Nota de autor: Aunque me resigné hace tiempo a que el personaje de Ianto Jones muriese en COE me resisto a no crear escenarios en los que ese hecho no haya sucedido y Jack y él hayan podido desarrollar el profundo amor que se empezaba a vislumbrar durante esos episodios. A pesar de la "aparente" frialdad de Harkness hacia el muchacho del que era "parejita", palabara que odiaba y por la que Ianto sentía, de manera mal finjida, lo mismo.
También lamenté, y así quedó reflejado en mi otro relato de Torchwood ( s/8976425/1/Una-sola-mirada-me-basta), que su desapareción nos impidiera profundizar más en la familia de Ianto y la relación que mantuvo, mantenía y podría haber mantenido en el futuro con ellos. Así que me permitió la libertad, sin poseer los derecho de la serie ni de, por tanto, los personajes, crear mi propio universo particular donde Jones sigue vivito y coleando dispuesto a explorar sus sentimientos genealógicos y a vivir sin cortapisas el amor que siente por ese hombre, que a veces, literalmente, le deja sin aliento.
Después de los 456 a Ianto le costó recuperarse. Quizá fue entrenamiento, quizá sus ganas de vivir. Quizá el amor profundo que sentía pero logró lo que no muchos consiguieron. Sobrevivir. Aún a costa de pasarse muchos meses postrado en una cama de hospital sumido en un profundo e insondable coma.
David recordó, la primera vez que fue a visitarlo acompañando a sus padres, al centro sanitario la pequeña nota que las navidades anteriores su tío había deslizado en el interior del regalo que supuestamente Papa Noel le traía todos los años. Entonces se preguntó el porqué de aquellas palabras. Hoy daba igual. Solo deseaba que de ser necesario pudieran hacerse realidad porque uno de los dos no fallara definitivamente. Y se lamentó de solo haberle tendido la mano para coger sus obsequios haciendo caso omiso a las miradas que a veces él les dirigía a su hermana y él.
A la hora qué sea, cuando sea necesario... de día o de noche, haga frío o un sol abrasado. Siempre que me necesites. Di mi nombre y estaré a tu lado.
Ianto Jones recordaba conducir velozmente la tarde que Rihannon se puso de parto. Cómo odió a Johnny ese día por no estar con ella. Y los ojos de su hermana reflejando un dolor que le recordaba poderosamente al que veía en los de su madre cada vez que los fijaba en el hombre con el que se había casado.
Y recordaba lo que sintió cuando tras la cesárea y sin que él hubiera aparecido todavía depositaron aquel pequeño cuerpecito entre sus brazos. Solo era su tío pero aquel bebé, aquel niño, quedó ligado a él con el lazo más fuerte que pudiera existir. El del amor incondicional.
David creció como un crío normal. Ianto se acordaba de su cumpleaños, cómo olvidarlo. Y apuntó en el calendario el día en que Mica también llegó al mundo. De alguna forma, y aún estando saliendo con Lisa. Aún viviendo ellos en Londres y los críos en Cardiff, sabía que sus sobrinos serían lo más parecido a unos hijos que tendría jamás. Cada día ese amor incondicional se hacía más sólido.
Por mucho que solo hubiera presentes en las fechas señaladas, llamadas esporádicas y abrazos y besos desganados. Cada vez que los miraba sin que se sintiera observado le iluminaban el corazón.
Por eso cuando el teléfono sonó a las 4:30 de la madrugada interrumpiendo el cálido sueño de los dos ocupantes de la cama. Por eso cuando se despertó para a regañadientes coger el dispositivo acórdandose de todos los antepasados de quien estuviera llamando sus palabras murieron en los labios al ver aparecer en la pantalla su nombre.
Cuando descolgó la voz trémula del que ya no era solo un mocoso se dejó oír a través de la línea. Sollozante:
- ¿Tío Ian...
- ¿David? - inquirió aún incrédulo.
- Escribiste a cualquier hora, en cualquier momento... - le oyó balbucear.
- David, ¿dónde estás...
- He hecho algo malo, tío Ian... terrible... - ahora ya no era un sollozo, ni un balbuceo. Era terror lo que oía.
- ¡David! ¿Dónde estás, cariño? Dime dónde estás e iré contigo... sea lo que sea, hijo... no estás solo. - silencio. - ¿Dónde estás? - le oyó murmurar un nombre. Frunció el ceño preguntándose cómo demonios había llegado un adolescente de 13 años al otro lado del país. Tomó aire. - No te muevas de ahí. Llegaré lo más pronto que pueda. No te vayas de ahí, David. Voy a buscarte... - se le congeló el corazón al volver a oír.
- ¿Me sigues queriendo? ¿me seguirás queriendo?
- Siempre... David. Te querré durante toda mi vida. Nada podrá cambiar eso.
- Tío Ian... tengo miedo.
- No te muevas de ahí, hijo. Voy a por ti.
Para cuando quiso ponerse en pie, Jack ya estaba vestido y preparando una bolsa con todo lo necesario para un viaje que presuponía largo. Ropa, comida y bebida.
Una mirada hacia el hombre que amaba le bastó. Una mirada y escuchar el tono asustado y preocupado de su pareja le hizo saber que esta vez el apoyo debía ser no solo físico sino ante todo y sobretodo, emocional.
Tan solo él sabía de la profunda e incondicional devoción de Ianto por esos niños.
Un sentimiento que aunque al principio le sorprendió ahora no dejaba de comprender. Porque él mismo comenzaba a sentirlo.
Alice era su hija, Steve su nieto. Pero la familia de Ianto era ahora tabién la suya.
Y, de ser posible, daría la vida por ellos.
Y, de ser posible, daría la vida para evitar que aquel galés que ocupaba su corazón volviese a sufrir.
El día que Ianto casi murió entre sus brazos Jack se odió. El día que le recuperó después de tan largos meses se lo susurró al oído. Una disculpa sincera por haberse demorado tanto y una declaración nacida de su alma, de su interior: te amo, Ianto Jones.
Lo que se guardó para él fue una declaración más íntima, más secreta, más personal. Y lo seguiré haciendo el día que contemple como las mismísimas estrellas se apaguen.
