas se estrechaban. La masacre desconocida, que había dado fin a la guerra de los mil días, había concluido.
Los supervivientes se habían desperdigado por toda Bretaña.
Quince meses después.
Al este de Yorkshire, en una ruta en mal estado, cubierta de barro casi todo el año, había una construcción ruinosa. Muros de piedra cubierta de musgo verdoso y enredaderas. Su aspecto ladeado le había valido el apelativo del Gigante Dormido. Era una taberna frecuentada por ladrones y demás especímenes que preferían no encontrarse nunca con el Sheriff.
En el interior, cubierto de una espesa capa de grasa y otros desperdicios, se tambalean cuatro mesas ajadas por el uso y abuso de los clientes. Las pocas jarras que se veían en ellas estaban desportilladas y en muchos casos se veían los intentos varios por reconstruirlas usando hojas y savia de árbol sin mucho éxito.
En el extremo más oscuro de la estancia se ve el candor pálido de una pipa larga. Se forma un rostro cubierto de cortes y cicatrices. Una melena alborotada cubre gran parte de la cara, y una frondosa barba descuidada se encarga de hacer irreconocible al cliente. Mira con despreció un gran boquete en el único ventanal del local, totalmente destrozado. Afuera se escuchan gemidos y cristales rompiéndose.
La puerta se abre con violencia. La dueña de la taberna examina a su cliente, que hunde la mano entre los pliegues de la túnica. Una figura alta y delgada, enfundada en una pesada capa de escamas plateadas, se adentra en la oscuridad con paso decidido y rápido.
—¿Puedo preguntarte algo, Godric? De los quince borrachos que están ahora mismo tragando barro y lodo en la calle, ¿A cuántos has lanzado tú a través de la ventana? —preguntó el extraño con burla.
—A catorce. El último decidió tirarse él mismo —masculló Godric carraspeando profundamente antes de escupir en una de las jarras que tenía sobre la mesa.
—Mi querido amigo. Siempre siendo un caballero de brillante… —el extraño se detuvo de pie frente a Godric —… oxidada y alcohólica armadura ¿a quién has defendido esta vez?
—Salazar, ¿A qué demonios infernales has venido? —preguntó Godric inclinándose sobre la silla para atrapar una jarra de cerveza que estaba demasiado lejos. El extraño mostro su rostro quitándose la capucha y descubriendo unos rasgos afilados, se veía claramente una serie de cicatrices paralelas que ascendían desde el cuello hasta la nuca, cortando el largo cabello negro que tenía atado con una coleta de cuero bruñido.
—Llevas más de un año visitando todos y cada uno de los bares, tabernas y antros de mala muerte de aquí hasta Gales — continuó Salazar ignorando la pregunta de su amigo —. Y en todos y cada uno has iniciado una pelea, y la has ganado obviamente, contra los borrachos. En una taberna le partiste la espalda a un caballero emisario por arrancarle la falda a una camarera. En otro le prendiste fuego, antes de lanzarlo al río, a un cazador de magos, sólo por insultar al mesero que te invitó a una cena caliente.
—Salazar, estoy borracho pero no he olvidado lo que he hecho, y tampoco he olvidado como dar un puñetazo —gruño Godric apartándose de la mesa al percatarse de que había acabado con todo el alcohol.
—A lo que quiero llegar es que, para ser una persona que dejo la guerra de los mil días gritando que jamás volvería a ayudar a nadie, te has pasado los últimos meses haciendo justo lo contrario.
—Que yo recuerde también dije que no quería saber nada de ninguno de vosotros — espetó levantándose de la mesa y trastabillando antes coger el bastón apoyado en una esquina —. Ya he tenido suficiente heroísmo para toda una vida.
—Lo bueno que tienen los amigos, Godric. Es que siempre te ignoran cuando deben hacerlo. Sigues siendo el bastardo más valiente y leal que he conocido, y nunca te he visto rehuir una causa justa. Arrastrándome a mí en el proceso —interrumpió Salazar apoyando las manos en los hombros de Godric quien se detuvo de mala gana y le miró a los ojos por primera vez desde hacía quince meses.
—¿Vienes a recriminarme que te llevará a rastras a aquella batalla? Ponte a la cola, seguro que Rowena y Helga también quieren lincharme por sacarlas de sus cortes libres de conflictos por un estúpido ideal —masculló Godric con la voz ronca.
—No crees eso realmente, y lo sabes. Te conozco bien, Godric. No quisimos intervenir en ese conflicto, pero ayudamos a detenerlo. Ayudaste a traer paz a este mundo y ahora quiero pedirte una cosa, que te unas a mí en una misión con un objetivo similar — Los ojos verdes de Salazar brillaron con intensidad, como si una llama hubiera despertado tras ellos, algo que no pasó desapercibido a Godric.
—¿Qué estas tramando, Salazar? —preguntó Godric intranquilo. Salazar sonrió victorioso y solo pronunció una palabra en respuesta.
—Hogwarts.
