40°

40°

No sabía lo que había pasado, en un minuto se encontraba con su desayuno, molesto, y al siguiente en el suelo con una onda de calor acechando su cuerpo.

Tocó su frente, no sintió nada extraño, pensó que podría ser el calor de afuera, sin recordar, claro, que estaba en pleno invierno. Observó a los lados, el piso era cómodo, pero su cabeza estaba por estallar. A vagas penas logró incorporarse, aún con más esfuerzo se dirigió a su habitación.

Unas horas más tarde alguien o algo llegó a la casa, estaba tan fría, tan desierta. El algo o alguien caminó hasta una puerta de madera, la tocó un par de veces, dando suaves golpecitos, pero nada. Nadie le respondía del otro lado. Entró, creyó que el dueño de la casa dormía. Y tal fue su sorpresa de ver a esa figura recostada en la cama y con la respiración tan agitada como si hubiese visto un fantasma.

- ¡Santo Cielo! - exclamó – Tienes 40° grados de fiebre.

La persona en la cama le miró, sin saber muy bien de quien era esa figura y esa voz. Pero lo supo enseguida, al sentir el contacto de sus manos en su rostro, haciéndole dormir tranquilamente, mientras su respiración se calmaba, mientras la fiebre bajaba, ¿Qué hacía esa persona en ese lugar? ¿No que lo odiaba? ¿No que no quería verle más? Ya tendría tiempo para preguntarle tonterías, ahora debería disfrutar de su nada ausente compañía.