La Cabaña

Su autora es:By B. L. Miller.

Yo solo la reprodusco.

Descargo 1: Los personajes de Xena, Gabrielle, Argo, Hércules e Iolaus pertenecen a la MCA/Universal, así como todos sus derechos. Yo sólo los he tomado prestados para esta historia.

Descargo 2: Esta historia contiene escenas gráficas y explícitas de dos mujeres haciendo el amor. Si eso te ofende... no camines, corre. También hay escenas de violencia física y psicológica. Estás advertido.

El uso de la historia de Gabrielle "Poseidón y Los Amantes" ha sido autorizado por L.N. James y se encuentra en su fanfic "Breaking Bread", también de XWP.

Por favor, disfruten. Está historia xD.

-Bueno, por lo menos el suelo está mullido y seco -murmuró Xena extendiendo su manta. El gélido aire nocturno la hizo temblar. -Espero que la temperatura no siga bajando, o seré incapaz de pegar ojo. -Luego echó unos cuantos troncos más al fuego.

-Xena, tengo una idea -dijo Gabrielle-. ¿Por qué no dormimos juntas? El calor corporal nos mantendrá aisladas del frío. -Se puso en pie y llevó su manta junto a la de Xena.

-¿Y si simplemente hago una hoguera más grande? -dijo Xena. Últimamente no se sentía cómoda cuando Gabrielle se encontraba demasiado cerca de ella.

-No hace falta. Venga, vamos a dormir un poco. -Gabrielle se tumbó y palmeó el suelo, a su lado. Consciente de que no había forma de evitarlo, Xena se quitó la armadura y se echó junto a ella.

La bardo se acercó, adaptó su cuerpo a la forma del de su amiga y se durmió rápidamente. Xena, por su parte, se quedó allí, totalmente despierta, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba ante la tibieza de aquella piel, pegada a la suya. Sus sentimientos hacia la bardo habían cambiado, con el tiempo, de protectora a amiga. Ahora no estaba del todo segura de lo que sentía. La idea de perder a Gabrielle era algo que no podía soportar, pero no sabía si sería capaz de contener sus deseos mucho más tiempo.

-Mmm -susurró la bardo mientras rodeaba con su brazo el cuerpo de Xena. La guerrera a su vez le cubrió la mano con la suya, acariciando cariñosamente sus dedos. Una sensación familiar surgió en aquel momento del cuerpo de Xena. Gabrielle la abrazó con más fuerza, acercándose a ella.

-Gabrielle, tengo calor. Voy a echarme en otro sitio -dijo Xena intentando soltarse del brazo de Gabrielle. Éste se afianzó al instante, manteniendo a Xena justo donde estaba.

-No -dijo Gabrielle, levantando la cabeza para mirar a la guerrera-. Quédate conmigo. No pasa nada. -Los dedos de la bardo comenzaron a acariciar el estómago de Xena a través de la fina tela de su camisa.

-Creo que no es una buena idea, Gabrielle -dijo Xena, haciendo girar su cuerpo y alejándose de la bardo. Luego se levantó y fue hasta el fuego, arrojando distraídamente pequeños palitos a las llamas.

-Xena, ¿he hecho algo malo? -Gabrielle se incorporó apoyándose sobre los codos y miró a la guerrera. Deseaba más que cualquier otra cosa en el mundo echar abajo los muros que Xena había construido a su alrededor.

-No, pero tengo que estar pendiente del fuego. Tú vuelve a dormirte, Gabrielle. -Los ojos de Xena no se habían apartado ni por un segundo de las llamas. La bardo suspiró y le dio la espalda, consciente de que aquella noche iba a pasarla lejos de su amiga... otra vez.

A la mañana siguiente partieron hacia Permious, una pequeña aldea cercana. Xena montada en Argo. Gabrielle caminando a su lado.

-Gabrielle, quiero llegar antes del atardecer.

-Sabes que no me gusta montar.

-Lo sé, pero no podemos permitirnos perder más tiempo. -Xena alargó un brazo, ofreciéndoselo a la bardo. Gabrielle se dejó llevar sobre el caballo a regañadientes. Se acomodó detrás, rodeando con sus brazos la cintura de la guerrera por su propia seguridad. Notó entonces que Xena estaba muy erguida, casi rígida. Se preguntó si seguiría dolorida por la batalla de la semana anterior.

Xena tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no recostarse contra la bardo. La piel le quemaba donde sus suaves manos mantenían el contacto. Era perfectamente consciente de los muslos de Gabrielle contra los suyos, así como del estómago de la joven contra su espalda. Esos pensamientos no eran normales en la guerrera, al menos a plena luz del día. Trató de apartarlos de su mente.

Permious era sólo una de tantas aldeas como las que solían cruzar. El procedimiento normal era esperar a que Xena comprobara la seguridad de la taberna y luego que Gabrielle la esperara allí hasta que terminara de acomodar a Argo en el establo. Esta vez, sin embargo, Xena se dirigió a él directamente.

-¿Por qué no vamos primero a la taberna? -preguntó Gabrielle saltando de la grupa de Argo hasta el suelo.

-No quiero que te quedes allí sola. -Xena se volvió y colocó su mano sobre el hombro de la bardo-. Gabrielle, mientras estemos aquí quiero que te quedes siempre donde yo pueda verte, ¿entendido? -Gabrielle miró profundamente a los ojos azules de Xena, buscando una respuesta. Lo que vio en ellos la sorprendió. Preocupación, por supuesto, pero también algo más. Algo indescifrable.

-Xena, sabes que puedo cuidarm...

-Lo digo en serio, Gabrielle. -La voz de Xena era firme, y silenció cualquier protesta. Dio media vuelta y se dirigió hacia el mozo de cuadra para acordar con él los cuidados de su yegua. Gabrielle por su parte comenzó a desatar sus mantas y alforjas de la silla de montar.

A pesar de su apariencia exterior, la taberna estaba limpia y bien iluminada. Xena entró primero y echó un vistazo a la habitación en busca de problemas. Satisfecha, indicó a Gabrielle que ya podía entrar.

-Búscanos una mesa. Yo conseguiré comida y una habitación.

-Vale -dijo Gabrielle encaminándose al fondo de la estancia. Sabía que a Xena le gustaba estar atrás, en un lugar desde el cual pudiera controlar toda la sala. Se sentó frente a una mesa pequeña y esperó a que Xena se reuniera con ella.

-¿Qué hace una preciosidad como tú tan sola? -dijo a la bardo un tipo enorme y apestoso con acento visiblemente lascivo. Ella casi perdió el apetito cuando su aliento le inundó los pulmones. Instintivamente, sus manos se crisparon sobre su cayado, preparándose para utilizarlo en caso de que fuera necesario. Él se acercó dispuesto a llevarla hasta su mesa, pero un rápido movimiento detrás de él le dejó el brazo doblado contra la espalda.

-Di que sientes haberla molestado -siseó una voz suave. Gabrielle levantó la mirada, esperando encontrar a Xena. Se sorprendió al descubrir que había sido otra mujer la que la había ayudado en esta ocasión. Era tan alta como Xena, de constitución similar, pelo corto y castaño y ojos grises.

-Lo... lo siento -farfulló cuando la mujer le retorció el brazo con más fuerza. Con una sonrisa satisfecha, le dejó ir. Él se encaminó inmediatamente hacia la puerta. Gabrielle sintió entonces una suave mano sobre su hombro. No necesitó mirar para saber que, esta vez sí, se trataba de Xena.

-Gracias -dijo la bardo mirando a la desconocida.

-De nada. -La mujer miró a Gabrielle, luego a Xena-. Me llamo Drax. Vi a ese tipo ir hacia ti y pensé echarte una mano.

-Gracias otra vez, Drax. Yo soy Gabrielle, y esta es...

-Xena. Ha pasado mucho tiempo -afirmó Drax. Desde su posición, Gabrielle pudo ver la gélida mirada que Xena mantenía sobre la otra mujer.

-Drax -contestó fríamente Xena al tiempo que afianzaba su abrazo en torno a los hombros de Gabrielle.

-Bien, disculpadme. Ha sido un placer conocerte, Gabrielle -dijo Drax irguiéndose. Después inclinó brevemente la cabeza en dirección a Xena y se marchó.

-¿La conoces? -preguntó Gabrielle cuando Xena se sentó a su lado. La guerrera echó un largo trago de vino antes de contestar.

-La conozco. -Eso fue todo. Gabrielle adivinó por el tono de su voz que aquella conversación había terminado.

-¿Nos has podido encontrar habitación?

-Sí, en el piso de arriba, al final del pasillo -contestó Xena. Una joven les puso delante varias bandejas de comida. Los ojos de Gabrielle se abrieron desmesuradamente al ver entre ella una hogaza de pan de nueces.

-¡Xena!

-Sabía que te gustaría -dijo Xena. Sonrió mientras Gabrielle se servía un gran pedazo. Nunca dejaba de sorprenderle el modo en que Gabrielle reaccionaba ante el más pequeño gesto de amabilidad por su parte-. Intenta no comértelo todo de una vez -añadió, recordando cómo afectaba en concreto aquel tipo de pan a la bardo.

Comieron en silencio. Gabrielle estaba disfrutando demasiado de la comida como para darse cuenta de que los ojos de la guerrera descansaban en alguien más, alguien de aquella habitación. Drax.

-Xena, ¿de qué conoces a Drax? -inquirió Gabrielle mientras se preparaban para irse a dormir. La habitación era pequeña, apenas con espacio suficiente para la cama que compartían. Xena ya estaba tumbada. Se elevó sobre un codo y miró a la bardo.

-La conozco de hace tiempo.

-¿De cuando eras un señor de la guerra?

-Gabrielle, ¿no podemos hablar de otra cosa? -Xena no quería seguir con aquella línea de interrogatorio.

-De acuerdo. Una extraña viene en mi ayuda antes que tú y no quieres hablar del tema. Luego apenas me diriges dos palabras durante la cena. Ella no te gusta, ¿verdad?

-No -fue la concisa respuesta-. Gabrielle, ven a la cama. Hablaremos de esto en otro momento. -Xena se dio media vuelta, evitando mirar a la bardo.

-Claro que lo haremos -replicó Gabrielle con sarcasmo mientras se metía en la cama. Dormía al cabo de pocos minutos. Xena apenas pudo hacerlo en toda la noche. Su mente giraba en torno a Gabrielle... y la guerrera de ojos grises.

-Gabrielle. -Xena la movió ligeramente por un hombro-. Gabrielle, vamos, es hora de levantarse. -La movió con más fuerza.

-Estoy despierta, estoy despierta -susurró Gabrielle dándose media vuelta.

-Tengo que ir a ver a Argo. Quiero que te quedes en la taberna. ¿Me oyes? Nada de pasear por la aldea.

-¿Por qué? -Gabrielle se sentó, ya totalmente despierta. Xena nunca le había prohibido salir antes.

-Gabrielle, lo digo en serio. Quédate aquí -dijo Xena con un tono autoritario que contenía más enfado del que realmente sentía.

-Vale. Me quedaré aquí, como una prisionera -murmuró Gabrielle.

-No estás prisionera. Simplemente quiero que te quedes aquí dentro.

-Como ordenéis, mi señora.

-¡Gabrielle! -Los ojos de Xena se entrecerraron ligeramente.

-Lo siento -farfulló la bardo. Xena dio media vuelta y se marchó. Tan pronto como cerró la puerta, Gabrielle arrojó hacia allí una almohada y gritó-. ¡Guerrera estúpida! -Xena sonrío durante todo el camino hacia el establo.

Gabrielle bajó las escaleras y pidió el desayuno. Luego fue a la misma mesa que habían ocupado la noche anterior. Una mano firme la detuvo agarrándola por el hombro. Con su cayado listo para atacar, la bardo de giró y vio a Drax frente a ella.

-¿Te importa desayunar conmigo? -preguntó la guerrera. Drax ya había visto salir a Xena-. Parece que estás sola. Si te sientas conmigo, dudo que alguno de estos idiotas se atreva a molestarte.

-Gracias -dijo Gabrielle permitiendo que Drax la guiara hacia una mesa-. Y dime, ¿de qué conoces a Xena? -inquirió la bardo una vez que se sentaron. Siempre había sentido curiosidad sobre la gente que formaba parte del pasado de Xena. Había demasiadas cosas que desconocía sobre su compañera de viaje, demasiadas cosas que Xena no podía o no quería contarle.

-Xena y yo nos conocimos hace años, cuando estábamos en el mismo ejército.

-¿Erais amigas?

-Dudo que Xena haya tenido "amigos" alguna vez. Nos conocíamos, eso es todo. Y dime, ¿qué hace una preciosa mujer como tú con un señor de la guerra? -Los ojos de Drax cruzaron la habitación, atenta al más mínimo rastro de la otra mujer.

-Xena ya no es un señor de la guerra. Y yo soy bardo. Voy con ella y cuento historias.

-Interesante -dijo Drax. Gabrielle no pudo adivinar si el comentario iba dirigido a lo que había dicho, a algo o a alguien más. De pronto, se sintió incómoda.

-¿Qué es interesante?

-Tú, bardo -dijo Drax, dejando que su voz cayese hasta un tono casi gutural-. ¿Te gustaría dar un paseo conmigo? Conozco un par de sitios estupendos por aquí.

-Lo siento, tengo que esperar a que Xena vuelva -respondió Gabrielle, agradeciendo en silencio que Xena le hubiese ordenado quedarse en la taberna.

-Pensaba que eras adulta y capaz de hacer lo que quisieras -se mofó Drax-. A ella no le ha importado dejarte aquí sola. Sin duda confía en que sabes valerte por ti misma.

-En lo que confía es en que me quede aquí hasta que ella regrese -contestó Gabrielle, esquivando de momento el anzuelo que Drax le había lanzado.

-Como quieras, pequeña bardo -dijo la mujer levantándose-. Sigue a ese señor de la guerra el tiempo suficiente y acabarás por descubrir la verdad.

-¿Qué quieres decir? -Gabrielle se levantó a su vez y agarró a Drax por el brazo-. ¿Qué verdad? -La guerrera se giró y le sonrió, aunque de un modo no demasiado agradable.

-Quiero decir que si continúas a su lado terminarás pagando por sus errores. -Drax dio media vuelta y atravesó la puerta, planeando ya su próximo movimiento.

Xena regresó a la posada poco tiempo después. -Me alegro de que hayas terminado de desayunar. ¿Quieres ir a buscar provisiones?

-Eso suena bien -contestó Gabrielle-. Necesito tinta y pergaminos. -Decidió no mencionar su entrevista con Drax.

Mientras caminaban por la ciudad, unos ojos grises seguían cada uno de sus movimientos. Xena sentía el peligro, pero no era capaz de identificarlo. Reflexivamente, entraba la primera en cada tienda, atenta a cualquier señal de problemas, antes de dejar que Gabrielle la siguiera.

-¿Qué ocurre, Xena? -preguntó Gabrielle finalmente-. Te muestras más cuidadosa de lo normal. ¿Te preocupa algo?

-No. Simplemente quiero asegurarme de que no te pase nada, eso es todo. Perdona si parece que te estoy sobreprotegiendo -mintió Xena.

-Bueno, así es. Ya soy adulta, y sé tomar mis propias decisiones. Puedes estar segura de que me cuido muy bien sola, Xena. -Gabrielle le estaba dejando entrever cierta rabia. No sabía por qué la guerrera veía tan necesario protegerla del mundo.

-De acuerdo, haz lo que quieras -dijo Xena en voz baja. Dio media vuelta y se alejó de Gabrielle, para que no pudiese ver el dolor que transmitía su rostro en aquel momento.

-Sí, eso es lo que voy a hacer -susurró Gabrielle antes de encaminarse a la taberna. Los ojos grises contemplaron la escena con sigilo, y luego siguieron a la bardo.

Gabrielle estaba sentada en la última mesa con un vaso de sidra en la mano. Drax atravesó al estancia y se sentó junto a ella llevando consigo dos grandes jarras llenas de vino. -Buenas tardes. ¿Quieres tomar un trago conmigo? -dijo Drax agradablemente.

-No suelo beber vino -contestó Gabrielle.

-¿Porque no te gusta o porque Xena no te lo permite? -se burló Drax.

-Yo puedo hacer lo que quiera.

-Bueno, entonces... si no vas a honrarme con tu compañía mientras bebo, al menos acepta esto como disculpa por haberte molestado -dijo Drax poniendo la jarra de vino frente a la joven bardo. En realidad Gabrielle no quería beber, pero tampoco enzarzarse en una discusión con aquella imponente mujer.

-Supongo que un trago no me hará daño -dijo mientras hacía a un lado la sidra y agarraba la jarra de vino. Drax sonrió para sí cuando la mujer de cabello cobrizo bebió del vino que ella acababa de drogar.

Drax se las había arreglado para que Gabrielle aceptara tomar una segunda jarra, similar a la anterior. Estaba convencida de que la joven bardo se encontraba ya lo suficientemente drogada y justo cuando iba a poner en práctica su plan sintió una presencia junto a ella. No necesitó mirar hacia arriba. Pudo sentir la ira en los ojos de la guerrera cayendo sobre ella.

-¿Qué le has hecho? -le interrogó Xena entre dientes.

-Nada. Solamente le pedí que tomara un trago conmigo. ¿También necesita permiso para eso? -preguntó Drax al tiempo que se levantaba para encararse con Xena. Gabrielle estaba demasiado drogada como para seguir la conversación. Ya tenía bastante tratando de no desmayarse encima de la mesa. Las dos guerreras se miraban, midiéndose en silencio.

-Apártate de ella, Drax -dijo Xena con la ira y el odio transpirándose en cada palabra.

-Creo que es la joven bardo quien debe decidir a quién quiere cerca, señor de la guerra. ¿O prefieres hacerlo tú por ella? -Drax no ocultó en absoluto su intención de plantear abiertamente aquello como un enfrentamiento.

-Gabrielle puede decidir por sí misma, Drax. Pero por tu bien, apártate de ella -dijo Xena, devolviéndole la amenaza. Se apartó de Drax y puso una mano sobre el brazo de Gabrielle-. Gabrielle, vamos. Ya has bebido bastante por hoy. -Ayudó a la bardo a incorporarse y la llevó hacia las escaleras, a su habitación. Xena no necesitó mirar a su espalda para adivinar que los ojos de Drax las seguían de cerca.

-¿A dónde vamos? -dijo Gabrielle abriendo lentamente los ojos. Acababa de amanecer, pero Xena ya había recogido todas sus cosas.

-Tenemos que marcharnos de esta aldea. Es demasiado peligrosa -dijo Xena en voz baja. Gabrielle la miró a los ojos y se dio cuenta de que aquello iba en serio. Se levantó rápidamente y se vistió. Mientras se anudaba las botas, preguntó-. Xena, todo esto tiene que ver con Drax, ¿verdad?

-Sí. -Fue todo lo que Xena dijo. No podía contarle a Gabrielle el gran peligro en que se encontraba. Estaba agotada por la falta de sueño. Había pasado toda la noche sosteniendo a la bardo entre sus brazos, temiendo apartarse de ella un solo segundo. No podía decirle que era su vida lo que estaba en juego.

Se encontraban ya en el establo. Xena estaba alimentando a Argo y Gabrielle sujetaba sus cosas a silla de montar. La guerrera sintió el peligro demasiado tarde. Se giró y vio a Drax.

-Muévete y ella morirá, señor de la guerra -dijo Drax con una ballesta apuntando a la cabeza de Gabrielle.

-Gabrielle, no te muevas -le advirtió Xena. La bardo permaneció inmóvil, con el miedo reflejado en los ojos. Xena era consciente de que sólo reflejaban el suyo propio-. Drax, deja que se vaya. Nuestros problemas no tienen nada que ver con ella.

-Ah, pero este sí, señor de la guerra. -Drax presionó la punta del proyectil contra el oído de Gabrielle, provocando el nacimiento de un pequeño reguero de sangre que le corrió cuello abajo-. Eligió estar contigo, seguirte. Ahora comprobará lo que le ocurre a la gente que se atreve a tenerte cerca.

-Drax, déjala ir. Es a mí a quien quieres. -Xena estaba haciendo todo lo posible para mantener su lado oscuro bajo control y el terror apartado de su voz.

-No, así estamos perfectamente bien. Creo que ella significa más para ti de lo que admites. Y voy a darme el gran placer de verte sufrir, señor de la guerra. -Sus palabras se derramaron como veneno-. Si intentas algo, la mataré. -Con esto, Drax rodeó la garganta de Gabrielle con uno de sus fuertes brazos y la arrastró violentamente fuera del establo, tanto que el cayado se le escapó de entre la manos. Con la ballesta aún demasiado cerca de Gabrielle como para permitir a Xena el más mínimo movimiento, la obligó a subir a un caballo-. Ven con nosotras, Xena. Trae tu caballo y síguenos. Estoy segura de que no quieres perder de vista a tu preciosa bardo. -Drax rió con crueldad.

Llegaron a un castillo varias horas después. Drax seguía llevando a Gabrielle a punta de ballesta y la guió hasta el interior, indicando a Xena que las siguiera. Tan pronto entraron, la guerrera se vio rodeada por varios hombres.

-Arroja todas tus armas, señor de la guerra.

-Déjala ir -dijo Xena con la mano permanentemente adherida al chakram. Ojalá pudiese apartar a Gabrielle de Drax, pero aquella flecha estaba demasiado cerca. Drax dejó que la punta de la flecha se arrastrara por la cara de la bardo, dejando tras de sí un rastro de sangre.

-¡Arroja las armas! -ordenó de nuevo Drax. Lentamente, Xena bajó sus armas-. Atadla. Tengo planes para ambas -dijo Drax sacando a Gabrielle de la habitación a base de empujones. Los hombres ataron a Xena a conciencia, asegurándose de que los nudos quedaran bien prietos. Aprovechando su ventajosa situación, y conscientes de que tal vez no volvería a repetirse, la golpearon hasta dejarla inconsciente.

Drax arrojó un cubo de agua sobre la guerrera, obligándola a reaccionar. Xena abrió sus ahora hinchados ojos y miró horrorizada a su alrededor. Gabrielle estaba atada de pies y manos a la pared, de espaldas a ella, absolutamente indefensa. Xena intentó soltarse, pero se encontraba firmemente sujeta a una silla. No podía proteger a Gabrielle.

-Ella eligió seguirte, señor de la guerra. Ahora tendrás que contemplar cómo recibe su castigo. -Drax desenrolló un látigo.

-¡NO! -gritó Xena, luchando contra las cuerdas. Drax llevó su brazo hacia atrás, haciendo restallar el látigo a su espalda, y descargó toda su furia contra la espalda de Gabrielle, arrancando un aullido de su garganta. Gabrielle sabía que Xena estaba detrás de ella, pero no podía verla. Drax la golpeó de nuevo. El cuerpo de la bardo de sacudió por el impacto del látigo. El dolor en su espalda era insoportable. Luchó por no gritar, pero fue incapaz. No quería que Xena supiera lo aterrorizada que estaba.

Drax continuó castigando la espalda de Gabrielle con el arma, reduciendo a la bardo a un despojo sanguinolento y lloriqueante. Las muñecas de Xena estaban ya en ese momento descarnadas, y sangraban revelando lo mucho que había intentado romper sus ataduras.

-¡Admite que te equivocaste al seguirla, bardo! -siseó Drax-. Admite que el señor de la guerra Xena jamás podrá redimirse.

-N... nunca -contestó la mujer desde su semiinconsciencia. Gabrielle se resistió a renegar de Xena, sin importarle su situación. Drax maldijo y disparó su puño, impactando sólidamente contra la cara de Gabrielle.

-¡Admítelo! -gritó Drax. Gabrielle giró la cabeza para mirarla. Xena contempló todo aquello, aterrorizada de que Gabrielle no fuese capaz de aguantar mucho más una tortura semejante. La bardo entrecerró los ojos, dejó que la sangre se acumulara en su boca y la escupió directamente sobre la cara de su torturadora. Drax soltó una maldición y estampó la cabeza de la bardo contra el muro, dejándola inconsciente.

-¡Gabrielle! -exclamó Xena. Drax devolvió su atención a la guerrera.

-Vaya, parece que la poderosa Xena tiene un punto débil después de todo -se burló-. No temas, no está muerta... todavía. -Drax levantó de nuevo el látigo y golpeó ruidosamente a Xena en la cara-. Voy hacerte sufrir, señor de la guerra. A ti y a tu pequeña bardo. -Lanzó una patada contra el pecho de Xena con todas sus fuerzas, enviándola a ella y a la silla sobre la que estaba dando tumbos hasta el otro extremo de la celda. Xena estaba segura de que le había roto varias costillas. Mientras luchaba por hacer que el aire regresara a sus pulmones, Drax la incorporó bruscamente-. Tú me quitaste lo que más quería. Ahora seré yo quien te quite lo que más quieres -siseó Drax antes de descargar toda la fuerza de su brazo contra Xena una y otra vez, hasta que la oscuridad envolvió a la guerrera.

Hércules e Iolaus llegaron a la aldea y se encaminaron hacia el establo. Ambos estaban agotados tras su última batalla. Al entrar, Iolaus descubrió algo en el suelo. -Oye, ¿no es éste el cayado de Gabrielle?

-Desde luego se parece bastante -dijo Hércules sosteniéndolo. Luego miró al suelo-. Éstas huellas son de Argo.

-Herc -dijo con una más que evidente preocupación en su voz-, ella nunca dejaría atrás su cayado. -Iolaus volvió a montar su corcel.

-Tienes razón, sigamos las huellas -dijo Hércules. Salieron a galope tendido de la aldea, rogando en silencio por que sus amigas se encontraran bien.

Los ojos de Xena estaban para entonces tan amoratados que no era capaz de ver nada, aunque sí de escuchar los lacerantes aullidos de Gabrielle mientras Drax seguía azotándola. Intermitentemente, Drax golpeaba a Gabrielle hasta que ésta rozaba la inconsciencia, y luego le ordenaba admitir que había sido un error seguir a Xena. Y cada vez, Gabrielle se negaba. La bardo creía en su amor por Xena y en el amor de Xena por ella. Sabía que decir que estaba equivocada al seguirla le rompería el corazón. Eso era lo que Drax quería y Gabrielle bajaría al Hades antes de hacer algo así. Quería demasiado a Xena como para herirla de ese modo, a pesar del tremendo dolor que estaba padeciendo.

Hércules tocó el hombro del centinela. Al girarse, fue recibido por el puño del semidiós. -Uno fuera, faltan cincuenta -dijo Hércules abriéndose camino hasta el castillo. Iolaus había atado a Argo a un árbol cercano. Hércules sólo esperaba llegar a tiempo.

Gabrielle había recibido tantos azotes que lo poco que quedaba de su ropa colgaba de su espalda hecha jirones. Su cuerpo estaba cubierto de marcas rojas allá donde el látigo le había lacerado la carne.

Entre los golpes que había recibido y la falta de comida y de agua, la guerrera estaba prácticamente acabada. Drax había acertado en que torturando a Gabrielle tendría a Xena a su merced. Después de tres días, la voluntad de Xena se había derrumbado y comenzó a suplicar por la vida de Gabrielle.

-Por favor... -La voz de Xena era débil y ronca-. Deja que se vaya... no puede aguantarlo más... por favor.

-Así que la poderosa Xena por fin ha caído -dijo Drax con un tono victorioso en su voz-. ¿De verdad crees que la voy a dejar salir de aquí? Ese no es mi plan, señor de la guerra. Mi marido murió por tu culpa. ¡Ahora verás morir a tu bardo!

Drax hizo retroceder el látigo, preparándose para lanzarlo de nuevo sobre la descarnada espalda de Gabrielle. -¡Ah! -gritó cuando una flecha le atravesó el brazo, obligándole a soltar el arma.

Iolaus estaba agazapado en la ventana y sonrió al ver que su puntería seguía intacta. Drax llamó a los guardias, pero adivinó por el ruido que llegaba de fuera de que estaban demasiado ocupados con sus propios problemas como para venir en su ayuda.

La ventana era demasiado pequeña para que Iolaus pasara a través de ella. Drax recogió el látigo con su otro brazo y se dispuso a atacar de nuevo. Hércules atravesó la puerta, haciéndola volverse y centrarse en un nuevo objetivo. Justo entonces Iolaus disparó la segunda flecha, atravesando de lleno el corazón de Drax. La mujer estaba muerta antes de que su cuerpo golpeara el suelo.

Iolaus rodeó a toda prisa el edificio y entró en la celda. Se quedó allí de pie, asqueado ante la escena que tenía enfrente. Desde su posición en la ventana había sido incapaz de ver la masa sanguinolenta en que se había convertido Gabrielle. Ahora contemplaba la violencia con que había sido azotada. Xena parecía haber luchado contra un titán... y sin duda había perdido. Tenía ambos ojos hinchados y amoratados, la sangre se desbordaba en su boca y muchos de sus huesos parecían estar rotos. No tenía aspecto de haberse dado cuenta de que las habían rescatado. Iolaus fue incapaz de controlar su estómago y corrió hacia una esquina.

-Iolaus, dame tu camisa -dijo Hércules quitándose también la suya y haciéndola jirones. Iolaus recuperó lentamente la compostura y se la entregó.

-Gab... -masculló Xena-. Por favor... ya basta... -Hércules fue hasta ella.

-Xena, soy yo, Hércules. No temas, Iolaus y yo os sacaremos de aquí. -Se inclinó, deshizo los nudos que la mantenían atada a la silla y la sostuvo antes de que cayera al suelo-. Tranquila, ya te tengo. -A continuación la ayudó a echarse sobre el suelo-. Quédate con ella -le dijo a Iolaus. El hombre asintió mientras Hércules se dirigía hacia Gabrielle. Alzó su brazo y arrancó de cuajo las cadenas del muro. La bardo, semiconsciente, gimió de dolor al liberarse la tensión de las ataduras y por la presión que recibió sobre la espalda al caer en los brazos del hombre. Inmediatamente, Xena trató de dirigirse hacia el lugar del que provenía su llanto.

-Tengo... que ayudar... a Gabrielle... -dijo tratando de acercarse. Hércules utilizó la camisa de Iolaus para envolver a Gabrielle, vendándola y cubriéndola al mismo tiempo. Gabrielle gimió de nuevo antes de desmayarse por el dolor.

-Bueno, al menos no sentirá nada durante un rato -dijo Hércules pasando a la inconsciente bardo a los brazos de Iolaus-. Llévala fuera y súbela a mi caballo. Yo sacaré a Xena. -Se agachó y recogió a la magullada guerrera-. Vaya, en el fondo esto no es más que otro modo de volver a mis brazos -dijo tratando de aligerar un poco la situación. Ella no sabía en brazos de quién estaba y comenzó a resistirse, débilmente-. Xena, no pienso pelearme contigo todo el camino -dijo antes de levantar un puño y golpearla, dejándola inconsciente con preocupante facilidad-. Lo siento, así será más fácil... para todos.

En el exterior, Hércules comprobó que Iolaus ya había sujetado firmemente a Gabrielle a su caballo. Herc cruzó el cuerpo de Xena sobre la grupa de Argo y utilizó los jirones de su camisa para asegurarla a la montura.

-¿A dónde las llevamos? -preguntó Iolaus, montando a su vez.

-A mi campamento. Allí estarán a salvo -dijo Hércules tomando las riendas de su montura y las de Argo con la otra mano-. Si viajamos toda la noche, llegaremos mañana por la tarde. No creo que a ninguna de ellas les importe.

-¿No deberíamos detenernos en alguna aldea y buscar un curandero?

-No, estoy seguro de que Drax tenía más hombres en la aldea. Hay medicinas en la cabaña. Un día más no les hará más daño del que ya han sufrido. Necesitamos llegar antes de las primeras nieves.

-De acuerdo. -Iolaus preparó su arco y marchó en cabeza. Hércules avanzó tras él, con las riendas de los caballos que transportaban los cuerpos de las dos mujeres en la mano.