Just This Once

Klein W. Stark les presenta humildemente esta nueva historia, espero que sea de su agrado, cualquier review es bien recibido.

Y como siempre antes de comenzar Frozen: una aventura congelada y algunos personajes de Disney no me pertenecen, los tome prestado con la mera intención de hacer una historia Elsa y Anna para ustedes.

Es la primera vez que hago un Elsa y Anna así que espero que sean buenos conmigo. trato lo mejor que puedo para hacer bien los trabajos para que sean de su agrado. Espero que les guste.

Capítulo 1

"Una vida grande nace del encuentro de un gran carácter y una gran casualidad"

Barbara Probst Solomon.

Flic. Flic.

¡Plop!

—Genial. Ahora me pasaré la noche oliendo a cebolla —rezongó Elsa mientras iba quitando el condimento no deseado de su sándwich y lo tiraba a la basura. —¿Para qué me has preguntado lo que quería si después no ibas a hacerme ni caso?

—Estaba pensando en otra cosa —se quejó su compañero de trabajo, dando un buen bocado de su sándwich de rosbif.

—Sí, apuesto a que sé en qué... o mejor dicho, en quién. ¿Cómo se llama?

—Nim —respondió él con un suspiro soñador.

—Seguro que Nim huele a cebolla.

—Cuidado —la advirtió el hombre castaño. —Estás hablando de mi futura esposa.

—Sí, claro. ¿Y cómo se apellida tu futura esposa?

Flynn Rider desvió la vista, avergonzado.

—Aún no lo sé —admitió. —Pero no importa, porque puedes llamarla Sra. Rider.

Elsa Winter soltó una carcajada con la salida de su jefe. En los tres años que llevaban como compañeros del turno de noche, habían llegado a conocerse muy bien y Elsa sabía que Flynn se enamoraba con una facilidad pasmosa. Una pena que no se hubiera enamorado de alguien que trabajase en un tailandés. La ensalada de pollo y centeno ya le empezaba a cansar, sobre todo si llevaba cebolla.

De tres y media de la tarde a doce de la noche, Elsa y Flynn eran los supervisores de turno del Hotel Weller Regent, en Orlando, al que todos los empleados se referían como WR. Se trataba de un hotel de cuatro estrellas muy exclusivo, especializado en ejecutivos en viaje de negocios que buscaban un lugar tranquilo donde alojarse, con un toque más personal.

Elsa había entrado en el hotel de Orlando, el más antiguo de la cadena, nueve años atrás, al hacerse con una codiciada posición de empleada en prácticas, mientras cursaba Dirección Hotelera en la Universidad de Florida. Nada más graduarse había entrado en plantilla como recepcionista de noche y después de eso pasó por todos los departamentos —catering, servicios de empresa, organización de reuniones, formación, —hasta llegar al puesto que ocupaba en la actualidad: supervisora de noche adjunta. Dos peldaños más y podría trabajar en Dirección, aunque probablemente tendría que trasladarse si quería escalar más posiciones. Flynn, el supervisor de turno de más antigüedad, estaba por delante de ella para ascender en Orlando. En cualquier caso, ése era su sueño: tener un puesto en la gerencia, con horario diurno y, algún día, llevar su propio hotel.

—¡Mierda! —Flynn se incorporó y alargó la mano en busca de la servilleta.

De poco le iba a servir contra el manchurrón de mostaza que le había caído sobre la camisa azul oscuro.

—Lo has hecho a propósito —le acusó Elsa.

—¡No es verdad!

Por acuerdo mutuo, esa noche le tocaba a Flynn dar la cara si surgía alguna emergencia o queja de los clientes, mientras que Elsa se podía quedar arreglando papeles en las oficinas del segundo piso. Pero, ahora, con un manchurrón de color amarillo brillante en toda la camisa, tendría que ser ella la que saliera a dar la cara si ocurría algo.

Las noches de domingo eran bastante movidas: los que habían asistido a la convención del fin de semana se marchaban y llegaban nuevos monstruos de la carretera para asistir a las reuniones de negocios de la semana entrante. El personal de limpieza se había recorrido prácticamente todas las habitaciones en las últimas doce horas y Elsa se había pasado la tarde haciendo inspecciones y completando evaluaciones de personal. Y, gracias a la dilatada excursión de Flynn al restaurante indio Brooklyn Deli, durante la cual ella había tenido que ayudar en recepción, iba muy atrasada en sus informes semanales.

Flynn tenía su propia pila de papeleo acumulado. Su mesa la llenaban registros de mantenimiento, hojas de inventario y facturas de proveedores. Si estaban de suerte, el personal de servicio sería capaz de solucionar los problemas sin su ayuda y ambos supervisores podrían ponerse al día. Si no, tendrían que quedarse hasta tarde para terminar el trabajo.

—Eh, mira quién ha vuelto.

Elsa echó un vistazo al monitor de seguridad colocado entre sus mesas. Cada cinco segundos la imagen saltaba automáticamente a una cámara diferente: la entrada principal, la recepción, el vestíbulo de ascensores de la primera planta y la piscina. Flynn cogió el mando a distancia y congeló la cámara al reconocer a una mujer que habían visto registrarse en el WR un domingo por la noche ya en dos ocasiones.

—Qué pena que estés casi casado —le reprendió Elsa. —¿Qué pensaría Nim Sin-Apellido si te viera comiéndote a otra con los ojos?

Elsa dejó el trabajo a un lado un momento para contemplar a la hermosa mujer que salía del taxi y señalaba sus maletas al botones. Ni que decir tiene que Elsa también se había fijado en esa misma huésped la primera vez que vino al hotel, un mes atrás. Era difícil no fijarse en una mujer tan llamativa.

—Es que te estoy buscando alguien a ti, ¿sabes? —repuso él.

Elsa rió.

—Pues, aunque veo que tienes buen gusto, quedas informado oficialmente de que te libero de la misión.

—Me pregunto qué cosas tendrá para contar —reflexionaba Flynn. Siempre que tenían un momento de descanso, cosa rara, solían entretenerse inventándose las vidas y el pasado de sus clientes anónimos.

—No sé. Parece la típica ejecutiva en viaje de negocios.

—No, me refiero a la cojera.

Siguieron atentos al vídeo mientras la mujer pagaba el taxi, cogía su cartera y su maletín y cojeaba en dirección a una de las estrechas entradas de cristal que flanqueaban las enormes puertas giratorias del hotel. Elsa comprobó con silenciosa satisfacción cómo el botones se apresuraba a aguantarle la puerta abierta. A continuación la mujer desapareció del campo de visión de la cámara.

—No parece que le preocupe mucho —observó en tono informal.

No le apetecía convertir a esa mujer en parte de su juego... al menos en voz alta. Pero la verdad es que había estado pensado en la hermosa cliente, hasta el punto de que, durante su última estancia, había echado mano de los datos de su reserva.

Se llamaba Anna Summer y era de Baltimore. Tenía una cuenta estándar de empresa, facturada a nombre de Eldon-Markoff, una agencia de viajes cuya sede se hallaba a una manzana y media de su hotel.

Flynn manipuló los controles del monitor para seguir la acción en recepción. Tremaine Hardy y Hook Stivich trabajaban con diligencia para registrar a los huéspedes que hacían cola frente al mostrador.

—Tremaine está haciendo un buen trabajo, ¿verdad? —comentó Elsa de manera casual, para cambiar de tema y disimular su interés mientras trataba de localizar a la Srta. Summer en la fila.

—Sí, lo ha cogido todo muy rápido. Has hecho un buen trabajo con ella.

Elsa había tomado a la nueva empleada bajo su protección desde su primer día como becaria. En cuanto acabara su periodo de prueba, se le concedería más autoridad para tratar con los clientes. Por el momento, aún necesitaba supervisión y autorización de un superior para efectuar un cargo a un cliente o atender peticiones especiales.

—Parece que necesita una mano con ése —dijo Flynn, a sabiendas de que Elsa tendría que bajar a lidiar con un caballero obviamente enfadado que estaba ante el mostrador. El vídeo no tenía sonido, así que tenían que fiarse de las expresiones faciales y, a juzgar por su cara, el hombre estaba que trinaba. Elsa gimió.

—Supongo que tendré que ir a lavarme las manos antes, ya que tu futura esposa me ha llenado el sándwich de cebolla.

Elsa hizo una parada rápida en el lavabo de señoras para lavarse las manos y repasar su aspecto. El traje de chaqueta de ese día —lino marrón y camisa de seda azul marino— era su favorito de los cuatro uniformes del WR. En su taquilla tenía colgados los demás: un traje azul marino con blusa de seda color crema y varias camisetas de color coral que en un momento dado podían ir con cualquiera de los dos trajes. De vez en cuando el hotel renovaba el vestuario, pero por norma la ropa era bastante conservadora. Después de nueve años ya estaba acostumbrada a que le dijeran lo que tenía que ponerse en el trabajo, y al menos agradecía que el consejo de administración de la empresa tuviera cierto sentido de estilo.

Salió del lavabo de señoras y bajó por la escalera de personal para aparecer tras Jolene en el mostrador de recepción. Con una ojeada, se aseguró de que Hook lo tenía todo bajo control en su extremo del mostrador. En cambio, el hombre al que atendía su recepcionista nueva hablaba cada vez más alto.

—¿Algún problema, Tremaine?

—Yo le diré cuál es el problema —saltó el hombre, que tenía la cara colorada. —¡El problema es que esta señorita no quiere darme una habitación con cama de matrimonio como reservé expresamente!

Elsa miró por encima del hombro de la atribulada recepcionista.

—Sr. Thomason, ¿verdad?

—Correcto. —Se lo veía infinitamente satisfecho de que, como trato especial, le atendiera alguien al mando.

—Seguramente nuestro personal de reservas no se lo explicó en su momento, pero no podemos garantizar habitaciones de todo tipo para los huéspedes que viajen solos. En todo caso, deje que vea lo que puedo hacer.

De hecho, como procedimiento estándar, el personal de reservas leía una cláusula de exención de responsabilidades al cliente, pero los clientes solían ignorarla. Además, discutir con el Sr. Thomason no iba a arreglar el problema y, aún peor, daría mala imagen a la gente que esperaba en la cola. Elsa fingió que consultaba el ordenador unos momentos, antes de introducir el código que le permitía tomar control manual del sistema.

—Puedo trasladarle a la planta Concierge, nuestra planta de lujo, sin coste adicional por esta vez. De este modo solucionaremos el problema. Pero en el futuro, si viaja solo, la única manera de que podamos garantizarle una habitación con cama de matrimonio es si realiza la reserva directamente en la planta Concierge desde el principio —recomendó con tranquila autoridad.

Se echó a un lado para que Tremaine completara la transacción. Entonces se fijó en el rostro familiar que iba siguiente en la cola e inmediatamente se posicionó ante un terminal libre.

—Deje que la atienda.

La huésped a la que había observado desde su llegada avanzó y sacó su tarjeta de crédito.

—Soy Anna Summer. Tengo una reserva.

Anna Summer era todavía más impresionante en persona y de cerca. El vídeo en blanco y negro no le hacía justicia a su espeso cabello, rubio rojizo atado con dos coletas trenzadas y con un flequillo. Pero lo más cautivador eran sus ojos, de color azul turquesa, como el mar tropical.

—Sí, señorita Summer, aquí tengo su reserva. Habitación individual, no fumadores, tres noches.

—Es correcto. —Con una sonrisa tímida, se inclinó sobre el mostrador y bajó la voz. —¿Y si me comporto como una imbécil también me trasladará a la planta Concierge?

Elsa soltó una carcajada suave y negó con la cabeza sin levantar la mirada.

—Mire, ¿sabe qué? ¿Por qué no la traslado directamente y nos ahorramos la molestia?

—Oh, no tiene por qué hacerlo. Sólo estaba de broma. Pero gracias por la consideración —repuso la mujer con total sinceridad. Se la veía avergonzada de haberle arrancado una oferta tan generosa. —Prometo portarme bien —susurró.

Elsa levantó la vista a tiempo de vislumbrar una sonrisita traviesa.

—No se preocupe, nos gustan los retos —dijo con una sonrisa de suficiencia. —Pero estaría encantada de hacerlo, en serio. Veo en los archivos que es una huésped habitual y nos gustaría agradecer su confianza.

—En ese caso, muchas gracias. Supongo que debería aplicarme lo de «a caballo regalado...».

—En su lugar, yo lo haría —le recomendó Elsa, de nuevo retomando su «tono de negocios». —Es una buena oferta si tiene oportunidad de aprovechar los extras: dispondrá de dos líneas de teléfono y máquina de fax, así como acceso a Internet de alta velocidad. El desayuno se sirve en el comedor privado justo delante del ascensor, de seis a diez de la mañana. A partir de las cinco de la tarde se sirven cócteles y aperitivos. Y, si quiere pasar por allí antes de irse a dormir, tienen café y postres hasta medianoche.

—Me pasaré, se lo aseguro. —La Srta. Summer escribió su nombre en la tarjeta en donde tenía que firmar, y sus iniciales junto a la tarifa y la fecha de salida.

—¿Ha tenido un viaje agradable a Orlando?

Elsa preguntaba lo mismo a todos los clientes durante el registro, por educación, claro, o para matar el tiempo mientras el ordenador procesaba las órdenes. Sin embargo, esa noche estaba aprovechando la oportunidad de entablar conversación.

—Un vuelo maravilloso, sin contratiempos, como debe ser —contestó la Srta. Summer. —Y es fantástico venir a un lugar donde hace calor. En Baltimore nevaba cuando salí.

—Entonces me alegro de que disfrute de nuestro tiempo, al menos esta noche. —Elsa se volvió para indicar la pancarta que había a su espalda, con iconos sobre el tiempo previsto para los tres días siguientes. —Se supone que mañana y pasado mañana lloverá todo el día.

—Cómo no. No me he traído paraguas.

—Tengo uno de sobras en mi despacho. Si lo desea haré que el botones se lo suba luego. Puede dejarlo en recepción cuando se marche.

—Vaya, esta noche está muy generosa, ¿no?

—Así es el servicio del Weller Regent. El mejor de su categoría. —Por Anna Summer, Elsa se habría ofrecido hasta a darle un masaje de espalda.

—No puedo aceptar su paraguas. A lo mejor luego lo necesita. Además, mi abrigo lleva capucha.

—No lo necesitaré. Se lo dejo a la gente todo el tiempo —insistió Elsa. En realidad sólo lo había prestado una vez, a una azafata muy guapa que había coqueteado con ella al registrarse... Más o menos como la Srta. Summer.

—Bueno, en ese caso acepto.

—¿Su trabajo la obliga a viajar mucho?

—Bastante. La central está aquí y parece ser que voy a estar yendo y viniendo a menudo durante unos meses.

—Me alegro de que haya decidido quedarse con nosotros. Haremos todo lo posible para que su estancia en el Weller Regent sea de su agrado. Si necesita cualquier cosa, no dude en llamarnos, Srta. Summer.

Aunque sonaba artificial y de rigor, Elsa se aseguró de mirar a su interlocutora directamente a los ojos, para transmitirle la sinceridad de la oferta.

—¿Debo preguntar por usted cuando llame?

—Si lo desea... —sonrió Elsa. Se sacó una tarjeta de visita del bolsillo y, desviándose de su tono profesional acostumbrado, añadió. —Esta es mi extensión directa. Estaré aquí esta noche y también mañana por la noche.

La Srta. Summer se guardó la tarjeta en el bolsillo y le devolvió la sonrisa.

—Estoy convencida de que todo estará perfecto.

El ordenador emitió la tarjeta de la habitación. Ya no había razón para retener a la mujer en el mostrador. Elsa empujó el sobre hacia ella.

—Este es su número de habitación —hizo un círculo en rojo sobre el 2308. Por motivos de seguridad, nunca decían el número en voz alta. —Necesitará su tarjeta para el ascensor. Introdúzcala y espere a que salga la luz verde para pulsar el botón de su planta. ¿Necesita ayuda con el equipaje?

—No, ya puedo yo. Muchas gracias por todo. —Anna se echó el maletín al hombro y le regaló una sonrisa radiante.

—Gracias a usted.

Elsa se felicitó por su don de la oportunidad y aplaudió internamente la conjunción de fuerzas que habían hecho que el Sr. Thomason se comportara como un gilipollas y que Anna Summer apareciera justo después.

Por fin había podido conocer a la hermosa cliente y, como extra, había contado con la autoridad de ofrecerle un trato especial.

Elsa Winter, ponía en su identificación, Supervisora de turno.

Anna miró por última vez a la preciosa mujer del mostrador, antes de volver la esquina y dirigirse a los ascensores. Ya tenía una razón más para que le hicieran ilusión aquellos pequeños viajes. Subió al ascensor, observó su reflejo en el espejo de marco de latón y sonrió con recato mientras la puerta se cerraba.

«¡Por supuesto que sí, Srta. Winter! Puede flirtear conmigo todo lo que quiera.»

Momentos después, Anna salía del ascensor, justo enfrente del comedor privado de la planta Concierge. En el interior había pequeños grupos de gente o parejas que conversaban quedamente, sentados en sofás y sillones orejeros, mientras degustaban los postres. El ambiente era agradable y le habría gustado entrar y pasar un rato, siempre que nadie intentara ligar con ella. Esa era la peor parte de viajar sola y la razón principal por la que normalmente encargaba que le llevaran la comida a la habitación.

Anna examinó la llave un instante y la insertó en la ranura. La habitación no era muy diferente a las otras en las que se había alojado, salvo por el fax y la cama de matrimonio. Al comprobar las vistas tras las cortinas, se alegró de que se viera la ciudad, en lugar de otra ala del hotel.

Muy bonito.

Le gustaba el ambiente del Weller Regent. En su primer viaje a Orlando se había alojado en el Hyatt, otro hotel que recomendaban en Eldon-Markoff. Pero no le agradaba la atmósfera bulliciosa del bar de su vestíbulo y la enorme fuente en forma de torre que había al lado. El ambiente del Weller Regent era más tranquilo y distinguido, justo lo que Anna buscaba tras un viaje agotador.

La decoración era cálida y acogedora, en tonos marrones y crema, en lugar de los colores chillones que usaban en muchos hoteles para disimular las manchas en colchas y cortinas. Todo el hotel tenía un aire lujoso, casi decadente. Los edredones de plumas eran de lo mejor y las toallas y albornoces eran suaves y esponjosos.

Deshizo el equipaje metódicamente y colgó sus tres trajes almidonados en el armario. En realidad solo había llegado a ponerse uno. Como jefa de marketing de la agencia de viajes Gone Tomorrow, la nueva sucursal de Eldon-Markoff en Baltimore, Anna solía llevar faldas y suéteres en el trabajo, a veces trajes-pantalón. Sin embargo, la norma corporativa en Orlando era más formal, así que había echado mano a sus ahorros y se había comprado ocho trajes nuevos para ponerse mientras durara el proyecto de planificación estratégica en el que estaban trabajando.

Seguramente mantendría ese ritmo de viajes hasta finales de abril, que no era mala época para dejar Baltimore por la soleada Florida. Después, ¿quién sabe? Todo parecía indicar que no conservaría el empleo. Pero, si pasaba eso, al menos tendría ropa nueva que ponerse en las entrevistas de trabajo.

De eso trataba el proyecto, de optimizar las iniciativas de marketing y ventas para Eldon-Markoff. Ello comportaba diseñar un plan para unificar las agencias que la empresa tenía en todo el mundo, así como sus ofertas de viajes. Anna trabajaba en él con Shere Khan, director comercial de la agencia de Dallas. Mulán Fa, vicepresidenta del departamento de Marketing y ventas de Eldon-Markoff, estaba al frente del equipo. Mulán era una líder dinámica y competente, a la que Anna admiraba por su capacidad para conseguir que las cosas se hicieran como es debido.

No obstante, lo que había quedado claro tras sólo tres sesiones de planificación era que los departamentos de marketing y ventas funcionarían de manera más eficiente si se centralizaban. La tarea del equipo era diseñar un plan para llevarlo a la práctica. Probablemente, lo mejor que podía esperar era que las indemnizaciones por despido fueran buenas.

Un golpe seco en la puerta señaló la llegada del botones con el paraguas prestado.

—Gracias —le dijo al joven, y le dio un par de billetes.

—De nada, Srta. Summer. La Srta. Winter me pidió que le recordara lo de los postres.

—Por favor, dele las gracias de mi parte y dígale que voy a ir a probar esos postres ahora mismo.

Tras comprobar que llevaba la llave, Anna siguió al botones de vuelta al ascensor y echó un vistazo a la mesa de postres en el centro del comedor.

—¿Le traigo algo de beber? —le preguntó una mujer de esmoquin.

Anna consideró la oferta, pero la declinó, decidiendo que simplemente cogería uno de los dulces que había dispuestos sobre la mesa y volvería a su habitación. Había tantos diferentes... pero sólo cogería uno. Se inclinó por la tarta de lima con fresas por encima. Y después cogió una de trufa.

De vuelta en su habitación, se dejó caer pesadamente en la butaca. La pierna le dolía tras el agotador viaje. Sacó un frasco de ibuprofeno del bolso. Desde el accidente, dos años atrás, siempre lo llevaba encima, porque sabía que la pierna podía empezar a dolerle en cualquier momento y, cuando le dolía, le dolía a conciencia. Un baño caliente le calmaría el dolor y la ayudaría a dormir.

Al encender la luz del baño de mármol, Anna bendijo a Elsa Winter en silencio por haberla cambiado de habitación. La bañera estaba equipada con hidromasaje.

Hola bueno solo espero que les guste.

Que La Fuerza Los Acompañe...