Por un error.
Twilight
Disclaimer: Twilight no me pertenece, es propiedad de la hermosa y maravillosa Stephenie Meyer, yo solo tomé sus personajes prestados, sin algún fin lucrativo.
Prólogo: Un error
Inglaterra, 1918.
Isabella Baudelaire estaba enfurruñada en su habitación, temblando como papel y echa un ovillo. Tenía muchísimo frío, a pesar de la pesada y cálida colcha que la envolvía. La lluvia jamás le gustó, y mucho menos en ese momento, que solo se convertía en una espantosa música de fondo, agregándole el hecho de los truenos que la hacían estremecer.
No sabía porque, pero tenía un presentimiento, como si algo fuese a ocurrirle. ¿Qué cosa podría ser? Estaba en el prestigioso colegio internado San Benito, en Europa, la mejor institución para jóvenes de la alta sociedad. No deseaba estar ahí, ella extrañaba Norteamérica, en especial Phoenix, la sensación de plena libertad y el sol golpeando su rostro. Ahí, un continente desconocido presentía que en cualquier momento iba a morirse. Quizás no estaría en ese lugar, si no fuera porque sus padres, Charlie y Renee Swan fallecieron de una extraña enfermedad que los contagió en su último viaje a África, dejándola al cuidado de su tía Sarah, quién le cambió el apellido y la fue a enviar a ese asfixiante instituto, junto con sus queridos primo Jasper, sus mejores amigos Alice Adams y Jacob Black. Ellos eran la razón por la que soportaba el día a día. Ni siquiera la guerra logró sacarla.
Pero esa noche en especial, no lograba quitarse esa terrible opresión en el pecho. El menor sonido la ponía en alerta, el repiqueteo de las gotas de agua, los grillos entonando su lúgubre canción…
Intentó dormir, así quizás ahuyentaría la sensación de paranoia.
Estaba a punto de abandonarse a los brazos de Morfeo, cuando lo oyó.
Claramente esa vez no podía estar alucinando, era demasiado real. Un golpe estruendoso en su balcón. Abrió los ojos de sopetón, preocupada sobre lo que podría ser. Entonces, decidió quedarse quieta en donde estaba, si se trataba de algún delincuente, gritaría y las monjas, sus compañeras o cualquier persona correría a ayudarla, si solo lo estaba imaginando, ¡Pues genial!
El viento provocó que tiritara. Habían abierto la ventana y se escuchaba claramente como "esa persona" estaba entrando, con pasos cansinos y torpes. Una vez adentro, y a pesar de la poca iluminación, logró distinguirlo a la perfección: cabello cobrizo y alborotado, como si se hubiese peleado con el peine, figura atlética y bien proporcionada, piel blanca, pómulos pronunciados, cejas espesas, pestañas largas y unos penetrantes ojos color esmeralda que solo podían pertenecer a…
- ¡Edward Cullen! – Siseó, levantándose para ayudarlo, parecía que en cualquier momento caería al suelo. Hiso que se apoyara en ella, pasando los brazos masculinos por sus hombros. Era pesado y el aliento a alcohol mezclado con su aroma no ayudaba en nada.
- Pero si es la guapísima Bella – Su voz era diferente, con humor y burla, estaba completamente borracho – ¿Qué haces en mi habitación, cariño? Si buscabas una noche de placer solo lo hubieras dicho, no había necesidad de venir hasta acá.
- Deja de hablar estupideces, estás en mi cuarto – Se encargó de recalcar la palabra – ¿Por qué eres así, Edward? Nos vas a meter en un lío si nos encuentran juntos.
- ¿A quién le importa? A mí no, ya he roto todas las reglas, nena.
- Quizás tú, pero yo no quiero tener problemas. Así que te pido que te vayas y dejes de hacer tanto ruido. – Le respondió la morena, en un susurro.
Todo ocurrió demasiado deprisa. El joven se tropezó con algo, llevándose a Bella a su paso. Los dos cayeron en la cama, su peso hundiendo el colchón, el cuerpo de Edward oprimió el de la chica, quedando en una pose bastante comprometedora.
- Quítate de encima – Murmuró Isabella, casi sin aliento, no porque era demasiado pesado, sino porque la cercanía del ojiverde la ponía nerviosa.
- Guau, eres tan hermosa cuando te sonrojas – Acarició la mejilla femenina con su pulgar, haciendo que se estremeciese. Estaba empapado.
La puerta de madera se abrió en un santiamén, revelando a al menos una docena de monjas y todas las señoritas detrás.
- ¡Santo dios! – Exclamó la madre superiora, mientras las demás se persignaban – Edward Anthony Cullen, Isabella Marie Baudelaire… ¿Qué significa esto?
Ambos tragaron en seco, mirándose preocupados mutuamente.
Continuará.
Notas de la autora:
Espero que me animen con su review. ¿Imaginan lo que sucederá luego? ¿Cómo levantarán el honor de sus familias?
¡Nos leemos pronto!
