-¿Qué parte de no tengo idea de que paso no entiendes, Mycroft?-pregunto John desesperado, tratando de no desesperarse y golpear al mencionado.
Mycroft solo pudo verlo con un rencor que jamás había visto en sus ojos. Suspiro.
-Mycroft…-John se sereno, sabía que no iba a llegar a ningún lado si continuaba con esa actitud-…créeme que estoy igual de sorprendido que tú… o incluso más que tú.
-Te pedí que lo cuidaras-dijo el mayor de los Holmes-solo te he pedido una cosa… bien, quizás te he pedido otras, pero la única que en verdad quería que hicieras, era cuidarlo… ¿Y qué es lo que recibo a cambio? ¡Mi hermano hospitalizado!
-¡Y acaso yo tengo la culpa de eso!-reclamo John, entre dolido y nervioso-¡Como si no conocieras a Sherlock! Sabes perfectamente que si tiene la oportunidad de resolver un caso, lo hará, pasando por encima de todos, incluidos tú y yo-eso último, dolió, porque era verdad, había veces -muchas veces-, que al gran Sherlock Holmes se le olvidaba que había gente podía ayudar (sí, ayudar) con sus investigaciones y que no necesariamente tenía que hacer el trabajo sucio él solo. Tenía que hablar seriamente con su amigo, porque si, existían amigos después de todo, y él, John, era una prueba viviente de esa afirmación.
Mycroft iba a responder, cuando por el pasillo llegaron el inspector Lestrade y la sargento Donovan, no tan impresionados por la noticia, tratando de ocultar la preocupación en sus rostros al ver el semblante de John y Mycroft.
-¿Qué paso exactamente?-pregunto al punto Lestrade, claramente nervioso después de todo
-Nadie sabe-dijo John.
-Que novedad-ironizo Mycroft.
-Es la última vez que te digo que yo no tuve que ver en esto-reafirmo John, suspirando cansado-en serio-al ver los ojos inquisidores de los recién llegados-ahora yo no estuve si no es porque del hospital me hablan...
-Eso es raro-intervino Donovan- es de ley que siempre estén juntos, nunca se separaban.
-Si… por lo general-murmuro John con malhumor
Y si, era raro. Porque si, por lo general, siempre iban juntos.
Aun cuando fueran las cinco de la mañana, aun cuando tuvieran que ir al mismísimo infierno solo con un par de calcetines de repuesto o aun cuando fueran a su inminente muerte, siempre, siempre iban juntos.
Si, si, está bien… ya no era tan juntos como antes.
Desde la "fingida muerte" de Sherlock, se había abierto una ranura del tamaño de una cabeza de un alfiler; así de pequeña, pero así de visible y de molesta. Una ranura que al paso del tiempo (tres meses desde entonces) se iba acrecentando. Claro, que si le sumas los tres años en los que John estuvo engañado sobre su muerte, ayudan en algo a que esa ranura se vaya viendo mucho más desde el exterior.
Y ya no iban a todos lados juntos. Sherlock ya no lo llamaba a cada rato, que si para que le pasaron el celular o que si quería una taza de té. Ni mucho menos para un caso, ya era raro que se le llamase para eso.
John había rehecho su vida después de la muerte de su mejor amigo. Seguía siendo doctor, un muy aburrido doctor con una muy aburrida rutina en un muy aburrido hospital. Había cambiado de departamento… el ver las cosas de Sherlock sobre las suyas, entre las suyas… una clara metáfora de como Sherlock se había a posicionado de él en todos los sentidos no le hacía la vida más llevadera, por eso decidió huir (mudarse) de Baker Street.
Pero en ese entonces, al igual que el dueño, las cosas fueron alejándose de las suyas tan lentamente que aunque fuese posible impedir aquello, no hacía nada (la señora Hudson continuamente limpiaba y reacomodaba todo).
Ya no se dedicaba a resolver casos, aunque de vez en cuando Lestrade le llamaba para recordar viejos tiempos (eso era cuando Sherlock aún no resurgía de los muertos). Pero aun así, no era lo mismo. Ahora era un doctor en una clínica pública que ayudaba a los desamparados pacientes dramáticos que estaban cien por ciento seguros de que se morirían en cualquier instante por una simple gripe; sí, era el doctor que siempre soñó ser. Y de igual manera, tenía una casita linda de dos pisos, con dos recámaras con baño incluido, una sala con comedor y una diminuta cocina para un solo habitante como él; si, una casita, como siempre soñó. Y una linda novia… como la que soñó…
Mary Morstan.
Rubia, guapa, joven, pequeña, delicada. Rubia decidida con ojos verdes no muy fascinantes como los del detective, pero si aceptablemente compatibles con los ojos azules de él. Si, la mujer perfecta para John.
-¿Familiares del señor Holmes?-pregunto una voz, regresando a la tierra a John. Era un doctor joven que por su rostro no traía buenas noticias. Esa es la parte que odiaba de ser doctor, en la que uno no podía simplemente decir "el paciente ha salido de estado crítico, en nos momentos pueden pasar a verlo".
-Soy su hermano-Mycroft se levantó del asiento de la sala de espera, recobrando la magnificencia y el porte que como casi el gobierno inglés que era.
-Yo… soy su compañero… de departamento-dijo John, jugando con sus manos.
-Somos… conocidos-aclaro Lestrade, con asentimiento de Donovan.
-El señor Holmes tuvo un accidente por no decir aparatoso, es algo... complicado-iba diciendo el doctor, mientras checaba los exámenes que le había practicado a Sherlock-tiene un par de costillas rotas al igual que la muñeca y si no nos equivocamos un tobillo torcido…
-¿Eso es todo?
-Físicamente sí-contesto el doctor, para después suspirar un poco, eso tenso a Mycroft y más la mirada que le entregaba-pero…
-¿Qué?
-También sufrió un golpe en la cabeza que no consideramos lo suficientemente importante en estos momentos.
-¿Qué tan grave pudo llegar a ser ese golpe?
-Lo suficiente como para dejar secuelas-miro a todos los presentes-tenemos que esperar a que despierte para verificar cuáles son esas secuelas... pero no se alarmen, las secuelas de dichos golpes no llegan a ser tan graves después de todo, ya que ha respondido bien al tratamiento...
-¡Doctor Howard!-le llamo una enfermera-el paciente de la habitación 25 acaba de despertar.
-Ese es el señor Holmes-dijo algo extasiado-deberán de esperar a que…
-Quiero verlo-ordeno Mycroft.
-Pero señor, aún no sabemos…
-¿No me ha escuchado? Dije, quiero verlo-y no hubo que repetir la orden, para que el doctor Howard le permitiera el paso al hermano mayor.
-¿No vienes, John?-pregunto el mayor mientras seguía al doctor por el pasillo hacia la habitación.
John asintió y corrió un poco para alcanzarlo.
-Tú... bueno, tú... no tienes la culpa-dijo de pronto Mycroft, que caminaba rápido por ese pasillo tan desolado y demasiado blanco para el gusto de John (y eso que él era doctor).
Siempre había pensado que el color blanco transmitía tranquilidad y paz a los hospitalizados y enfermos, pero en ese momento, lo único que pudo sentir, fueron unas tremendas de salir corriendo por lo inhumano que se veía todo aquello.
-Yo…
Llegaron a la habitación 25. El doctor Howard entro rápidamente para revisar al paciente. Tanto Mycroft como John, se quedaron afuera, a la espera. Sabían que algo iba a salir mal, ya que ni el mismo Sherlock no siempre tendría la suerte de su parte. John no sabía porque, pero algo, tal vez en el aire o simplemente corazonada, le decía que algo importante iba a pasar a continuación. Cuando un "adelante" se escucho dentro, entraron. Mycroft primero y segundo John.
Cuando entro, John vio que al menos habían cambiado el hierático blanco por un cálido y menos frívolo beige claro. Era una habitación mediana como para 3 pacientes, pero solo estaba Sherlock por petición de Mycroft.
Él debía de estar en el fondo, junto a la ventana detrás de aquella cortina blanca. Camino y al llegar ante la tercera cama, no pudo más que abrir los ojos como plato.
Ahí estaba, Sherlock Holmes. Vivo. Si, no era una gran observación, pero desde que lo vio saltar del hospital, cada que lo veía, se verificaba primeramente de que estuviese vivo, algo que le daba gracia a Sherlock, que siempre terminaba sonriéndole brevemente al doctor.
Si, aún estaba vivo. Vivo y muy bien acomodado entre las sábanas blancas y cómodas de su cama. Con un vendaje que le recorría el torso, una férula de yeso en la muñeca y una sencilla venda en el tobillo derecho. Lo que llamo la atención en seguida tanto de Mycroft como de John, fueron las vendas que aplastaban los ondulados cabellos alborotados contra su cabeza. Era tan pequeña aquella venda, pero con tal significado que era imposible no mirarle del modo que John lo hacía.
-Sherlock…-decía su hermano
-¿Cómo te sientes?-pregunto John, olvidándose de que estaban acompañados él y Sherlock.
"Ahora me dirá "No seas tonto, John ¿Qué acaso no me ves? ¡Estoy con las costillas y una muñeca rotas, debo de sentirme excelente!", si, eso me dirá…" pensó el ex soldado, reprimiendo una sonrisa.
Pero no lo dijo.
Solo podía ver unos ojos verdes casi rodeando a un azul exquisito, que lo miraban atentamente.
"Estabas llorando hace un rato" y no, solo se le habían nublado un poco los ojos, "Eres un sentimental, John", y se reiría de él, por lo patético que lucia.
Pero no lo hizo.
No hizo nada.
-¿Entonces?-pregunto Mycroft al doctor Howard- ¿Cómo se encuentra?
-Los estudios preliminares apuntan a que todas sus funciones cognitivas están bien...
-Sherlock ¿Cómo te sientes?-le pregunto su hermano, insistiendo.
-¿Sherlock?-pregunto el mismo Sherlock, arrugando un poco la nariz, como si tratara de entender algo, un gesto que para John significaba "¡Estoy pensando, no interrumpan... siquiera respiren!"
-¿Qué…?-pregunto John, algo no cuadraba en esa actitud que por donde le vieras, no era la actitud Sherlock Holmes.
Como el mismo Sherlock había dicho una vez, Mycroft tiene habilidades de deducción mucho mejores que las suyas mismas aun cuando fuera más flojo en el trabajo de campo, y eso se noto en ese momento:
-¡Genial!-sarcasmo detectado-ha perdido la memoria.
Si, un cliché famoso de las historias. La pérdida de memoria, pero esto… ¡Esto es la pérdida de un Palacio Mental!
