Se sentía enfermo, alcanzaba a caminar por una ruta repleta de piedras filosas manchadas con sangre, hojas secas caídas de árboles muertos y cuerpos de caminantes, apestosa carne podrida. El cielo era azul, bastante lógico pues el ambiente llegaba al punto de ser tan frío que, habían rocas, árboles y troncos cubiertos por el gélido abrazo de la muerte.

Nick cubría su torso con ambos brazos, necesitaba obtener una fuente de calor y comida: Moriría de inanición o una fuerte pulmonía, lloraba. Sus agrias lágrimas expulsadas desde sus preciosos ojos cafés, divinas perlas no caían desde sus cuencas para impactar con el sucio suelo. Se impregnaban en sus azules y redondas mejillas, congeladas.

Eso era un castigo, gritaba con todas sus fuerzas a la nada, perdiendo su voz, buscaba desesperado una mano amiga, un salvador o algún que acudiera a sus llamados, eco perdido en lo más oscuro y nevado bosque lleno de podredumbre.

Cayó de rodillas en la fina tierra a la orilla de un río, se apreciaba con nitidez el horizonte, viendo como los rayos solares impactaban contra el agua helada, lo mismo con los cuerpos de caminantes flotando.

No tenía en su poder una pistola, necesitaba sólo una bala para acabar con su vil, cruel y triste miseria, sufrimiento continuo. Dormir y no despertar, se arrepentía de todo: de su cobardía, agria traición, intento de homicidio a una inocente, incluso también... de el simple hecho de haber nacido.

Sollozaba, golpeaba el suelo a puño cerrado, no hallaba otra manera para liberar su ira, quizás frustración. Entre la maleza oía el crujir de flores y plantas marchitas, seguro era uno de esos malnacidos, aún así, estaba preparado para ser carne humana entre los amarillentos dientes de un zombi, la hipotermia lo iba a matar, no sentía su cuerpo, cayó en un sueño profundo.