DISCLAIMER: Ningún personaje me pertenece. Todos y cada uno de ellos son propiedad de Rick Riordan. Yo sólo escribo con ánimo de entretener, sin ningún fin de lucro.
ATENCIÓN: Genderbend en algunos casos. ¡Cruce de mundos! ¡OOC, por el mismo motivo!
SHIPS: Percabeth, Jasiper, Solangelo, Caleo, Frazel, Percico(o Nicercy, en realidad), Jaleo (o Lesmin, en realidad), Ultra!Mega!OOC!Frazel, y muchas otras más que ya verán!
{ Sutilmente, había dejado filtrar más de una gota de agua en su boca. Creyó ingenuamente que nadie lo notaría. No estaba en compañía de ninguna persona, se recordó, mas no fue suficiente. Algo rugió con intensidad detrás suyo pero no fue lo necesariamente veloz como para voltear a tiempo.
Y mientras caía, fue que distinguió un detalle importantísimo.
La cristalina agua dulce que había creído ver era tan espesa como la sangre. }
…
Las puertas de Pars
Preludio
…
El Olimpo podría catalogarse como un estadio de fútbol americano en ese momento. Hestia fruncía peligrosamente el ceño en ese momento, pero nadie parecía notarlo dado que estaba de espaldas a los tronos, hundida y ensimismada en la celosa tibieza de su fuego.
Zeus y Poseidón se gritaban incoherencias, como usualmente pasaba. Sólo que aquella vez, el dios griego de los mares había acabado por perder la paciencia, aburrirse y bufar exasperado, antes de enfurruñarse en su trono, con su preciado tridente bien sujeto a su mano. Nuevamente, parecía incomprensible cómo el rey de los dioses, el dios griego de los cielos, podría siquiera pensar en una posibilidad de atentado contra él y su queridísimo rayo maestro.
Poseidón podría ser tranquilo, sereno y gentil, pero cerraría la boca a Zeus en la primera oportunidad si así lo quisiese.
Hestia sabía que, no importase cuántos eones pasaran o cuántos errores se cometieran, ni el odio o el amor que se profesase, muy en el fondo, su familia se quería tanto que no se podía vivir en un extremo todo el tiempo. Y por ende, aparecían las discusiones.
Incluso si Zeus se comportara como un verdadero idiota cada tanto.
O como decía Poseidón: "entraba en estado Potencia Diva Griega Afeminadamente Masculina".
El fuego se avivó con su gracioso pensamiento y escuchó las carcajadas de Hermes y Apolo del otro lado de la sala. El dios de los ladrones y el dios del Sol murmuraban cada tanto y soltaban risotadas estridentes que, con el paso de las horas, habían conseguido irritar a Artemisa. La diosa de la Luna no esperó ni un segundo más para disparar una flecha hacia su hermano gemelo, el cual la esquivó con velocidad y luego se burló de ella.
Y como el fuego no se reducía, Hestia supo que, a pesar de todo, estaba bien.
Sonrió.
Atenea tenía sus ojos frívolos clavados en las páginas de un grueso libro, cuyo contenido era desconocido e ignorado por los demás dioses. No obstante, se veía tranquila y para nada estresada o irritada, por lo cual Hestia se vio satisfecha cuando el calorcito agradable comenzó a sentirse desde su posición.
La diosa del hogar también se permitió ver a los restantes. Démeter se hallaba agazapada en su trono, contando felizmente un cuenco de frutos rojos y morados que parecían entretenerla demasiado.
Hera miraba fijamente, desde su trono, a nada más ni nada menos que su hijo Hefesto. A la diosa del hogar siempre le sorprendía ver cuán atenta estaba la diosa del matrimonio con respecto al dios herrero. Eran contadas las veces que eso sucedía, Hera disimulaba, pero Hestia continuamente observaba a todos.
Eran su familia.
Y ellos lo sabían.
Hefesto, ausente e ignorante de la mirada de su madre, se encontraba sumido y entretenido con un artefacto extraño del que no quiso indagar mucho. Era brillante, pero ella no comprendía de esas cosas.
Notó que alguien más observaba al dios.
Afrodita estaba sentada desde lo alto de una columna, con sus preciosas fracciones atentas a los movimientos de su marido. Parecía curiosa pero ansiosa, como si esperase algo. Tal vez algo de Hefesto, pero Hestia sólo ladeó la cabeza un momento y dejó de pensar en la relación que llevaban esos dos.
Mejor no hacerse más lío.
Suprimió una risita leve y el fuego se avivó más.
Ares, sorprendentemente, era el más tranquilo en aquel momento. Tenía una lanza en su mano, aferrada descuidadamente en su mano izquierda. El pulgar de su mano derecha presionaba la punta pero no se hacía daño. Sus ojos observaban un punto fijo en el suelo, pero Hestia sabía que su mente estaba vaya a saber Hades dónde.
Se entristeció paulatinamente al pensar en su otro hermano. ¡Cuánto le gustaría que estuviesen todos reunidos allí! Hades debía de sentirse muy solo en el Inframundo.
Bueno, pensó, tal vez no. Después de todo, tenía a Perséfone.
Por fortuna, Démeter estaba demasiado entretenida como para captar sus pensamientos.
Entonces reparó en Dionisio. El dios del vino estaba cómodamente sentado, con un artículo de vaya-a-saber-qué, con un amago de holgazanear, probablemente, por un largo tiempo más.
El fuego crispó de pronto, sacudiéndose y sorprendiéndola en el proceso. Incluso juró llegar a escuchar un grito temeroso antes de que un golpe duro y sonoro silenciase la sala.
Hestia, incapaz de contener su curiosidad, se alejó un poco del fuego para poder ver hacia el exterior. Los dioses habían dejado sus actividades súper importantes y observaban un bulto oscuro en el suelo, desparramado en el centro.
Al enfocar mejor la visión, jadeó de horror.
—¡Es una niña!—exclamó—. ¡Y está herida!
Apolo saltó, literalmente, de su trono y se acercó a quien comprobó era una jovencita. Todos parecían aturdidos por su aparición pero esperaron pacientemente a que el dios hablara.
—Está inconsciente—habló al fin—. No debe superar los dieciocho. Su pulso está calmo ahora y sus heridas sanarán medianamente—Apolo titubeó, inseguro de seguir—. ¿Quién es ella?
La fémina tembló y gimoteó atemorizada, antes de desvanecerse por completo. Artemisa, presurosa, se acercó del otro lado de la joven y la evaluó con preocupación.
—Es muy bonita—sonrió—. Deberías terminar de atenderla en un lugar más cómodo—luego miró a su padre, Zeus, el cual miraba fijamente hacia ellos. Su seriedad era impecable—. No presenta peligro, aunque…—volvió a verla, a medida que Apolo cargaba el liviano cuerpo en brazos, y los dioses se levantaban, expectantes—, ¿de dónde ha venido?
El silencio aumentó la incógnita.
Hestia observó cómo Apolo desaparecía, seguido de Artemisa y Hermes. Entonces, una ligera brisa sacudió el fuego, refulgente, y Atenea balbuceó impresionada. Cuando volvieron a verla, la encontraron observando con sus grandes ojos el libro una vez más. Pero entonces sopló sobre las hojas y se levantó una escritura. Era un pergamino mediano y algo estropeado; parecía haber atravesado una tempestad.
La diosa de la sabiduría tomó su descubrimiento y lo leyó para sí misma. Al finalizar, cuando comenzaba a hacerse evidente la impaciencia de Zeus, miró a los demás con intriga y recelo.
—Esto les parecerá interesante…
{ … }
{ Percy Jackson caía. Caía y no dejaba de caer. No estaba solo, lastimosamente. Pudo llegar a ver varias siluetas conocidas en aquel revoltijo de destellos y colores fugaces. Más de un rostro familiar o pertenencias que le daban un aire a casa.
Suspiró y observó la luz incandescente que los esperaba al final del foso.
Su último pensamiento fue: "Debo recordarlo." }
{ … }
Abrió los ojos súbitamente.
Lo primero que pensó, al ver el techo pálido sobre su cuerpo, fue que se encontraba en una enfermería. Le llegó el vago pensamiento de que, tal vez, había ocurrido un accidente en alguna clase de Química. Luego consideró el haber sido causa suya ese accidente. Entonces recordó que hacía bastante no asistía a clases, por lo que se sintió aún más desorientada.
Inspiró profundamente, sintiendo alivio.
—¡Hey! Has despertado—animó una voz cerca suyo. De la impresión, se sentó en lo que confirmó era una cama y miró hacia el hablante. Cuando su vista se aclaró, el estupor fue difícil de disimular.
—¿Señor Apolo?—dirigió su mirada hacia la otra figura de pie junto a éste—. ¿Señor Hermes?
Los dioses aludidos se miraron al instante. Parecía que la sola mención de "señores" les había causado un pre-infarto divino. No obstante, la mirada horrorizada de la muchacha en la camilla les ponía alerta.
¿Tan mal se veían? ¡Eran dioses muy atractivos!
—Dejen de mirarla así, la asustarán aún más—masculló una voz femenina entrando a la enfermería de su gemelo. La joven temerosa observó a la mujer y su expresión se pobló de alivio.
—¡Lady Artemisa!
La diosa sonrió cálidamente. Era una jovencita, después de todo, y no se había equivocado al pensarla muy bonita. Aunque sus rasgos se le hicieran extrañamente familiares, no podía captar de dónde.
—Tranquila, ¿confías en mí?—sonrió al ver la mirada incrédula de la chica. Parecía expresar fácilmente "¿cómo no voy a hacerlo?", para su deleite—. Estos tontos no te harán nada—miró a los dioses masculinos, ahora seriamente—. Ahora que ha despertado será mejor que nos reunamos todos en la sala de tronos. Han… caído muchos más…—añadió sugerente.
Hermes se veía sorprendido pero interesado. Por su parte, Apolo veía fijamente a la joven, como si estuviese intentando descifrar de dónde es que la conocía. Algo en ella se le hacía terriblemente familiar.
La muchacha los observaba confundida pero se levantó cuando Artemisa le indicó que lo hiciera. Apoyada en Apolo, quien se veía pensativo, siguió a los dioses, con una expresión desorientada.
{ … }
{ "¡Ocúltense, de prisa! ¡No queda mucho tiempo! ¡Olvídense de mí, lo importante es que ustedes estén a salvo! ¡Lo retendré lo más que pueda, pero no se queden inmóviles! ¡Huyan, sobrevivan y estén a salvo! ¡Se lo debo a todos ellos! ¡Háganme sentir orgulloso! ¡Más de lo que ya estoy!" }
{ … }
La mirada de los dioses podía llegar a ser muy intimidante. Hestia comprendía el silencio que había en la sala. Curiosamente, el Olimpo parecía iba a ser muy concurrido ese día en particular.
Observó, desde su fuego, los dos grupos divididos de semidioses que se observaban recelosos. Había sido una sorpresa su llegada pero también sabía que ningún dios había visto algo similar. Habían estado atentos desde la llegada de aquella niña y lograron ver la caída de muchos niños más. Éstos, a diferencia de la primera, sólo habían estado aturdidos y algo dormidos, pero se habían recuperado al instante y, sorprendidos e inseguros, sólo habían acudido a agruparse según el color de las camisetas que llevaban puestas. Salvo unos pocos que se habían mezclado entre sí.
Además, la escritura que le había llegado a Atenea había creado una gran incertidumbre.
Los pasos se escucharon y vieron cómo entraba Artemisa a la sala, curiosamente observadora. Detrás de ella, llegaba Apolo, ayudando a la niña desconocida a caminar sin perder el equilibro. El dios había tenido razón, sus heridas habían dejado de sangrar pero las marcas permanecían intactas a pesar de todo. Detrás de ellos, ingresó finalmente Hermes, el cual sonrió entusiasmado al ver los grupos de rostros jamás vistos.
Hestia notó cómo algunos jóvenes, en su mayoría de camiseta naranja, veían a la joven con sorpresa y otros con recelo.
La muchacha se situó a los pies del trono de Artemisa, la cual sonrió al verla junto a ella.
Zeus se aclaró la voz, quebrantando el silencio. Los jóvenes lo volvieron a ver y la diosa del hogar se sorprendió al encontrar miradas frívolas hacia el rey de los dioses. Éste ni se inmutó; había recibido miradas así toda la vida. Hestia se entristeció un poco ante ello.
—Bienvenidos al Olimpo. Supongo que buscan una explicación—comenzó, dejando a los semidioses incrédulos. Zeus había utilizado un tono amable y, aunque no sonreía, parecía querer hacerlo—. Atenea, por favor.
La diosa de la sabiduría asintió hacia su padre, con respeto, y se levantó de su trono. Aún tenía el libro en su mano, del cual extrajo una página con cuidado, temiendo estropearla.
—Cito—se aclaró la garganta—: "Dioses del Olimpo. Las puertas del camino de Pars se han abierto. Previo a volver a bloquearlas, hemos decidido otorgar una oportunidad para recobrar la esperanza. La diosa Atenea sabrá cuál es el medio más efectivo para descubrir la razón. De la mente y mirada de un héroe, se conseguirá el entendimiento. Aguarden por nuestra resolución. Las Destino de Aversum."
La diosa dejó la página nuevamente dentro del libro y observó a los semidioses. Luego observó a su padre e inclinó la cabeza, antes de tomar asiento nuevamente.
El silencio volvió a formarse, sumado a las expresiones desconcertadas de los recién llegados.
—Podemos comenzar por presentarnos, si eso les hace sentir más cómodos—acotó Zeus, desde su trono. Observaba a los semidioses con curiosidad. Luego miró a Hera—. ¿Podremos traer a Hades?—la diosa lo observó meditativa y finalmente asintió. Zeus se dirigió al dios mensajero—. Sería conveniente que se le explicara todo, también. Hermes, ¿podrías…?
—Por supuesto—sonrió el dios y se retiró de la sala.
Hestia comenzaba a preguntarse si ella era la única que podía ver cuán aturdidos y estupefactos parecían los semidioses ante aquella escena. Por otra parte, la muchacha a los pies de Artemisa veía todo con anhelo, como si quisiese guardarlo en su memoria.
Casi al instante, Hermes llegó junto a un intrigado Hades. El dios del Inframundo observó a los semidioses antes de dirigirse hacia los demás dioses. Fue recibido con leves sonrisas de bienvenida y se sentó junto a un trono que apareció cerca del de Démeter. La diosa de la agricultura le echó una mirada de reproche a su hermano pero sus ojos brillaban de diversión.
—Adelante—incitó Hera, evaluativa.
Los semidioses se miraron entre ellos con indecisión, hasta que un sátiro se adelantó al frente del grupo de camisetas naranjas, inseguro de haber tomado una buena decisión. Los demás lo miraban con sorpresa.
—Somos el Campamento Mestizo—hizo un ademán hacia su grupo—, y el Campamento Júpiter—indicó hacia los semidioses, cuyas camisetas eran moradas. Luego se presentó—. Yo soy Grover Underwood, sátiro y Señor de la Naturaleza.
Dionisio levantó las cejas con interés, viendo al sátiro. Sin embargo, sonrió y no dijo nada.
—¿Campamento Mestizo?—preguntó Atenea, con una expresión de extrañeza al igual que los otros dioses—. ¿Campamento Júpiter?
—Los campamentos donde se educan en nuestro campo los hijos de los dioses griegos y romanos—explicó dudoso Grover.
El silencio volvió a hacerse en la sala y, poco a poco, las expresiones de los dioses iban perdiendo color.
—¿¡QUÉ!?—gritaron al mismo tiempo. Los semidioses se sorprendieron, al igual que la muchacha que se sobresaltó en el lugar.
Zeus se tornó rojo de la furia y miró a sus hermanos e hijos.
—¡Ustedes…!
—No—lo interrumpió Poseidón, hablando por primera vez desde que todo comenzó. Se lo veía igualmente molesto pero pensativo—. Ninguno haría algo como eso, hermano, lo sabes—intentó calmarlo, consiguiéndolo a medias. Las descargas eléctricas volaban en torno a Zeus—. No tenemos hijos—observó las miradas incrédulas, frívolas y dolidas de los semidioses, por lo que agregó—. Debe haber alguna otra explicación—miró fijamente a Atenea.
La diosa de la sabiduría captó la mirada de su tío y luego observó a los jóvenes. Entonces, pareció recordar algo pues se mostró sorprendida.
—"Las puertas del camino de Pars se han abierto", las puertas universales—miró a su familia, sorprendida de su descubrimiento—. Las puertas blancas que creó Pars en el Inicio.
El jadeo colectivo profanó el Olimpo y luego se hizo el silencio.
—Entonces…—murmuró audiblemente Apolo, viendo a los semidioses con anhelo—. Sí son nuestros hijos… Bueno, no nuestros pero…
—Sí—afirmó Artemisa, viendo a la niña a sus pies—. Algo así.
—Tener hijos con mortales, ¿en qué estaban pensando nuestros homólogos?—se indignó Démeter, viendo con tristeza a los semidioses—. Un destino tan cruel…
Zeus observó a los semidioses y consideró que ya estaban lo suficientemente confundidos como para soportar las divagaciones de los dioses. Se puso de pie y habló.
—Las puertas de Pars son un pasaje de mundos universales sellado hace… mucho tiempo, mucho, mucho tiempo—exageró para hacer notar la realidad—. Los tres hermanos: Aversum, el mayor, Pars, el mediano, y Mors, el menor, eran dueños y señores de un mundo cada uno. Se dice que Mors cruzó el camino al mundo de Pars e intentó usurparlo. Pars, furioso con su hermano menor, lo desterró a su mundo y lo condenó al caos y la miseria. Aversum, al no haber hecho nada contra Mors, fue también castigado por Pars, condenándolo al olvido. Luego Pars construyó las puertas. Nunca jamás iban a ser abiertas, de lo contrario, los tres mundos podrían volver a mantener contacto y las consecuencias serían inmensas.
Atenea tomó la palabra.
—Esto nos lleva a pensar que los mundos han sido cruzados, pero a favor de Las Destino—explicó pacientemente—. En definitiva—sonrió—, bienvenidos a Aversum, el mundo olvidado.
{ … }
{ Tártaro era una condena. No comprendía por qué su cuerpo había sido enviado allí, cuando no había hecho nada malo. Salvo sobrevivir.
Los extrañaba. Los extrañaba a todos. }
{ … }
—Aquellos que se animen a hablar, preséntense, por favor—dijo Hera, con diversión. Los rostros shockeados de los semidioses eran muy graciosos. Aunque los comprendían; no era fácil digerir que se encontraban en un mundo alterno.
Tras el pedido, los jóvenes volvieron a verse entre ellos. Entonces, una joven, miembro del Campamento Mestizo, dio un par de pasos al frente. Su cabello era rubio y miraba a los dioses con calculadores ojos grises.
—Mi nombre es Annabeth Chace, hija de Atenea y arquitecta del Olimpo—miró a su madre y ésta sonrió, radiante, aunque extrañada. Se preguntaba cómo era posible tener una hija si era una diosa virgen, además de por qué necesitaría el Olimpo un arquitecto. Se preocupó, ¿tan catastrófico era el mundo donde vivía su hija? La semidiós, percibiendo los pensamientos de su madre, aclaró—. Sigues siendo una diosa virgen, nacemos de tus pensamientos.
—¿Nacemos?—se sorprendió la diosa.
—Tengo hermanos—sonrió Annabeth y se acercó a su madre.
Atenea sonrió más tranquila y las demás diosas la felicitaron. Incluso Zeus parecía animado.
Al ver aquella reacción, los demás jóvenes de ambos campamentos parecieron más relajados con respecto a presentarse; los de morado un poco menos que los otros.
Se adelantó un muchacho de cabello azabache y ojos castaños. Su mirada se clavó en el dios de los ladrones, emocionándolo.
—Soy Chris Rodríguez, hijo de Hermes—el dios gritó de júbilo y chocó sus puños con Apolo. Chris fue embestido por dos siluetas que se colgaron de sus hombros.
—Nosotros somos Travis…
—…y Connor…
—¡Stoll!—sonrieron dos jóvenes idénticos, de cabello castaño y ojos azules—. ¡Hijos de Hermes!
Apolo comenzó a preocuparse. Parecía que Hermes iba a morirse de la emoción. El dios les hizo una seña exagerada con la mano para que se sentaran con él. Los tres adolescentes corrieron a su llamado.
Una muchacha de cabello castaño y ojos del mismo color se adelantó orgullosa. Veía fijamente a quien era su padre, el cual la observó con incredulidad.
—Clarisse La Rue, hija de Ares y asesina de Drakon—añadió para impresionar a su padre. Mas no fue necesario, el dios de la guerra se inclinó hacia adelante, con una mirada orgullosa que reflejaba claramente la sorpresa de que fuese suya. Clarisse se ruborizó, para diversión de sus amigos.
Una figura más pequeña empujó a Clarisse hacia el trono de su padre. La joven fulminó con la mirada al chico, siendo ignorada, y se acercó a su padre.
Quien la empujó sonreía ampliamente. Era pequeño, escuálido y parecía un duende.
—¡Yo soy el gran Leo Valdez! Hijo de Hefesto y usuario del fuego—miró a su padre, el cual parpadeaba sorprendido pero al instante infló el pecho. Leo amplió su sonrisa y sacudió la mano—. ¿Qué tal?—corrió a sentarse a los pies del dios.
Una jovencita comenzó a reírse. Las expresiones incrédulas de los romanos le hacían gracia. Probablemente se sorprendían de verlos demostrar tanta emoción por sus hijos. Ni hablar de los otros dioses aún sin hijos, los cuales veían nerviosamente hacia ellos, esperando reconocer vanamente a alguno. La chica se fijó en una diosa que parecía inquieta y sonrió, adelantándose hacia ella.
—Soy Katie Gardner—se rió de la expresión de su madre—. Hija de Démeter y sí, mamá, cereales siempre.
La diosa de la agricultura sonrió y la invitó a acercarse, pasándole su cuenco de frutas rojas. No cabía en sí de la alegría. Cuando Perséfone se enterara…
Animada, otra muchacha se separó de su grupo para mirar a su madre. La diosa, al saberse observada, miró a la joven y abrió los ojos con sorpresa. De pronto, para consternación de los semidioses, se sonrojó, como si le diese pena.
La chica, ahora un poco insegura, se presentó.
—Piper McLean, soy hija de Afrodita—dijo la menor, esperando una reacción positiva. No era su madre realmente pero sabía, de alguna manera, que era mejor que la verdadera. Para confirmárselo, Afrodita le sonrió con cariño y se bajó de la columna, caminando hacia ella. Piper tomó la mano que la diosa le ofrecía y la siguió a su trono. Así, incluso, era mucho más hermosa.
Para sorpresa de los romanos, uno de los suyos salió del grupo y miró a los dioses. Impulsivo, se arrepintió al instante, pues comenzó a removerse nervioso. Pero al ser ahora el centro de atención, habló.
—S-Soy…—miró a un dios en particular y el mismo alzó la cabeza, captando la mirada del chico—. Soy Frank Zhang, hijo de Marte y descendiente de Poseidón.
Ares sacudió la cabeza y, de pronto, Marte estuvo viendo a su hijo; luego regresó a ver griego. El dios de la guerra parpadeó, viendo al hijo de su parte romana, y le sonrió. Luego miró a Poseidón, con sorna.
—Mira, tío P, nos mezclamos.
Para diversión de los presentes, el dios del mar se estremeció y miró a su sobrino con horror. Frank, más relajado, se acercó a su padre y se sentó junto a su hermana, Clarisse, la cual se veía muy cómoda.
Viendo que nadie se acercaba, un joven de cabello rubio y ojos claros se separó de los griegos y miró a los dioses, deteniéndose en uno en particular. Éste no lo notó, pues estaba mirando a la chica a los pies de Artemisa, con la mirada pensativa.
—Mi nombre es Will Solace, soy hijo de Apolo.
El dios del Sol apartó la mirada de la muchacha y volteó a ver al semidiós. Apolo guardó silencio, bajo la mirada de los dioses y los adolescentes. Will comenzó a ponerse nervioso, hasta que finalmente su padre vociferó un cantico horrible y saltó de su trono para abrazar a su hijo. Los semidioses rieron inevitablemente al ver a Apolo rodar por la sala con Will en brazos.
Más compuesto, el dios se levantó con las mejillas rojas de la vergüenza y guió a su hijo a su trono. Hermes se reía a carcajadas. Apolo se sentó y Will lo hizo a sus pies. Ambos sonrojados. Al ver que eran el centro de atención, y para aliviar el ambiente, padre e hijo sacaron de vaya-a-saber-dónde, un par de gafas de sol y se las pusieron.
Eso sólo creó más risas.
—¡Yo también quiero ser recibida así!—gritó una peliroja entre los griegos. La joven se adelantó hacia Apolo, con una sonrisa—. Soy Rachel Elizabeth Dare, no soy tu hija—sonrió divertida al ver la mueca entristecida del dios—. Pero soy mortal, portadora del Oráculo de Delf—no pudo terminar, ya que se encontraba aplastada en un abrazo eufórico. Comenzó a reír, ruborizada.
—¡No me jodan, mi oráculo dejó de ser una espantosa momia sin estilo!
—¡Apolo!—renegaron los dioses, aunque Afrodita asentía seriamente, bajo la mirada divertida de Piper. Esa momia era horrible y no tenía nada de estilo.
Con la amenaza de una flecha por parte de Artemisa, el dios se calmó y volvió a sentarse. Rachel, aún riéndose, se sentó junto a Will, el cual le sonrió.
La diosa de la Luna observó que la muchacha a sus pies también reía por lo que guardó sus flechas y se acomodó nuevamente para escuchar a los que restaban.
Un joven se acercó al dios del vino, el cual lo miró estupefacto. Hera comenzó a reírse al ver su cara.
—¡Incluso tú, Dionisio!
El aludido frunció el ceño, sin molestarse, y miró a su hijo. Éste le devolvió la mirada, con los ojos entrecerrados. Su expresión parecía demostrarle cuánto comprendía la estupidez ajena. Sonrió al instante.
—Pollux—se presentó y fue suficiente. Otro joven se acercó a ellos y miró a su padre.
—Dakota, hijo de Baco—Dionisio titubeó y Baco miró a su primogénito, antes de volver a ser griego y sonreírle a ambos.
Los romanos volvieron a correrse y una jovencita se adelantó hacia los dioses. Ésta buscó a su padre y le sonrió al hallarlo.
—Mi nombre es Hazel Levesque—se señaló con una mano en el pecho. Frank sonrió al verla, siendo observado por Ares—. Soy hija de Plutón.
Hades parpadeó un momento y cambió a Plutón, pero al instante volvió a su parte griega y le sonrió a su hija, algo preocupado.
—¿Tienes buena relación con tus amigos? —se sentía un poco idiota al preguntar, pero continuaba siendo el dios del Inframundo después de todo. No sabía qué tan bien vistos eran sus hijos. No obstante, Hazel le sonrió con cariño.
—La mejor—asintió, intuyendo el temor de su padre. Se giró hacia los griegos y miró a uno de ellos, haciéndole un gesto con la mano para que se acercarse. Cuando otro chico se acercó, los dioses sonrieron; era el calco de Hades.
El adolescente miró a su hermana y luego a su padre. Se sentía muy extraño ser visto con tanta devoción.
—Nico Di Angelo—dijo, inclinando ligeramente la cabeza—. Hijo de Hades y rey de los fantasmas.
Sus hermanos vieron a Hades con burla, cuando éste se irguió con orgullo. Otros sólo rodaron los ojos, con diversión. Hazel y Nico fueron a sentarse con él.
Una joven se puso al frente de los romanos y se inclinó hacia los dioses.
—Reyna Ramírez-Arellano, soy hija de Bellona y pretora de la Duodécima Legión Fulminata.
Un muchacho rubio, de camiseta morada, entre los griegos, reviró los ojos ante la presentación pero aún así sonrió. Reyna miró insegura, dispuesta a quedarse de pie, pero Artemisa le hizo un gesto hacia ella. Sorprendida, pero ligeramente aliviada, se acercó a la diosa. La muchacha a los pies de la cazadora se hizo a un lado, dejándole espacio. Reyna se sentó y miró a la chica, enmudeciendo al verla bien. ¡Era igual a…!
—Viendo que los romanos no tienen lengua…—comenzó una muchacha, viendo hacia los mencionados con burla pero sin ánimo de pelea. Miró hacia los dioses y se detuvo en uno en especial. Frunció el ceño al verlo pero la mirada que le dirigió el dios la desconcertó—. Soy Thalía Grace, teniente de Artemisa—la diosa la miró con sorpresa, ella no tenía semidiosas entre sus cazadoras—e hija de Zeus.
Hera bufó y frunció el ceño, pero Thalía se sorprendió al ver que aún así sonreía. Zeus miraba a su hija con curiosidad pero luego sonrió. Todos vieron graciosamente cómo una chispa le levantó el cabello.
—Baja las emociones, hermano—se burló Poseidón, lamiéndose la palma de la mano para luego pasarla por el cabello de Zeus, aplastándoselo. El aludido se alejó.
—¡Puaj! ¡Poseidón! ¡Qué asco!—se revolvió el cabello con desesperación, fulminando con la mirada a los dioses que se reían. Luego miró a su hija, avergonzado.
Y esa fue una imagen que dejó estupefacta a Thalía.
Comprendiendo a su hermana, pues él estaba igual, se acercó el romano que estaba entre los griegos. El muchacho era musculoso y alto, tenía los mismos ojos azules de Thalía pero, a diferencia de ella, era rubio.
—Jason Grace—miró a su padre, conteniendo una sonrisa al verlo levantar las cejas de la sorpresa—. Hijo de Júpiter.
Zeus se quitó las manos de la cabeza y miró a su hijo. Momentáneamente, se tornó Júpiter pero volvió a ser Zeus y les sonrió. Hera veía a los hermanos con interés, buscando rasgos parecidos a los de su esposo griego y romano.
Los hermanos Grace se miraron, intrigados por este Zeus, y fueron a sentarse con él.
Quedaban pocos griegos y romanos. Un muchacho griego se separó del grupo pero se giró a ver a ambos campamentos.
—¿Nadie quiere presentarse?—preguntó con autoridad pero amabilidad, pues sonreía. Ambos grupos negaron, inseguros de hablar—. Entonces me presentaré yo y que cada uno vaya con su padre o madre divino y con sus hermanos.
Entonces se giró a los dioses griegos. Miró a cada uno y se detuvo en la diosa del hogar. Hestia lo miró y le sonrió, siendo correspondida al instante. Su fuego se avivó, pues normalmente era ignorada. El joven se giró a ver al dios del mar y éste casi deja caer su tridente.
—Mi nombre es Perseus Jackson, pero me dicen Percy—sonrió. Apolo miró al chico y abrió sus ojos, asombrado con lo que acababa de notar—. Soy hijo de Poseidón.
El dios del mar sonrió ampliamente y se levantó de su trono, acercándose a abrazar a su hijo. Percy se aferró a su padre con fuerza, dejando escapar un suspiro. Se separaron y se sonrieron, siendo idénticos. Luego se alejaron hacia el trono del dios y se sentaron. Percy a sus pies, con una sonrisa amplia.
Los griegos se miraron entre ellos y comenzaron a dispersarse. Unos pocos se fueron con Atenea, todos rubios de ojos grises; la diosa miró a cada uno con una sonrisa. Otro grupo más grande corrió hacia Hermes, el cual alzó los brazos, eufórico, sacudiendo los cabellos de cada uno de sus hijos. Un grupo más pequeño se acercó a Apolo, causando que el dios se mordiera el labio y reprimiera otra reacción que lo avergonzara; sus hijos soltaron risitas luminosas. El último grupo, todas niñas, se dispersaron entre Démeter y Afrodita; las diosas sonrieron.
Los romanos poco a poco los imitaron, haciendo más ameno el ambiente. Algunos, como Clarisse, se entristecieron al notar que sus hermanos no estaban allí. La chica miró a su padre, el cual miraba a sus hijos con atención. Frank le sonrió a su padre, más cómodo con su presencia.
Poseidón se quejó como un infante.
—¿Por qué estos dos inútiles tienen dos?—señaló exageradamente hacia Zeus y Hades. Los mismos le dirigieron una mirada entre burlona y molesta.
—Hum… de hecho…
Reyna se sintió observada y frunció el ceño, dirigiendo sus ojos a su acompañante, dando a entender que ella había hablado. La muchacha a su lado se mostró nerviosa al ver que la miraban, por lo que sólo sonrió, viendo al dios del mar.
Y Apolo descubrió por qué se le hacía tan conocida.
La joven se levantó y caminó hacia el dios, sonriéndole con anhelo. Sus ojos verde mar estaban cristalinos, como si retuviese lágrimas. Percy miró a la chica con sorpresa, notando su cabello azabache, largo hasta la mitad de la espalda, y su ropa oscura, hecha jirones.
—Mi nombre es Persephone Jackson, en honor a mi madrina, pero me gusta que me digan Percy—sonrió, viendo aún a su padre—. Soy hija de Poseidón, el primer dios caído del Olimpo—los dioses la vieron con estupor, anonadados. Ella sólo se reverenció, viendo a su homólogo masculino—. Provengo de Mors, por lo que veo. Gusto en conocerlos, semidioses de Pars, y gracias por su bienvenida a Aversum, mis señores. Siempre quise conocerlos.
{ … }
{ "¿Has oído? El último dios del Olimpo ha caído, protegiendo a sus hijos y a los de sus hermanos, hijos y amigos. Los semidioses están muy dolidos, pero los subestiman. Ellos cobrarán venganza. Después de todo, han destruido a su padre adoptivo." }
{ … }
Un par de golpes secos alertaron a Hestia. Dejó de ver a la hija de Poseidón, para observar a los jóvenes que estaban tirados, gimiendo adoloridos, en el centro de la sala. Se preocupó pero los vio ponerse de pie.
Un muchacho se gran musculatura fue el primero en pararse y los semidioses jadearon, reconociéndolo. Varios fruncieron el ceño. Éste miró a todos, confundido, y luego centró su mirada en la hija del dios del mar. Sus ojos azules se abrieron y se acercó a ella.
—¡Percy!—la nombrada sonrió y corrió a abrazarlo. Ante el nombre, los recién llegados se pusieron rápidamente de pie y corrieron a ellos. Todos la abrazaron, uno por uno, y la inspeccionaron, como quien mira a una hermanita menor.
Hestia notó cómo el fuego crecía y sonrió con alegría.
—Preséntense, héroes—apremió Hera, llamando la atención de los recién llegados y de los semidioses, que se encontraban sorprendidos ante la muestra de afecto de los mismos.
El muchacho de musculatura pronunciada y ojos azules, además de hebras castañas claras, miró a la diosa del matrimonio y luego al resto de los dioses, antes de parar en Zeus. Sus ojos se entristecieron de pronto.
—Eh…—miró a sus acompañantes por un segundo—. Me llaman Heracles, soy hijo de Zeus, el último dios caído del Olimpo.
—No…—susurró la azabache, con sus ojos verde mar desbordantes de lágrimas. Heracles la miró, en disculpa. Percy, desde el trono de su padre, veía las acciones de Heracles con estupefacción. Claramente no era el sujeto que él conocía.
Otro muchacho se posicionó junto a Heracles y miró a los dioses.
—Mi nombre es Perseo—miró al rey de los dioses—. Hijo de Zeus—sus ojos azules vieron con tristeza a su padre.
Pero Zeus, para reconfortarlos, les sonrió a sus hijos.
Un hombre, un poco mayor que los anteriores, miró a los dioses y luego al dios del mar. Su cabello era azabache y portaba unos extraños ojos luminosos muy intimidantes.
—Soy Orión, hijo de Poseidón—miraba a su padre como quien ve un recuerdo.
—Y yo…—un castaño, menor que los otros, le sonrió al mismo dios, con picardía—, también soy hijo de Poseidón. Mi nombre es Teseo.
El dios griego les sonrió a sus hijos, ampliamente. Era extraña la idea de perecer, pero veía que lo querían.
El último, que consolaba a la homólogo de Percy, levantó la cabeza.
—Aquiles, hijo de Tetis—dio un asentimiento en saludo y luego volvió a ver a la chica.
Zeus miró al dios del Sol.
—Apolo…
—Claro—sonrió éste, palmeando las manos. Un aura dorada rodeó a los cinco recientes y luego se disolvió. Heracles, Perseo, Orión, Teseo y Aquiles se veían un poco sorprendidos, pero parecían comprender por qué estaban viviendo algo tan extraño.
Se ubicaron cada uno a los pies de su padre, excepto Aquiles, quien le dio una última sonrisa a la hija de Poseidón y se dirigió hacia Hestia. La diosa del hogar se sorprendió, ya que ella no tenía trono, pero aún así sonrió al ver que el muchacho se sentaba en el suelo, cerca del fuego, a un lado de ella, luciendo cómodo.
—Esto es lo más extraño que he pensado vivir—comentó Hermes al aire. Se ruborizó al ser observado y se encogió de hombros—. ¿Qué? Es la emoción de ser padre.
Los hijos del dios sonrieron ante aquello.
Zeus miró a Atenea, expectante—. La nota de Las Destino te mencionaba, hija, ¿no es así?
La diosa de la sabiduría asintió y volvió a abrir su libro, tomando la hoja. Releyó esa parte:—. "La diosa Atenea sabrá cuál es el medio más efectivo para descubrir la razón." —se cortó un momento y miró extrañada el pergamino, leyendo—. Ha aparecido: "Para salvar lo que será, se deberá saber lo que es cuando lo fue."
—Lo que será—musitó Annabeth, pensativa—. Lo que es. Cuando lo fue.
Atenea miró a sus hijos, los cuales se miraron entre sí y asintieron. Un muchacho la miró.
—Es decir, para salvar el futuro, se debe saber ahora lo que sucedió en el pasado. Toda catástrofe siempre tuvo un inicio; algo que, siendo mínimo, acarreó tal daño.
Atenea sonrió, orgullosa de sus hijos.
—Así es, eh…
—Malcolm, madre—le sonrió el joven.
La diosa sonrió otra vez.
—Saber la historia completa—silbó Rachel, sonriendo luego. Ella ya sabía, dentro de lo posible, lo que iban a tener que hacer—. Y, obviamente, no va a ser la historia de cualquiera—miró disimuladamente al hijo de Poseidón.
Atenea miró pensativamente al techo de la sala y dijo para sí misma.
—Bueno, "La diosa Atenea sabrá cuál es el medio más efectivo para descubrir la razón." Tratándose de una historia, sólo sé cuán preciso podría ser todo y cómo: mediante libros.
Apenas lo dijo, se oyó un quejido de dolor. Todos dirigieron su mirada al pobre de Hermes, el cual tenía un libro en sus manos y un ojo lloroso. El dios miró a Atenea con reproche, mientras Apolo miraba el lugar del golpe.
—Siempre el agredido soy yo—masculló Hermes por lo bajo, haciendo levitar el libro hasta Atenea. La diosa lo tomó y miró con curiosidad la pasta dura, con una portada gris sin detalle.
—Bueno…—abrió el libro y pasó algunas hojas, leyendo para sí misma, bajo la mirada expectante de los demás—. Se llama: Percy Jackson y el ladrón del rayo—miró a los hijos del dios del mar y aclaró—. La historia proviene de Pars.
—Entonces es sobre ti—dijo Poseidón, viendo a su hijo varón. Ni siquiera sabía cómo llamarlos porque, además de ser idénticos salvo el sexo, respondían al mismo apodo cariñoso.
Percy—ella—se rió ligeramente al ver la expresión horrorizada de Percy—él—, a quien la idea de leer su vida no le hacía ninguna gracia.
—Un momento, ¿ladrón del rayo?—notó Zeus—. ¿Qué rayo? ¿Mi rayo?—parpadeó y luego miró celosamente a su hermano mayor. Poseidón reviró los ojos y le sonrió con burla.
Algunos semidioses griegos fruncieron el ceño y otros miraron hacia abajo con tristeza.
—¿Por qué mi vida?—se quejó Percy, algo molesto.
—Tú has de ser el héroe de tu mundo—sonrió Persephone, a quien Perseus ya comenzaba a considerar una hermana. Quizá una gemela, porque era extraño e incómodo creer que se trataba de él mismo.
Percy dudó seriamente de que él fuese el héroe pero no dijo nada. Muchos más habían sido grandes e impresionantes héroes. Él sólo intentaba ayudar y proteger a sus amigos.
—Entonces… ¿leemos?—sonrió felinamente Hera, acomodándose en su trono. Sentía curiosidad por saber cómo era la Hera de Pars, su homólogo. No podría ser peor que ella, ¿no?
Atenea sostuvo el libro y se aclaró la garganta.
—Comenzaré, y pobre de aquel que me interrumpa—aseveró y volvió sus ojos al libro.
{ … }
