Disclaimer: Ni Albus ni Gellert me pertenecen, son de JK Rowling. Mías, solo son las ideas.
La tarde de verano
A pesar de que el verano comenzaba a llegar a su fin, las tardes seguían siendo extremadamente calurosas en El Valle de Godric. Los viejos no se atrevían a salir de sus casas, y las madres no permitían jugar en la calle a sus hijos hasta bien entrada la tarde. Los molestos mosquitos seguían atormentando a los habitantes del pueblo, que se preguntaban cuando acabaría aquella insoportable ola de calor.
Durante el ocaso de una de aquellas interminables tardes de verano, dos muchachos conversaban, refugiados bajo un gran roble, cuya sombra crecía, conforme el sol avanzaba su recorrido diario.
— Albus —dijo uno de los chicos, de rubios cabellos, mirando al otro. Pero su compañero pareció no darse cuenta de que lo llamaban. —Al… —repitió de nuevo — ¿Me estás escuchando?
El chico de cabellos cobrizos pareció reaccionar entonces. Compuso una apresurada sonrisa y miró a su amigo.
— Claro, Gellert. —el rubio frunció el ceño, y compuso una sonrisa burlona.
— ¿Si? ¿Qué era lo que te decía? —El otro chico bajó la mirada, esquivando la verde de su amigo. Un leve rubor acudió a sus mejillas.
— Justo lo que suponía... —carraspeó. —Albus, llevas unos días rarísimo ¿Qué te pasa? — Buscó los ojos del otro, pero este lo esquivó de nuevo. Gellert borró la sonrisa, preocupado por su amigo.
— No me pasa nada, en serio. —y el temblor de su voz rebeló que mentía.
— Somos amigos, ¿No, Albus? —el otro asintió nerviosamente. Se inclinó sobre el otro chico, y susurró:
— Yo… No puedo, Gellert. ¡Cambiarían tantas cosas si lo hiciese…! —Y, realmente, el chico pensaba concluir la conversación con aquel comentario, pero la mirada inquisitiva del otro le hizo continuar. —Yo… — suspiró, armándose de valor. — ¡Oh, vale, está bien! ¿Quieres saberlo en verdad, Gellert? Me he enamorado de ti—se mordió el labio. —Ya lo sabes. — Y cerró los ojos, esperando oír los gritos de su amigo.
Pero estos no llegaron. Y, antes de que se diera cuenta, los labios del chico rubio estaban sobre los suyos. Antes de que se diera cuenta, su amigo se separó de él. Se levantó y le susurró un "Hasta mañana".
Y Albus se quedó un tiempo ahí, hasta que el sol terminó de ocultarse. Se quedó mirando el sitio por el que su amigo había desaparecido, susurrando dos palabras una y otra vez:
— Hasta mañana.
