—Hey... —Lexa sacudió con cautela a la rubia que yacía en el piso sin dar señales de estar consciente, poniéndose de cuclillas junto a ella—. Hey, niña, despierta. —Volvió a sacudirla sin obtener respuesta. Se arrodilló al darse cuenta que despertarla no sería tan fácil y tomó su rostro entre sus manos, dándole suaves golpes en la mejilla, pues reparó en que habían en su piel varios cortes que por sí solos debían de doler—. Me estás agotando la paciencia —advirtió a pesar de saber que tendría más probabilidades de ser escuchada por las paredes.

Al final suspiró rendida y, un segundo después, alzó su mano derecha para darle a Clarke una bofetada que fácil le dejó los cinco dedos marcados, sin compasión alguna esta vez.

—Al fin —murmuró con desgana al verla reaccionar emitiendo palabras ininteligibles y moviendo su cabeza despacio de un lado a otro. Esto último le provocó un dolor agudo en la nuca que la hizo incorporarse en contra de su voluntad, quedando sentada en las frías y sucias baldosas de aquella rara habitación. Aún no había abierto los ojos, y cuando lo hizo se encontró con los verdosos de Lexa que la examinaban sin mostrar emociones, una mirada brillante pero vacía al mismo tiempo.

El azul profundo y sereno contenido en los ojos de Clarke aceleró el corazón de la Comandante de una manera que jamás había experimentado y se preguntó a qué se debía esa extraña sensación que se expandía por su pecho. Sin embargo, prefirió disimular el efecto que la chica causó en ella sin intención.

—¿D-dónde estoy? ¿Por qué me duele tanto la cabeza? —murmuró confundida, llevándose una mano a la nuca con una mueca de dolor.

—El imbécil que ves ahí te golpeó con una vara de metal. —Señaló con la cabeza al cuerpo sin vida del hombre uniformado que se encontraba a unos metros de distancia, rodeado por un charco que su propia sangre había formado—. Por un momento creí que te había matado.

Clarke enfocó su vista en el cadáver, observándolo horrorizada durante unos segundos. Sus ojos estaban más abiertos de lo normal y su labio inferior tembló levemente antes de tragar saliva y volver a ver a Lexa, quien la miraba con una inquietante frialdad.

—¿Tú lo mataste? —El miedo era evidente en su tono de voz.

—Era eso o que no contáramos el cuento. Así es como funcionan las cosas —respondió, encogiéndose de hombros como si fuera cosa de todos los días.

—¿Entonces no vas a matarme a mí también? —Suspiró aliviada y Lexa curvó la comisura de sus labios para formar una media sonrisa. Por alguna extraña razón, el temor que Clarke sintió hacia ella en ese momento le causó ternura.

Se le hacía que era inofensiva.

—Descuida, muñeca. —Se puso de pie y continuó hablando mientras caminaba en dirección a la puerta de metal frente a ellas—. No te mataré a menos que me des motivos para hacerlo.

—¿Cómo me llamaste?

—Es que no sé tu nombre —se excusó girándose en dirección a la rubia, quien se levantó cuidadosamente para dar unos pasos hacia ella, moviéndose con dificultad.

—Y yo no sé qué es este lugar ni cómo llegué hasta aquí. ¿Te molestaría orientarme un poco?

—A juzgar por lo horrible del ambiente y por el guardia que acabo de asesinar, puedo suponer que estamos en el Monte Weather, pero no sé qué fue lo que pasó. —Clarke la miró con el ceño fruncido sin responder, cuyo silencio la Comandante aprovechó para razonar mientras observaba el amarillento piso ensangrentado bajo sus pies—. Lo más probable es que tú y yo ya nos conociéramos y llegáramos juntas hasta acá, pero no es casualidad que ninguna de las dos recuerde lo sucedido. Alguien se encargó de borrarnos la memoria de alguna manera y por algún motivo en específico —concluyó, percatándose de la confusión en los ojos entornados de la chica frente a ella—. ¿Qué? ¿Tú no supones nada?

—¿Estás... Estás diciendo que ya nos conocíamos y que nos borraron la memoria a propósito? ¿Y qué es el monte ese?

—¿Se te ocurre algo más lógico? —cuestionó cruzándose de brazos e ignorando su segunda pregunta.

—¿A ti también te golpearon en la cabeza?

—Por lo visto no. No me ha dolido.

—Entonces no se debe al golpe —pensó Clarke en voz alta—, entonces pudieron obligarnos a ingerir algo que nos provocó estas lagunas. Tal vez esto no sea nada más que un efecto temporal.

—Tal vez, o tal vez no —comentó la ojiverde con escepticismo, para después voltear hacia la puerta y mirarla de arriba a abajo—. ¿Sabes? —dijo sin mirar a Clarke—. Es posible que en cuanto salgamos por esta puerta vengan más personas a atacarnos, y me gustaría, por lo menos, en caso de que muera, haber sabido tu nombre antes.

—No vamos a morir aquí —afirmó con seriedad mientras avanzaba para quedar a un lado de Lexa.

—¿Entonces...? —insistió la morena y Clarke suspiró antes de contestar.

—Clarke, me llamo Clarke.

—Bien. —Asintió complacida—. Mi nombre es Lexa, aunque no hayas preguntado —dijo con un encogimiento de hombros—. Ahora dime, Clarke, ¿cuál es el último recuerdo que tienes antes de llegar a este momento?

La ojiazul tardó unos segundos en responder.

—Recuerdo... estar en el Arca, despidiéndome de mi madre...

—¿Qué es el Arca?

Clarke abrió la boca para decir algo, pero se vio interrumpida por un estruendo que rompió bruscamente el silencio y las sobresaltó a ambas debido a lo cerca que sonó, prácticamente a unos pasos del otro lado de la puerta. Lexa se apresuró a recoger la pistola que Clarke había dejado caer al suelo anteriormente y se la entregó, advirtiendo así que debía estar preparada para lo que se viniese. Ella desenvainó su espada mientras se posicionaba frente a la puerta con firmeza, debatiendo interiormente si debía abrirla ahora, o esperar a que alguien del otro lado lo hiciera.

¿Será que alguien leerá esta historia algún día? ¿Debería continuarla?