Disclaimer: Los personajes que se presentan en esta historia son propiedad de la autoría de Masami Kuromada y Toei Animation. La historia que se presenta es ficción ya que nunca ocurre en la serie original, y su fin es meramente de entretenimiento sin intención de ofender o plagiar a alguien.

Disclaimer: El presente trabajo está basado en la historia "La última esperanza", cuya propiedad intelectual es de la autora La Dama de las Estrellas.

"Born of Hope"

Primer Capítulo: "El nacimiento de la esperanza"

El día comenzaba a menguar. Lentamente descendía el sol tras las lejanas e imponentes montañas en el oeste. Las nubes se matizaron de oro y cobre en el cielo, donde las aves sobrevolaban perezosamente, regresando a sus nidos. La frondosidad del bosque se tornó ocre ante el cálido toque del astro en las copas rebosantes de hojas; los rayos de luz penetraron hasta los rincones callados de la floresta, creando sombras al contacto con los robustos troncos de los envejecidos árboles. Los sauces dormitaban en el silencio imperante; sus ramas se mecían lentas con el paso del viento, creando el sutil murmullo que era arrastrado en el céfiro hasta extinguirse. La enervante esencia de su madera añeja viajaba como si vida tuviera.

Surcaron la tierra húmeda los pesados cascos de los caballos que atravesaban el sendero solitario. Apresurados se movían entre las hojas y ramas secas que yacían en el suelo fértil, tratando de atravesar lo más pronto posible la hojarasca. Cinco jinetes, que armados de espadas y arcos, tenían como motivo principal llegar lo antes posible a la ciudadela del reino del Fuego. Sus largas capas blancas ocultaban los valiosos y mortales instrumentos de combate, dando gracia a sus siluetas regias; distinguiéndoles del resto de los reinos con el fino bordado de plata y oro, en la parte trasera de la prenda, que componía al hermoso dragón; aquel que engendró al linaje más poderoso de los hombres.

El camino empezó a tornarse cada vez más despejado, señal de estar próximos a arribar al corazón del reino. Los árboles altísimos, la maleza y troncos caídos quedaron atrás, ahora el pastizal de intenso matiz dorado era lo que quedaba ante sus ojos; mas no era todo. Cercanas se veían las murallas que resguardaban la villa; imponente se distinguía la silueta del portento alas de fuego construido en acero sobre los enormes portones, y al final, elevadas gloriosamente, las torres del castillo se fundían naturalmente con la imagen de las montañas cercanas.

Un suspiro de alivio abandonó inconscientemente los labios de uno de los hombres; y sonrió al saber que no era el único que sentía aquella paz y gozo al estar cada vez más cerca de su hogar. Miró al frente, y de nuevo sonrió. Pocos metros delante de él y sus compañeros, cabalgaba apresuradamente el líder del grupo, con un nerviosismo que solamente ellos cuatro podían sentir emanar de él, pero que siempre intentaba ocultar tras esa fachada de imperturbable seriedad.

Siempre imponente y justo ante todos, pero de cálido corazón; respetado y amado por los suyos, temido por los enemigos; hijo de la estirpe de hombres más poderosa. Aquel al que habían jurado lealtad absoluta, al que decidieron proteger con sus vidas sin dudar, aquel hombre de larga melena añil que siempre veneraron, pero sobre todo tuvieron la dicha de llamarlo su "amigo". Así era Deuteros, su rey.

Shion curvó los labios por segunda ocasión, conocía bastante al peliazul como saber que estaba desesperado por cruzar por las enormes puertas. Miró hacia el oeste, donde el sol cada vez más se hundía entre las escarpadas montañas. La inminente llegada de la noche sólo acrecentaba la impaciencia del joven rey por estar lo antes posible en las estancias del palacio.

Desde la gran muralla vigilaban los centinelas de Naur, aquellos que con hábil vista podían divisar siluetas en la lejanía, siempre resguardando la entrada a la ciudad. Fue de inmediato conocida la pequeña compañía que se acercaba encabezada por el jinete del corcel blanco.

-¡Abran las puertas!- gritó uno de los capitanes- ¡El rey ha regresado!-

Y con esas palabras bastó para que la orden fuera acatada al instante. Decenas de hombres se movilizaron para accionar los complejos mecanismos que sellaban la entrada a la villa. El sonido del pesado metal, que conformaba los engranes y seguros, abriéndose se escuchó por todas partes con un crujido inmenso que captó la atención de la ciudadela entera. Toda persona cercana a la entrada detuvo lo que fuera que estuviera haciendo, centrando la vista en los inmensos portones que lentamente se abrían. El galopar fue haciéndose cada vez más nítido, más cercano y firme.

Deuteros atravesó el umbral de la entrada de un momento a otro, y su llegada fue motivo de celebración para los habitantes del hermoso emporio, quienes de inmediato armaron una algarabía a su paso. Ralentizó solamente un poco la velocidad que llevaba, pues ahora el conjunto de ciudadanos, casas y comercios se agolpaba a su frente y costados, obligándole a ir precavido. Toda persona presente abría camino al gobernante y su escolta, lanzando flores a su encuentro.

-¡Salve el rey!-

-¡Bendecido sea, mi señor!-

Y muchas frases más fueron dichas a lo largo de su cabalgata por la calle principal. Deuteros respondió con ligeras inclinaciones de la cabeza, pero realmente su pensamiento se encontraba demasiado ocupado como para detenerse. Ya veía cerca las paredes blancas de donde colgaban los largos estandartes de plata con el emblema del reino. Sonrió ligeramente, faltaba poco. Los seguros cascos subieron el camino ascendente hacia la magnífica construcción de piedra, avivando su carrera mientras contenía el aliento a medida que se acercaba.

El inmenso patio le dio la bienvenida con su hermoso resplandor a la luz del atardecer; las banderas colgaban libres, balanceándose en el aire; las enredaderas se aferraban a las paredes, y de sus ramas nacían las bellas flores que lo elfos le habían obsequiado. Haló las riendas del inmenso potro, logrando que se detuviera al instante en medio de un relincho. Ni bien lo hubo hecho el noble animal cuando Deuteros desmontó; su larga capa se removió en el aire al igual que la espada sujeta a su cinto. Dio grandes zancadas por los escalones que dirigían a la entrada principal del castillo mientras escuchaba que su escolta de caballeros ya lo había alcanzado. Los guardias abrieron presurosos las dos puertas de herrería oscura e inclinaron la cabeza con respeto. El joven peliazul no esperó por nada ni nadie; no era arrogancia o descortesía, sino que su corazón acelerado le hacía correr lo más rápido que pudiera por los pasillos y estancias.

No se detuvo. Corrió por la enorme estancia principal y después subió las magníficas escaleras talladas en piedra; la luz se colaba por los ventanales a los costados del amplio pasillo, recordando la retirada del astro sobre el éter. Apresurado continuó hasta que vio las puertas que deseaba y entonces de un solo movimiento con las manos las abrió de par en par. Rodeó el lugar con su aguda vista esmeralda; su pecho bajaba y subía a causa de la respiración agitada.

Se detuvo en el preciso momento que divisó la esbelta silueta recostada sobre la preciosa cama. El dosel de traslúcida tela le permitió verla plácidamente dormida, cubierta por gruesas mantas. Se acercó silencioso, pero con el pulso desbocado, con ansia. El largo cabello castaño caía libre por su espalda, destellando ante el contacto con la cobriza luz que quedaba. Rodeó el lecho con sumo cuidado. Corrió lentamente la cortina, contemplando fascinado aquel rostro apacible y hermoso; se sentó en el borde para estar cerca. Posó los dedos sobre la tez dorada, acariciándola sutilmente, acomodando los mechones que rodeaban la cara. Sonrió en medio de un ligero suspiro de alivio.

Ella se removió de pronto y él permaneció estático. Respiró profundo, después los párpados le temblaron, intentando despertar. Las negras pestañas se elevaron lentas, y tras ellas los somnolientos iris azules se acostumbraban a la luz. Alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los del peliazul. La joven se incorporó sin prisa, sentándose sobre el lecho. Alargó una mano para enredar libremente sus dedos entre la melena rebelde del monarca. Dibujó una sonrisa en los labios.

-Deuteros…-

El rey no pudo soportarlo más tiempo. Se acercó hasta ella, sosteniendo las femeninas facciones entre las manos; escondió la cabeza entre sus hebras e inhaló la fragancia que desprendía la mujer. Suspiró nuevamente. Se separó un poco y buscó los delgados labios de ella para acariciarlos con los suyos propios. La besó profundamente, acercando el delicado cuerpo celosamente. Después de unos minutos, Deuteros alejó el rostro, posando su frente en la de ella.

-¿Me extrañaste?- preguntó divertida la joven.

-Casi enloquecía…- admitió en voz baja.

Ella rió por su respuesta. No era usual que Deuteros expresara sus sentimientos tan sinceramente. Lo abrazó con fuerza, recargando el rostro sobre su pecho. No mencionó nada en ese tiempo que lo sostuvo.

-No quise despertarte- se disculpó él.

-No importa. Al fin estás aquí…-

-¿Estás bien, Selena?- inquirió al notar el tono pálido de sus mejillas.

-Sí, lo estoy- respondió con una sonrisa- … y ellos también-

-¿Qué?- preguntó conmocionado. Ella mantuvo curvados los labios.

-Son hermosos- le dijo con una mirada deslumbrante.

-¿Hace cuánto…?- intentó preguntar, más la voz le temblaba.

Los ojos del gobernante se encontraban expectantes y más su cabeza que comenzó a dar vueltas. Dejó de respirar por segunda ocasión sintiendo que nada era estable ante la sensación de mareo. La reina acarició el rostro contrariado de Deuteros.

-Dos días- respondió tranquilamente.

-Perdóname- pidió apesadumbrado Deuteros- prometí estar aquí-

-No te culpes. Comprendo tu deber- lo consoló- tu viaje era importante-

-No, tú eres más importante- replicó en seguida, clavando los orbes verdes en ella.

La reina no respondió. Permaneció quieta y silente. Delineó con cuidado la mandíbula masculina, grabando en su memoria la sensación al recorrer el rostro del rey del Fuego.

-¿Quieres conocerlos…?-

Percibió cómo él asentía sutilmente mientras intentaba tranquilizar el paso acelerado de su corazón. Entrelazó los dedos con una de sus manos y apartó las mantas bordadas para levantarse. Deuteros sostuvo firmemente el enlace y esperó a que ella se incorporara completamente.

-Ven- pidió a la vez que lo guiaba.

El nerviosismo logró crear una sensación de hormigueo por su estómago justo cuando Selena comenzó a caminar en dirección a las puertas en la pared del costado. La joven tomó la aldaba plateada y la accionó para abrir la entrada a la habitación. Ella atravesó el umbral despacio y el rey la siguió con cuidado. Sus pasos fueron ligeros, no deseaba hacer ruido. La suave iluminación era brindada por los candiles colocados en las mesitas pegadas a la pared; los colores cálidos de los muebles componían una armónica vista del aposento. El rey sintió los saltos de su corazón nuevamente hacerse presentes al reparar en la grácil cuna al final. Estaba hecha de madera rojiza y lustrosa, confeccionada por el mejor artesano del reino, y desde la pared colgaban los pliegues de la seda blanca que formaba el toldo.

Selena se desprendió de la calidez del agarre con Deuteros y se acercó primera hasta la cuna. En cambio el rey se detuvo a escasos pasos, todavía inseguro. Ella volteó a verlo, completamente divertida. Extendió el brazo, invitándolo a acompañarla. El peliazul tomó aire de manera discreta, acortando la distancia. Posó los dedos sobre la barandilla y finalmente se detuvo al lado de su reina.

-Míralos- pidió Selena- ¿No son hermosos?- preguntó completamente embelesada.

Deuteros entonces desvió sus esmeraldas hasta el fondo de la cuna. Entreabrió los labios, dejando que el aire escapara, imposibilitándolo para respirar con normalidad. Ella tenía razón… eran lo más hermoso que hubiera visto antes. Tomó con fuerza la madera, sintiendo una emoción y alegría inmensas recorrer cada fibra de su ser. Ahí estaban, completamente dormidos bajos las inmaculadas mantas, uno al lado del otro, los herederos al trono de Naur. Deuteros sonrió ampliamente como rara vez lo hacía; había adoptado el mismo estado que Selena, mirando hipnotizado a los pequeños que eran idénticos, de cabello azul y la tez blanca… exactamente como él. Esos eran sus hijos. Selena acarició la cabeza de uno de ellos, con amor y cuidado.

-Él es Kanon- habló la reina- nació minutos después- explicó pausada- …es una suerte que haya logrado dormirlo hoy, es bastante inquieto…- siguió entre risas. Deuteros no apartó la vista de los gemelos- y él es Saga- dijo posando ahora su mano en la mejilla del bebé- tu apacible primogénito-

-Son perfectos…- susurró el monarca, a la vez que cautelosamente, tocaba el rostro pacífico de sus hijos con total devoción.

-¿Te gustaría cargar a Saga?- preguntó Selena. Deuteros abrió un poco los ojos- si tomo a Kanon, lo más seguro es que despierte- dijo nuevamente sonriendo.

Antes de que siquiera contestara algo, la castaña se inclinó sobre la baranda, tomando al pequeño entre sus brazos. Lo sostuvo unos momentos, acomodando las pequeñas prendas con las que estaba vestido, arropándolo entre sus frazadas. Se acercó a Deuteros y delicadamente lo acercó para que lo tomase. Un inoportuno temblor aquejó los brazos del peliazul, no estaba seguro, pero deseaba hacerlo; se acercó un poco más, acogiendo el frágil cuerpo del varón entre sus brazos. Le costó trabajo acostumbrarse, sin embargo sintió la calidez manar de la diminuta silueta y sonrió nervioso. Era tan pequeño e indefenso, pero Deuteros pudo reconocer esa aura de magnificencia en el mayor de los gemelos; aquella energía presente en su linaje y que corría por sus mismas venas.

Acercó el rostro al de su hijo, rozando apenas la punta de su nariz con la de él. Sostuvo la pequeña mano que estaba descubierta y su gozo fue aún mayor al sentir el fuerte agarre de Saga en su pulgar derecho. Deuteros anduvo unos pasos por la habitación, fascinado y sin perder la sonrisa.

Se acercó al ventanal y corrió las cortinas. La noche ya estaba presente en el cielo con una completa luna de rayos plata. Abrió los cristales, avanzando al balcón. Observó la lejanía. El bosque estaba tranquilo hasta el horizonte, ahora tiñéndose de blanco. Las antorchas fueron encendidas en el castillo, las calles estaban iluminadas por los faroles, y las casas de la ciudad ya irradiaban con las teas en sus puertas mientras el humo de las tabernas se perdía en el aire. A lo lejos se escuchaba la alegre algarabía del poblado entre música y risas. El rey aspiró profundamente el fresco viento que cruzaba la noche. Arropó a su heredero, protegiéndolo aún más con sus brazos. Sabía que él sería digno de portar la corona de Naur y de construir un mundo más brillante del que ahora vivían. El dragón del Fuego le concedía su gracia y poder, el gobernante lo sabía. Orgullo y felicidad se reflejó en su faz. Deuteros sabía que la esperanza había nacido al mismo tiempo que sus hijos.

-Bienvenido al mundo, Saga, mi pequeño príncipe…- susurró.

Fin 1er. Capítulo.


Notas de la autora:

Ta-dán! aquí les traigo uno de mis nuevos trabajos, el cual, como ya mencioné, está basado en la increíblemente maravillosa historia de mi querida amiga La Dama de las Estrellas, "La última esperanza", la cual si no han leído... Qué esperan para hacerlo?, y bueno, espero que les guste y me dejen su comentario :P.

Dedicado a:

La Dama de las Estrellas (Gracias por darme tu aprobación y apoyo!)

Sunrise Spirit (Gracias por ser mi cómplice! ;P).