Los personajes son de Stephenie Meyer.
Summary: No era el trabajo que buscaba, pero Bella Swan dejó de quejarse por tener que quedarse horas extra cuando encontró un compañero para pasar el rato.
Pareja: Bella/Edward
Juegos en la oficina
Eran alrededor de las nueve de la noche. Se suponía que mi hora de salida era a las seis, pero tenía tantos pendientes que parecía que me iba a tener que quedar a dormir en la oficina. Sin embargo, no podía quejarme; era la nueva, y Rosalie me había advertido que, por lo regular, a los nuevos les dejan las tareas más pesadas. Según ella, era cuestión de tiempo para que Leah, mi jefa, se diera cuenta de mi potencial y me asignara responsabilidades adecuadas a mí.
Me llamo Bella Swan y tengo veintiséis años. Estuve trabajando como columnista en un pequeño periódico local, el cual cerró por las ventas tan bajas que tenía. No quedó otro remedio que buscar otro empleo, aunque no tuviera relación a mis deseos de seguir escribiendo. Rose, mi compañera de apartamento, me recomendó para el puesto de una de las tantas asistentes de dirección de Twilight Co., empresa en la que ella lleva trabajando desde que salimos de la universidad hace cuatro años.
No tenía nada qué perder; la paga era muy buena, así como el horario (o al menos en cuanto se 'regularicen' las cosas), por lo que decidí tomar el puesto.
Suspiré una vez más, recordándome a mí misma que necesitaba el dinero para pagar mi parte de la renta. Hoy en día, Starbucks no contrata a chicas de arriba de veinticinco años, y no podía quedarme más tiempo sin trabajar.
―¿Bella? ―escuché una dulce voz desde el pasillo― ¿Sigues aquí?
Era Ángela Webber, otra de las 'nuevas'. La contrataron apenas un mes antes que a mí, pero seguía bajo las órdenes de Mike Newton, su jefe, quien parecía no querer darle tregua con la cantidad de pendientes. La semana pasada, la pobre se había quedado hasta las dos de la mañana.
―Sí, Áng. Nada más me faltan un par de cosas y me voy a casa.
―Todos decimos eso, cielo ―dijo, dándome una mirada de comprensión― ¿Necesites que te ayude con algo?
―Es tarde, Ángela ―suspiré― Además, ¿no se supone que hoy celebras algo con Ben?
Ben era su novio. Se habían comprometido hace un par de semanas, y según me había contado ella, hoy finalmente había hecho planes para ir a cenar con sus padres y celebrar la noticia.
―Me siento mal por dejarte así, Bella. Deja todo y mañana te ayudo a terminarlo.
―¡Tonterías! ¡Lo terminaré pronto! Leah necesita esta presentación para mañana por la mañana.
―Vale ―suspiró―. Cualquier cosa, me llamas a mi móvil y vendré a echarte una mano.
―Sí, mamá ―bromeé―. Anda, ve a divertirte con tu prometido.
Seguí tecleando frenéticamente en mi computadora. Me estaba empezando a dar migraña y los archivos parecían multiplicarse por su cuenta. Mi único consuelo era que se acercaba el fin de semana, por lo que podría descansar de la presión de la oficina.
Entonces, escuché que algo se había caído en una de las oficinas. No era normal, puesto a que nadie se quedaba después de las seis.
Me puse de pie y tomé un abrecartas, como una manera infantil de protegerme. Mientras salía de mi cubículo y avanzaba hacia el origen del sonido, parecía que caían más objetos y se escuchaban algunos golpes.
Tonta, me reprendí mentalmente, no te hagas la valiente y llama a seguridad. ¿Qué tal si es alguien armado?
Avancé un par de metros más, hasta que finalmente escuché algo que, de cierta manera, me consoló: un fuerte gemido femenino.
Resoplé con molestia; era la segunda vez en la semana que Mike Newton se enrollaba con alguna de las secretarias del edificio, y sin pudor alguno, salían la las instalaciones a continuar con su numerito. En más de una ocasión lo había pillado, y él me juraba y perjuraba que era la última vez. Me daba igual; él no me debía nada, y no me interesaba en lo más mínimo.
Me di la media vuelta, dispuesta a regresar a mi cubículo y terminar con mi trabajo, cuando de pronto la mujer gritó de excitación y me congelé en mi sitio.
―¡Oh, Edward! ¡Ugh, bebé, justo ahí!
Ah, Edward.
Edward Cullen era el hijo del presidente de Twilight Co., Carlisle Cullen, y un claro ejemplo del macho prepotente que siente que el mundo está a sus pies. Rara vez venía a la oficina, pues siempre enviaba a sus asistentes por sus pendientes. Aparecía todos los días en los portales de espectáculos con una chica diferente o en algún escándalo. No importaba, pues papi Cullen se encargaba de limpiar su mierda.
Sabía por todas mis compañeras, que el hombre era muy apuesto: alto, cuerpo de infarto, unos ojos verdes que deslumbraban a cualquiera que tuviera una vagina… y hasta las que no tuvieran. En los tres meses que tenía laborando en Twilight Co., jamás lo había visto, así que era como un rumor para mí. Rosalie en más de una ocasión me había advertido de tener cuidado con él, pues tenía la maldita costumbre de enredarse con las chicas de la oficina, y un par de semanas después, ellas terminaban renunciando por el trato tan frío que Edward Cullen les daba después de botarlas.
Mi experiencia en relaciones sentimentales era casi nula, pero podía ver a tipos como Edward Cullen, así como Mike Newton, como personas no-bienvenidas. Después de que mi ex novio, Jacob Black, había terminado conmigo por Nessie, mi hermana, decidí que iba a disfrutar de mi soltería tanto como fuera posible.
Llegué a mi lugar y saqué mis audífonos de uno de los cajones de mi escritorio. No tenía ánimos para soportar más gritos y necesitaba terminar mi trabajo. Mi cuerpo involuntariamente se relajó cuando Claro de Luna llenó mi cabeza.
Estaba a punto de terminar la presentación, cuando sentí un tirón en mi audífono derecho. Miré hacia el metiche que no me dejaba terminar mi trabajo, sorprendiéndome al encontrar un par de esmeraldas viéndome con una perfecta ceja alzada.
―¿Disculpa, pero no se supone que ya deberías estar en casa, cielo? ―preguntaron los ojos con una voz aterciopelada. Parpadeé un par de veces para aclarar mi cabeza y contestar algo coherente.
―Yo… yo estaba… ―balbuceé.
―Sí, ya veo que aquí estas ―rió―. Nunca te había visto por aquí. ¿Cómo te llamas, amor?
―Isabella Sw-Swan.
―Mucho gusto ―tomó mi mano y besó el dorso―. Edward Cullen.
Me tomó dos segundos procesar la información. Entonces, retiré mi mano con cierta violencia y regresé a mi trabajo.
―Mucho gusto, señor Cullen. Ahora, si me permite, tengo cosas qué terminar.
―¡Vaya! Con que hay algo de carácter ―giró mi silla para que quedara otra vez frente a él―. Dime Edward, amor, el señor Cullen es mi padre.
―Bien, Edward ―dije, enfatizando su nombre―, necesito terminar esto.
―No, no lo necesitas ―dijo, con una jodida sonrisa torcida. Sentí que empezaba a humedecerme―. Te noto demasiado tensa, y pensé que tal vez yo podría ayudarte.
Sabía a qué clase de 'ayuda' se refería, y por mucho que mi subconsciente (o mi libido, mejor dicho) estaba más que de acuerdo en aceptar, mi sentido común luchaba fervientemente contra mis deseos de comprobar por qué la chica gritaba tanto hace rato.
Ignoré su oferta y me levanté de mi lugar, dejándolo ahí parado. ¡Resiste, mujer!, me dije a mí misma.
Llegué hasta el área de descanso y opté por servirme una taza de café. Agradecí a todos los cielos que alguien tuviera suficiente sentido de consideración hacia los pobres novatos y dejara la cafetera llena y lista para servirse. Tomé mi taza y regresé a mi cubículo, esperando que Edward no estuviera todavía ahí.
Suspiré de alivio cuando vi que mi lugar estaba vacío, pero antes de llegar a mi silla, una fuerte y penetrante voz llenó el lugar, haciéndome sentir como una niña que iba a ser castigada por su padre.
―Señorita Swan. ¿Sería tan amable de venir a mi oficina?
Maldije mentalmente. Si iba, tarde o temprano caería ante él; si me negaba, mi trabajo podía correr peligro. El maldito me tenía entre la espada y la pared y se regodeaba ante eso.
Sin otra solución en mente, avancé hasta la última puerta del pasillo, en donde las elegantes puertas dobles de madera citaban "Edward Cullen. Vicepresidente". Lo encontré detrás de su escritorio, con sus manos apoyadas en este y con la mirada fija en mi dirección.
―¿Sí, señor? ―dije, mostrando toda la seguridad que podía.
―Bien, señorita Swan. En vista de que usted parece una persona muy trabajadora, creo que no le importará tener un poco más de tareas a realizar. ¿O me equivoco?
Rechiné los dientes. Maldito bastardo.
―No, señor. Pero le recuerdo que yo trabajo para la señorita Clearwater, no para usted. Y ella tiene una importante presentación que realizar mañana por la mañana; razón por la cual me encuentro a estas horas en el trabajo. No lo hago por gusto, señor Cullen, es por necesidad de terminar las cosas a tiempo. Quiero quedar en buenos términos con la señorita Clearwater, mi jefa.
―Ahí es donde estás mal, Isabella. Leah trabaja para mí, así que indirectamente tú también lo haces. Si yo le doy más responsabilidades a Leah, tus responsabilidades también aumentan. Así es esto, querida. Si le digo a Leah que necesito que su asistente esté en mi oficina a las seis de la mañana, te puedo asegurar que no tendrás otra opción que estar a esa hora. Mis órdenes también son para ti. ¿Lo has entendido?
―Bien, señor. He entendido todo a la perfección. Mañana por la mañana comenzaré con lo que usted me solicite ―refunfuñé.
―Nuh-hu ―negó, sonriendo torcidamente―. Yo tengo cosas más importantes qué hacer que Leah, así que harás lo que te pida esta misma noche, no puedo esperar hasta mañana. Si no le parece, Isabella, puede ir tomando sus cosas y dejar su cubículo limpio antes de irse. No la obligaré a hacer algo con lo que usted no esté de acuerdo.
Cerré los ojos y cerré mis dedos hasta formarlos puño. Casi podía sentir las lágrimas formándose en mis ojos, nada más del coraje que sentía en ese momento. Tragué pesado y levanté la frente en alto.
―De acuerdo.
―Aunque… ―empezó, poniendo su dedo índice en su barbilla, fingiendo estar pensando sus palabras― ¡Nah! No creo que te interese.
Cualquier cosa era mejor que esto…
―¿Qué cosa?
―Tal vez… podríamos llegar a un trato.
… excepto eso.
Toda la expresión destilaba sexo. Ni siquiera tenía que decirlo, pues su imponente mirada decía todo.
Me tragué mi orgullo y decidí que era mejor preguntarle. A lo mejor, si lograba convencerlo de que podía trabajar todas las horas extra que quisiera, por el tiempo que decidiera, me dejaría ir a terminar mi trabajo y poder irme a casa.
―¿Un trato? ―pregunté, con fingida inocencia.
―Verás, Isabella, a mi me gusta jugar ―dijo de forma traviesa. Parecía un niño al que le daban luz verde para escoger el juguete que quisiera de la tienda.
Lo sabía. El imbécil no había quedado satisfecho con la puta de hace un rato y quería que yo le ayudara a terminar. ¡Ni de coña! Cerré nuevamente los ojos y respiré profundo, preparándome mentalmente a quedar desempleada otra vez. Cuando los abrí, Edward estaba frente a mí.
―No tiene caso que te resistas, Isabella ―amaba cómo susurraba mi nombre. Aunque prefería mil veces que me dijeran Bella, lo decía de una manera tan… irresistible―. Si hay algo en lo que soy excepcionalmente bueno, es en saber lo que una mujer desea. Tú me deseas.
Giré mi cabeza para no tener que enfrentarlo, pero acercó sus labios a mi oído y susurró la cosa más asombrosa y todo lo que necesitaba escuchar para caer ante él:
―Y yo te deseo.
Sabía que tenía que negarme, sin importar lo mucho que él tenía razón: le deseaba terriblemente. Iba a contestarle que era un engreído, pero en ese momento, su boca cubrió la mía y sus manos aprisionaron mi cintura. Traté de apartarlo, poniendo mis manos en su pecho y empujando con fuerza, pero parecía que eso lo motivaba a apretarme más contra él, haciéndome sentirlo… completamente.
Su lengua recorrió mis labios hasta que finalmente los abrí, degustando su sabor. No me pude contener, y un fuerte gemido salió de mí, y me presioné con más fuerza contra su esculpido cuerpo. Podía sentir cada pulgada de su firme anatomía contra mi cuerpo.
Comenzamos a movernos, hasta que sentí que mi espalda chocaba contra la puerta. Entonces, como si pesara dos gramos, me cargó, sujetándome por el trasero, al tiempo que yo enrollaba mis piernas en su cintura. La falda que llevaba puesta se alzó, dejando al descubierto mis muslos. Sentí sus manos recorrer mis piernas hasta llegar al borde de mi falda, deslizando sus dedos por el contorno de mi ropa interior. Gemí con más fuerza.
Dejé de reprimirme y llevé mis manos hasta la parte de atrás de su cabeza, jalando un poco el cabello de su nuca. Esto dejó expuesto su cuello, así que comencé a besar su garganta, mordiendo su manzana de Adán en el proceso. Por su parte, Edward había rasgado mis bragas y ahora masajeaba con fuerza mi centro, mientras yo me restregaba contra sus dedos. Casi podía sentir que goteaba por su mano cuando introdujo un par de dedos.
No iba a poder contenerme por más tiempo, así que con toda la fuerza de voluntad que pude recuperar, me separé de él, manteniendo una distancia como para poder mover mis manos por su cuerpo, hasta llegar a la hebilla de su cinturón. Él abría con maestría los botones de mi blusa y desabrochaba mi sostén, mientras yo peleaba contra su estúpido pantalón. Soltó una risita y me ayudó a removérselo, dejando caer su pantalón y sus bóxers en el camino.
Finalmente, estábamos los dos completamente desnudos. Comenzó a restregar su miembro contra mi sexo, haciéndome estremecer por la anticipación, hasta que finalmente comenzó a introducirlo en mi entrada. Con cada centímetro, me sentía cada vez más y más llena, hasta que al final, metió todo de golpe, consiguiendo que los dos gimiéramos con fuerza por el contacto. Se quedó quieto unos instantes, permitiéndome que me acostumbrar a su tamaño, antes de empezar a moverse contra mí.
La sensación de su miembro bombear mis pliegues era increíble. Sentí el burbujeante orgasmo lamer mi vientre bajo, así que sabía que no duraría mucho tiempo. La situación empeoró cuando sus labios capturaron mi pezón derecho y comenzó a succionar con fuerza, llevándome al borde a los pocos segundos. Grité fuertemente y arañé su espalda y sus brazos, como un débil intento de sujetarme a algo mientras caía por el precipicio. Un par de estocadas más, y Edward me hizo segunda, derramándose dentro de mí.
Con nuestras respiraciones corriendo de forma errática, me ayudó a volverme a poner sobre mis pies, pero me sentía tan débil que caí hacia la alfombra. Se sentó a mi lado, recargándose en la puerta, para tratar de recuperar su aliento.
Me sentía como una idiota adolescente, controlada por las hormonas, y quise llorar en ese momento. Estaba segura de que él se iba a aprovechar de esto, y dentro de poco, sería otra más de las putas que se enredaron con él y terminaron renunciando de la empresa.
Aunque, pensándolo mejor, no iba a dejarme tumbar por las emociones negativas en este momento. Estaba dispuesta a disfrutar cada segundo antes de marcharme, para que al menos valiera la pena mi salida.
Aproveché la posición en la que se encontraba y me senté a horcajadas en su regazo, gimiendo por el contacto con mi hinchado y sensible clítoris y empecé a restregarme contra él. No tardó mucho y comenzó a besarme frenéticamente, mientras sentía su erección volver a la vida. Sonreí ante mi logro y casi me doy una palmadita en la espalda por ello. Estaba a punto de deslizarme sobre él, cuando de repente, me tomó por la cintura y me recostó en la alfombra, colocando mis tobillos en sus hombros, y fue Edward quien se introdujo en mí. Gracias a la posición que me había puesto, lo sentí casi en la garganta.
Ahora lo hacía con más fuerza, y para mí era delicioso. Sentir sus manos en mis pechos y sus labios contra los míos; podía guardar esta sensación para siempre. Las otras tenían razón (y, por un instante, me sentí celosa): él era magnífico para esto. Me deleité recorriendo cada parte de su anatomía: su marcado abdomen, su espalda ancha y sus fuertes brazos. En ese momento, Edward Cullen era mío.
Había perdido la cuenta de cuántas veces había llegado al orgasmo, cuando de repente, sentí que su miembro comenzaba a pulsar nuevamente y sus embestidas eran más rápidas y erráticas, hasta que llegó a su propio orgasmo, soltando un gruñido gutural y desplomándose sobre mí.
Miré hacia la enorme ventana que estaba en su oficina, y me sorprendió enormemente ver al Sol asomándose por el horizonte. ¿Qué hora era? Me levanté rápidamente, dejándolo tumbado en la alfombra, recuperando el aliento, y comencé a recoger mis cosas. Cuando por fin pude recolectar todo (a excepción de mis bragas destrozadas) sentí una fuerte nalgada, que me hizo soltar un gritito y pegar un brinco.
―A partir de hoy eres mi asistente ―dijo en mi oído, para después morder el lóbulo de mi oreja―. Y hoy te puedes tomar el día libre. Luego hablaremos de un aumento, Isabella.
Sonreí. No me iba a despedir.
Volteé para verlo colocarse sus ropas y acomodando un poco el desastre que habíamos hecho en su oficina en lo que yo me ponía mi ropa otra vez. Una vez que terminamos, me acompañó a la puerta y nos fuimos juntos hasta el estacionamiento, y antes de entrar a mi auto, me giré para quedar frente a él.
―Bella. Dime Bella ―susurré antes de darle un pequeño pico en los labios y marcharme.
Edward Cullen era un asno, pero había amado jugar con él en la oficina. Y eso sin duda, era algo a lo que me podía acostumbrar.
Por: carliitha-cullen
Este es un nuevo proyecto que surgió en una conversación vía Twitter. Queremos leer sus opiniones: a quiénes quieren ver aquí y sobre qué fantasía quieren que escribamos, y qué les parece esta idea.
Saludos
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