Summary: La vida de Midorikawa Ryuuji era miserable. Un ser tan repugnante en un mundo incapaz de contemplar lo que sus ojos escondían. El cometer suicidio habíase vuelto un pensamiento tan común como el respirar y el refugiarse tras esas cuatro paredes era la última esperanza que le quedaba.

Advertencia: Suicidio, shounen-ai.

Disclaimer: Inazuma Eleven y sus personajes no me pertenecen, son propiedad del Level-5.


Prólogo.

"¿No te parece maravilloso el ser como un monstruo, cierto?


Hoy, como ya era cosa de todos los días, en los titulares de los noticieros se anunciaba un nuevo intento de suicidio.

Esta vez el arma utilizada había sido un afilado cuchillo de cocina, el cuál había sido insertado completamente en el pecho de la víctima y propio autor. Se decía que era un milagro que el pobre chico estuviera vivo, pero, a pesar de eso, nadie parecía haberse alegrado con la noticia; ni siquiera interesado.

Y es que, era tan común, que ya a nadie le importaba cómo fue que ese miserable joven había burlado nuevamente a la muerte ni cómo había intentado acabar patéticamente con su vida esta vez.

El nombre de ese chico era Ryuuji Midorikawa. Abandonado desde pequeño por sus padres en un orfanato, abusado constantemente por sus compañeros de clase y mirado en menos por cualquier persona que pasara a su lado. Una existencia repugnante, un ser que lo único que podía hacer correctamente era consumir oxígeno y transformarlo en dióxido de carbono; y, claro, idear inútiles planes para suicidarse, los cuales siempre acababan con él en el hospital tan solo por un par de días.

Se podía decir que aquél chico tenía la "capacidad" de inventar creativos y complicados suicidios, mas no podía hacer que los mismos funcionaran.

Eso se debía a una simple razón y es que ese espécimen era inmortal.

Su madre había muerto dándole a luz y su padre, cegado por la ira de perder a la única persona que había amado jamás, enterró un cuchillo exactamente en el corazón del recién nacido y lanzó, lo que creyó su cuerpo sin vida, al rio de la ciudad.

Sin tener la capacidad de recordar aquello, fue encontrado por una joven quién lo llevó al orfanato en el que actualmente vivía. La chica que se hacía llamar "Hitomiko Kira" era la única persona que podía considerar cercana, lo que significaba que: ella le daba techo, ella le daba alimento y, si estaba de buen humor, le preguntaba cómo le había ido en su día. Mas, ni siquiera con ella en su vida el de ojos azabaches podía sentir que su existencia servía de algo en ese cruel mundo al cual no pertenecía; la joven, a causa de una enfermedad mental desarrollada poco después de encontrarlo, de vez en vez osaba levantar su mano en contra de Midorikawa y éste, comprendiéndola, se dejaba.

Por lo menos, así puedo sentir dolor.

Ese era el pensamiento que atravesaba su mente siempre que era golpeado de brutal manera por la mayor. Aún así, un pensamiento errado, ya que él tampoco podía sentir dolor. Cosa que, de alguna manera, le dolía.

Su vida estaba llena de contradicciones y eso no dejaba de molestarle.

—¡Midorikawa! —La intimidante voz de Hitomiko lo sacó de su trance de golpe—. ¡A cenar!

El de ojos azabaches bufó, pensó que esta vez no sería descubierto tan fácilmente; después de todo, ella parecía ser la única que había notado que se fugó del hospital. Probablemente ni el propio personal del establecimiento se habría dado cuenta.

—Sí, ya voy.

Soltó el pequeño cuchillo ensangrentado y vendó su muñeca. Sabía que posteriormente la morena se daría cuenta, pero por lo menos la fina gaza que protegía su herida podría provocarla para que comenzara a golpearlo nuevamente.

Al bajar, pudo sentir el familiar olor a comida caliente que provenía desde la cocina. Las risas de los pequeños niños que corrían de un lado a otro cesaron al verlo presente. Asustados, huyeron hacia el comedor, mientras él solo volvía a bufar. Ese tipo de acciones no podían llegar a ser más comunes y le gustaba regocijarse al pensar que eran provocadas al ser el mayor del orfanato; no por ser alguien quien inspirara miedo.

Entró con cuidado al comedor, tratando de no llamar la atención. Pero, aún así, todas las miradas fueron dirigidas hacia él, unas con miedo, otras con respeto y las demás, simplemente con asco. Se sentó al final de la gran mesa, en el lugar que "sobraba" y que prácticamente tenía su nombre escrito allí. Miró su plato: sopa, la odiaba, pero pensó que sería el colmo hacer que Hitomiko lo golpeara en frente de los demás niños; se limitó a tomar sorbos grandes sin siquiera sentir el sabor de su alimento.

Al terminar, agradeció por la comida y se dispuso a volver a su habitación, mas escuchó como la chica lo llamaba desde la cocina. Un sentimiento que no pudo descifrar se apoderó de su cuerpo y, sin pensarlo, entró al lugar.

—¿Sí, Hitomiko? —preguntó, tratando de no parecer nervioso.

—Ha llegado una carta para ti —anunció sin mirarle, parecía concentrada en lavar y secar los platos recién usados—, parece ser algo importante.

—¿Es verdaderamente necesario que lo revise ahora? Estoy ocupado.

—Cortarte no significa estar ocupado, estúpido. Ve y revisa la carta si no quieres que te castigue.

Y, como sabía que no tenía otra opción ya que los niños aún estaban despiertos, tomó la dichosa carta que yacía en una vieja y gastada encimera y se marchó.

Esta vez subió a su cuarto y con el mismo cuchillo con el que se cortaba, la abrió...