BBH

Miré a través del gran ventanal que cubría toda la pared de la sala de mi departamento, la mañana era fría y se escuchaba el viento correr entre las paredes del callejón, pero apenas podía distinguirse nada a través de lo empañado del cristal. Apenas eran mediados de noviembre, mas ya reinaba una brisa helada que cada día parecía volverse peor. El otoño en esta ciudad era mucho más crudo que en el lugar donde solía vivir. Tuve que desempañar un poco el vidrio antes de observar los árboles al otro lado de la calle moverse con el viento. El restaurante sobre la avenida parecía concurrido, lleno de esas personas que pasan a comer un rápido desayuno o a comprar un buen café antes de iniciar la jornada. Yo las veía pasar apresuradas por la banqueta a la salida del callejón dentro del cual se encontraba mi edificio.

El cielo estaba nublado, era hasta nostálgico, como si las nubes aguantaran las lágrimas que serían la lluvia. Esbocé una pequeña mueca, yo también me sentía melancólico estos días, preguntándome constantemente cuánto tiempo más me quedaría aquí antes de tener que marcharme de nuevo, desvaneciéndome de la ciudad como el humo que salía por la chimenea del restaurante, siendo igual de insignificante que las hojas que se desprendían de los árboles.

Eran días como estos los que me hacían dudar de si fue correcto irme de casa dejando todo lo que conocía solo para fotografiar y pintar el mundo, justo como siempre había querido.

No es que hubiera demasiada diferencia con mi solitaria vida familiar, con padres ausentes y servidumbre que no detendría sus tareas del día a día por un niño de ojos tristes. Lo único que distaba era que aquí no tenía a nadie que hiciera las cosas por mí, como estaba acostumbrado. Por lo demás todo seguía igual, perpetua soledad, buscando qué hacer para no sentirme vacío, escondiéndome entre lápices y fotografías y con uno que otro antidepresivo cuando los libros, la música o el arte no bastaban para hacerme sentir menos tonto. Las cosas usuales.

Terminé el té que bebía, ya algo frío, y dejé la taza en la mesa de centro de la sala de estar, mi mente me empezaba a cansar y hoy no quería quedarme sentado contemplando mi estúpida desdicha ni mucho menos pasar la tarde adormilado por el medicamento. Fui entonces por un paño, pues no me gustaba que el enorme ventanal por el que había elegido vivir en este lugar estuviera empañado.

Me quité las pantuflas para subir al sofá y comenzar a limpiar. Inicié desde abajo, yendo división por división hasta dejarlo reluciente, al menos de este lado del cristal. Cuando iba por la mitad tuve que levantarme sobre los mullidos cojines, ya que mi altura no me ayudaba demasiado para seguir limpiando. Estaba concentrado poniéndome de puntas para llegar a lo más alto cuando la sensación de ser observado se hizo de mí.

Bajé la mirada hasta el callejón, encontrándome con una alta figura que me contemplaba mientras daba una calada al cigarrillo entre sus largos dígitos.

Me quedé helado, sintiendo mis mejillas ser ocupadas por un intenso rubor. No me percaté de que yo también me quedé embelesado observándole fijamente hasta que él sonrío e hizo un movimiento con su mano libre a modo de saludo, como si fuéramos dos conocidos que se encuentran a la distancia en vez de unos completos extraños.

Hui de su presencia bajando del sofá y sentándome en el suelo mientras abrazaba mis rodillas y sentía que moría de vergüenza, al tiempo que escuchaba su risa resonar entre las paredes del callejón.

Ese tipo, alto y despreocupado, por alguna razón suele causar nerviosismo en mí siempre que nuestros caminos se cruzan. Nunca hemos hablado en todo el tiempo que llevaba aquí, que no era precisamente poco. Nos miramos de vez en cuando a través de esta misma ventana, ese es el único contacto que hemos tenido durante estos meses.

Él es ayudante de cocinero en el restaurante o algo así, una vez le vi con el uniforme de chef. Sin embargo, siempre que se da un momento para escapar del trabajo y fumar se quita la chaqueta blanca y sale con una camisa cualquiera. En primavera incluso se atrevía a salir solo con una fina camiseta sin mangas, dejando al descubierto sus bien formados brazos y me sonreía orgulloso si llegábamos a vernos, con la seguridad del cristal entre nosotros, tal vez más a mi favor que al suyo.

Escondí mi rostro entre mis brazos después de mirar el reloj, pidiendo porque el frío de la calle le hiciera querer terminar de fumar a toda prisa para volver al calor del local.

Pasados unos minutos por fin me atreví a moverme, asomándome de a poco por el borde del sofá hacia afuera. Él seguía ahí, con el cigarrillo a medio consumir. Suspiré, volviendo a esconderme. Intenté resistirme a la idea que rondaba mi cabeza, pero mi costumbre fue más fuerte y a gatas fui hasta el otro lado de la sala para tomar la cámara, posicionándome luego con el cuerpo delante del sofá asomando solo mi cabeza, enfocándole. Él estaba de espaldas a mí, mirando los autos pasar y aspirando el tabaco de vez en cuando. Era un buen ángulo, su espalda fuerte y hombros rectos en perfecto balance. Él sin duda alguna es una persona preciosa, del tipo que puedes mirar horas para retratarla y aun así ni el más talentoso artista podría hacer justicia de todo lo que su figura es en realidad.

Luego de un par de fotos se giró hacia mí, a tiempo para que tomara una última imagen de su perfil antes de esconderme. Mi corazón latía a mil, ¿me habría visto? Probablemente sí, y seguro también pensaría que soy un loco que lo espía. Aunque, a decir verdad, no creo que eso diste mucho de la realidad. No sé cuándo se volvió una costumbre mía ocuparme tanto de él, y todavía sigo luchando por dejar de hacerlo, mas no he tenido demasiado éxito en el proceso.

Miré la entrada de mi estudio y divisé algunos de los cuadros que había pintado, acompañados por las muchas hojas llenas de trazos. Sus ojos, su rostro, sus labios. Y faltaban incluso los bocetos hechos en mis cuadernos, todos con diferentes técnicas, pero siempre dirigidos a la misma persona.

La verdad es que bien podría estar volviéndome loco y el maldito motivo era él, un tipo al que ni siquiera conocía, y quizá el encierro me animaba también. Era para mí alguien interesante, algo enigmático y cuya confianza en sí mismo me quitaba el aliento. En mis veinticuatro años de vida jamás me había cruzado con nadie así, alguien que parecía tener mucho más de lo que aparentaba. Él era un mundo, todos lo somos, pero hay algo en su persona que lo hace diferente del resto, y odio tanto como me gusta ignorar qué es. Mas simplemente no quería aferrarme a alguien que tal vez no podría mantener a mi lado. Si alguna vez debía decirle adiós dolería demasiado como para seguir viviendo en la relativa normalidad con que acostumbro. Por lo que era mejor sentarme y esperar a que ese gusto pasara, como si fuera una simple gripe, y la negativa a aceptarlo mi mejor medicina.

PCY

Esperé algunos minutos a que él quisiera salir de su escondite, pero no lo hizo. Después de la última foto volvió a ocultarse pronto como un cachorro que huye de desconocidos y yo reí otra vez. Apagué el cigarrillo y entré de nuevo al trabajo. Aunque la hora del tráfico mañanero ya había pasado no significaba que a mi jefe le gustaría que me tomara media hora de labores para fumar.

Seguí pensando en ese chico. Meses habían pasado desde que se mudó al enorme departamento del callejón y todavía no podía ni mirarme. Era gracioso la verdad, pero más que eso me hacía cuestionarme por qué se porta de esa manera. El tiempo que había sido capaz de observarle, antes de que se recluyera entre esas paredes cuando se percataba de ello, me hizo darme cuenta de que siempre parece añorante, como si hubiera demasiadas cosas en su mente y luchara por aliviarse de lo que sea que le atormenta, soñando probablemente con tiempos en los que sus pesares no le acecharan.

Es triste, no parece ser mayor que yo y sin embargo luce tan cansado. A veces unas pequeñas ojeras oscurecen su mirada, otras más parece que solo quiere dormir y no aparece durante días.

Ha cambiado un poco desde aquella vez en que le vi esperar en la puerta del edificio, dejando que el personal de la mudanza llevara la nada escasa decoración y muebles con que planeaba llenar el que sería su nuevo hogar. Aunque, incluso a pesar del tiempo, me parece que ni él puede llamarlo así. Se nota un poco más delgado, algunos días más desganado que otros y nunca le he visto cruzar palabra con nadie.

Mientras vuelvo a ponerme la chaqueta del uniforme para regresar a la cocina sigo cuestionándome el porqué de que sea tan reacio para salir, además de su incipiente negativa a mirarme de frente, porque es bien sabido por mí que se ha convertido en mi fotógrafo personal. Qué hará con todas las imágenes que guarda de mí es algo que solo él sabrá.

A decir verdad, extraño un poco los días en que él solía venir por las mañanas a por el desayuno o por un simple café. Me gustaba mirarle, siempre centrado en una pequeña libreta mientras movía el lápiz de aquí a allá; o leyendo algún buen libro. Y sé que lo que lee es bueno porque me tomaba la libertad de anotar los títulos de las obras si tenía oportunidad de mirarle desde la cocina. Tiene gustos varios, algo que me gusta de él si he de admitirlo. No es de las personas que se queden encasillados en una sola cosa, él parece saber que en el mundo hay demasiadas flores como para quedarse con una para toda la vida.

En cuanto terminé de ponerme el uniforme comencé a afilar algunos cuchillos mientras los últimos platos del desayuno eran servidos.

¿Quién sería ese chico? ¿De dónde vendría? ¿Por qué apareció de forma tan sorpresiva?

Ese departamento estuvo vacío durante mucho tiempo, es costoso, por decir menos. Cualquiera que viva en este barrio lo sabe, y sin embargo parece que una de sus últimas preocupaciones es el dinero. Muchos días he tenido oportunidad de mirarle por el gran ventanal, siempre sentado en el precioso sofá azul con una taza de té o café en las manos y mirando al constante cielo cubierto. Su mente siempre vaga en algún lugar que hace parecer a sus ojos ausentes. Es una persona que sueña mucho pero vive poco. Y nunca le he visto sonreír.

Tal vez él también huyó, como lo hice yo hace algún tiempo. Tal vez busca algo grande en este lugar, o tal vez solo quiso venir para poder ser desdichado a gusto.

¿Sufriría por desamor? ¿Alguien habría muerto también?

Un leve suspiro se escapó de mis labios. No pareciera que tuviera oportunidad de saber la respuesta a esas preguntas jamás. Probablemente me pasaría el resto de los días cuestionándome siempre lo mismo, con unas ligeras variantes a veces, y no quería quedarme con esas dudas toda la vida. Si algún día no volvía a verle no quería quedarme pensando en lo que sucedía sin jamás tener la certeza de si mis ideas eran correctas o solo erróneas.

Él, por alguna razón, me parecía de esas personas que dejan una huella profunda en la vida. De esas que no se olvidan, incluso si no hay nada que recordar sobre ellas. Porque eso es precisamente lo que tengo sobre él, nada. Y tal vez quiero algo más. Pero, incluso si no sé nada sobre él, al menos nos une una cosa y es la cantidad de momentos que le he regalado de mí para que los congele a placer en fotografías. Puede que no se considere importante, pero al menos me hace sentir que no soy solo algo pasajero en su vida, al menos me recordará cuando quemaba esas imágenes, las enmarcaba o hacía vudú con ellas, qué sé yo.

Abandoné mis pensamientos cuando escuché una voz conocida acercarse, y me asomé en la ventana de la cocina para mirarla. Le sonreí y esa bella chica a mí.