SOMBRAS DE UN HOMBRE (Shadows of man)
La sigue muy de cerca, tanto que puede sentirla y oler su pánico a kilómetros de distancia. No está tan lejos. Está terriblemente hambriento, muy débil y vendería el alma que tanto le costó conseguir por un sencillo y pequeño bocadito a la garganta de esa joven. Ni siquiera tenía porqué matarla, ni hacerle daño, ella ni siquiera lo sentiría. Ella es una joven que lleva persiguiendo ya cuatro noches por las mismas calles oscuras de Los Ángeles. Desde su trabajo a casa. No le gusta la chica, sencillamente su sangre le atrae, es dulce y para él huele como un buen plato de comida para cualquier mendigo.
Últimamente está raro. La sangre de animal no le sacia, necesita sangre humana y se niega a preguntarse el porqué por miedo a obtener una respuesta. Hasta ahora le ha ido bien, ayudando a Ángel (o al menos fingiendo que lo hacía) y había resistido la tentación de morder a un humano más o menos desde que estaba Buffy y se mudó a Los Ángeles. En ese momento, notaba sus músculos oxidados, agarrotados, le dolía hasta doblar los brazos, las manos y las piernas, la piel se le resecaba y se hacían grietas en ella… Esa era la noche, la mordería. Por necesidad.
Había olvidado acordarse de su nombre, una vez le dijo a Ángel que él siempre sabía a quién se estaba comiendo. Era una manía que dejó de respetar cuando empezó a seguirla, la sangre le obcecaba. Ella caminaba asustada por la calle, todas las noches tenía la misma expresión y nunca se protegía ni llevaba armas, ni iba acompañada... Las humanas nunca aprendían la lección, era algo que le disgustaba y agradaba al mismo tiempo. Caminaba a paso ligero, deseando poder echar a correr pero sus tacones de aguja se lo impedían. El ruido constante se clavaba en la mente de Spike y lo desquiciaba, solo deseaba frenarlo, al igual que frenar su hambre. La joven miraba hacia todos los lados, buscando a alguien que la siguiera, poder aliviar ese sentimiento de estar observada pero era inútil, no había nadie por la calle. Nunca miraban arriba, a los tejados. De haberlo hecho, le habría visto.
Se acaba la fachada. Está preparado para saltar hacia abajo, tomarla por sorpresa, morderla y huir. Ya se preocuparía en otro momento de las represalias del señor Héroe por beber sangre humana. Se acuclilla en el borde del edificio, y mira fijamente abajo, un pequeño empujón y estará todo solucionado… Hasta que vuelva a tener hambre, esa hambre voraz que lo consume. Un segundo antes de saltar, un coche se para frente a la chica en apuros, la que ya corre en vez de caminar deprisa, por miedo, por terror. Es un taxi y ella abre la puerta para meterse dentro. Segundos después, el taxi se ha confundido con el resto entre el abundante tráfico de Los Ángeles. En fin, otra vez será.
Se levanta del borde y deshace el camino, de vuelta a la oscuridad, a las sombras… De las que salió.
