Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling.
El título del fanfic lo he obtenido de una frase que dice: «he leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos», esta frase pertenece a George Sand.
Capítulo I: Primeras impresiones.
«Solía ser entonces como un libro abierto pero leí la letra pequeña del texto.
Como un arquitecto construyendo cada efecto: correcto, incorrecto; sé aprender todo al respecto.»
1977, Ana Tijoux.
1 de septiembre de 1971.
Se preguntaba por qué se había ilusionado con ir a un colegio mágico, ya que los demás niños que conocería nunca lo aceptarían por ser quién era. Remus Lupin seguía sin comprender la razón que llevó al director Dumbledore para haber sido tan condescendiente con él y prometerle que se encargaría que cumpliera con la educación que le correspondía por nacimiento. Los ojos del niño se habían llenado de lágrimas al escuchar que sí iría, una oportunidad que creyó que se le había perdido para siempre desde que Fenrir Greyback le mordió cuando tenía cinco años.
La vida le cambió para siempre. Dejó de salir a jugar con los amigos que una vez quiso y se vio obligado a mudarse cada determinado período de tiempo. Las transformaciones mensuales eventualmente comenzaban a alertar a las ciudades en donde se alojaban, ya sea que estuviera involucrada la magia o no y Merlín sabía lo que le pasaría si llegaba a oídos del Ministerio de Magia.
Se había traslado a York el año pasado y, entre hechizos para insonorizar la habitación y para borrar la memoria, se mantuvieron. El día en que le llegó la carta de admisión a Hogwarts fue el más feliz que había tenido en muchísimos años y no encontró palabras para agradecerle al director Dumbledore. Todavía no se podía imaginar cómo conseguiría que no sospecharan de él, sin embargo, confiaba en la promesa que le había hecho. Lyall Lupin le aseguró que el director Dumbledore era de fiar.
—Sé feliz —dijo Hope besándole en la frente; Remus se acongojó al sentir que se volvió la atención momentánea de los niños que estaban cerca de ellos—. Encontrarás a quién no te juzgue.
—No lo haré.
—Sí lo harás.
Remus miró sin emoción a Hope, quien le entregó el baúl y se despidió sacudiendo la mano de lado a lado. Suspiró, este sería un largo año si tenía que escabullirse de centenas de estudiantes. Se subió al Expreso de Hogwarts temeroso y expectante; caminó durante los pasillos y deseó que pudiera encontrar un vagón que estuviera totalmente solo, ya que aseguraba que no habría niño que quisiera compartir su tiempo con alguien como Remus. Bajó la mirada hacia el suelo y unió los labios firmemente, conteniendo los sollozos que quería escaparse. Finalmente encontró un lugar vacío, casi al final, se apresuró a entrar y dejó el baúl a la par de él.
Ni de broma conseguiría subirlo, era demasiado pesado.
Nunca había sido fácil ser licántropo. No había momento en que no le gustaría dejar de estar solo. Él no quería experimentar lo mismo en el colegio que donde vivía pero ¿qué podría hacer para arreglar la situación, para que por una vez se volviera a su favor?
—Me gustaría hacer un amigo —dijo, desanimado y mirando por la ventana, que se había empapado con la neblina. Se agachó y sacó el baúl; dudó y lo abrió para sacar el libro que más le llamó la atención—. Las pociones parecen interesantes, me gustaría ser bueno haciéndolas. Como papá.
Abrió el libro en la página de Filtros y pociones mágicos en que se quedó y se empapó del conocimiento, a pesar que no entendía la mayoría de lo que leía. Lo único que los señores Lupin nunca le habían podido negar era la cantidad de libros que adquirían, para que Remus tuviera una especie de alivio y que no se sintiera tan apartado del mundo que lo rodeaba. Al principio se trató de cuentos de fantasía; Hope le contaba de las leyendas que más le gustaba de la ciudad.
Hope había aprendido un montón de historias trabajando en el pub The Golden Fleece. Hope le aseguró entre risas que verdaderamente se trataba del pub más encantado de Inglaterra ya que, literalmente, estaba lleno de fantasmas que se movían a su antojo en todo el edificio. Lo que se consideraría una gran infracción al Estatuto si realmente los muggles que visitaban The Golden Fleece no lo catalogaran como simple invención o la excusa que más le gustara; lo que fuera para no creer que la magia sí existía.
—Creo que me gustaría visitar The Golden Fleece.
Era un deseo imposible; Hope no podía desperdiciar el tiempo cuidándole en las horas laborales. Pese a que fuera un niño había comprendido, con siete años, que la estabilidad financiera que una vez tuvo la familia Lupin se derrumbó estrepitosamente. Lyall tuvo que renunciar al puesto que tenía; aunque consiguiera otro en la nueva ciudad, lo tenía que dejar. El mismo escenario se repitió durante años.
Nunca había entendido por qué él, de entre todas las personas habidas en la comunidad que lo vio nacer, tuvo que ser mordido. No era que le deseara el mal a alguien, sin embargo, la curiosidad lo carcomía.
Lyall siempre se mostró renuente a contarle en qué se había equivocado; Hope, en cambio, parecía incomoda cada vez que Remus preguntaba.
Se encogió de hombros, desestimando el tema por una vez. Lo importante era acabar el capítulo, ya después podría averiguarlo. Merecía saberlo, de verdad que lo merecía y los señores Lupin no podían seguir negándoselo tan vehemente hasta la muerte.
Escuchó un toqueteó contra la puerta; levantó la vista. Ahí había un trío de niños que le estaban tocando, cargando los baúles y luciendo muy disgustados. La niña –rubia, de ojos cafés y alta– deslizó la puerta.
—Alice Taylor. —Se presentó—. Rhys Wilson y Peter Pettigrew. ¿Nos podemos quedar aquí?
—El tren partió hace horas, ¿todavía no encontraron donde quedarse? —preguntó confundido, dejando el libro encima de su piernas y moviendo su propio baúl cerca de la ventana.
—Es que unos alumnos de quinto nos echaron de nuestro vagón —refunfuñó el niño de pelo café, ojos azules y que usaba frenillos—. Y como somos pequeños, nos quedó obedecer. Y ni siquiera me dijeron qué equipo les parece que ganará la temporada de béisbol.
—No me interesa —dijo Alice, inclinándose en la ventana e ignorando el bufido de Rhys y le dio una mirada matadora.
—Pero cómo será posible… Alice, sé que interesa. Es de lo que más hemos hablado desde que nos conocimos. Vamos, ¿ninguna idea?
—Te equivocas. Es lo que más te gusta; yo ni siquiera había escuchado de ese deporte muggle hasta que lo mencionaste. De hecho, creo que no hay nadie que sea tan obsesivo con el béisbol como tú. Y nos conocemos desde hace cinco minutos, diez como mucho.
Peter –que era ligeramente regordete, castaño y ojos azul oscuro– solo puso los ojos en blanco al escuchar la conversación que mantenían Rhys y Alice, caminó perezosamente hasta el asiento de enfrente y se acomodó con la cabeza pegada al marco de la ventana, mirando sin interés el entorno que le rodeaba. Remus se guardó la pregunta que tenía para sí, suponiendo que al contrario de los otros Peter no quería hacer ser partícipe de una conversación. De hecho, ni él mismo se ponía a gusto socializando con los demás. La mayor parte del tiempo no sabía cómo se suponía que debía continuar con la plática; era una de las ventajas de haber vivido aislado.
Miró a Peter, quien sacó del bolsillo del pantalón el cromo de Elladora Ketteridge junto a una caja de las Ranas de Chocolate. Peter le devolvió el gesto.
—Mamá tiene un pensamiento muy retrograda acerca de los dulces —dijo—. Asegura que comérselos varias veces a la semana es dañino, se volvían malísimos para mí porque podían causarme caries y demás blablablá que suelo no oír.
—¿Es dentista?
—No —respondió. Sacó una bolsa que contenía unas frutillas—. Las compró para que no tuviera que comprarme las chucherías en el carrito. Odio las frutillas.
Consideró emitir la opinión que Hope tenía de los dulces pero supuso que no haría ninguna diferencia y que, seguramente, no le interesaría a Peter.
—Soy hijo de muggles —dijo Rhys, que se había sentado a la par de Remus. Alice, por su parte, escogió el lugar que quedaba al lado de Peter—. Mis padres se sorprendieron cuando llegó la bruja del colegio, McGonagall, y les informó de la existencia de la magia. No se lo tomaron a bien y pensaron que fue una broma, pero yo entendí porque había hecho cosas tan raras que parecían fuera de este mundo.
—Para mí no fue ninguna sorpresa. —Alice bufó—. Llevo años escuchando a mis padres hablar acerca del maravilloso colegio donde estudiaron, que esperaban que yo también la pasara genial y enseñándome lo que necesito saber para no ser dejada atrás por mis compañeros. ¡Qué irritantes! No me dejan ni un segundo tranquila; solo les falta seguirme con una cámara a todas partes.
—Hemos viajado por Inglaterra durante años. —Esa parte no haría daño—. Y conozco algo de las ciudades en que he estado.
—Padre muggle, madre bruja.
Rhys se levantó, se acercó a Peter y le dio una colleja.
—No seas rácano con las palabras.
—Sí —añadió Alice—, queremos saber.
—Mi padre dejó a mamá cuando descubrió que era bruja, embarazada de dos meses y se perdió en alguna parte al sudoeste de Inglaterra —dijo Peter, de mal humor—. No lo volvió a ver nunca más.
No pudo evitar pensar que se le hacía ligeramente familiar, por lo menos en la parte en que sucedía una tragedia que afectaba a toda una familia. Se reservó la opinión para sí y se dispuso a terminar de leer el capítulo VI de Filtros y pociones mágicos. Últimamente el hábito de lectura que tenía se había visto afectado por la enorme emoción que tenía, propia de cada nuevo alumno que ingresaba a Hogwarts, y se dedicó a contar los días que le quedaban para llegar. La mente le criticaba el haberlos aceptado, no obstante, Remus pensó que tal vez el resto del viaje iba a ser agradable.
—Eso suena… —Alice se detuvo—. ¿No te odia?
—¿Qué? —dijo Peter, sorprendido—. Soy el máximo orgullo de mamá.
—Niño de mamá —se burló Rhys—. ¿No hay algo que necesite saber antes de llegar? Soy nuevo en esto.
—Si quieres enviar un mensaje y utilizas una lechuza, asegúrate de tener algo con qué pagarle —dijo Peter—, se ponen de muy mal humor cuando te tardas. Y te picotean dejándote dolorosas hematomas.
Peter se frotó el antebrazo izquierdo, donde se veía las marcas del pico de una lechuza. Remus se quedó en silencio, con el ruido de las voces de Rhys y Alice en el fondo; vio de reojo a Peter que se quedó dormido contra el marco y con la boca un poco abierta, como si fuera a roncar eventualmente. No pudo evitar pensar que el momento le parecía ameno y deseó que pudiera repetir otro día; los niños que le estaban acompañando eran simpáticos cada uno a su modo de ser, a pesar que uno de ellos no parecía dispuesto a contar de su propia. ¿Y quién era Remus para criticar las reservaciones que la gente tenía acerca de sí misma? Ni siquiera él mismo se veía informándole a alguien de su pequeño secreto.
El viaje en el tren continuó avanzando; el sol se ocultó y Remus se sintió intimidado por la luna, que todavía permanecía en cuarto creciente. Era una agonizante cuenta regresiva ahora que estaría en Hogwarts.
Cruzó los dedos para que pudiera cumplir con las expectativas que tenía Dumbledore para él, para que no ocurriera ninguna tragedia mientras Remus estuviera en Hogwarts.
Habiendo llegado al colegio y esperando en el vestíbulo, la impaciencia se estaba apoderando de él a medida que pasaban los minutos para que empezara la Ceremonia de Selección. El discurso que dio la sub directora McGonagall no ayudó a que se tranquilizara y se preguntó qué pasaría si alguno de ellos terminaba tropezándose y llevándose el Sombrero Seleccionador consigo en lugar de devolverlo. Miró a Rhys que se había quedado cerca de él, ya que Alice no quería escuchar nada más que sobre béisbol por lo que restaba del día. No la podía culpar. Rhys no se calló hasta que Peter le advirtió que usaría Mil hierbas mágicas y hongos para aprendiera a mantener la boca cerrada. Remus sacudió la cabeza; Peter resultó tener más carácter del que previó.
—Yo estoy tranquilo, ¿y tú, Remus? —preguntó Rhys, moviéndose de un lado a otro y hablando rápidamente.
—Sí.
La sub directora apareció de pronto. Los de primero atravesaron la puerta e ingresaron a una amplia sala que contenía cuatro mesas con un montón de alumnados que volvieron hacia ellos, inspeccionándolos. Se tranquilizó pensando que todo acabaría cuando fuera seleccionado, lo que no tardaría en suceder. Se detuvieron hasta que llegaron de la mesa de los profesores donde también se hallaba un pequeño taburete con un sombrero, deteriorado por los años. Remus sabía lo siguiente que haría el sombrero y se preparó para su desafinada voz.
Una vez…
Un mago se alzó encima de otros;
No dejó que impusieran su ideología
Y maquinó un plan para obtener lo que quería.
Llamó a su amiga,
Fiel amiga y compañera perversa,
Y el escondrijo se malversa.
Tiempo atrás…
Se enfrentó a su futura aliada,
Ella ganó, él la cuida.
Conoció al mago que se le opondría,
Aunque al principio no lo vería.
La última de los cuatro,
Directa y sensata,
Arribó en una fragata.
Equipo unido,
Ahora dividido.
Lo que los juntó,
Al final los disolvió.
Y lo que quedó
Se extravió en el olvido.
¿Quién ganó y quién perdió?
Qué efímero.
El estudiantado aplaudió al final de la canción. Remus se quedó atento a lo que decía la profesora McGonagall, quien levantó el pergamino y les informó cómo se llevaría a cabo la Ceremonia de Selección. Se asustó, no lo negara, pero se tranquilizó recordando los consejos que le dio Lyall para cuando enfrentara al Sombrero Seleccionador por única vez.
—¡Allen, Cameron!
Un niño alto y pecoso caminó a pasos torpes hasta el taburete, se enderezó el sombrero cuando se lo puso y todo quedó en silencio.
—¡RAVENCLAW!
La segunda mesa de la derecha le aplaudió mientras Cameron se dirigía ahí.
—¡Black, Sirius!
Sirius caminó despreocupadamente hacia el taburete como si no le importara, pero luciendo confiado. El sombrero no tardó en dar su veredicto.
—¡GRYFFINDOR! —gritó al mismo tiempo que Sirius palideció. Parecía haber recibido la peor noticia; balbuceó y se dirigió hacia la mesa de Gryffindor donde fue recibido por una alumna de quinto. En la primera mesa de la izquierda, una adolescente rubia y de ojos azules se vio anonada; solo para recuperar la compostura al minuto exacto.
—¡Burke, Aeryn!
Una niña de pelo negro corto y con la corbata mal acomodada corrió hasta el taburete. El sombrero estuvo mudo durante medio minuto antes de decir.
—¡SLYTHERIN!
La selección transcurrió sin percances al menos hasta que llegó el turno de Dalton, Jessica a quien se le atoró la túnica cuando se iba a bajar y el sombrero acabó en el suelo. Sonrojada de la vergüenza, se dirigió a la mesa de Gryffindor y trató de hacerse pequeña. Davis, Allan fue el primer Hufflepuff en ser seleccionado.
—¡Evans, Lily!
Una pelirroja se quedó petrificada al escuchar su nombre; al lado de ella había un niño de pelo negro, descuidado, que le dio un empujón para que se moviera.
—¡GRYFFINDOR!
Green, Alyssia y Hill, André fueron a Ravenclaw. A Lee, Cooper le tocó Hufflepuff mientras que a Long, Damián también le tocó Gryffindor.
—¡Lupin, Remus!
Remus sudó nervioso; se obligó a mantener la serenidad y se tambaleó hasta el taburete, sintiendo que el pánico iba apareciendo con más rapidez. El Sombrero Seleccionador se posó sobre la cabeza; cerró los ojos, tratando de centrar sus pensamientos lejos del silencio tortuoso.
—Tranquilo, chico. Te selecciono, no arrojo objetos a la cabeza —dijo el sombrero—. Disposición a probarse a sí mismo. Se enfoca en lo que está bien, no necesariamente en lo correcto. Dudas y más dudas sobre ti mismo. Y tienes una mente brillante. —Hizo una pausa—. Creo que ya sé qué casa es la adecuada para ti. ¡GRYFFINDOR!
La profesora le quitó el sombrero. Se levantó del asiento, más relajado de lo que no había estado después que abordó el Expreso de Hogwarts. Se apresuró a llegar a la mesa de Gryffindor y se sentó a la par de Damián. Este le ignoró como si nunca hubiera aparecido. La selección prosiguió. Morgan, Dimitri fue a Slytherin. Murphy, Kara a Gryffindor. Parker, Noah a Hufflepuff.
—¡Pettigrew, Peter!
El sombrero se tardó más tiempo que con Aeryn Burke.
—¡GRYFFINDOR!
—¡Potter, James!
—¡GRYFFINDOR! —gritó, con solo tocar su cabeza. James sonrió, orgulloso y tomó su lugar.
—¡Snape, Severus!
—¡SLYTHERIN!
No supo si imaginación de Remus, pero le pareció que se veía triste por estar lejos de su amiga. Lo que no cambió del todo cuando llegó a la mesa de Slytherin, donde se posicionó en un ángulo que le permitía hacer contacto visual con Lily.
Le siguió Alice Taylor, que fue a Ravenclaw; el siguiente fue Rhys Wilson que se convirtió en el último Hufflepuff en ser seleccionado.
La selección concluyó y el director Dumbledore les recordó que el Bosque Prohibido estaba fuera de los límites de Hogwarts. Entonces, el banquete dio inicio.
Alice Taylor es Alice Longbottom.
