-Camila! Camila! ¿Dónde te metes hija?-se escuchó gritar por toda la villa-

Pero la citada Camilla no aparecía. Una esclava de ojos verde grisáceo, no muy alta y extremadamente atractiva corrió hacia el piso superior pensando que esa era la mejor opción para encontrar a su dómina. Su hubiera salido a la ciudad hubiera mandado preparar una litera y ella se habría enterado.

Como esperaba la encontró recostada en ese viejo altillo que solo se utilizaba para guardar trastos. Leía un pergamino a la luz de unas cuantas velas. Ovidio, seguro. "El arte de amar". El domine odiaba ese libro desde que el emperador Augusto afirmó que ese libro había llevado a su hija Julia a una vida de libertinaje. Cuando pilló a su dómina con él casi le parte el rollo en la espalda. Pero ella era testaruda y no consentía que nadie le dictara lo que ella leía.

-Dómina, tu padre te llama-dijo Octavia sacando a la chica de su veloz lectura-

-Sabes que puedes llamarme Clarke cuando estamos a solas-afirmó por enésima vez a su esclava personal-

Se puso en pié y se estiró para recuperarse de la incómoda postura en la que había estado tumbada. Tener que esconderse para leer ciertas cosas la enfadaba, pero había aprendido a acatar los deseos de su padre...al menos en apariencia. Se colocó bien la fresca túnica de color azul apagado que llevaba. Roma en Julio era una auténtica hoguera y se sentía empapada por el sudor pese a haberse bañado hacía apenas una horas.

Miró a su esclava que esperaba paciente a que ella saliera de la habitación para seguirla en actitud servil. Odiaba que Octavia fuera su esclava. A sus ojos era su mejor amiga y la chica a la que le debía su nombre. Se la entregaron como esclava de cámara siendo muy pequeñas ambas, tanto que Octavia no era capaz de pronunciar Camilla y la llamaba Clarke y desde entonces todo el mundo la llamaba así, menos su padre que se negaba a usar lo que él llamaba "ridículo diminutivo".

Octavia observó a su dómina: Rubia, un poco más alta que ella, con generosas curvas y unos ojos tan azules como el mismo cielo de primavera. Sus rasgos rivalizaban con la propia Venus, aunque fuera un sacrilegio pensar algo semejante. Aunque lo más bello de ella no era su deslumbrante físico, si no la gentileza de su carácter. Esclavo, liberto o patricio recibían el mismo trato por su parte, para ella todos eran iguales. Una forma de pensar peligrosa pero valiente y fresca.

-¿Dónde está mi padre?-preguntó Clarke-

-Te espera en el atrio para ir al balcón-

-¿Más gladiadores nuevos?-

-Eso me temo, Clarke-

Clarke bufó mientras caminaba deprisa hacia su padre seguida de cerca por Octavia. Desde que el emperador Calígula había subido al poder se celebraban juegos a diario, haciendo necesario que los lanistas tuvieran que abastecerse de más y más esclavos para ser entrenados para sacrificarse en la arena. Eso la asqueaba, vivir en un Ludus era la cruz de su vida. Algunas veces apenas tenía tiempo de aprenderse sus nombres cuando los traían cadáver de los juegos...era una tragedia que parecía que solo ella veía como tal.

Mientras bajaban las escaleras hacia el atrio Raven se les unió. Su padre la compró cuando era adolescente. Una belleza morena de piel algo oscura cuya procedencia situaban en Hispania. Se convirtió pronto en otra buena amiga. Un espíritu libre pese a las cadenas que su estatus le imponía. Se encargaba de muchas cosas en la villa además de tener que "atender" a los gladiadores a veces. Clarke siempre que podía intentaba salvarla de aquella desagradable tarea, pero a veces su padre se imponía.

Justamente Marcus la esperaba en el atrio acompañado de Thelonius, el comerciante que suministraba esclavos además de muchos productos exóticos. Y exótico resultaba al lado de su padre, con su pose digna y elegante, el pelo peinado hacia atrás, la barba recortada al milímetro y una toga escarlata que portaba con exquisitez. Thelonius con su piel oscura como la media noche, unos bombachos verde oscuro, una túnica con brocados dorados y una pose relajada con los brazos cruzados y la sonrisa de chacal en su rostro. Dos hombres opuestos que se entendían demasiado bien para el gusto de Clarke. Si su madre viviera aún no habría permitido esa relación comercial.

Pero Clarke conocía demasiado bien su lugar y sonrió en cuanto se acercó a ellos mientras ambas esclavas permanecían unos pasos por detrás inclinándose levemente como saludo.

-Camila es una belleza digna de vuestra estirpe, Marcus-la saludó Thelonius con una sonrisa donde mostraba sus blancos dientes como perlas-

-Llámame Clarke, por favor-dijo ganándose una mirada desaprobatoria de Marcus-¿Qué querías, padre?-

-Tenemos nuevos gladiadores y uno en concreto del que me gustaría conocer tu opinión- explicó Marcus tomándola del brazo y guiándola hacia el balcón, seguidos por los demás- Chica, trae vino con miel-le ordenó a Raven que partió a cumplir casi a la carrera-

Clarke se asomó al balcón que daba a un patio cubierto de arena. Había postes de madera con los que los gladiadores entrenaban sus golpes, otros que cargaban a sus espaldas para fortalecerse y toda clase de armas de madera esparcidas para las luchas. Los gladiadores veteranos aguardaban a la sombra de sus barracones firmes ante la presencia de su dómine y cinco nuevos formaban una fila más cerca de su vista.

Los escrutó con detenimiento tomando una copa que Raven le entregaba sin prestar demasiada atención a la conversación que mantenían los dos hombres... Hombres fuertes, desgarbados, sucios, de aspecto salvaje...lo de siempre, vamos. Hasta que en la esquina de la formación descubrió a uno más delgado y menudo. Se fijó más atentamente...no podía ser! Era una mujer!

-Veo que has descubierto lo que te decía, hija. Las gladiatrix son el nuevo espectáculo esperpéntico de moda y ya iba siendo hora de que tuviéramos una por aquí. Parece prometedora ¿no crees?-

-Es una excelente ejemplar Escita-añadió Thelonius-Una jinete, una guerrera...Alexandria, o Lexa, como suelen llamarla-

Clarke estaba horrorizada. No era bastante salvaje hacer que hombres se mataran entre ellos, ahora también debían hacerlo las mujeres...aquella mujer en concreto. El pelo totalmente revuelto y largo le tapaba la cara pero su físico era firme y fibroso, todo lo contrario a las mujeres romanas que preferían la suavidad y la voluptuosidad...Era joven, tal vez como ella, 18 o 19 años. Suspiró antes de sacar ese tono de mando que tanto detestaba para dirigirse a los esclavos frente a su padre.

-Esclava, la Escita, mírame-ordenó alzando la voz para ser oída desde su posición-

Lo que no se esperaba era que esa chica la ignorara. Porca Juno! Sabía lo que venía ahora.

El látigo del Doctore (el maestro de gladiadores) Titus salió de entre las sombras con rapidez y restalló contra la espalda de la chica. Aquel hombre calvo de cierta edad era un monstruo sádico que disfrutaba más fustigando que enseñando.

La chica se tambaleó ante el azote pero siguió con la cabeza gacha.

-Vaya, vaya...es rebelde. Titus...-comentó Marcus dando pié a que una tormenta se desatara sobre la espalda de la chica-

Al octavo latigazo calló de rodillas sin haber proferido ningún sonido. Menudo carácter gastaba, pensó Clarke preocupada. Aunque en el fondo admiraba esa valentía eso solo le traería complicaciones.

-Lexa-dijo suavizando su tono notando que la cabeza de la chica reaccionaba a su nombre-Mírame-pidió con mayor dulzura de la que su padre le permitía usar con los esclavos-

Unos ojos verdes asomaron tras la salvaje mata de pelo al alzar la cabeza y Clarke retrocedió ante el chispazo que ellos provocaron en su interior. En aquella mirada había odio, deseo de lucha, rebeldía...y un pequeño atisbo de tristeza. Todo lo que ella veía cuando se miraba en el espejo.

-Es atractiva-comentó fingiendo desinterés-

-Si son guapas encandilan a la plebe-explicó Thelonius-

-No lo será con esas pintas. Raven, encárgate de ella cuando la revise la curandera. Que deje de parecer una escoba vieja-ordenó a la hispana-

-Me encargaré, dómina-

-Sobre todo arréglale ese pelo. Que parezca salvaje está bien, pero no tanto-

-Sabía que tendrías buenas ideas con ella, hija-elogió Marcus dejando un beso en su mejilla- ¿Entramos a comer y nos apartamos de este sol tan cruel?-