Hola amigos míos y lectores! Hace mucho que no realizo una actualización o subo una historia decente, pero las actividades laborales, escolares y sociales me han impedido inspirarme como es debido, en las historias que tengo publicadas.
Este pequeño fic, tendrá una publicación mensual, les aseguro que no pasara más de un mes en su actualización. Se trata de una secuela del fic "El recuerdo de Hans" que narras las aventuras y peripecias por las que pasa el frailecillo cuidando a su único hijo, producto de un momento inesperado de debilidad.
Nota: Los capítulos irán en desorden, puesto que narra momentos de ellos dos, así que no se sorprendan que a la mitad coloque el capítulo del nacimiento de su hijo jejejejeje, lamentó ese detalle.
Espero que les guste, espero sus comentarios ;)
LOS PERSONAJES DE LOS PINGÜINOS DE MADAGASCAR SON ORIGINALES DE TOM MCGRATH Y ERIC DARNELL, NO ME PERTENECEN. LOS PERSONAJES NO CONOCIDOS Y QUE NO PERTENECEN A LA SERIE SON PERSONAJES ORIGINALES CREADOS POR MI (OC), SU USO REQUERIRÁ PERMISO PREVIO (**excepto por quienes ya fue extendido).
ENTRENAMIENTOS
– IELTXU! – Llamaba con voz melosa mientras revisaba los arbustos de los alrededores – Dónde estás? – preguntó abriendo dos arbustos de mediano tamaño para verificar que no se encontraba allí el susodicho.
Una mirada de frustración se hizo presente en el frailecillo al ver que estaba vació el lugar, de un brinco se dirigió a otros arbustos cercanos, obteniendo el mismo resultado, al parecer el pequeño había cambiado de escondite para confundirlo o, por lo menos, ganar más tiempo libre.
Frunció el ceño colocando sus alas en su espalda, recorriendo con la mirada los alrededores… el lugar se encontraba en total calma, mostrando que aquel pequeño huracán no había pasado por aquellos rumbos, por lo tanto debía cambiar su zona de búsqueda.
Caminando silenciosamente, recorrió los senderos buscando con la mirada algún movimiento que le pareciese extraño o alguna señal que le diera la ubicación aproximada o exacta de aquel pequeño soldado, a quien cuidaba.
Nada, absolutamente nada, pareciese que lo hubiese tragado la tierra… sonrió de lado al darse cuenta que, al menos, las escasas clases que había tenido el pequeño habían dado fruto, pero aquello no era suficiente en el campo de batalla o en un posible ataque a su hogar, debía asegurarse de entrenarlo lo suficiente para que estuviese listo para cualquier situación, aunque eso significara pasar horas buscándolo por todos los alrededores.
– EN DÓNDE TE ENCUENTRAS NIÑO? – Gritó ya exasperado, llevaba dos horas buscando al pequeño que se negaba a tomar sus lecciones diarias, no solo militares sino también las necesarias para vivir en el mundo salvaje, además él tenía algunas otras actividades importantes que realizar, después de su entrenamiento, mismas que no podía posponer o abandonar.
Emitió un gruñido, pasando un ala por sus ojos, tratando de recuperar la paciencia, debía recordar que era un niño, aunque eso no lo exentaba de sus deberes. Bajo su aleta volteando a todos lados, era cierto que era un niño y, por lo tanto, sus conocimientos eran más limitados permitiendo un amplio margen de errores… Con esa idea agudizó sus sentidos para lograr identificar la ubicación de su hijo, pero era inútil, estaba perfectamente oculto.
– Qué más remedio… – dijo comenzando a caminar para retirarse, hasta que un ligero movimiento en las ramas de un árbol atrajo su atención, provocando que detuviera su andar. Dirigió su vista a la copa del mismo sin lograr divisar nada, estaba seguro de haber escuchado algo, preguntándose si habría sido alguna otra ave o reptil, o si se trataba de su hijo.
– Creo que hoy suspenderé el entrenamiento – dijo en voz alta, levantando una ceja y sonriendo malévolamente, comenzando a caminar en dirección a su casa… nuevamente el sonido se hacía presente en aquel árbol. En un movimiento rápido volteó, distinguiendo entre la hojarasca un pequeño pico colorido perteneciente a su víctima.
No dudo en emprender el vuelo con una gran sonrisa, aquel pequeño había subido muy alto y sin ninguna ayuda, tal era su deseo de saltarse los entrenamientos que los realizaba sin darse cuenta… ahora la duda era ¿cómo había subido hasta allá? Y sólo tenía una respuesta para eso.
– SI PUEDES SUBIR A LOS ARBOLES, ENTONCES PUEDES VOLAR! – gritó volando en dirección a la rama donde se encontraba el pequeño, mismo que dio un salto a otra rama cercana al verse descubierto, con la finalidad de evitar ser atrapado por su madre.
– NO! YO NO SÉ VOLAR! SOY UN PINGÜINO! – reclamó el pequeñito cayendo sobre otra rama, comenzando a subir más alto con sus aletas y patas por el tronco. Esa frase fue el colmo, le pasaba que se negara a tomar sus lecciones con otras excusas, pero por "ser" un pingüino, jamás.
– ERES UN FRAILECILLO! – Gritó subiendo más alto hasta que alcanzó al pequeño – Y POR LO TANTO VUELAS! – dijo separándolo del árbol y trayéndolo contra de sí. Gran error, al no tener desocupadas sus alas, la caída de ambos fue inevitable, trayendo un sonoro "POM" al estrellarse contra el suelo.
En cuanto Hans tocó el piso, se levantó de inmediato buscando a su hijo – IELTXU! – gritó preocupado de que se llevara un mal golpe, él era un soldado experimentado, así que las caídas no eran ningún problema, pero aquel pequeño no tenía nada de experiencia.
– NOOOO! – gritó el pequeño levantándose y, ni tardo ni perezoso, se lanzó en dirección del tronco de un árbol cercano, para abrazarse de una rama baja de éste con todas sus fuerzas. Hans suspiró aliviado de verlo a salvo y muy hiperactivo, como siempre.
– Por favor, hijo… no estoy de humor para tus jueguitos – dijo pasándose un ala sobre la frente, pero el pequeño lejos de soltarse se aferró con mayor fuerza dándole una mirada de determinación, sin duda estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias.
– Es hora de tu entrenamiento – dijo con voz grave acercándose al pequeño que enterró sus patas en la tierra, dispuesto a no obedecer a su madre.
– Ieltxu! – dijo tratando de contener sus ganas de asesinar al pequeño que había provocado más problemas de lo que hubiese querido… al ver la reticencia de su hijo soltó un suspiro antes de fruncir el ceño y acercarse peligrosamente a él.
– Si así lo quieres! – Tomándolo de ambas patitas, comenzó a tirar con la finalidad de zafarlo de la rama de la que se sostenía y llevarlo de vuelta a casa, aunque fuera a rastras.
– Ieltxu! – Gritó tirando con más fuerza, mientras el pequeño gritaba y se abrazaba con todas sus fuerzas de aquella rama.
– Noooo! No quiero! Eres malo! – Gritaba Ieltxu con la finalidad de que su madre lo soltará y dejará en paz, odiaba los entrenamientos, siempre terminaba golpeado, raspado y lastimado, sin mencionar el hecho de ser castigado por no lograr memorizar todos los movimientos avanzados que trataba de enseñarle su madre.
Él sólo quería jugar un rato en el bosque, ver las mariposas y jugar con los demás animales de los alrededores, mismos que tenía prohibido acercárseles por una u otra razón infundada de su madre.
– IELTXU, SUÉLTATE! – Ordenó el frailecillo, procurando de tirar con fuerza, pero no demasiada para evitar lastimarlo. Realmente estaba fastidiado de aquellos "jueguitos" que su hijo comenzaba a implementar para saltarse sus clases y entrenamiento, cuya frecuencia era cada vez más cercana que en un inicio.
Aunque su hijo descendiera de dos soldados fuertes, estaba seguro que esa debilidad y falta de deseos de entrenar derivaba de la genética de su padre, no había lugar a dudas.
– Jovencito! Tomaras tus lecciones quieras o no! – y dicho esto, con un certero aletazo, rompió la rama de la que se sostenía el pequeño y lo llevo a rastras de vuelta a su hogar, sin importarle sus gritos y aleteos.
– NOOOOO! NO QUIERO! – gritaba el chico, mientras su madre lo llevaba en dirección al hogar sostenido de sus patas… trataba de sostenerse de lo que fuera, pero su fuerza no era la suficiente para evitar que su madre lo llevara a rastras.
– Quieres escapar… entonces vuélvete fuerte – le dijo Hans con una sonrisa antes de soltarlo y abrir las alas para mostrarle el campo de entrenamiento – bienvenido a tu nuevo campo de entrenamiento… espero buenos resultados de ti – dijo a su hijo, quien se levantaba y sacudía el polvo de sus plumas.
Realmente era un lugar impresionante, bastante amplio y bien delimitado, por un momento sus ojos brillaron de emoción al pensar que se trataban de algunos juguetes para su entretenimiento, cuando escucho la bienvenida que le daba su madre, provocando una expresión de decepción en él, cuanta diferencia existía entre las palabras "entretenimiento" y "entrenamiento".
– Empezaremos con algo fácil – escucho decir a su madre, quien caminaba a su alrededor con las alas en su espalda – ya que te gusta mucho trepar por los troncos… subirás por este que es totalmente liso – le dijo colocando un ala en un tronco cuya corteza había sido retirada para ser finalmente pulido.
Lentamente se acercó tocando el tronco indicado, la distancia entre el suelo y la punta era bastante considerable, en especial para su edad, pero el objeto que había colocado su madre era demasiado tentador como para evitar tal ejercicio.
– Y qué esperas para comenzar – ordenó Hans con voz siniestra, haciendo que su hijo se apresurará en tratar de subir hasta la punta de dicho tronco… olvidándose por un momento de que se trataba de entrenamiento, fijo su atención en aquel caramelo colocado a modo de premio, tenía varios días sin probar su exquisito sabor, consecuencia de un reciente castigo aplicado por su madre.
Ieltxu subió por aquel tronco bastante resbaloso, tratando de alcanzar el objeto señalado por su madre, cuando se le ocurrió aprovechar esa oportunidad para saltarse el entrenamiento final, que sin duda era lucha cuerpo a cuerpo… si lo pensaba bien, un caramelo no valía lo suficiente para recibir los golpes, producto de esa lucha. Así, de un movimiento rápido, salto en dirección de la roca y comenzó a trepar por ella ante la mirada sorprendida de su madre.
– REGRESA AQUÍ JOVENCITO! – gritó Hans emprendiendo el vuelo en dirección al chico, quien corrió en dirección a la zona más espesa del bosque, lugar donde su madre no podría atraparlo volando.
– NOOO! – gritó Ieltxu, pasando por un hueco entre dos troncos caídos y perdiéndose entre la maleza y vegetación del bosque, provocando que Hans cediera en su vuelo para evitar chocar contra algún objeto.
Un tic nervioso apareció en el ojo de Hans, mientras escuchaba como las pisadas de su hijo cesaban al alejarse cada vez más… cuando todo se encontró en completo silencio no pudo evitar comenzar a reír a carcajadas al verse burlado de esa forma por un chiquillo… sin duda, ese chico sería un excelente soldado, sólo necesitaba el entrenamiento adecuado para lograrlo.
Cuando termino de reírse, avanzó lentamente por la espesura del lugar, dispuesto a encontrarlo y llevarlo de vuelta al campo de entrenamiento para terminar sus actividades, que importaba si con ello se atrasaba en las propias, si lograría hacerle entender que no podría escapar de los entrenamientos.
