Hola nn

Este es mi primer fic, espero sea de su agrado 8-) jajaja

Es una adaptación del libro Lo que el viento se llevo.8-) solo que en tiempos modernos jijo,

Waa se fue la luz. Y ya había terminado de escribir el capitulo y no se guardo y solo se recuperaron 3 renglones. Tonta tormenta sQ!

Advertencia: Digimon no me pertenece, pertenece a no se como se llama, ustedes saben: F

Capitulo 1

Todo esto terminara pronto y podré volver a casa, a Kyoto.

Mimi Tachikawa Yagami se encontraba sola de pie, a unos cuantos pasos de los otros familiares en el funeral de Yolei Inoue. Mujeres y hombres enlutados se protegían de la lluvia con paraguas negros. Se consolaban unos a otros; las mujeres se cubrían compartiendo su dolor.

Mimi no compartía su paraguas con nadie, ni su dolor. El viento lanzaba gotas que le corrían por el cuello, pero no las percibía. No se sentía aturdida por la perdida. Ya se lamentaría después, cuando pudiera soportar la pena. Trato de alejar todo sentimiento, toda aflicción, todo pensamiento. Solo quedaban las palabras que se repetían una y otra vez en su mente prometiéndole alivio para su aflicción y fuerza para sobrevivir hasta que sanara.

Todo esto terminara pronto y podré volver a casa, a Kyoto.

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"Polvo eres y en polvo te convertirás…"

La voz del sacerdote penetro su frió corazón; cobro conciencia de las palabras. ¡No!, se lamento Mimi en silencio. Yolei no. Esa tumba no es de Yolei; es demasiado grande, para ella tan pequeña. ¡No! No puede estar muerta, imposible.

Mimi se volvió hacia otro lado, para no ver como descendía el ataud de pino en la fosa abierta, la tapa clavada sobre el rostro dulce de Yolei. ¡No! No lo hagan, esta lloviendo. No puede quedarse aquí en la lluvia helada. No lo soporto. No creo que se haya ido. Ella me ama, es mi amiga, mi única amiga verdadera.

Mimi observo a la gente que rodeaba la tumba y la invadió una gran furia. Ellos no la quieren como la quiero yo. Nadie sabe cuanto la amo. Yolei si lo sabe, ¿o no? Ella lo sabe, debo creer que lo sabe.

Pero ellos nunca lo creerán, ni la señora Inoue, ni los Ishida ni los Yagami. Como se ven ahí amontonados alrededor de Matt, así enlutados parecen una parvada de cuervos mojados. Jamás se le ocurrirá que yo necesite consuelo, yo que estuve más cerca de Yolei que ninguno de ellos. Actúan como si yo no existiera. Nadie me mira. Ni siquiera Matt. Me presto atención esos dos días después de la muerte de Yolei porque necesitaba que me encargara de algunas cosas como el ataúd, la lote en el cementerio, la esquela en el periódico. Ahora se confortan unos a otros, gimiendo y llorando. Pues no les daré el gusto de verme llorar aquí sola, sin nadie que me consuele. No debo llorar. Aquí no.

Todo esto terminara pronto y podré volver a casa, a Kyoto.

&

Allí en el cementerio de New York, Mimi se sintió rodeada por los jirones de su vida destrozada. Una alta aguja de granito, piedra gris mojada por la lluvia, se levanta como monumento fúnebre a un mundo extinto para siempre, el mundo tranquilo de su juventud, antes de que el terrorismo creciera. Ese monumento a los difuntos simbolizaba la inconsciente y orgullosa valentía que al brillo de la corrupción llevo a Estados Unidos a la destrucción. Representaba a un sinnúmero de vidas perdidas: amigos de la infancia, pretendientes que la acosaban pidiéndole citas y besos en aquellos días en que su único problema era decidir cual vestido ponerse. Representaba a su primer esposo, Michael. Representaba también a los hijos, hermanos, esposos y padres de todos los dolientes empapados ahí en la pequeña loma donde sepultaban a Yolei Inoue.

Había otras tumbas, otros recuerdos. Koushiro Izumi, el segundo esposo de Mimi, y la tumba pequeña, demasiado pequeña, con una lapida que rezaba AIKO YAGAMI, y bajo ese nombre, AI. La ultima hija de Mimi, y la más amada.

La rodeaban tanto vivos como muertos. En la primera fila de dolientes se encontraban los que fueron más cercanos a Yolei. Japoneses y estadounidenses, con los rostros llenos de lágrimas, excepto el de Mimi. El viejo cochero, el tío Akimaya, estaba de pie junto con Haruko y Chika y formaban un triangulo negro de protección alrededor de Hiroshi, el confundido hijo de Yolei.

También se veía ahí la vieja generación de Japón con los escasos descendientes que les quedaban. Los Ishida, los Izumi, los Inoue; la tía Takada Higurashi y su hermano, el tío Watari Higurashi, que habían olvidado sus problemas familiares para llorar a su sobrina. Aunque mas joven, la madre de Yamato se veía tan vieja como los demás; perdida entre el grupo observaba a su hijo con la mirada ensombrecida por el dolor. El soportaba la lluvia con la cabeza descubierta, indiferente a la helada humedad, sin poder aceptar que las palabras del sacerdote y el ataúd que bajaba a la tumba fueran irrevocables.

Yamato. Alto, atlético y pálido, con el cabello que alguna vez fue rubio, ahora casi totalmente encanecido y el rostro demacrado y lleno de dolor, tan vació como sus ojos azules, que miraban sin ver. Se mantenía erguido, en posición de modelo, herencia de sus años de cantante.

Yamato era centro y símbolo de la vida deshecha de Mimi. Por amor a el había despreciado la felicidad que tuvo al alcance de la mano. Le dio la espalda a su esposo, sin reparar en el amor que Tai le daba ni reconocer que ella sentía amor hacia el, porque el deseo por Yamato siempre se cruzaba en su camino. Y ya Tai se había ido, lo único que había de el en ese lugar era un ramo de flores doradas perdido entre los demás. Ella había traicionado a su única amiga, había desdeñado el amor y la lealtad de Yolei. Y Yolei ya no existía. Incluso el amor de Mimi por Yamato había dejado de existir. Se dio cuenta demasiado tarde de que hacia mucho tiempo que la costumbre de amarlo había sustituido al amor.

Ya no lo amaba, ni lo volvería a amar. Pero ahora que ya no lo quería, Yamato era suyo, herencia que le dejara Yolei. Le había prometido a Yolei cuidar de el y de Hiroshi, su hijo.

Yamato era el causante de la destrucción de su vida. Y también lo único que le quedaba.

Mimi estaba de pie ahí, aislada y sola. Entre ella y la gente que conocía en New York no mediaba ni un espacio gris y terriblemente frió, que alguna vez llenara Yolei librándola del aislamiento y del ostracismo. El viento frió y húmedo bajo el paraguas ocupaba el lugar donde debía estar Tai para protegerla con sus hombros fuertes y anchos y con su amor.

Mantuvo la frente en alto y acepto sin sentir el desafió del viento.

Todo esto terminara pronto y podré volver a casa, a Kyoto.

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- ¡Mírala!- susurro una dama de velo negro acompañante bajo el paraguas- Dura como una roca. No tiene corazón.

- Ya sabes lo que dice la gente- le respondió otro susurro-. Lo que pasa es que tiene demasiado corazón para Yamato Ishida. ¿Tu crees que ellos…?

Todos pensaban lo mismo.

El sonido sordo y terrible de la tierra sobre la madera hizo que Mimi apretara los puños. Quería llorar, gritar lo que fuera para borrar el horrible ruido de la tumba que se cerraba sobre su querida Yolei.

Pero el grito que desgarro el silencio fue el de Yamato.

- ¡Yolei! ¡Yo-leiiiiiii!- era el grito de un alma atormentada.

Yamato dio un paso hacia la fosa, profunda y enlodada, como un hombre que acabara de quedarse ciego y buscara a tientas a esa criatura diminuta y serena que constituía toda su fuerza. Pero no encontró nada de que detenerse, solo ráfagas plateadas de fría lluvia.

Mimi miro al doctor Inoue, a la madre de Yamato, a Watari Higurashi. ¿Por qué no hacen algo? ¿Por qué no lo detienen?

-¡Yo-leiiiiiii!

¡Por el amor de Dios! Se va a matar; y ellos ahí, mirándolo sin hacer nada, mientras se tambalea al borde de la fosa.

-¡Yamato, detente!- grito- ¡Yamato!

Mimi tiro su paraguas y empezó a correr, tropezando y resbalando sobre el pasto mojado. Tomo a Yamato por la cintura, pero el se resistió.

-¡Yamato, no! Yolei ya no puede ayudarte

Su voz áspera intentaba combatir la locura sorda de Matt y su inmenso dolor.

El reacciono y con un suave sollozo se desplomo de pronto en los brazos confortantes de Mimi. En el preciso momento en que ella no podía ya sostenerlo, el doctor Inoue y la mama de Yamato tomaron los brazos inertes de Matt y lo pusieron de pie.

-¡Puedes irte, Mimi!- exclamo el doctor-. Ya no te queda mas daño por hacer.

-Pero, yo…-Mimi reacciono en los rostros de su alrededor ojos ansiosos de sensaciones. Dio media vuelta y se marcho. Todos retrocedieron a su paso, como si el roce de su olor pudiera ensuciarlos.

Jamás les dejaría ver que podían lastimarla. Alzo la frente con aire desafiante; dejo correr la lluvia por su rostro. Mantuvo la espalda erguida y los hombros rectos hasta que llego junto a la cerca del cementerio, donde se perdió de la vista de la gente. Se sujeto con fuerza de la reja de hierro, mareada por el agotamiento.

Logan, el cochero, corrió hacia ella, pero Mimi se dirigió al carro sin prestar atención a la mano que se tendía para ayudarla. En el vehículo, demasiado lujoso, se hundió en un rincón. Estaba helada hasta los huesos, y horrorizada por lo que había hecho.¿Como había podido avergonzar a Matt de esa manera frente a todo el mundo, cuando apenas un par de noches atrás le había prometido a Yolei que lo cuidaría, que lo protegería como Yolei siempre lo hizo? Pero, ¿Qué otro camino le quedaba? ¿Dejarlo que se arrojara a la tumba?

Tenia que llegar a Kyoto, era absolutamente necesario. Ahí estaba Maria para rodearla con sus brazos oscuros; Maria la estrecharía con fuerza. Podría llorar en los brazos de su nana, llorar hasta librarse del dolor con la cabeza apoyada en el regazo de Maria; podría dejar que su corazón herido fuera confortado por el amor de Maria. Ella la estrecharía con cariño y comportaría su sufrimiento; eso la ayudaría a soportarlo.

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- Lourdes, rápido, ayúdame a quitarme esta ropa mojada- ordeno Mimi a la sirvienta cuando llego su casa.- Apurate. Si me haces perder el avión, te despediré.

Lourdes sabía que Mimi no tenía derecho. Nadie la soportaría, la niña Mimi no era su dueña, podía dejarla cuando quisiera. Pero en los ojos cafés de Mimi había un brillo desesperado y febril. Parecía capaz de todo.

-Guarda en mi maleta el abrigo negro de de lana de merino; va a hacer mas frió- ordeno Mimi. Clavo la vista en el guardarropa; había lana negra, seda negra, terciopelo negro; podía seguir de luto el resto de sus días. Todavía llevaba luto por su pequeña Ai, y ahora también por Yolei. Tendría que encontrar algo más oscuro que el negro, se dijo, algo más oscuro para vestir mi propio luto. No quiero pensar en eso, no es el momento. De lo contrario me volveré loca. Ya lo pensare cuando llegue a Kyoto. Tengo que soportarlo hasta que este en Kyoto con Maria.

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Se oyó la estrepitosa salida del avión. Por fin iba de regreso. Sin duda todo saldría bien. Volvía a casa, a Kyoto. Mimi se imagino Kyoto, soleado y luminoso, con su casa blanca resplandeciente y el brillo de las hojas verdes de los jazmines adornados de hermosos capullos blancos. Se imagino el camino de entrada, bordeado de cedros oscuros, el gran prado verde y su amada casa sobre la pequeña colina.

Mimi exhalo un profundo suspiro. Su hermana Akako era ahora la señora de la casa de Kyoto. ¡Ja! La llorona de la casa más bien dicho. En realidad, lo único que había hecho Akako durante su vida era llorar. Sus hijas eran unas niñitas quejumbrosas igual que ella.

También los hijos de Mimi estaban en Kyoto. Mikami, hijo de Michael y Eiko Izumi. Los mando con Adela, su niñera, cuando supo que Yolei estaba agonizando. No hubiera soportado las noches y los días terribles tras la muerte de Yolei cuidando además de Mikami y de Eiko. Estaba tan cansada… dejo caer la cabeza y el sueño la venció.

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- Ya llegamos, señora- le aviso el piloto.

- Gracias.

Mimi parpadeo. Solo faltan 8 kilómetros para Kyoto. Pronto llegare a casa. ¡A mi hogar!

- Lourdes, baja las maletas. Ya llegamos.

Kazuo, el esposo de Akako, la esperaba en el aeropuerto. Mimi sentía verdadero cariño y respeto por el. Si hubiera tenido un hermano, le hubiera gustado que fuera como Kazuo, pero sin pierna artificial, y tampoco pobre. Nadie tomaría a su cuñado por un caballero, su origen humilde se le notaba. Pero Mimi lo olvidaba a los pocos minutos de estar con el porque era un hombre bueno y amable.

-¡Kazuo!- su cuñado camino hacia ella con su peculiar balanceo. Mimi lo abrazo del cuello apretándolo con fuerza-. Kazuo, me da tanto gusto verte.

Kazuo acepto el abrazo sin emoción.

- A mi también me da gusto verte, Mimi. Ha pasado mucho tiempo. Casi dos años.

Mimi se quedo en shock. ¿De verdad había pasado tanto tiempo? Con razón su vida se había vuelto tan triste. Kyoto siempre le dio nuevos bríos, nueva fuerza cuando ella la necesitaba. ¿Cómo pude alejarme de Kyoto tanto tiempo?

Kazuo le hizo una seña a Lourdes para que caminara hacia la camioneta.

-Espero que no te moleste viajar incomoda, Mimi. Como venia al pueblo pensé en comparar algunas provisiones.

La camioneta estaba llena de costales y paquetes.

-En absoluto- respondió Mimi con sinceridad. Iba a casa, y cualquier auto que la llevara le parecía bien.- Súbete sobre los costales de grano, Lourdes.

Mimi guardo silencio durante el viaje a Kyoto, respiro la tranquilidad que transmitía el campo y que tanto recordaba. El aire olía a limpio, como huele el campo después de la lluvia, y sentía el sol del atardecer calido sobre los hombros. Había hecho bien en volver a casa. Kyoto le daría el refugio que necesitaba y al lado de Maria encontraría la manera de reparar su vida. Sonrió cuando entraron en el camino que le era tan familiar.

Pero al ver la casa, dejo escapar un grito desesperanzado.

-Kazuo, ¿Qué paso?

Kyoto se encontraba cubierto de enredaderas, feas cuerdas se asomaban entre las hojas marchitas y las ventanas parecían estar a punto de caerse.

- No ha pasado nada solo el verano, Mimi. Arreglo la casa en invierno, cuando no tengo que atender las cosechas. Comenzare con las ventanas en unas semanas. Todavía no empieza octubre.

- Kazuo, ¿Por qué no me dejas darte un poco de dinero? Podrías contratar a alguien.

Kazuo respondió con paciencia:

- No hay quien trabaje, a ningún precio. Además, entre Pedro y yo nos las arreglamos bastante bien. No se necesita tu dinero.

Mimi ya conocía el orgullo de kazuo, y sabía que era inflexible. Era preferible primero atender las tierras y el ganado. Su cuidado no podía aplazarse.

- Tienes razón- reconoció.

La puerta de la casa se abrió y el porche se lleno de gente. Akako estaba al frente, sosteniendo en brazos a su hija más pequeña por encima del vientre abultado que casi reventaba las costuras de su descolorido vestido de algodón. Mimi fingió una alegría que no sentía.

-¡Por amor de Dios, Kazuo! ¿Akako espera otro bebe?

-Todavía seguimos buscando el varón, Mimi- dejo escapar una risilla mientras alzaba la mano para saludar a su esposa y sus tres hijas.

Mimi saludo también con la mano, buscando entre los morenos rostros. Adela estaba ahí; Mikami y Eiko se ocultaban detrás de su falda… y Pedro y su esposa, Dalia… ahí estaba, ¿Cómo se llamaba?, ah, si, Leonor, la nana de los niños de Kyoto. Pero, ¿Dónde estaba Maria?

Mimi llamo a sus hijos:

-¡Hola, amores, ya llego mama!- y luego se volvió hacia Kazuo-. ¿Dónde esta Maria, Kazuo?

- Esta enferma en cama, Mimi.

Mimi salto de la camioneta, todavía en movimiento, se tropezó, recupero el equilibrio y corrió hacia la casa.

-¿Dónde esta Maria?- le grito a Akako, sin escuchar los saludos emocionados de los niños.

-Bonito saludo, Mimi, pero no esperaba otra cosa de ti. ¿Qué te crees? Mandas a Adela y a tus hijos aquí, ni siquiera dices con permiso, sabiendo como estamos y que ya no puedo mas.

- Akako, si no me dices donde esta Maria, voy a gritar.

Adela tiro de la manga de Mimi.

- Yo se ónde ta Maria, niña Mimi. Ta mu' mala, le arreglamos el cuartito de enjunto a la cocina. Ta bonito y caliente…

Pero Adela se quedo hablando sola. Mimi ya estaba en la puerta del cuarto de la enferma, y se aferro del marco tratando de hallar apoyo.

Eso, eso que veía en el lecho no era su Maria. No, Maria era una mujer grande, fuerte y robusta, de piel negra y calida. Ahí había una criatura acabada y marchita, que apenas podía enderezarse bajo el gastado edredón de parches que la cubría. Hacia apenas 6 meses que Maria se había ido de New York, demasiado poco tiempo para ponerse así, imposible.

Entonces se oyó la voz de Maria. Aunque más aguda y pausada era la voz querida y cariñosa de Maria.

- Oiga, niña, cuanta vece le he dicho que no salga sin sombrero y sin sombrilla… cuanta vece.

- ¡Maria!- Mimi cayó de rodillas junto a la cama-. Maria, soy Mimi. Tu Mimi. Maria, por favor no te enfermes, no quiero que te enfermes, tu no- apoyo la cabeza en la cama, junto a los hombros huesudos y delgados y lloro a mares, como una niña.

Una mano sin peso le acaricio la abatida cabeza.

- No llore, niña. No hay nada que no tenga remedio.

- Todo- gimió Mimi-. Todo esta mal.

- No llore por una taza, tiene otro juego de te pa juga a la comidita como Maria le prometió.

Mimi retrocedió, horrorizada. Observo el rostro de Maria y se dio cuenta del brillo de amor que emanaba de los ojos hundidos, ojos que no la veían.

- No- susurro. Era imposible-. Maria- exclamo en voz alta, y sollozo-. Mírame, Maria. Soy yo, Mimi.

Las enormes manos de Kazuo le apretaron las muñecas.

- No hagas eso- le dijo-. Esta contenta así, Mimi. Su mente se volvió a Filadelfia a cuidar de tu madre cuando esta era niña. En aquellos tiempos vivió feliz porque era joven y fuerte y no sufría. Déjala tranquila.

- Quiero que me reconozca, Kazuo. Nunca le dije lo mucho que significa para mí. Tengo que decírselo.

- Ya tendrás oportunidad. Muchas veces recupera la lucidez y reconoce a todos. Ya sabe que esta muriendo. Mejor que este así. Ven conmigo. Todos te esperan.

Mimi permitió que Kazuo le ayudara a ponerse de pie. El la siguió en silencio hasta la sala, donde Akako empezó a reprenderla en seguida, pero Kazuo la hizo callar.

- Mimi recibió un golpe terrible, Aka. Déjala en paz.

Sirvió whisky en un vaso y se lo puso a Mimi en la mano.

La bebida le sentó bien. La hizo reconocer dentro de ella un calor familiar que alivio su dolor.

- Hola, amores- saludo a sus hijos-, vengan a darle un abrazo a su mama.

Su voz parecía la de otra persona.

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Mimi pasaba la mayor parte del tiempo en la habitación de Maria. Había perdido todas sus esperanzas en el consuelote sentir los brazos de Maria rodeándola, pero en cambio eran sus brazos fuertes y jóvenes los que sostenían a la moribunda anciana morena. Entonaba las canciones de cuna que Maria solía cantarle, y cuando Maria le hablaba a la delirante madre de Mimi, ya muerta, Mimi le respondía como imaginaba que su propia madre lo hubiera hecho.

A veces Maria la reconocía y sonreía al ver a su favorita. Entonces, regañaba a Mimi con voz débil, de la misma forma que cuando era una niña:

- Su pelo se ve horrible, niña Mimi. Vaya y cepílleselo cien veces, como le enseño Maria.

Pero luego volvía a hundirse en aquel mundo en donde Mimi no existía.

Durante el día, Akako o Leonor ayudaban a cuidar a la enferma, y Mimi podía dormir una media hora. Pero durante la noche, Mimi velaba sola sosteniendo la mano delgada de Maria entre las suyas. Cuando la casa y Maria dormían, Mimi lograba llorar por fin, y sus sentidas lágrimas calmaban poco a poco su dolor.

Un día, en la paz del amanecer, Maria despertó.

-¿Por qué llora, mi niña?- susurro. Acaricio la cabeza despreciable de Mimi-. La vieja Maria ta lista pa deja su carga y descansa en los brazos del Seño. No hay po'que tomarlo así.

-Perdóname- sollozo Mimi-. No puedo dejar de llorar.

- Cuéntele a la vieja Maria que le pasa a su niñita.

Mimi miro los ojos sabios y amorosos, y sufrió el dolor mas intenso de su vida.

- Todo lo he hecho mal, Maria. No se como pude cometer tantos errores.

- Niña Mimi, uste hizo lo que tenia que hacé. Naide puede hace mas que eso. El buen Dios le mando algunas cargas pesadas, y uste las cargo. Ya no se preocupe.

Los pesados parpados de Maria se cerraron sin ver las lágrimas que brillaban a la luz del amanecer.

¿Cómo no voy a preocuparme?, quiso gritar Mimi. Mi vida esta arruinada, y no se que hacer. Necesito a Tai, y se ha ido. Te necesito a ti, y me abandonas también.

Mimi levanto la cabeza, se enjugo las lágrimas con la manga y echo los hombros atrás. Nadie la había derrotado en su vida, ni los terroristas, ni todo lo que hicieron los secuestradores. Nadie ni nada podría derrotarla si lo impedía. Si había hecho pedazos su vida, la arreglaría; pero no se iba a quedar sentada contemplando los añicos. Mimi beso la frente de la anciana.

- Te quiero, Maria.

- No me diga lo que yo ya se- Maria se quedo dormida, escapando así del dolor.

-Si, necesito decírtelo- repuso Mimi. Sabía que Maria no la oía, pero de cualquier modo le hablo en voz alta-. Jamás le dije a Yolei que la amaba, y tampoco se lo dije a Tai sino hasta que fue demasiado tarde. Cuando menos contigo no cometeré el mismo error.

Mimi miro fijamente a la moribunda.

- Te amo, Maria- susurro-. ¿Qué va a ser de mi cuando ya no estés aquí para quererme?

Sorry por casar a Matt con Yolei TNT pero no quería matar a nadie mas tan rápido jiji. Y pues ponerle una hermana a Mimi fue necesario. La historia se ira aclarando pronto. Bueno aquí acaba el primer capitulo. Espero les haya gustado y dejen reviews. Tratare de actualizar pronto